Continuamos el debate abierto con John Ackerman sobre las próximas elecciones. Nos centraremos en los argumentos vertidos en su último artículo Ludismo electoral y en los intercambios a través de redes sociales. Saludamos la apertura al debate.
Votar por el Morena ¿debilita al régimen?
Uno de los argumentos fuerza de John Ackerman en su artículo es que si dejamos de votar o las elecciones son boicoteadas “los corruptos, las televisoras, el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Pacto por México avanzarán juntos con toda tranquilidad en la consolidación de la dictadura mediático-militar bajo el mando de Washington y los mercados financieros internacionales”.
Advierte correctamente que la esfera electoral es clave para el sistema. Donde no coincidimos es en que votar “(…) por los pocos candidatos que valen la pena no es entonces “legitimar el sistema, es precisamente rebelarse contra el mismo”. Nuestra pregunta es ¿cómo nos estamos rebelando contra el sistema votando –en concreto- por los candidatos del Morena?
No es la posición de la que suscribe estas líneas que sea incorrecto participar en la arena electoral; no somos antiparlamentarios como algunas tendencias políticamente infantiles. Lo que hemos tratado de alertar es que estas elecciones en particular, tienen el objetivo estratégico de legitimar al régimen político de conjunto y generar de nueva cuenta confianza en las instituciones que, como bien dice Ackerman, están podridas. La principal preocupación del régimen es que se acuda a las urnas a respaldar a alguno de los partidos en contienda, sea cual sea. No es casual que la propaganda del INE esté tan orientada a darle credibilidad al voto en general.
En el marco de ese objetivo estratégico que comparten todos, el PRI, el PAN y el PRD están en competencia entre sí y con Morena. Un ascenso de este último, sin duda pondrá en escena un nuevo competidor con una importante base social pero, en estos momentos, después del cimbronazo que sufrió el régimen el año pasado, ese es su “mal menor”. Esto en tanto la dirección del Morena se comprometa -como ha hecho cada vez más crecientemente- a no cuestionar de fondo al conjunto de las instituciones y garantizar la preservación del status quo.
Hemos dicho también que ninguno de los partidos en contienda representa las aspiraciones populares. Las enormes restricciones del INE para que las organizaciones de izquierda y de trabajadores accedan a un registro legal son sintomáticas de la antidemocracia imperante.
La dirección del Morena ha seguido un curso de derechización en los últimos años. Pero aún así, cuenta con un importante apoyo frente al giro conservador del PRD. Caudales de agua han pasado desde el plantón en Reforma para defender el voto, al silencio cómplice frente a la criminalización de la protesta social en el Distrito Federal que, dicho sea de paso, cuenta ya con decenas de detenciones arbitrarias que han quedado impunes, presos políticos en su mayoría jóvenes y la persistencia del llamado “protocolo de seguridad para el control de multitudes” basado en la premisa de la cero tolerancia.
La intención ha sido presentarse como una oposición “potable” a los ojos de las clases dominantes. Ackerman nos pregunta que, de haber una alianza electoral entre el Morena y el movimiento “¿por qué sería Ayotzinapa quien se subordinaría al Morena y no viceversa?” Porque éste, a su vez, para poder ser una oposición potable, tiene que pactar con los sectores más concentrados del régimen político, garantizar los negocios millonarios de los grandes capitalistas –como lo hizo López Obrador como jefe de gobierno con Carlos Slim- y contener cualquier acción independiente del movimiento social. Porque el movimiento, al integrarse a un posible gobierno con Morena en Guerrero y al llamar a votar a sus candidatos, perdería su carácter independiente y diluiría la profunda crítica al conjunto del régimen y sus instituciones. El Morena no se está subordinando al movimiento, sino más bien, le está ofreciendo cargos dentro del régimen que es responsable de la desaparición forzada de los 43 normalistas, ¿no hay en esta estrategia un intento claro de cooptación?
De muestra valga un botón
Tenemos en nuestro haber la propia experiencia histórica. El PRD, partido del cual proviene la dirección del Morena, se constituyó desde sus orígenes con un programa que cuestionaba la antidemocracia del PRI, pero no las bases estructurales de lo que Ackerman llama la “dictadura mediático-militar bajo el mando de Washington y los mercados financieros internacionales”. Desde su surgimiento, actuó como “partido de la contención” para que las justas aspiraciones populares, no se salieran del carril de las consagradas instituciones y así edificar la llamada “transición democrática”, la operación desde arriba para que el PRI no cayera producto de la acción independiente del movimiento popular.
Actuar como “partido de la contención”, llevó al partido del sol azteca a integrarse cada vez más al régimen y a reproducir las peores prácticas del revolucionario institucional, cuya manifestación más salvaje, fue la reciente desaparición forzada de los normalistas.
