La política del gobierno de financiarse con endeudamiento en pesos es un salvavidas de plomo. En oposición a la «sustentabilidad» que tanto pregona Martín Guzmán, se generó un efecto bola de nieve que, tanto por los vencimientos del Tesoro como del Banco Central, prepara las condiciones para un descalabro que amenaza con convertir una corrida cambiaria en una corrida bancaria. Toda la ingeniería depende de que reditúe lo suficiente a la banca y los especuladores financieros.
Luego de la estampida al dólar que tuvo su pico en octubre pasado, el gobierno logró un punto de equilibrio a fuerza de adoptar una política «ortodoxa» basada en la reducción del déficit fiscal y de la emisión monetaria, para evitar que una mayor masa de pesos en circulación se vuelque a la compra de divisas y sume presión al tipo de cambio. Para ello viene ejecutando un fenomenal ajuste del gasto público y recurriendo al endeudamiento en pesos para cubrir las necesidades de financiamiento del Estado -eludiendo tener que imprimir billetes.
El costo de esta política es usurario. En lo que va del año, el Central lleva pagados a los bancos más de 450.000 millones de pesos en concepto de intereses de Leliq y pases pasivos; prácticamente lo mismo que todo el presupuesto destinado a afrontar la segunda ola de la pandemia (contando desde la compra de vacunas hasta las exenciones a las empresas y la magra asistencia social). Esta deuda remunerada, que busca sacar pesos de circulación para restar incentivos a la inflación y la devaluación, tiende a retroalimentarse porque los bancos reinvierten en estos instrumentos: desde que asumió Alberto Fernández esta bola de nieve se triplicó hasta llegar a los 3,6 billones de pesos (un 40% más que toda la base monetaria).
Ahora -sin dudas bajo la lupa del FMI- entró en vigor una política tendiente a desarmar esta bomba de tiempo, cuando es evidente que el remedio se volvió peor que la enfermedad. Con la mira puesta a su vez en rescatar el operativo de financiarse en pesos, cuyo éxito depende de que coloque más deuda que la que vence (de otra forma tendría que emitir para pagar vencimientos), la apuesta oficial es que parte de lo que los bancos tienen en Leliq se pase a bonos del Tesoro. Para ello habilitó que estos títulos puedan computarse como encajes bancarios (el porcentaje de los depósitos que queda inmovilizado como garantía), con el reaseguro de que en caso de necesitar liquidez el Banco Central les comprará esos bonos.
Esto se combina con ofertas cada vez más jugosas, porque la gran mayoría de estos bonos está indexada a la inflación y además han ido aumentando las tasas de interés. Más aún, licita otros linkeados a la cotización del dólar cuando se aproximan vencimientos de títulos que están en manos de los fondos Pimco y Templeton, dos gigantes de Wall Street que tienen en sus carteras buena parte de toda la deuda en pesos. Los plazos también se fueron acortando, de manera que una porción de lo que se coloca ahora deberá ser refinanciada antes de fin de año. Cuando restan aún casi dos billones de pesos en vencimientos, es claro que estamos ante otra bola de nieve, para peor atada a la variación de los precios y del tipo de cambio.
Iván Hirsch
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