Luego de varios días de conteo, la última semana se dieron a conocer los resultados de las elecciones regionales que tuvieron lugar el 6 de mayo en el Reino Unido. En esta compleja jornada electoral se pusieron en juego los concejos municipales en 145 localidades, 13 alcaldías, los asientos en los parlamentos galés y escocés y el diputado a la Cámara de los Comunes por la jurisdicción de Hartlepool. Los comicios ofrecieron una radiografía del panorama político británico en donde se ve una consolidación del oficialismo conservador del primer ministro Boris Johnson, un Partido Laborista groggy y un nacionalismo escocés triunfante lo que deja planteada una crisis en regla para Londres.
Triunfo conservador, laborismo en terapia intensiva
Sobre la base de la concreción del Brexit y de una exitosa campaña de vacunación, Johnson logró alzarse con un amplio triunfo al haber obtenido 294 concejales nuevos a nivel nacional. La victoria, especialmente resonante en distritos obreros que históricamente votaron al laborismo, expresa que la demagogia nacionalista del premier británico ha logrado influir entre una porción importante de la clase trabajadora. El botón de muestra más notorio de este cuadro ha sido el resultado de la elección del representante para la Cámara de los Comunes de la jurisdicción de Hartlepool, una localidad portuaria, donde los conservadores ganaron terminando con una hegemonía de 50 años del Labour.
A pesar de que normalmente estas elecciones son utilizadas por la población para votar opositores al gobierno, las urnas volvieron a mostrar una tendencia profunda de rechazo al Partido Laborista, uno de los partidos regentes del sistema político británico y, en particular, la organización que históricamente pretendió oficiar de representante de la clase obrera. El laborismo ha perdido un total de 267 ediles. Una parte del voto tradicional de los laboristas también fue a parar a los Verdes, que ganaron 85 nuevos asientos en los concejos locales.
El partido opositor buscó recuperarse luego de la retirada de Jeremy Corbyn de la dirección de la organización, fruto de la derrota laborista en 2019, a través de la elección de Keir Starmer como principal dirigente. El nuevo cabecilla, a diferencia de Corbyn, expresa al ala moderada tradicional del laborismo, con lo que el partido esperaba retomar la, supuestamente perdida, confianza del electorado. Starmer de hecho montó durante la crisis de la pandemia una mimetización con Johnson, llamando a cerrar filas con el gobierno, mientras el Reino Unido encabezaba la lista de contagios y muertes y cuando desde Londres se practicaba un negacionismo irresponsable. Este giro a la derecha no fue bendecido por los votantes; al revés, votantes laboristas terminaron emigrando al partido de Johnson. Por eso, se abrió una crisis en el laborismo. A modo de fusible, Starmer ya se desprendió de la jefa de campaña, pero los cuestionamientos apuntan a él mismo.
Los únicos triunfos que la centroizquierda británica pudo ostentar en la elección han sido haber podido retener la alcaldía de Londres y la de Manchester. La pérdida de cualquier perspectiva de clase, la desorientación respecto del Brexit, han dejado al laborismo en un estado completamente disminuido.
Con todo, la algarabía de los conservadores tiene fuertes límites. Por empezar, el triunfo de Johnson se da en un cuadro de precariedad, signado por la fuerte crisis del Reino Unido y la propia crisis internacional; el Brexit no tiene nada que ofrecer a los trabajadores, que realizarán una rápida experiencia y tenderán a confrontar con el gobierno.
Escocia y la crisis del Reino Unido
Al mismo tiempo, ha vuelto a ponerse sobre la mesa el problema de la secesión escocesa y, por lo tanto, la posible disolución del Reino Unido. El Partido Nacional Escocés (SNP) obtuvo una contundente victoria logrando conquistar 63 bancas al parlamento regional, que tiene 129 asientos en total, lo que lo deja a tiro de una mayoría con la que buscaría impulsar un nuevo referendo para determinar si Escocia continúa, o no, siendo parte del Reino Unido. Esa mayoría estaría facilitada por los verdes, otro partido independentista, que obtuvo 6 diputados.
La crisis política está en marcha, con amenazas en ambos sentidos. Mientras Nicola Sturgeon, la ministra principal escocesa y dirigente del SNP, señaló que no está en discusión si se hará o no un nuevo plebiscito, sino solo su fecha, desde el gobierno de Johnson declararon que hasta la próxima generación no habrá una nueva compulsa, es decir que habría que esperar 40 años.
A pesar de lo anterior, estaría dándose un proceso de negociaciones habida cuenta que el SNP es una organización que difícilmente patee el tablero. La misma Sturgeon indicó como posible momento de realización del referendo la etapa post pandemia, con lo que patea la pelota hacia adelante. A la vez, al menos cuando tuvo lugar la votación secesionista de 2014, el planteo escocés contenía todo tipo de continuidades, desde la permanencia de la corona como regencia del Estado, hasta la de la libra como moneda nacional. La contrapartida son las expectativas de los escoceses y el mandato que otorgaron al SNP, por lo que el margen de maniobra de la dirigencia escocesa es estrecho. Cabe señalar que el planteo del SNP aboga por cerrar filas con la Unión Europea, que es la que ha impuesto históricamente las políticas de ajuste y de salvataje al capital en el viejo continente. Esta tampoco es una salida para los trabajadores.
Si a las pretensiones escocesas se le suma el reavivamiento del problema irlandés, el estado de salud del Reino Unido se revela crítico.
La necesidad de una alternativa de los trabajadores
La singular deriva política de las islas británicas es una expresión de la crisis mundial y su efecto disgregador de los regímenes y Estados. La vocación nacionalista en Escocia y su reverdecer en la isla irlandesa encuentran su impulso en el Brexit, rechazado tanto en las Highlands como en Irlanda del Norte. El crecimiento de las posiciones nacionalistas en Inglaterra, por su parte, es un intento de recuperar un lugar en el disputado escenario de la guerra comercial internacional para el capital británico, a la vez que es visto por parte de la clase obrera como una vía para recuperar un mejor nivel de vida, una ilusión infundada. Por el momento, el Brexit sigue siendo deficitario para la economía británica, que se ha contraído un 1,5% en el primer trimestre. La propia situación mundial condiciona la tentativa nacionalista de Johnson.
En contra de la sumisión a programas capitalistas que esconden detrás de planteos nacionalistas, o europeístas, el reforzamiento de la explotación, los trabajadores deben construir su propia alternativa, en la perspectiva de la unidad socialista de las islas británicas y de toda Europa.
Leandro Morgan
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