domingo, abril 07, 2019

Rebecca West, una feminista que no merece el olvido



No es fácil acordarse de una señora ya mayor que en la película “Reds” (Warren Beatty, USA, 1980), evoca con simpatía y distancia sus vicisitudes como feminista aliada al ideal revolucionario…Se trataba de Cecily Isabel Fairfield Andrews; Kerry (Irlanda, 1892 – Londres 1983), conocida escritora británica que en los años ochenta Argos-Vergara publicó sus dos novelas más conocida, la antimilitarista “El retorno del soldado” (que conoció una académica versión fílmica con Alan Bates y Julie Christie), y la feminista rompedora “Ann Varonique” en la que evoca sus amores “adúlteros” en unos tiempos en el que la opinión pública todavía lapidaba…a las culpable. Ya había pasado su tiempo, pero lo suyo fue representativo de una vanguardia activista en la que el talento literario siempre fue reconocido.
Rebecca, después de una breve carrera de actriz en Londres, se dedicó al periodismo político y a la defensa de sus ideas feministas, acabó adoptando el nombre de un personaje de Ibsen. Dotada de un agudo espíritu polémico, escribió ensayos sobre Henry James (1915), D.H. Lawrence (1930), San Agustín (1933) y Marshall McLuhan (1969); un extenso reportaje sobre la Yugoslavia resistente (Cordero negro, halcón gris, 1941). También el ensayo “El significado de la traición” (1949); un libro impactante sobre el juicio de Nuremberg (A train of powder, 1955) así como novelas como El regreso del soldado (1918), Harriet Hume (1929), La fuente rebosante (1957) yLos pájaros se caen (1966). Además tomó parte del movimiento sufragista y feminista como militante de primera fila.
Rebecca West estudió en el Georges Watson Ladies College de Edimburgo y debutó a los dieciocho años como brillante y polémica periodista de The Freewoman, revista aparecida en 1911 en la cual continuó colaborando cuando pasó a llamarse The New Freewoman y más tarde The Egoist. Fue entonces cuando asumió el seudónimo de Rebecca West, la heroína del drama La casa de Rosmer, de Henrik Ibsen. En 1912, un año después de cambiar su nombre, ya era reconocida como narradora, crítica literaria y analista política situadfa en la izquierda del laborismo. Militante antifascista, apoyó a la República española en campañas de ayuda al lado de Emma Goldman, lo que le significó la inemistad del comunismo oficial, con el estalinismo que siempre rechazó
Socialista convencida y compañera durante algunos años de H. G. Wells (tuvieron un hijo, Anthony West, novelista también que crió ella), trabajó en el campo del periodismo político y literario para The Clarion, el Daily News, el Daily Herald y otros periódicos, siendo durante toda su vida una figura pública acreditada. Entre su vasta producción ensayística se encuentra un estudio sobre Henry James de 1915, una biografía de San Agustín de 1933 (St. Augustin), un libro sobre Yugoslavia de 1941 (Cordero negro, halcón gris) y otro ya mencionado, El significado de la traición, que supuso un fidedigna reconstruccióln del significado de los juicios contra los críminales de guerra nazi.
Su primera novela fue El regreso del soldado (1918), en la que describió en profundo el traumático retorno a casa de un excombatiente. Dentro del género narrativo dio a la imprenta ocho novelas, entre ellas El juez (1922), Harriet Hume (1929), La caña que piensa (1936), la autobiográfica La fuente rebosante (1957) y Los pájaros se caen (1966), novela también inspirada en personajes y hechos reales; las cualidades, defectos y contradicciones de sus personajes resultan perfectamente creíbles, transparentándose en el caso de su protagonista, Laura, la militancia feminista de la autora. El mismo que merece ser recuperado del olvido en un tiempo en el que las mujeres han dicho basta, y han comenzando a caminar por su propio trayecto.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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