Fue una amiga uruguaya, de esas a las que el tiempo ratifica cuál es el sitio en el que debemos militar, quien me ayudó a descubrir a Eduardo Galeano (3 de septiembre de 1940–13 de abril de 2015), un intelectual coterráneo suyo en el que no puede pensarse sin quitarse el sombrero, por la entereza de su postura y la lucidez de su intelecto.
Aunque sabía de su existencia, fue Patas arriba. La escuela del mundo al revés aquel libro que, prestado por ella, me mostró más de cerca a un hombre que les hablaba a sus lectores con la palabra recta al corazón, y denunciaba el desatino de un mundo –el de todos y cada uno de «los humanitos»– absolutamente extraviado, que vergonzosamente favorecía el bolsillo de los ricos, mientras «los nadies» eran cada vez menos tenidos en cuenta.
Libro prestado al fin –que un día, felizmente, pude adquirir, gracias a la editorial Caja China, del Centro Onelio, y que dejó en mí una huella estrepitosa– no fue devuelto sin antes haber fichado muchos de sus textos, entre ellos, aquel que intertextualiza la novela de Lewis Carroll, y en el que, para referirse a los dislates del mundo actual, a Alicia «le bastaría con asomarse a la ventana».
No tuve en mis manos nunca su célebre trilogía Memoria del fuego, en la que magistralmente ofreció, desde la visión de los pueblos originarios, la génesis de nuestro continente; pero sí su conocido título Las venas abiertas de América Latina, publicado varias veces por el Fondo Editorial Casa de las Américas, de la Casa que sintió suya y de la que, dijo, al dejar inaugurado su premio literario en 2012, que «nacida de la Revolución Cubana, lleva más de medio siglo ayudándonos a vernos con nuestros propios ojos, desde abajo y desde adentro, y no con las miradas que desde arriba y desde afuera nos han humillado desde siempre».
En Las venas… consigue Galeano, refiriendo el juicio de Fernando Martínez Heredia, «una proposición innovadora del trabajo de conocimiento social. Se situó en medio de la entonces incipiente democratización controlada de la información, que conduce a ninguna parte, para darle un sentido y un filo».
El libro de los abrazos llegó hasta mí gracias a Ediciones La Luz, que lo publicó en 2016. ¡Qué decir de este libro, que abraza y abrasa, y en el que los relatos nos hablan de personas, como fuegos, «que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende»; o del niño que pidió ayuda a su padre, para mirar por primera vez el mar; ese que rinde honores a Vallejo, Neruda, Onetti, Arguedas…, y cuenta los sueños de Helena!
Guardo también con celo la antología Úselo y tírelo, preparada por el propio Galeano, con textos «verdes», escritos «mucho antes de que la ecología se convirtiera en moda», en la que está la preocupación por el medio ambiente. Y otro en el que el autor, tal como refiere su contraportada, «acopia recuerdos –pavorosos muchos, tiernos otros, jocosos algunos, hermosos todos– de gente y situaciones que la máquina de la muerte de las dictaduras quisiera borrar para siempre». Se trata de Días y noches de amor y de guerra (ediciones Era), distinguido, al igual que La canción de nosotros, con el Premio Casa de las Américas.
Dejo para el final, de entre los textos suyos que poseo, Espejos, una historia casi universal, un libro que entendió como algo más que un proyecto delirante, en el que, en cerca de 600 textos breves, se propuso contar la historia de la civilización, con un fabuloso poder de síntesis. Inolvidable resulta la presentación que de este libro hiciera –en la sala Che Guevara de Casa de las Américas– Galeano, quien en la ocasión leyó algunos relatos del libro, en el que se hacen no pocas alusiones a Cuba, como parte de esa historia del mundo, que consiguió plasmar.
Bien sabemos que la vida de Galeano no se limitó al periodismo y a la escritura, que sufrió cárcel y atropellos por su militancia ideológica de izquierda, que lo hizo desde muy joven, cuando iba de pueblo en pueblo para hablar de socialismo, que sufrió exilio, que con valentía denunció la ambición neoliberal.
Pero sabemos también que todo su ser está en sus libros, que son ellos los que preservan ya, para las generaciones venideras, el imprescindible pensamiento latinoamericanista y universal de un hombre que, a sabiendas de lo que hacía mejor, dejó dicho que pintaba escribiendo «por falta de talento para pintar pintando», y que escribía «para comunicarse con otros, para llegar a otros que van a ser mis amigos, aunque no los conozca todavía
Madeleine Sautié | madeleine@granma.cu
2 de septiembre de 2025 23:09:12
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