Ayer la Comisión Europea (CE) y el gobierno alemán fijaron los límites por donde deberá transitar el nuevo ejecutivo que salga de las urnas el próximo 25 de enero en Grecia. La posición más dura la abanderó Berlín cuyo vicecanciller y ministro de Economía, Sigmar Gabriel, advirtió que la eurozona “no se dejará chantajear” y espera que el Gobierno de Grecia “independientemente de quien esté en él, respete los acuerdos alcanzados con la Unión Europea (UE)”. No deja de ser curioso que quienes han estado exigiendo durante más de cuatro años draconianas medidas de austeridad a Grecia a cambio de dinero, traten ahora de impedir que un gobierno salido de las urnas no pueda plantear sus propias políticas impositivas y sociales, entre otras, y solicitar una renegociación de la deuda soberana.
El gobierno alemán quiere insistir en que la rebeldía de Grecia contra las imposiciones de la troika (CE, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) equivale a su expulsión de la zona euro. A ese carro, de endurecer las amenazas a los votantes, se ha subido el todavía Primer Ministro de Grecia Antonis Samarás. Que lo haga él entra dentro de lo razonable, es parte interesada y su discurso tampoco da para más, pero por qué Ángela Merkel y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schaeuble, ven como inevitable la expulsión griega si el nuevo gobierno reniega de los recortes presupuestarios y amenaza con dejar de pagar la deuda. Por qué el portavoz del Ministerio de Finanzas alemán, Martin Jaeger, afirmó que “no hay alternativa a los esfuerzos griegos para reformar la economía, pues están dando sus frutos”. La respuesta la ofrece el economista griego Yannis Varoufakis al asegurar que la “recuperación” griega “solo existió en el reino de la propaganda” y que “se maquinó mediante dos nuevas burbujas, una en el mercado de bonos y la otra en el mercado de acciones bancarias griegas, burbujas que reventaron en el momento en que pareció que los griegos iban a tener la oportunidad de expresar lo que opinaban de esa llamada ‘recuperación’ en las urnas”. Berlín consiguió salvar a los bancos alemanes del avispero griego en 2011 y 2012, ahora solo le interesa que todos los países de la eurozona marquen el paso con sus demenciales políticas de austeridad. Y pretende corregir al alumno díscolo antes de que se le alborote el patio.
“Las amenazas a un gobierno de Syriza no vendrá de los mercados, sino del Banco Central Europeo (BCE), de la UE y de Berlín" expone Varoufakis. Y no le falta razón. Las políticas de austeridad han demostrado en el caso griego su más absoluto fracaso. El Producto Interno Bruto (PIB) se contrajo en más de un 25%, los salarios reales cayeron un 30%, la producción industrial un 35% y el desempleo, que llegó a rondar el 28%, afecta en estos momentos a una de cada cuatro personas en edad de trabajar. Solo el sector turístico ha mantenido un buen comportamiento, en medio de un declive de las exportaciones durante el año 2014. Ahora se pregona a los cuatro vientos que la economía griega tendrá un crecimiento del 0,7%, tras seis años de profunda recesión, hipotecado por el declive continuo de los precios (-1,2%). Pero los únicos vencedores en esta batalla son “los comerciantes y los banqueros alemanes que se han beneficiado significativamente del euro y no tienen ningún interés en abandonar las políticas de austeridad” pese a la debilidad de la economía europea y al hecho de que tanto Francia como Italia se encuentren contra las cuerdas, según explica el Profesor de Economía de la Universidad de Londres Costas Lapavitsas.
Mas el desastre del sector productivo en Grecia ha venido este año acompañado también por el hundimiento del sector financiero, y de eso el gobierno de coalición no puede culpar a Syriza, todavía. En los últimos doce meses la Bolsa de Atenas ha perdido un 29% de su valor, arrastrada principalmente por los cuatro bancos sistémicos, que cayeron un 46%, y por el continuo estado de deflación de los precios. Para el economista Leonidas Vatikiotis estas cuatro entidades financieras no han despertado ningún interés de compra ni por parte de inversores privados ni institucionales, habiendo consumido desde 2008 más de 211.500 millones de euros de dinero público en garantías y dinero en efectivo. Lo cual demuestra no solo su estado de postración, que Vatikiotis lleva denunciando desde hace años, sino también que las pruebas de estrés realizadas el pasado mes de octubre por el BCE, y en las que los bancos griegos obtuvieron una positiva evaluación, fueron una farsa pues los mismos que establecían las reglas del juego eran los propios jueces.
