domingo, abril 12, 2015

Hace 63 años triunfaba la insurrección obrera en Bolivia



El 11 de abril de 1952 la clase obrera tomó un rol protagónico en la Revolución Boliviana. El historiador Juan Hernández analiza este proceso.

Hacia 1950, Bolivia era uno de los países más pobres de América Latina. Su principal riqueza, la minería del estaño, estaba monopolizada por tres familias: Patiño, Aramayo y Hoschild. Unos 800 terratenientes eran propietarios de la mayoría de las tierras útiles del altiplano y los valles, explotando al campesinado indígena bajo el sistema del colonato, que incluía prestaciones de servicios a título gratuito. Esta elite rodeada de un pequeño grupo de periodistas, funcionarios y políticos profesionales conformaban la rosca, como despectivamente se conocía al núcleo duro oligárquico.
La guerra del Chaco con Paraguay (1932-1935), desnudó la corrupción del régimen político y el carácter semi-colonial del país. A su término se fundaron los partidos políticos modernos y avanzó la organización del movimiento obrero. Surgieron el Partido Obrero Revolucionario, (POR, troskista, 1935), el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR, comunista stalinista, 1940) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, 1942).
En diciembre de 1942 se produjo la masacre de Catavi: una marcha de mineros encabezada por sus mujeres (palliris) fue ametrallada por el ejército. La luctuosa jornada permitió un primer acercamiento del MNR al movimiento obrero, al efectuar sus representantes una denuncia e interpelación parlamentaria por la masacre. En 1944, los trabajadores mineros concretaron la fundación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), organización que se convertirá en la columna vertebral del movimiento obrero boliviano en los siguientes 40 años.
Un antecedente importante de la Revolución de 1952 fue el gobierno del coronel Gualberto Villarroel (1943-1946), un militar nacionalista apoyado por la logia militar RADEPA (Razón de Patria) y el MNR. Villarroel decretó numerosas leyes sociales y alentó la organización del movimiento obrero. En 1945 promovió el primer Congreso Indigenal de Bolivia y decretó la abolición de todas las formas de prestación gratuita de trabajo en el campo. Su gobierno mantuvo la neutralidad en la guerra mundial, por lo que fue combatido por los Estados Unidos, los partidos oligárquicos y el PIR. Estos últimos formaron la Unión Democrática Boliviana (UDB). Villarroel fue derrocado y asesinado el 21 de julio de 1946.
En este contexto, la Federación Minera convocó un Congreso Extraordinario, celebrado en noviembre de 1946 en la localidad de Pulacayo, con el propósito de debatir la posición de los trabajadores frente a los dramáticos acontecimientos. El Congreso aprobó las famosas Tesis de Pulacayo, redactadas por Guillermo Lora (POR). Las Tesis, basadas en la teoría de la revolución permanente, representan una clara superación de los planteos etapistas del stalinismo, inscribiendo la resolución de las tareas antiimperialista como una fase de la revolución obrera y el socialismo, y contraponiendo la revolución obrera y campesina a la revolución nacional postulada por el MNR. La adopción de las Tesis por los mineros fue una gran conquista de la izquierda revolucionaria, convirtiéndose en la plataforma política y teórica de los trabajadores mineros en los años siguientes.
El asesinato de Villarroel abrió el sexenio, un período de seis años (1946-1952), caracterizado por la agudización extrema de la lucha de clases. El POR dirigió importantes conflictos obreros entre 1947 y 1949, pero no logró capitalizar su ascendiente para construir un partido de masas. Incidió en ello la feroz represión gubernamental, debilidades organizativas y ciertas tendencias sindicalistas, de acuerdo al balance de Lora. A partir de 1949 se inicia el declive del POR y el crecimiento de la influencia del MNR en el movimiento obrero, que supo capitalizar a su favor el martirologio de Villarroel y adoptó posiciones radicalizadas a través de la dirigencia de la FSTMB encabezada por Juan Lechín. Ese mismo año impulsó una rebelión cívico-militar en varias ciudades que fracasó, y en 1950 una huelga general semi-insurreccional ferozmente reprimida. En 1951 se convocaron elecciones generales, donde triunfó la fórmula Víctor Paz Estenssoro-Hernán Siles Suazo. El presidente en ejercicio, Mamerto Urriolagoitía, entregó el poder a una junta militar dirigida por el general Ballivián, que cerró el Congreso y desconoció los resultados electorales. Con el “mamertazo”, como se llamó popularmente al autogolpe, una época llegaba a su fin.
