El problema checo, que como ningún otro demostraría las falencias y las debilidades de la política anglo-francesa, se dio inmediatamente después de que Alemania se anexara a Austria. Checoslovaquia era un Estado multinacional que surgió como consecuencia de la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, luego de la Primera Guerra Mundial. Su existencia estaba garantizada por el Pacto de Asistencia Mutua, firmado en 1925 entre Francia y Checoslovaquia. Por otra parte, existía el tratado checo-soviético, según el cual en el caso de una agresión a Checoslovaquia, y si Francia cumplía con el Pacto de Asistencia Mutua, la URSS se comprometía a pelear contra el agresor. El 28 de abril de 1938, Gran Bretaña se comprometió a luchar junto a Francia en el caso de una guerra contra Alemania.
Checoslovaquia era un país en el que vivían principalmente checos, eslovacos, húngaros, polacos, moravos, alemanes y gitanos. Los Sudetes, era una región montañosa fronteriza con Alemania, que Hitler reclamaba para sí por estar poblada en algunos sectores mayoritariamente por alemanes. En esta región se encontraban las principales fortificaciones militares del Ejército Checo, por lo que Checoslovaquia quedaría desprotegida si llegara a perder los Sudetes. Inglaterra y Francia, que no querían cumplir sus compromisos, presionaron al gobierno checo para que hicieran a Hitler todas las concesiones posibles con respecto a los Sudetes. Se produjo la siguiente situación al borde de lo ridículo: Konrad Helein, representante nazi de los alemanes de los Sudetes, exigía concesiones casi al borde de lo imposible al gobierno del Presidente checoslovaco, Edvard Beneš, por presiones anglo-francesas éste cedía, entonces, Henlein, por indicaciones de Hitler, exigía más todavía. En julio de 1938 arribó a Londres, el capitán Wiedemann, enviado especial de Hitler. Informó al gobierno inglés que el Führer estaba iracundo y que, de no resolverse el problema de los Sudetes, habría consecuencias desastrosas. A lo que Lord Halifax le respondió: “Trasmítale a él que espero vivir hasta el momento en que se realice la meta fundamental de todos mis esfuerzos: Ver a Hitler con el rey inglés juntos en el balcón del palacio de Buckingham”.
El 13 de septiembre de 1938, Chamberlain voló a entrevistarse con Hitler en su residencia del Berchtesgaden para tratar de “lograr un acuerdo anglo-alemán” que resolviera el problema checo. Explicaba el Primer Ministro Inglés al rey de Inglaterra que se proponía plantearle a Hitler que Alemania e Inglaterra debían ser “los pilares de la paz en Europa y los baluartes contra el comunismo”. Luego de tres horas de conversación, Chamberlain aceptó el traslado de los Sudetes a Alemania. Le pidió a Hitler tiempo para consultar con París, aunque no con el gobierno de Checoslavaquia, y con su gabinete, al que sostuvo que al entregar los Sudetes a Alemania se lograría el deseado acuerdo con el Füher y “se puede amortiguar las dificultades existentes y alcanzar el acuerdo también en otros problemas”. Francia e Inglaterra propusieron a Praga que cediera a Alemania aquellas partes de los Sudetes donde viviesen más del 50% de alemanes, que se anulen los pactos de Checoslavaquia con Francia y la URSS; a cambio de ello se comprometían a garantizar las nuevas fronteras. La respuesta debía ser inmediata ya que Chamberlain debía encontrarse con Hitler el 22 de septiembre.
El Presidente checo, Edvard Beneš, preguntó a la Unión Soviética si estaba dispuesta a ayudar a su país en el caso en que Francia no lo hiciera y si tendría el respaldo de Moscú en la Liga de Naciones en el caso en que Checoslovaquia solicitara ayuda a ese organismo. Al día siguiente, Beneš recibió la contestación afirmativa de ambas preguntas. Con ese apoyo, Beneš rechazó la propuesta anglo-francés. Inglaterra y Francia montaron en cólera y le presentaron un ultimátum a Beneš: “Si los checos se agrupan con los rusos, la guerra podría transformarse en una cruzada contra los bolcheviques. Entonces a los gobiernos de Inglaterra y Francia les sería muy difícil quedar al margen”. La mañana del 21 de septiembre los checos aceptaron el ultimátum.