Durante las décadas previas, la llamada “izquierda social” fue exhortada una y otra vez a alinearse con el PRD electoralmente para cerrarle paso a la derecha. Cuando no lo hizo, toda expresión independiente fue denostada: al ala izquierda de la huelga de 1999 en la UNAM se le llamó “ultra”, a los zapatistas en el 2006 se les acusó de estar haciéndole el juego al PRI con su “otra campaña” y ahora, los padres y normalistas de Ayotzinapa están siendo señalados como “extraviados” por las plumas siempre listas de los intelectuales orgánicos.
También somos enemigos del fraude pero ¿cómo enfrentarlo?
Según nuestro interlocutor “Lo que nos tiene sumidos en la más absoluta ignominia no son las elecciones o los partidos en sí mismos, sino el fraude y la corrupción política. No fue el voto lo que llevó Enrique Peña Nieto, Ángel Aguirre y José Luis Abarca a sus puestos, sino la dictadura mediática, la compra de voluntades y la parcialidad de las instituciones electorales”. Desde nuestro punto de vista, lo que nos tiene sumidos en la más absoluta ignominia es el proyecto económico gestado durante los últimos años que se basa en la integración, en términos de subordinación al imperialismo norteamericano, el cual no es cuestionado por ningún ala del régimen político, incluyendo a López Obrador. Pero no nos detendremos ahora en esta cuestión. Coincidimos con Ackerman en que, uno de los aspectos que expresan la putrefacción del régimen político es que no puede garantizar ni el derecho democrático más elemental como el respeto al voto. En ese sentido, si nuevamente el PRI y sus aliados perpetraran un fraude en la elección del 7 de junio, estaríamos en la primera línea de defensa del voto como hicimos en el 2006 y en el 2012. Pero al mismo tiempo nos preguntamos ¿es la política de AMLO frente al régimen político una alternativa? ¿Fue efectiva la estrategia de AMLO para enfrentar el fraude? ¿Nuevamente la energía social será llevada a la confianza en la nada honorable Suprema Corte de Justicia de la Nación?
La estrategia de AMLO se demostró desastrosa para hacer efectiva la consigna del “voto por voto, casilla por casilla”, precisamente por basarse en la premisa de confiar en las instituciones, apuntar a su “reforma” y “democratización”, más que en la potencialidad y fuerza del movimiento popular para derrotarlo en las calles.
No renunciamos a construir un instrumento político de y para los de abajo
Ackerman y el resto de los intelectuales que llaman a votar al Morena –entre los cuales el primero tiene el mérito de buscar un debate con argumentos frente a las denostaciones de AMLO o Rodríguez Araujo contra la izquierda-, postulan que una política independiente es “ludismo”. Esto es, una política primitiva que no tomaría en cuenta las necesidades del momento. Pero la realidad es que si se quiere bregar por una estrategia que responda a las necesidades del movimiento obrero y popular, es necesaria una perspectiva muy distinta a la que sostiene nuestro interlocutor.
Necesitamos poner en pie un instrumento político que, construido desde abajo y fogueado en la lucha de clases, levante un programa que cuestione las raíces del régimen mexicano –otrora unipartidista, ahora travestido en tripartidista-. Se trata de que, el conjunto de las reivindicaciones sociales más sentidas por los trabajadores, los campesinos, los jóvenes, las mujeres, los estudiantes y los pueblos originarios, irrumpan en el escenario de la política con una estrategia propia. Dicha estrategia (Ackerman introduce esta categoría para explicar su política), tiene que ponerse el objetivo de cambiar la relación de fuerzas para echar abajo este régimen irreformable y sentar un poder de nuevo tipo, basado en la autodeterminación de los explotados y oprimidos.
Esta estrategia –entendida como el arte de organizar el conjunto de las operaciones aisladas para ganar la guerra-, debe tener expresión en el terreno táctico. La política para las elecciones intermedias del 7 de junio está en ese terreno, el táctico. Desde nuestro punto de vista, una táctica consecuente en el camino de forjar la independencia política, no solo de la “izquierda social” sino de los trabajadores y los sectores populares, es participar con una política que lleve, al terreno de las urnas, el hartazgo contra el régimen marcando en la boleta ¡Faltan 43!
Como plantea Ackerman, el movimiento obrero inglés emergió en plena consolidación del capitalismo moderno a través del ludismo. El proletariado daba pasos inseguros hacia su constitución como sujeto político. Ya por eso en la tradición marxista y en la propia experiencia obrera, surgió una tendencia que bregó, desde mediados del siglo XIX porque los asalariados se organizaran políticamente y reconocieran plenamente a sus enemigos. De no hacerlo, tendrían que ir a la cola de una u otra variante del naciente régimen burgués. ¿Debemos repetir los errores del pasado?
Jimena Vergara
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