Los disparos y las granadas que le quitaron el aliento eran del ejército colombiano, al igual que el cuchillo o la navaja con que mutilaron su mano ya sin vida. Las órdenes vinieron de Iván Duque, el pichoncito apadrinado por “il capo mafia” Álvaro Uribe. Dos lúmpenes genocidas igualmente colombianos, acorralados por una de las rebeliones populares más importantes que vive Colombia en las últimas décadas.
Pero que nadie se llame a engaño. Hablemos sin eufemismos. La estrategia que guió esta operación claramente viene de “más arriba”: Estados Unidos e Israel, dos estados asociados que hace largos años dirigen la guerra contrainsurgente en Colombia. No desde lejos, sino con personal propio, militar y de inteligencia, en el terreno mismo del conflicto social más prolongado de todo el continente. Cuando se lee en los informes de numerosos analistas internacionales que “Colombia es el Israel de América latina” no se está frente a una metáfora literaria. Cada uno de los comandantes insurgentes colombianos que fue ejecutado (desde Alfonso Cano e Iván Ríos al “Mono” Jojoy, llegando hasta Jesús Santrich), tenía asignado detrás suyo un general israelí y tropas norteamericanas de combate. El ejército colombiano simplemente pone la tropa, como hace más de medio siglo sucedió con la ejecución de Ernesto Che Guevara, fusilado a sangre fría en La Higuera por manos bolivianas que apretaron el gatillo, pero dirigidas en el mismo terreno por la inteligencia estadounidense. Es un secreto a voces. Lo sabe todo el mundo. Está documentado.
¿Hacía falta ejecutar a un militante revolucionario ciego? ¿Tanto miedo le tenían el Pentágono norteamericano, el Ejército israelí y las Fuerzas Armadas colombianas a una persona no vidente que se movía con un bastón? Sí, le tenían miedo. Y ahora que murió… le van a tener más temor todavía, porque el ejemplo inquebrantable de este revolucionario comunista seguramente cobrará otras dimensiones, como pasó en su época con Camilo Torres, con el Che Guevara y con tantos otros revolucionarios y revolucionarias de Nuestra América.
¿Quién era Jesús Santrich? Difícil definirlo en pocas líneas. En primer lugar, un militante revolucionario de tiempo completo. Pero su biografía no se detiene allí. Santrich es también uno de los grandes pensadores marxistas de Nuestra América. Su producción teórica incluye más de una decena de libros (que se consiguen en internet), donde explora desde el romanticismo de Karl Marx hasta el pensamiento libertario de Simón Bolívar, pasando por el conocimiento riguroso de la historia de incontables pueblos originarios, sus culturas, sus cosmovisiones y también, sus religiones. Porque a diferencia de algunos presuntos “materialistas” altaneros y arrogantes (en el fondo simples ignorantes, que por pereza mental jamás se han tomado el trabajo de intentar comprender en profundidad los sentimientos y las creencias de los pueblos que dicen defender), Santrich conocía al dedillo diversas expresiones de la espiritualidad religiosa popular de los explotados y las sometidas del continente.
Pero tampoco se queda ahí su contorno y su figura. Su mochila insurgente cargaba también una cantidad incontable de libros de poemas, de dibujos, de canciones. En uno de sus escritos más sugerentes entrecruzaba la biografía de Manuel Marulanda Vélez, líder histórico de su organización (las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo, Segunda Marquetalia) con… ¡Beethoven! Santrich se sumergía con absoluta comodidad en la historia de la filosofía, en la literatura, en la música y la pintura.
¿Qué político burgués del continente se hubiera animado a debatir con él cara a cara? Había que tener mucha espalda para poder discutir y refutar a alguien de ese estilo. Ni Duque ni Uribe ni Santos hubieran podido soportar media hora de polémica pública, frente a frente, sin guardaespaldas ni pistoleros o sicarios.
Por eso la impotencia. Por eso el odio visceral. Por eso la orden de perseguirlo y ejecutarlo, ¡sabiendo que estaba ciego!
¿Quién sino un cobarde puede asustarse frente a una persona ciega? Eso es Duque. Un cobarde. Eso es Uribe. Un cobarde. Eso es Santos. Un cobarde. No tuvieron fuerza para lidiar con sus discursos, con su sarcasmo, con su ironía.