Hitler le exigió a Chamberlain, en la ciudad alemana de Godesberg, que antes del 28 de septiembre los Sudetes debían formar parte del Tercer Reich y, a pedido de Chamberlain, alargó el plazo hasta el 1 de octubre. Lord Halifax fue el encargado de entregar al Embajador de Checoslovaquia, Jan Masaryk, el memorándum. Se produjo el siguiente diálogo, Lord Halifax: “Ni el Primer Ministro ni yo queremos darle consejo alguno con respecto al memorándum. Pero piénselo bien antes de responder negativamente a él. El Primer Ministro inglés está persuadido de que Hitler sólo quiere los Sudetes, si lo consigue no reclamará nada más”; Masaryk: “¿Y usted cree eso?”; Lord Halifax: “Yo no le he dicho que el Primer Ministro esté convencido de eso”; Masaryk: “Si ni usted ni el Primer Ministro quieren darnos ningún consejo sobre el memorándum, entonces, ¿cuál es el papel del Primer ministro?”; Lord Halifax:“El de correo y nada más”; Masaryk: “Debo entender que el Primer Ministro se ha convertido en recadero del asesino y salteador, Hitler”; Lord Halifax, un poco turbado: “Pues, si le parece, sí ”.
Chamberlain envió a Beneš un mensaje en el que insistía que Praga debía cesar toda resitencia. La tarde de ese mismo día pronunció un discurso en el que sostuvo: “Qué horrible, qué increíble es que tengamos que abrir trincheras, ponernos máscaras antigás por la querella de un lejano país, de cuyo pueblo no sabemos nada”. Por noche, Alemania propuso la realización de una conferencia de cuatro potencias: Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. No fue tomada en cuenta la URSS, tampoco Checoslovaquia, que en esta conferencia perdió la quinta parte de su territorio, la cuarta parte de su población y la mitad de su industria pesada.
El 28 de septiembre, Chamberlain aceptó asistir a Münich. A la delegación checa, que esperaba impaciente fuera del lugar de la reunión, se le comunicó verbalmente el destino nefasto de su país. Sus delegados reclamaron indignados por lo monstruoso, criminal y absurdo de la resolución, a lo que se les contestó: “¡Es inútil discutir! Está decidido”. En Münich se dieron los primeros pasos para la firma de una alianza entre Inglaterra y Alemania. El objetivo lo descubre el historiador conservador inglés Sir Wheeler Bennet: “Existía la oculta esperanza de que la agresión alemana, si se la podía encauzar hacia el Este, consumiría sus fuerzas en las estepas rusas, en una lucha que agotaría a ambas partes beligerantes”.
Chamberlain regresó orondo a Londres. Blandía con mucho orgullo un papel que, según dijo él, aseguraba la paz por una generación. Como para reafirmar sus palabras, citó la frase de Henrique IV, de Shakespeare: “De la ortiga de los peligros sacaremos las flores de la salvación”. Al día siguiente, el periódico Izvestia de Moscú le recordaba la réplica que sigue a la misma frase: “La empresa que has cometido es peligrosa, los amigos que me has enumerado son inseguros, y el mismo momento ha sido mal escogido. Toda tu conspiración es demasiado liviana como para pesar más que dificultades graves”.
El drama de Münich tiene su propio epílogo. El 15 de marzo de 1939, las tropas alemanas entraron a Praga ante la impotente mirada de los “garantes”, Inglaterra y Francia, que no movieron un dedo para prestar la mínima ayuda a Checoslovaquia.
Después de lo ocurrido, el gobierno soviético definió la política de neutralidad de la siguiente manera: “Que cada cual se defienda como pueda contra los agresores. Eso no nos compete para nada, por nuestra parte seguiremos conversando con los agresores y sus víctimas”. Política que no ha cambiado hasta la fecha.
Rodolfo Bueno
No hay comentarios.:
Publicar un comentario