viernes, agosto 10, 2018

Las sanciones contra Irán y la política de apriete de Trump



A partir del primer minuto del 7 de agosto entró en vigor un decreto del presidente Donald Trump reinstalando las sanciones económicas contra Irán que Estados Unidos había suspendido bajo el gobierno de Obama, luego de la firma del acuerdo nuclear multilateral entre el régimen de los ayatolas en 2015 y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Rusia y China) más Alemania, conocido como P5+1.

Las sanciones económicas no configuran una estrategia

La reimposición escalonada de las sanciones es la consecuencia directa del retiro de Estados Unidos del acuerdo en mayo pasado, no por incumplimiento de las obligaciones asumidas por Irán, sino porque Trump considera al acuerdo como perjudicial para los intereses norteamericanos.
El razonamiento que está detrás de este primer apriete es el que subyace al conjunto de la errática política internacional y comercial de la actual administración: que Obama, percibiendo la crisis del liderazgo norteamericano, actuó bajo una lógica de “mal menor”, lo que debilitó la posición de Estados Unidos frente a sus aliados, socios y enemigos.
Como sucede en otros ámbitos de la política doméstica y exterior, el establishment norteamericano está dividido. Un sector nada despreciable de la inteligencia militar y el partido demócrata se oponen a la política de Trump hacia Irán porque creen que Estados Unidos debe focalizar sus recursos militares, diplomáticos y económicos en contener a Rusia y prepararse para un futuro conflicto con China, y que sería suficiente para mantener a raya a la teocracia iraní tratar de incidir sobre el resultado de la guerra civil en Siria limando lo más posible la influencia de Irán.
En esta primera ronda de sanciones, el blanco del castigo son algunos sectores de la economía persa como la aviación, la industria automotriz y de autopartes, la operación en dólares, las exportaciones de pistacho y alfombras, y la compra de oro y otros metales. El 5 de noviembre próximo, un día antes de las elecciones de medio término en Estados Unidos, la administración Trump va a reponer las sanciones que apuntan de lleno al comercio exterior, en particular al Banco Central y al petróleo iraní para reducir al mínimo las exportaciones de crudo y gas, que son la principal fuente de ingresos de la economía persa.
Las sanciones económicas son utilizadas con asiduidad por las potencias imperialistas –ya sea de forma multi o unilateral- como arma de presión con distinto grado de intensidad para disciplinar y eventualmente someter a regímenes díscolos. Es el caso de Irán, Cuba, Corea del Norte e incluso la Rusia de Putin. Es decir, sin dudas son un instrumento político, pero en sí mismas no configuran una estrategia.
¿Qué espera obtener Trump de esta suerte de estrangulamiento en cuotas del régimen que hoy gobierna la República Islámica de Irán?
Aunque lo parezca, la respuesta no es obvia. Y como mínimo, involucra tres dimensiones: una regional, que hace a la política de Estados Unidos en el Medio Oriente; una internacional, que hace a la tensa relación entre Estados Unidos con la Unión Europea y China (y en menor medida Rusia); y una interna, que hace a las elecciones de medio término, que podrían ser vitales para la administración Trump.
La política norteamericana en Medio Oriente: renegociar en otros términos
Empecemos por el plano regional. Es evidente que el interregno en el cual rigió el acuerdo nuclear fue solo un respiro en el marco de una relación de hostigamiento por parte de Estados Unidos contra Irán desde la revolución de 1979. Ese respiro terminó. Sin embargo, las sanciones no necesariamente sean la antesala de una acción punitiva militar contra Irán, como espera, por ejemplo su amigo, el ultraderechista Netanyahu, aunque desde ya no se puede descartar de forma absoluta que la situación escale.
El objetivo de Trump parece ser renegociar un acuerdo más duro porque sostiene que Obama fue demasiado generoso y se contentó solo con una meta menor que fue sentar al régimen teocrático en la mesa de negociación. El presidente norteamericano sospecha que si presiona hasta el punto de la asfixia, le podrá extraer más concesiones a un régimen agobiado por la crítica situación económica que está limando su base de legitimación y alimenta las protestas esporádicas de prácticamente todos los sectores sociales, que se suceden desde el pasado diciembre.
Es lo que dicen a su manera el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, los halcones antiiraníes que hoy ocupan los puestos clave en el círculo estrecho del poder imperialista, cuando insisten en acusar a Irán promover el terrorismo internacional y desarrollar todo tipo de “actividades malignas” (sic) en el Líbano, Siria y Yemen y hasta cierto punto en Irak.
Las exigencias de Trump al régimen iraní para no quedar aislado y ser readmitido en la “economía global” son exorbitantes para un estado soberano. Pide no solo la destrucción del programa nuclear, incluso para uso civil, sino también que abandone el desarrollo de misiles y que cambie su política exterior. En síntesis, la política agresiva de Trump busca como mínimo liquidar las aspiraciones del régimen teocrático de transformar a Irán en un hegemón regional, reforzadas por el derrocamiento de Hussein en Irak y el desarrollo de la guerra civil en Siria. Y si todo sale bien desde el punto de vista imperialista, restablecer el lugar de peón de Washington que tenía Irán bajo el Shah, antes de la revolución de 1979, para celebración de Israel y Arabia Saudita.