El MNR, dirigido por Siles Suazo, organizó un complot, con la ayuda del general Antonio Seleme, jefe de los carabineros de La Paz. El objetivo era la formación de un gobierno cívico-militar que convocara a nuevas elecciones. En la madrugada del 9 de abril de 1952 se inició la insurrección: los comandos movimientistas tomaron los principales edificios públicos y la radio Illimani, con el apoyo de los carabineros. Pero la Junta Militar resolvió resistir, y el jefe de estado mayor, general Humberto Torres Ortiz, convocó un total de nueve regimientos acantonados en la ciudad y sus cercanías, que inmediatamente rodearon los edificios públicos ocupados. El 10 por la tarde, creyendo todo perdido, Seleme se asiló en la embajada de Chile. Siles Suazo intentó negociar, pero los militares no ofrecieron garantías, por lo cual debió continuar la lucha.
En la madrugada del 11 de abril los primeros contingentes mineros, procedentes de Milluni, comenzaron a descolgarse por las laderas de los cerros que rodean a La Paz. Portando sus cargas de dinamita, las lanzaban a las tropas apenas topaban con ellas. Los soldados arrojaban sus armas y huían, los mineros las tomaban y avanzaban. En cuestión de horas la situación se dio vuelta. En la tarde del 11 de abril, Torres Ortiz firmó su rendición ante Siles Suazo, mientras los efectivos del ejército masacrador de la rosca, desarmados y derrotados, debieron desfilar entre los obreros triunfantes. Los mineros de Bolivia habían obtenido el triunfo más sensacional de toda su historia. En síntesis, el MNR intentó un golpe de estado tradicional, la resistencia del ejército abrió una crisis que permitió la intervención de los mineros, transformando lo que iba a ser un golpe palaciego más de la historia de Bolivia en el inicio de la revolución.
El 15 de abril, Paz Estenssoro regresó de su exilio en la Argentina y se hizo cargo del gobierno, con Hernán Siles Suazo como vicepresidente. Dos días después, el 17 de abril, se formó la Central Obrera Boliviana (COB). Nacida en las barricadas todavía humeantes de la insurrección de abril, la COB era la legítima representación de los trabajadores que hicieron la revolución. Juan Lechín fue designado secretario ejecutivo y Germán Butrón secretario general. Su programa fundacional era la lucha por la nacionalización de las minas y los ferrocarriles, la revolución agraria, la defensa de las conquistas sociales, la independencia política de la central obrera.
¿Cual era el panorama el día después del triunfo de la insurrección? Lo más impactante era la destrucción del ejército, producida tras tres días de lucha en La Paz y Oruro. Las milicias formadas al calor de los acontecimientos sólo en una mínima parte estaban controladas por el MNR, la mayoría respondían a los sindicatos y a la COB.
Autores marxistas como Alberto Pla o Liborio Justo (Quebracho) sostienen que en esos momentos tendía a plantearse una situación de dualidad de poderes entre la COB y las autoridades. Pero al mismo tiempo la COB participaba en la gestión gubernamental mediante la inclusión de “ministros obreros” en el gobierno del MNR Este último aspecto es resaltado por otros autores como Ernesto Ayala Mercado, quien acuñó la expresión “Cogobierno MNR-COB” para describir la situación. Ambos hechos expresaban tendencias que coexistían al interior de las masas: los trabajadores pretendían imponer a las autoridades las decisiones de las organizaciones sindicales, pero también creían que el gobierno del MNR iba a llevar a cabo la revolución social por la cual ellos habían luchado.
