sábado, agosto 02, 2014

Daniel Guérin Marxistas y anarquistas: Hermanos gemelos, hermanos enemigos



Se cumplen 150 años de la AIT donde tuvo lugar la primera ruptura del internacionalismo organizado, un cisma que separó dos hermanos que partían de los mismos supuestos que habría que reparar.
Daniel Guérin(19 de mayo de 1904 - París, 14 de abril de 1988) fue uno de los militantes más longevos, inquietos y polifacéticos de izquierda radical francesa. Su obra aborda los más variados temas, incluyendo una investigación sobre el asesinato del revolucionario marroquí Ben Barka así como una defensa de la condición homosexual en un tiempo en el que algo así estaba mal visto hasta por los “camaradas”. Entre nosotros, su faceta más conocida es la de teórico del socialismo libertario. Esta es quizás la parte de su obra más citada, valorada por pensadores como Noam Chomsky, y muy respetado en el terreno del marxismo abierto. Su influencia en el mayo del 68 es muy reconocida, de hecho, su nombre revolotea sobre el Movimiento 22 de marzo, que reunió por igual a anarquistas y a los “trotskistas” de la JCR. Este año celebramos el 150 aniversario de la creación de la Iª Internacional que fue el punto de partida de esta histórica y trágica ruptura, la misma que ahora nos toca superar. Este texto está extraído de su libro Por un marxismo libertario, del que existe varias ediciones. Pienso que su utilidad para facilitar el debate está fuera de toda duda.
El mundo editorial nos da pruebas de la actualidad del anar­quismo por todas partes. En Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos, en Italia, en Holanda, en América del Sur, en los últimos tiempos han aparecido en todos lados trabajos de conjunto sobre el anarquismo, selecciones de textos, monografías de los grandes pensadores libertarios.
¿Por qué este renacimiento?
En primer lugar, porque se intenta reparar una injusticia; un pensamiento tan fecundo, tan original, no debería haber caído en el olvido. Se lo quiere rescatar.
Luego, porque se han dado cuenta que el anarquismo como doctrina de reconstrucción social sigue vivo. Es cierto que no cuenta con muchos portavoces en el mundo de hoy. Pero sus ideas más valiosas han sobrevivido mejor que sus partidarios. En conjunto, el anarquismo permanece actual en dos planos: En primer lugar, hace ya un siglo, percibió y denunció de manera profética los riesgos de la desviación autoritaria y dic­tatorial del marxismo, basado en un Estado todopoderoso, diri­gido por una minoría que pretende monopolizar la ciencia del devenir histórico.
Luego, que a esta falsificación del socialismo contra la que advertía por anticipado, opuso de inmediato otro socialismo que yo llamaría libertario, basado en nociones inversas, propulsado de abajo arriba y no de arriba abajo, apelando a la iniciativa creadora del individuo, a la participación espontánea de las gran­des masas.
Hoy, los graves inconvenientes del primer tipo de «socialismo» son experimentados hasta en los países que lo habían erigido en dogma. En el plano de la producción se percibe que es muy me­diocremente rentable. Y para corregir sus excesos se sitúan como en Yugoslavia, sin saberlo ni declararse en la escuela de Proudhon
El anarquismo es inseparable del marxismo. Oponerlos es plan­tear un falso problema. Su querella es una querella de familia. Veo en ellos a dos hermanos gemelos arrastrados a una disputa aberrante que los ha hecho hermanos enemigos.
Forman dos variantes, estrechamente emparentadas, de un solo y mismo socialismo.
Además, su origen es común. Los ideólogos que los engen­draron hallaron conjuntamente su inspiración primero en la gran Revolución Francesa, y luego, en el esfuerzo emprendido por los trabajadores en el siglo XIX —en Francia a partir de 1840—, con miras a emanciparse de todos los yugos.
La estrategia a largo plazo, el objetivo final, es, en resumidas cuentas, idéntico. Se proponen derribar el capitalismo, abolir el Estado, deshacerse de todo tutor, confiar la riqueza social a los trabajadores mismos.
No están en desacuerdo más que en algunos de los medios para lograrlo, ni siquiera en todos. Hay zonas de pensamiento libertario en la obra de Marx o en la de Lenin, y Bakunin, tra­ductor al ruso de El capital, !e debe mucho a Marx.
