La reunión entre Putin y Xi Jinping en Moscú despertó en Washington y la Unión Europea las alarmas ante lo que consideran como un afianzamiento de los lazos entre Rusia y China. La Casa Blanca, de hecho, viene insistiendo en que Beijing podría proporcionar auxilio al Kremlin en la guerra de Ucrania, una aseveración sin pruebas que apenas encubre su envío sistemático de pertrechos militares al régimen de Volodomir Zelensky.
La guerra en Ucrania, efectivamente, intensificó los vínculos entre Rusia y China. Las sanciones internacionales empujaron al Kremlin a la búsqueda de nuevos socios comerciales en Asia; Putin redirigió parte de las exportaciones petroleras hacia India y Beijing, a la vez que también incrementó los envíos de gas natural al gigante asiático.
Ya desde la ocupación de Crimea por parte de Rusia, en 2014, y de las sanciones occidentales que le siguieron, Moscú empezó a mirar hacia el este. Ese año empezó a construirse el gasoducto Power of Siberia 1, con la intención de llevar el fluido desde Siberia hasta Shangai. En la cumbre de esta semana, se mencionó un proyecto -Power of Siberia 2- que va en el mismo sentido.
China tiene una razón adicional para preservar sus lazos con el Kremlin, y es su propio enfrentamiento con Estados Unidos. Un avance yanqui en el ex espacio soviético ampliaría el radio de influencia de la Casa Blanca peligrosamente cerca de sus fronteras.
No es casual que una de los principales temas del cónclave Putin-Xi Jinping haya sido la preocupación “por el creciente refuerzo de los vínculos de la Otan y los países de la región Asia-Pacífico en materia de seguridad”, según consta en la declaración posterior al encuentro. Como parte del cerco contra China, en el último período, Estados Unidos selló un acuerdo militar con Filipinas; reforzó los vínculos con Corea del Sur; Nancy Pelosi –extitular de la Cámara de Representantes- visitó Taiwán; y se formalizó el Aukus, una alianza militar que la Casa Blanca integra junto al Reino Unido y Australia.
Pero a pesar de sus relaciones con Moscú, Xi Jinping ha sido extremadamente cauto en lo que refiere a la guerra en Ucrania. Beijing no se ha cansado de aclarar que mantiene una posición “imparcial” en el conflicto, lo que de paso le sirve para postularse como mediador. Es que la guerra ha sido un dolor de cabeza para China, que contaba antes de su estallido con todo tipo de vínculos y proyectos económicos con el viejo continente, incluyendo a Kiev.
La propuesta informal de 12 puntos del gigante asiático para poner fin a la guerra ha sido recibida con frialdad por todas las partes involucradas. Establece el respeto a la soberanía e “integridad territorial” de “todas las partes”, sin que se sepa bien qué implicancias concretas tendría ese postulado. Putin considera difícil que la iniciativa prospere, y Occidente recela de un cese al fuego porque cree que, en las actuales circunstancias, podría consolidar los avances territoriales de Putin en el este ucraniano. Zelensky no se cansa de decir que la base de cualquier acuerdo consiste en la retirada rusa de todo el Donbas, e incluso de Crimea. Además, Occidente rechaza el punto que plantea el cese de las “sanciones unilaterales”.
Así las cosas, hoy la perspectiva más probable pasa por una prolongación de los enfrentamientos.
La guerra de Ucrania ha llevado a una rediscusión de los alineamientos internacionales de los Estados. El cónclave de Putin y Xi Jinping se inscribe en ese nuevo cuadro.
Para los trabajadores del mundo, se plantea la lucha contra la guerra imperialista y los gobiernos que la promueven.
Gustavo Montenegro
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