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martes, enero 28, 2020
Con humor y crudeza, “Parasite” explora los abismos sociales en Corea (y el mundo)
Se estrena en Argentina la película del director Bong Joon-ho, un relato multigénero sobre los mitos de ascenso económico en el capitalismo.
La irrupción de un “otro extranjero y despersonalizado” que invade el espacio de otra clase es un tópico con gran cantidad de ejemplos en las narraciones del siglo XX.
Es, según algunos, la clave para Casa tomada de Julio Cortázar -como una “invasión” de los “sectores populares” a burgueses y pequeños burgueses admirados por la cultura europea- y, de forma mucho más clara, el corazón de Parasite, la película del director Bong Joon-ho que se estrena en estos días en Argentina luego de un destacado recorrido internacional. Desde su estreno en el Festival de Cannes 2019, donde ganó la Palma de Oro, al premio como mejor película internacional en los recientes Globos de Oro; el film fue el primero de habla no inglesa en ganar el galardón de Mejor Película del Sindicato de Actores de EEUU (SAG), y es también el primer coreano nominado para esa categoría (así como para otras cinco) para los Oscar.
Construida desde la perspectiva de miembros de la clase obrera más precarizada de Corea del Sur, la producción sigue la historia de Ki-woo (interpretado por Choi Woo-shik) y su familia, los Kim, desempleados y viviendo de lo que pueden juntar de trabajos eventuales en Seúl. La situación parece cambiar cuando a Ki-woo se le ofrece un trabajo como tutor de inglés para la hija de una acaudalada familia, los Parks. A partir de aquí, comienza un plan para infiltrar el mundo de la élite conquistando diferentes puestos de trabajo en la casa de los Parks, incluso complotando para ello contra los actuales empleados.
Bong Joon-ho, que ha trabajado un gran espectro de géneros y subgéneros a lo largo de su filmografía signada por la crítica social –policiales como Memorias de un asesino (2003), los “monstruos” de The Host (2006) y Okja (2017), la ciencia ficción distópica de Snowpiercer (2013)- muestra en Parasite su capacidad para combinarlos con destreza, a veces de forma inadvertida para el espectador, tomando tanto del drama y thriller de Madre (2009) como de la comedia negra presente en su primer film, Perro que ladra no muerde (2000).
Imágenes del abismo
En el relato los Kim, atrapados en la pobreza y el desempleo, echan mano de todo tipo de recursos para lograr acceder al “mundo de la burguesía”, un mundo inadvertido de la realidad social y centrada en sí misma en el que los trabajadores aparecen tan solo como instrumentos reemplazables.
Y este contraste se hace presente a cada paso. Mientras que los Kims viven en un semi-sótano, un tipo de vivienda propia de los barrios pobres en Corea, cuyo ingreso de luz solar se reduce a una ventana cercana al techo, los Parks viven en el punto más alto de la ciudad, en una casa diseñada por un renombrado arquitecto, con un gran ventanal y un edénico jardín -una rareza para las superpobladas ciudades del país. La fotografía del film, que viene a reforzar constantemente el abismo entre las clases y la ilusión de ascenso social, presenta a la ciudad de Seúl como una gran escalera, en la que el camino de los Kim hasta la mansión de los Park es un camino hacia arriba, siempre hacia la luz del sol, y la vuelta al hogar en los suburbios es presentada como un interminable y tortuoso descenso hacia lo más profundo de la ciudad.
En una ciudad como Seúl, que posee los mercados más caros de Asia, el abismo vuelve a expresarse en la alimentación, entre la comida chatarra y las bebidas baratas altamente calóricas que consume la familia de Ki-woo y los productos orgánicos y las carnes que deben cocinar para los Kim.
Y también en el olor: “Todos huelen igual”, dice el menor de los Parks luego de oler a los cuatro miembros, en lo que amenaza develar la filiación familiar que buscan ocultar a sus patrones; es el aroma de “la gente que viaja en el metro”, como lo explica el despreciativo jefe de familia de los Park. La centralidad de este elemento en la trama, como explica Bong Joon-ho, responde a que “los trabajos que realizan estos personajes – tutores, ama de llaves y conductores – son los raros momentos en que los ricos y los pobres están juntos en un espacio muy privado y muy cerca del uno del otro, que pueden olerse” (GQ, 8/10)
Estas precisiones de puesta en escena y guion se hacen presentes a lo largo de todo el relato. Son, por ejemplo, las que ronda el “cruzar la línea”, una frase utilizada recurrentemente por el padre de la famila Park para referirse al límite de lo tolerable de sus empleados y que tiene una representación visual a lo largo del film. La presencia de una línea divisoria entre ambas familias, más o menos visible pero siempre infraqueable, viene a metaforizar el sueño imposible de ese ascenso social.
A lo largo de la trama aparecen referencias a episodios históricos de Corea del Sur que plasmaron la situación desesperante de los trabajadores del país asiático. Son, por ejemplo, las que apuntan al boom años atrás de la apertura de locales de comida rápida, una iniciativa de relativo bajo costo en la que se embarcaron miles de personas en un intento de mejorar su situación económica, llevando a una sobresaturación y concluyendo con miles de familias hiperendeudadas. O la evocación a la inundación de Seúl en 1984, signada por enormes aluviones de basura y resultante de la enorme expansión industrial y la negligencia del gobierno, que provocó la evacuación de 3.000 residentes de la zonas más pobres del distrito de Mangwon –y frente a la cual se desplegó una fuerte denuncia al Estado y un juicio de resarcimiento a las víctimas, dando origen en el proceso a una de las primeras organizaciones de abogados de derechos humanos de Corea.
Unión y conciencia
El gran ausente de este crudo relato es la conciencia y solidaridad de clase. Incluso en los momentos más duros, donde se les da a los Kim la oportunidad de empatizar o identificarse con los demás trabajadores, la idea es rápidamente descartada con la idea de que lo importante es preocuparse por uno mismo. Es la guerra entre los propios trabajadores, derrotados por la propia lógica de reproducción del capital, aferrándose a la idea de algún día poder mejorar su situación individual al ser más oportunistas que sus pares. Parasite parece condensar el problema fundamental que representa la desunión de los explotados y la falta de una conciencia de clase para una superación de una realidad de explotación.
Corea se encuentra convulsionada. Hace dos años, masivas movilizaciones contra las reformas laborales y los casos de corrupción se llevaron puesto al gobierno conservador de Park Geun-hye; mientras que el gobierno sucesor de Moon Jae-In debió hacer frente a semanas de marchas de estudiantes reclamando contra los “hijos nacidos en cuna de oro” y por la renuncia del ministro de Justicia, luego de que se revelase que su hija había hecho un fraude para acceder a un crédito académico y ser admitida en la Universidad de Corea. La importancia señalada por Bong Joon-ho de estrechar los lazos de clase parece ir a tono con estos procesos.
Con estas coordenadas, Parasite aparece como un film de crítica extrema hacia el capitalismo surcoreano y a sus mitos de ascenso social pero, como reparó Bong Joon-ho reflexionando sobre su éxito global, realidades e inquietudes como estas atraviesan a la población de un punto a otro del mundo.
Santi Gonzalez
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