Lamentablemente, no existió un partido u organización política que planteara con claridad que la dualidad de poderes se resolviese a favor de la COB. El Partido Comunista (PC, el PIR se había disgregado) apoyaba abiertamente al gobierno, y el POR no cuestionó la participación de los dirigentes obreros en el gabinete. Su estrategia inicial fue defender al gobierno ante las amenazas imperialistas, desarrollar una política de “apoyo crítico” y exigir la radicalización de las reformas propuestas, con el objeto de presionar el ala izquierda del MNR. Al no surgir una dirección obrera que buscase concientemente resolver la dualidad de poderes a su favor, se trabó la posibilidad de avanzar en la revolución social, imponiéndose finalmente la política del gobierno. El contenido fundamental de la revolución de 1952 fue el sufragio universal, la nacionalización de las minas y la reforma agraria, concretado entre 1952 y 1953, y en 1955 se aprobó un nuevo Código Educativo a nivel nacional. A pesar de sus limitaciones, estas medidas produjeron transformaciones duraderas en la sociedad y la economía de Bolivia.
Durante el mandato de Paz Estenssoro (1952-1956) se mantuvieron los “ministros obreros” en el gabinete, pero persistió una tensa relación entre la COB y el gobierno. Los trabajadores reclamaban la nacionalización de las minas sin indemnización y bajo control obrero, el gobierno las puso bajo administración de sus funcionarios y pactó una indemnización con sus antiguos dueños. La COB también se opuso a la reorganización del ejército apoyada por Estados Unidos.
Hernán Siles Suazo (1956-1960) lanzó un plan de estabilización monetaria pergeñado por el FMI, al cual se opuso la COB. El gobierno reprimió al movimiento obrero y terminó con el “cogobierno”. Las tendencias conservadoras y antiobreras se acentuaron en el segundo mandato de Paz Estenssoro (1960-1964), donde se promovió el rearme acelerado del ejército.
Ante ello, los mineros retomaron los planteamientos básicos de la Tesis de Pulacayo, plasmados en los Congresos de Colquiri-San José (1958) y Colquiri (1963). En este último se adoptó la Tesis de Colquiri, en la que se acusa al gobierno de aceptar los planes imperialistas, planteando la ruptura política y organizativa del movimiento obrero con el MNR.
El 4 de noviembre de 1964 un golpe de estado impuso una junta militar presidida por el general de aviación René Barrientos Ortuño, en ese momento vicepresidente de un tercer mandato de Paz Estenssoro. Los militares estaban de nuevo en el centro del escenario político, y permanecerían en él hasta 1982.
El golpe del 4 de noviembre de 1964 es considerado habitualmente como el fin de la revolución iniciada con la insurrección de abril de 1952. Sin embargo, la revolución terminó antes pero también después de ese 4 de noviembre. Antes, porque la capacidad de innovación y transformación social se había agotado tras los primeros años revolucionarios; y después, porque la economía y la política boliviana, seguían respondiendo al proceso abierto en abril de 1952.
El proceso boliviano marca el agotamiento inexorable del proyecto nacionalista, que como en el resto de los países latinoamericanos dibujó una curva descendente. Ya en los sesenta el MNR dejó el discurso nacionalista para las celebraciones patrias, asumiendo el proyecto desarrollista en alianza con el capital extranjero y las fuerzas armadas. En los setenta el MNR apoyó a la dictadura de Banzer, y en 1985 inauguró el ciclo neoliberal en Bolivia.
Los mineros y la izquierda, por su parte, acudieron a su gran fortaleza de reserva: los viejos y vigentes postulados de Pulacayo, desde los cuales interpelaron en muchas oportunidades a la dirigencia sindical. Es lo que permitió la reconstrucción de tendencias clasistas al interior del sindicalismo minero, que se expresarán en la experiencia de la Asamblea Popular.
La revolución de 1952 fue frustrada, vencida, desfigurada, como se lo quiera expresar. Pero en la sociedad burguesa no existe ninguna universidad donde se enseñe a los hombres y mujeres como hacer la revolución. La frustración y la derrota, como decía la inolvidable Rosa Luxemburgo, son las únicas escuelas de los revolucionarios. Recordemos la heroica gesta de los mineros de Bolivia, aprendamos de los errores. Este será nuestro mejor homenaje.

Juan Luis Hernández

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