Sí, ironía. Porque Jesús Santrich cultivaba el humor con placer y disfrute, como buen caribeño que se precie de tal. En uno de los últimos videos que filmó y que circuló viralmente por las redes de internet, interpretó magistralmente el saxo, recitó una larguísima poesía en homenaje al comandante Hugo Chávez (dejando bien en claro que la insurgencia bolivariana y comunista jamás aceptaría el patrioterismo santanderista de aldea ignorante ni la trampa envenenada de enfrentar a dos pueblos hermanos, como el colombiano y el venezolano) y remató por allí con una ironía que hacía soltar la risa. Se despedía diciendo, si la memoria no me falla: “Nos vemos… dijo el ciego”.
¡Jesús Santrich se reía de sí mismo! Cualquier psicoanalista sabría que no hay mayor gesto de salud mental que poder reírse de uno mismo. ¿Alguien pudo observar alguna vez a Macri reírse de sí mismo? ¿A Piñera? ¿A Bolsonaro? ¿A la dictadorzuela boliviana? ¿A Uribe? ¿A Iván Duque? ¿Al presidente de la principal potencia occidental? ¿Al primer ministro de Israel? ¡Nunca! Para cualquiera de esos personajes de un tren fantasma, bizarro y lumpen, el humor sería interpretado como “signo de debilidad”.
¡Santrich murió riendo y haciendo bromas! (en su país al hecho de hacer bromas se lo conoce popularmente como “mamar gallos”). Podía reírse y bromear porque se sabía fuerte y sólido. Su fortaleza no viajaba en helicóptero de combate ni en un tanque de guerra. Venía de la causa justa que defendía, de la verdad de sus proyectos inspirados en Marx y en Bolívar, de la nobleza de sus ideales por los cuales estuvo dispuesto a morir. Cualquiera de sus enemigos en su situación hubiera ensuciado sus pantalones por el miedo.
La risa burlona, la ironía feliz, el humanismo a toda prueba. De esa madera están hechos y hechas las personas que no están atadas a las mezquindades del Mercado, a las mediocridades de la burocracia, al dinero de sus cuentas bancarias y sus negocios sucios.
Estados Unidos, usando peones locales, decidió acabar con él. ¡Qué la heroica Revolución Cubana y la Venezuela bolivariana pongan las barbas en remojo! El anciano “keynesiano” y “populista” Joe Biden no viene a traer “diálogo”, “pluralismo” ni “buena vecindad”. Viene a intentar salvar, a los manotazos, un Imperio en terapia intensiva. ¿Volverá a tener efecto la sonrisa envenenada de los compinches de Obama? ¿Sus becas? ¿Sus “filantrópicas” invitaciones a visitar “la democracia” de ojos azules? ¿Sus “pasantías académicas” destinadas a cooptar gente joven? ¿Otra vez venderán sus espejitos de colores mientras continúan sembrando y regando de bases militares el continente americano? ¿Las organizaciones populares creerán, nuevamente, que con el cambio de administración en la casa de paredes blancas renacen por arte de magia John Lennon y Yoko Ono?
La ejecución impiadosa del comandante Jesús Santrich ha dejado, tristemente, las cosas en claro. Nada de “flower power”. El imperialismo sigue existiendo. Ni los ciegos se pueden salvar de la furia desbocada de la contrainsurgencia norteamericana, ejecutada en forma quirúrgica por sus peones locales, de piel morena y obediencia ciega.
A pesar de la pandemia y el aislamiento social, algo logra escucharse por entre las plantas y los árboles. Por allí deben andar haciendo bromas y planeando nuevas insurgencias Jesús Santrich y Camilo Torres, Fidel Castro y Marulanda, el Che Guevara rodeado de jóvenes rebeldes de Palestina.
El ejemplo moral es más fuerte que todo el armamento del mundo. No se puede aniquilar. Los pueblos de América han despertado y ya nadie podrá callarlos.
¡Hasta la victoria siempre, querido Trichi, entrañable compañero Jesús Santrich! ¡Nunca dejes de tocar el saxo ni la flauta, nunca abandones tus dibujos, tus poemas ni tus bromas.
Néstor Kohan
22/05/2021
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