sábado, enero 18, 2020

La eterna memoria del futuro



El cementerio de Friedrichsfelde, en Berlín, narra silenciosamente a través de sus símbolos, gran parte de la historia de la lucha de clases en Alemania. Este cementerio municipal se inauguró en 1881, en unos terrenos que aún no formaban parte del tejido urbano de Berlín.

Abierto a “todas las confesiones y clases sociales”, conocido como “cementerio de los pobres”, Friedrichsfelde fue convirtiéndose en el lugar de entierro de los principales dirigentes socialistas y del movimiento obrero alemán, especialmente después del funeral de Wilhelm Liebknecht –fundador del Partido Socialdemócrata-, ocurrido en 1900 y al que concurrieron más de 100 mil personas que marcharon durante cinco horas por las calles de Berlín.
Hoy, sin embargo, es conocido mundialmente porque aquí se encuentran los restos de Rosa Luxemburgo y cada 15 de enero, miles de manifestantes de organizaciones de izquierda realizan una extensa y colorida movilización que, junto con otros miles de personas que acuden espontáneamente con sus claveles rojos, culmina en el monumento de los socialistas. Los viejos fundadores de la socialdemocracia y los revolucionarios comunistas, junto a otros muertos más recientes de la burocracia estalinista, yacen en el mismo sitio, después de numerosas idas y vueltas.

Los revolucionarios, al fondo del cementerio

En 1919, según la voluntad del Partido Comunista, Karl Liebknecht –asesinado en enero por orden del régimen- y otras treinta y un víctimas de los combates revolucionarios debían ser enterrados en el cementerio donde se encontraban los muertos de la revolución de 1848. Sin embargo, las autoridades decidieron que serían enterrados en Friedrischfelde, en una fosa común al fondo del cementerio. Después que se hallara el cuerpo de Rosa Luxemburgo –que también había sido asesinada en enero de 1919- en el canal Landwehr, en el mes de junio, fue sepultado en el mismo sitio, como su compañero Leo Jogiches, otros dirigentes sindicales y trabajadores anónimos.
Significativamente, mientras las tumbas de los fundadores del Partido Socialdemócrata y otros dirigentes de la República de Weimar se encontraban cerca de la entrada del cementerio, los comunistas que habían sido asesinados por ese mismo régimen o habían caído en los combates revolucionarios de 1919 fueron enterrados en el extremo opuesto. Pero poco después, en 1926, se construyó un monumento para los dirigentes revolucionarios y otros miembros del Partido Comunista. El diseño fue del arquitecto Ludwig Mies van der Rohe –quien sería el último director de la Bauhaus, antes de que esta escuela de arquitectura moderna fuera cerrada por el régimen nazi.
Desde que Hitler llega al poder, la Gestapo mantiene vigilado el monumento de los comunistas y las personas que se acercan a dejar flores o rendir homenaje a los revolucionarios muertos son arrestadas. Hasta que, en 1935, el nazismo destruyó totalmente el monumento y arrasó las tumbas de los comunistas. Recién en 1983, una placa conmemorativa indica el lugar donde se encontraba la obra de van der Rohe.

País dividido, memoria unificada

Después de la derrota de Hitler en la Segunda Guerra Mundial y con el territorio alemán repartido entre las potencias imperialistas y la Unión Soviética, la socialdemocracia y el estalinismo decidieron unir las tumbas de los dirigentes del viejo SPD y los revolucionarios de 1919 en un espacio común. Pero el cementerio de Friedrichsfelde había quedado ubicado en la zona de Berlín que pertenecía a la ex República Democrática Alemana, por eso fue su presidente Wilhelm Pieck quien tomó las principales decisiones sobre el diseño del nuevo monumento conocido como el Memorial de los Socialistas, que se inauguró en 1951, en el aniversario del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
El nuevo monumento, entonces, quedó integrado por un círculo central, con tumbas de honor dispuestas en forma radial alrededor de una placa que reza “Los muertos nos advierten” y un muro que rodea ese espacio central, donde se encuentran otras tumbas de viejos socialdemócratas y urnas funerarias de dirigentes comunistas y estalinistas, además de una gran placa con los nombres de las víctimas de la resistencia al régimen nazi y quienes cayeron en combate en la guerra civil española.
Entre las tumbas de honor, se pueden ver las placas de Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Franz Mehring, fundadores del Partido Comunista Alemán. Muchas décadas más tarde fueron enterrados en ese mismo sitio otros dirigentes partidarios y funcionarios de la burocracia estalinista.

Cae el muro, Rosa sigue presente en la memoria

Con el régimen estalinista, los actos conmemorativos por el asesinato de Rosa Luxemburgo fueron transformados en un ritual oficial y perdieron el carácter de movilización obrera espontánea que, año tras año, reunía a miles de trabajadoras y trabajadores que rendían homenaje a la dirigente revolucionaria. Hasta que en 1988, poco tiempo antes de que las masas derribaran el muro que dividía a Berlín entre la zona perteneciente a la República Federal Alemana y la zona bajo dominio de la República Democrática Alemana, hubo una manifestación en el cementerio en la que, a pesar de las amenazas de represión, se exhibió una pancarta con una frase de Rosa Luxemburgo que decía “La libertad es siempre la libertad de quienes piensan de manera diferente”.
Desde 1990, con la caída de la ex Unión Soviética, las manifestaciones de enero para homenajear a los revolucionarios, volvieron a ser constantes.

La victimización de los combatientes

En 2006, el presidente de la Cámara de Representantes de Berlín, del Partido Socialdemócrata y la alcaldesa de Berlín-Lichtenberg, del partido Die Linke, inauguraron una nueva placa para conmemorar “a las víctimas del stalinismo”. Aunque generó muchas controversias, las autoridades enfatizaron en la necesidad de “complementar” el monumento que homenajea a los socialistas y los comunistas, en el mismo sitio donde yacen no sólo los viejos socialistas que lucharon por la causa del movimiento obrero contra el imperio prusiano, sino también revolucionarios caídos en combate, asesinados por la policía o víctimas del régimen nazi.
Acorde a la nueva política neoliberal de la memoria, el recuerdo de quienes combatieron por una sociedad liberada de la explotación y la opresión no se transmite como experiencia legada a las nuevas generaciones, sino como una exposición cosificada de los horrores que los convirtieron en víctimas.
Los monumentos les recuerdan a los individuos que se acercan, por curiosidad histórica o por banal turismo, que hubo guerras, que hubo genocidios y masacres. Pero entierran, bajo esas lápidas y placas conmemorativas que hubo luchas sociales colectivas y revoluciones. Los muertos nos advierten sin embargo que, a pesar de las brutales derrotas que ha sufrido la clase trabajadora y extrayendo de ellas, sus lecciones, “los muertos que vos matasteis, gozan de buena salud”.
Han asesinado a Rosa Luxemburgo. ¡Viva eternamente en nuestros futuros combates!

Andrea D'Atri
@andreadatri
Miércoles 15 de enero | 13:57

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