En la antigua Roma las clases dominantes distribuían pan a la plebe para tenerla tranquila y le ofrecían en el Circo cruentos espectáculos de gladiadores y matanzas colectivas o carreras de cuadrigas en las que los espectadores desahogaban su odio reprimido y apoyaban al carro adversario del equipo del emperador oponiéndose así a éste pero de un modo inofensivo.Quien ofrecía el espectáculo gratuito obtenía en cambio popularidad y prestigio.
El capitalismo actual sabe utilizar la industria del espectáculo como herramienta para la dominación. Tal es el papel para nada ingenuo de la industria cinematográfica y de la TV estadounidenses que refuerzan y promueven los valores de los explotadores, deforman y ocultan los problemas reales y conquistan las mentes y moldean los gustos y consumos de los explotados y oprimidos.
Ese papel culmina con el fútbol como negocio que llegó a ser motivo de una guerra entre El Salvador y Honduras y particularmente en el Mundial de Fútbol que en todos los países atrae la atención de las mayorías, tengan o no equipos representados en el torneo y mientras dura coloca de hecho en segundo plano los problemas realmente importantes, permitiendo con la maniobra de distracción que el sector dominante del capitalismo haga pasar sus planes y medidas mientras la inmensa mayoría de la población sigue la evolución de los resultados deportivos.
Para colmo, a este nuevo circo alienante, a diferencia de la antigua Roma, lo pagan las víctimas del capital bajo de forma de impuestos que financian la construcción de los estadios, que absorben el dinero que debería ser destinado a obras públicas útiles (viviendas populares, mejores transportes, servicios de drenaje o eléctricos) que no se hacen porque el presupuesto estatal es desviado para confundir y desviar a la gente común y permitir grandes negociados turbios a una minoría. Además, mientras la desocupación, la subocupación y la pobreza alcanzan cifras enormes, los escasos fondos presupuestarios se despilfarran en la construcción de verdaderos elefantes blancos, absolutamente inútiles en la mayoría de las ciudades una vez que termine la Copa Mundial de Fútbol. Hay, por consiguiente, durante un lapso breve, más circo, pero menos pan en ese período y en el futuro previsible. En efecto, un factor importante que precipitó a Grecia en una crisis terrible fue el costo enorme de la organización de las Olimpiadas en el 2004.
A esta altura debo aclarar que no confundo el deporte con el negocio de una mafia internacional del fútbol, el cual sirve antes que nada para hacer aceptar la ideología capitalista y hacer grandes negocios a costa de la ingenuidad popular. En mi adolescencia practiqué boxeo, judo, natación, equitación, rugby, fútbol y desde niño sigo a River Plate como si aún tuviese los equipos de fines de los cuarenta. Fui además amigo del gordo Osvaldo Soriano que unía sus cualidades como escritor con la pasión-¡ pobre!- por San Lorenzo, como Francisco. Sé también que Eduardo Galeano tiene un corazón de buen uruguayo que palpita a doble ritmo por la camiseta celeste. En mi opinión, por consiguiente, se puede ser aficionado al fútbol como espectáculo sin abandonar la categoría de ser pensante.
Pero lo que sucede es que no se crean Polideportivos donde todos puedan practicar gratuitamente algún deporte o el fútbol mismo como parte de su formación integral sino que, por el contrario, los mafiosos que controlan el fútbol mundial hacen construir inmensos templos para voyeurs, gente pasiva que va al estadio sólo a ver o que, peor aún, cerveza en mano sigue los partidos desde el sillón de su casa. El deporte hay que practicarlo, no sólo observarlo a distancia sin participar en el juego.
Jugadores profesionales con sueldos enormes, muy superiores a los de los científicos más especializados, dirigentes de clubes y federaciones mafiosos, inversionistas en los clubes que invierten en ellos el dinero que exportan ilegalmente de sus países respectivos, como los oligarcas rusos, o las sumas obtenidas de la explotación del trabajo semiesclavo, como los jeques de Qatar, Arabia Saudí o los Emiratos: ése es el “deporte” que se presenta a la pobre gente que desea éxitos, aunque sean ficticios, y quiere ver lujo, aunque sea ajeno endeudándose para entrar en una de las “misas negras” del deporte real.
Tienen razón los trabajadores brasileños que aprovechan que la atención de la prensa mundial está concentrada sobre su país para plantear sus reivindicaciones y hacer sus huelgas, demostrando así que el desarrollo se obtiene en la lucha contra los criterios capitalistas de distribución de los fondos existentes. Ellos levantan una esquina de la capa de plomo de la dominación capitalista que se presenta a los pueblos como fiesta y revelan los problemas reales que aquejan a todos los países, dependientes o incluso metropolitanos. Quienes ven una maniobra política de la derecha contra el gobierno petista en esas huelgas de protesta de los desalojados, los trabajadores del transporte o de la educación y otros sectores, mienten descaradamente y simulan olvidar que las opciones del gobierno podrían haber sido otras, cercanas a las que exigen las bases naturales del mismo Partido de los Trabalhadores, es decir, mejores condiciones de salud, de transportes, de educación, mejores salarios para la gente que es tratada como los emperadores trataban a la plebe romana. Los gobiernos “progresistas”, como el argentino, que pasan gratuitamente todos los deportes por la TV pública, con el resultado de que las noticias y los espacios de ésta sobre los problemas reales son mínimos o no existen, cavan sus propia fosa con esa demagogia porque sólo pueblos informados e instruídos podrán organizarse para resistir la ofensiva del gran capital financiero mundial.
Guillermo Almeyra
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