Sus desacuerdos de hace un siglo se basaban principalmente en ei ritmo de desaparición del Estado tras el estallido de una revolución, el papel "de las minorías (¿conscientes o dirigentes?) y, también, el uso de los medios de la democracia burguesa (su­fragio universal, etc.). A éstos se han agregado un cierto número de malentendidos, prejuicios y cuestiones verbales.
Pero el foso entre anarquismo y_ marxismo no se convirtió en verdadero abismo sino al principio de nuestro siglo, es decir, cuando la Revolución Rusa, libertaria y soviética, de octubre de 1917 tuvo que ceder lugar poco a poco a un formidable aparato estatal, dictatorial y policiaco. El anarquismo, la idea anarquista, fueron liquidados en Rusia como lo fueron los soviets mismos.
Desde aquella época han estado cortados ios puentes entre ios dos hermanos, Creo que la tarea de los verdaderos socialistas de nuestro tiempo debería ser restablecer esos puentes. E! socialis­mo, ahora algo desacreditado, todavía podría regenerarse si se lograra inyectar en los marxistas del presente una buena dosis de suero anarquista.
¿Qué elementos utilizables nos ofrece el anarquismo para la construcción de la futura sociedad socialista?
En primer lugar, desde Proudhon, el anarquismo defiende la asociación obrera, llamada en nuestros días autogestión.
Los libertarios no quieren la gestión económica por el ca­pitalismo privado. Rechazan igualmente la gestión por el Estado, pues la revolución proletaria quedaría a sus ojos vacía de todo contenido si los trabajadores cayesen bajo la férula de unos nuevos tiranos: los burócratas.
La autogestión es la democracia obrera en la fábrica. El tra­bajador se desdobla: es a la vez productor confinado en su espe­cialidad y cogestor de la empresa. Cesa así de estar alienado. Escapa a la condición de asalariado. Recibe su parte de los be­neficios de la empresa.
Pero lo que se pretende no es instaurar una especie de patro­nal colectiva, impregnada de una mentalidad egoísta. Sería indis­pensable que todas las empresas autogestionadas fueran solida­rias, interdependientes. Su único objetivo debiera ser el interés general. Tendrían que adecuarse a un plan conjunto. Esta plani­ficación no sería burocrática, como en el comunismo de Estado, sino animada de abajo arriba, regulada en común por los dele­gados de las diversas unidades de producción.
Otro elemento constructivo del anarquismo es el federalismo.
La idea de la federación no nació en el cerebro de un teórico. Proudhon no hizo más que extraerla de la experiencia de la Re­volución Francesa, donde había germinado espontáneamente. En efecto: en el vado creado por e! desmoronamiento del antiguo Estado absolutista, las municipalidades habían intentado, fede­rándose, reconstruir desde la base la unidad nacional. La fiestae la Federación del 14 de julio de 1790 había sido la de la unidad voluntaria, una unidad mucho más sólida que la impuesta por la real gana del Príncipe.
El federalismo proudhoniano es la unidad sin coerción, es decir un pacto libremente consentido, constantemente revocable, entre los diversos grumos de base, tanto en el plano económico como en el plano administrativo. Esta federación piramidal que se anuda localmente, regionalmente, nacionalmente, incluso internacionalmente, asocia entre ellas a la vez a empresas autogestiona-das y a comunas autónomas.
Nunca se recordará suficientemente que las ideas de Lenin sobre la cuestión nacional, es decir, la libre determinación y el derecho de separación, están tomadas del anarquismo. Del mismo modo la república de los soviets fue en su origen una república federativa. Hoy no lo es ya sino en los papeles.
Un tercer elemento que completa el edificio, y que el anar­quismo agregó más tarde a los primeros, es el sindicalismo re­volucionario. Para asegurar la solidaridad y la interdependencia de las empresas autogestionadas, al mismo tiempo que para animar las comunas, unidades primarias de administración, haría falta un organismo emanado directamente de ¡a clase obrera, que englobase y conjugase las diversas actividades, estructurado de modo federativo: tal es el papel destinado a los sindicatos, que si en la sociedad capitalista son simples órganos de reivin­dicación y de protesta, en la sociedad socialista unen a esta fun­ción primaria de defensa de los trabajadores, un papel de coor­dinación, estructuración, estimulación y educación para el que deberán prepararse por anticipado. Gracias a un sindicalismo obrero poderoso —claro está que con la condición de haberlo desburocratizado previamente—, la indispensable unidad del con­junto podría quedar asegurada sin necesidad de resucitar los engranajes estatales. En la Cataluña anarcosindicalista de 1936 el municipio, es decir, la comuna, y la unión local de los sindi­catos, constituían una unidad. La CNT tendía a confundirse con la República.