Por todo ello un número creciente de analistas económicos comienzan a considerar que una victoria de Syriza podría ser incluso provechosa para dinamizar la moribunda economía griega. En esa línea el diario Financial Times señaló la pasada semana que muchos inversores ven con buenos ojos las próximas elecciones griegas pues probablemente el programa de gobierno de Syriza sería menos problemático de lo estimado originalmente, e incluso podría ser positivo para el conjunto de la eurozona al poner en cuestión el dogma de la austeridad.
Es evidente que el cambio de Syriza hacia posiciones más moderadas ha sido percibido positivamente por una fracción del sector financiero, pero no está claro que un programa “razonable y moderado”, como lo define Lapavitsas, que supone un ejercicio de “sentido común” pese a no incluir “nada radical en sus políticas” será aceptado por Bruselas, que sigue manteniendo una posición bastante hostil ante una eventual victoria de la izquierda en Grecia.
Hasta el momento lo más moderado que ha salido de la CE, procede del inclasificable burócrata ascendido a director de comunicación, Margaritis Schinas, quien aseguró ayer lunes en rueda de prensa que el artículo 240, apartado 3, del Tratado de la UE establece que la participación en la zona euro es irrevocable por lo que no existe la posibilidad de que Grecia abandone el área de la moneda común.
Schinas matizó de ese modo las declaraciones del Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Pierre Moskovici, quien el pasado 29 de diciembre tras conocer el adelanto electoral en Grecia pidió a los votantes un “amplio respaldo” a las políticas neoliberales pues, a su juicio, son “esenciales para que Grecia prospere en la eurozona”.
La troika se aprovechará sin duda de las importantes necesidades de financiación que necesita Grecia para pagar parte de su deuda, y que algunos economistas cifran en unos 20.000 millones de euros de aquí a verano de 2015, además de los fondos adicionales procedentes del Banco Central Europeo para evitar el colapso de las entidades financieras griegas. Y a buen seguro que lo recordará una y otra vez a los votantes griegos durante esta fugaz campaña.
En el otro extremo, el líder de Syriza, Alexis Tsipras, recurrió al ejemplo alemán de 1953, cuando borró la mayor parte del valor nominal de su deuda, para defender lo que su partido quiere hacer desde el primer momento en que llegue al gobierno. Tsipras aseguró el pasado miércoles que 2015 traerá "la democracia de regreso a la patria", así como el triunfo de la razón y la esperanza, "derrotando el miedo y alarmismo" con una gran victoria electoral. A la vez que se comprometió a poner fin "a la humillación nacional y a la crisis humanitaria, poniendo en marcha un programa de reconstrucción de la economía y la sociedad".
No lo tendrá nada fácil. Las encuestas vaticinan que Syriza será el vencedor el próximo 25 de enero, pero no con el margen suficiente como para obtener una mayoría de gobierno. Su margen de actuación vendrá determinado, lógicamente, por el apoyo popular que reúna y de las distintas alianzas a las que tenga que recurrir si no logra la mayoría parlamentaria suficiente. Movido por esta necesidad Tsipras envió este sábado un mensaje a ecologistas, comunistas y al frente de izquierda anticapitalista (Antarsya) pidiendo la confluencia pues “la batalla que tenemos que dar está por encima de las diferencias que existen dentro de la izquierda”. El mensaje quizá llega tarde y además suena muy electoralista, pero las encuestas no aclaran hasta el momento hacia dónde se dirigirá el voto de los indecisos.
Antonio Cuesta, corresponsal en Grecia de la agencia Prensa Latina.
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