Un desaire a la Unión Europea y las consecuencias sobre China y la India

En el plano geopolítico, las sanciones se inscriben en la política agresiva de Trump que busca reafirmar la primacía de Washington sobre aliados y enemigos.
La retirada unilateral de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán fue un desaire a la Unión Europea que sigue sosteniendo el acuerdo. No se trata solo de dejar en evidencia la irrelevancia geopolítica del bloque europeo, sino, sobre todo, de negocios.
La Unión Europea respondió en pleno a las sanciones norteamericanas con un comunicado conjunto de los 28 miembros reiterando su voluntad de proteger los intereses de las grandes corporaciones europeas que tienen negocios con Irán. El comercio europeo con Irán estuvo en torno de los 23.000 millones de dólares, y el 75% con el sector energético. Bruselas reactivó el estatus de bloqueo, una normativa que sanciona a empresas que acaten las penalidades norteamericanas que data de 1996, cuando se endureció el embargo de Estados Unidos contra Cuba, Libia e Irán.
Pero funcionarios de la Casa Blanca ya desestimaron esta amenaza de sus socios occidentales. Y de hecho el estatuto del bloqueo es de muy difícil aplicación, primero porque debe probar que la compañía está acatando el bloqueo de Washington; y segundo, y más importante, porque la Comisión Europea no tiene la facultad para imponer las sanciones, lo que correspondería a cada estado miembro. Por otra parte, nadie se imagina a la Comisión Europea persiguiendo a Total, Siemens o Daimler por no mantener sus inversiones en Irán.
Y si como ha dicho Trump, la elección para la UE es entre el acceso al mercado norteamericano (y al mercado financiero global dominado por Estados Unidos) o seguir haciendo negocios con Irán, la respuesta es obvia.
Estados Unidos y la UE están en modo colisión, como se vio en la agitada cumbre de la OTAN el mes pasado y en la guerra comercial, ahora atenuada, que le ha lanzado Trump.
Las sanciones contra Teherán indirectamente afectan a China y la India, ambas con relaciones económicas significativas con Irán. Para la burocracia de Beijing se trata de un episodio más que se suma a la guerra comercial en curso y a las tensiones militares que genera la disputa con Estados Unidos a través de sus aliados por el control del Mar de China Meridional.
La India es uno de los principales compradores de petróleo iraní y ha invertido millones en el puerto de Chabahar, por lo que la exigencia norteamericana sumó tensión a una relación ya tensa con el gobierno nacionalista de Modi.
Por último, Rusia también se ha manifestado en contra de las sanciones, aunque varios analistas especulan con que en Helsinki Putin acordó con Trump empujar a las milicias iraníes a varios kilómetros de Israel en Siria.

La política interna ante las elecciones

Por último, el frente interno. El repudio al acuerdo con Irán –al que llamaba “el peor acuerdo en la historia de Estados Unidos”- fue una de las promesas cumplidas de la campaña de Trump. Como la guerra comercial con China o la UE, y otras iniciativas, son reconvertidas en política interna para el consumo de la base electoral del presidente a escasos meses de las elecciones de medio término. La situación interna es un incógnita. Trump espera que el buen momento que atraviesa la economía trabaje para su triunfo. A la vez, sigue avanzando por un carril paralelo la investigación Robert Mueller, el fiscal especial del Rusiagate, que intenta probar la injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales de 2016 y la complicidad del presidente y que ya cuenta con una media docena de arrepentidos.
No casualmente se compara la guerra sin cuartel entre Trump y la llamada “comunidad de inteligencia” (FBI, CIA) con la crisis de Watergate que terminó con la presidencia de Nixon. Está por verse ya no cuánto durará la mejora de la economía sino si alcanzará al menos para amortiguar las divisiones en el aparato estatal y la polarización social y política en noviembre.

Claudia Cinatti

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