Sólo ante la hipótesis de que la podredumbre y la burocratización del sindicalismo son irremediables, habrá que hacer tabla rasa, y asegurar la necesaria coordinación de las empresas auto-gestionadas con un organismo de un carácter enteramente nuevo: una federación de consejos obreros nacida de los comités de huelga que agrupan a sindicados y a no sindicados.
El anarquismo fue largo tiempo una mera doctrina sin posi­bilidad de aplicación. Después, en el curso del presente siglo, sufrió la prueba de la práctica revolucionaria, especialmente du­rante la Revolución rusa y la Revolución española.
Así, por ejemplo, el inolvidable episodio de los campesinos li­bertarios del sur de Ucrania, impulsados por uno de ellos, Néstor Maknó, practicando la guerrilla revolucionaria y derrotando me­jor que el Ejército Rojo, a los ejércitos blancos intervencionistas de Denikin y de Wrangel, creando soviets libres en una época en que los soviets ya estaban domesticados por el Estado bolche­vique, entrando en conflicto con los comisarios instalados en el campo por el gobierno centra!, destrozados finalmente por un Ejército Rojo al servicio de un Estado cada vez más dictatorial.
Otro episodio me parece particularmente esclarecedor. La re­vuelta de los marineros de Kronstadt, en marzo de 1921. Los insurrectos eran revolucionarios auténticos. En 1917 habían estado en la vanguardia del combate por la revolución comunista. Además estaban estrechamente unidos a la clase obrera, a las fábricas de Petrogrado, entonces el más importante centro industrial de Ru­sia. Pero osaron entrar en disputa con el poder bolchevique. Reprochaban a! Partido Comunista haberse alejado de las masas, haber perdido la confianza de los obreros, haberse vuelto buro­crático. Denunciaban la domesticación de los soviets, la estatalización de los sindicatos. Atacaban la máquina policíaca omni­potente que pesaba sobre el pueblo e imponía la ley por me­dio de los fusilamientos y la práctica del terror. Protestaban contra un duro capitalismo de Estado en el que los obreros al igual que antes, no eran sino simples asalariados y explotados. Reclamaban el restablecimiento de Ja democracia soviética, elec­ciones libres a todos los niveles. Así pues, mucho antes de que comenzase el reinado de Stalin, ya había hombres del pueblo que denunciaban, con letras de fuego, el acaparamiento de la Revo­lución de Octubre por e! comunismo de Estado.
La Revolución española, a pesar de las circunstancias trágicas de una guerra civil prontamente agravada por la intervención extranjera, mostró por sí misma el notable éxito de autogestión, en la ciudad y en el campo, así como la búsqueda por los liber­tarios de una conciliación entre los principios anarquistas y las necesidades de la guerra revolucionaria a través de una disci­plina militar sin jerarquías ni grados, libremente consentida, practicada y simbolizada a la vez por un gran soldado anarquis­ta Durruti.
El anarquismo valora, antes que nada, al individuo Se pro­pone edificar una- sociedad libre partiendo del individuo libre. Aquí reaparece el principio federalista. El individuo es libre para desprenderse de la asociación. A los oíos de los anarquistas un pacto así es sólido y fecundo al contrario del pretendido contrato social de Jean Jacques Rousseau, en el que los libertarios no ven más que impostura y coerción social.
El individuo no es un medio sino el objetivo final de la so­ciedad. El anarquista entiende ayudar al individuo a desarrollarse plenamente, a cultivar y desplegar todas sus fuerzas creadoras. Y al final, la sociedad obtiene tanto provecho como el individuo, puesto que deja de estar formada por seres pasivos, serviles, que dicen sí a todos para ser una suma de fuerzas libres, un conglo­merado de energías individuales.
De este postulado de libertad brota todo el humanismo anar­quista, el rechazo de la autoridad religiosa y del puritanismo en las costumbres. En este último terreno, el de la libertad se­xual, los anarquistas mucho antes que Freud, que los racionalistas a lo Rene Guyou, los existencialistas y los situacionistas, figuraron como pioneros.
Tras un baño de anarquismo, el marxismo de hoy puede salir limpio de sus pústulas y regenerado.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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