Vicky Peláez
'La vida es una cosa tan prestada, que cada quién va pagando
su deuda con cuotas de dolor y luto'.
Enrique Rosas Paravisino
La vorágine del tiempo absorbe la vida de los humanos como una esponja, haciendo desaparecer todo rastro de su existencia inclusive los recuerdos en la memoria de los que todavía quedan vivos. Sin embargo, de vez en cuando y como por milagro, aparecen seres excepcionales cuyo paso por la tierra, por muy corto que sea, deja un rastro tan impactante que se convierten en inmortales de la memoria colectiva universal donde quedan para siempre “ardiendo, comparando, viviendo, enfureciéndose, golpeando analizando, oyendo, estremeciéndose, muriéndose, sosteniéndose, situándose, llorando…”.
Estas palabras son de César Abraham Vallejo Mendoza, considerado por el crítico Thomas Merton como “el más grande poeta universal después de Dante”. Vallejo perteneció a esta estirpe de hombres extraordinarios cuyo testamento humano adquiere mayor fuerza y profundidad con el pasar del tiempo y los cambios en el espacio. A los 70 años de su muerte anda por nuestro planeta a través de su poesía como un Lázaro redivivo que hasta hizo remover la consciencia de la justicia peruana, normalmente inmune a todos los sentimientos humanos y especialmente a los remordimientos. Tras 86 años de su encarcelamiento de 112 días, acusado arbitrariamente de haber participado en el incendio y saqueo de una casa en su pueblo natal, Santiago de Chuco en Trujillo, Perú, y posteriormente perseguido, inclusive después de su muerte, el poder judicial peruano recién hace unos meses reconoció públicamente la inocencia de César Vallejo.
Pero, la justicia peruana no tuvo la valentía de disculparse por su error que para Vallejo fue una eternidad, y murió en París esperándola. Le ley criolla tenía los ojos vendados y trató de sepultar en el silencio a uno de sus hijos predilectos que luchó siempre con su espada de estrofas implacables para que los hambrientos tengan el pan de cada día y para que nazca un hombre nuevo: “jamás como hoy, me he vuelto / con todo mi camino a verme solo / César Vallejo ha muerto, le pegaban / todos sin que él les haga nada”.
Tal fue el fue impacto de su poesía que igualmente, hasta después de su muerte, la obra de “este diáfano antropoide” quedó perseguida en el Perú. Durante el primer gobierno de Alan García y en el transcurso de la dictadura de Fujimori la tenencia de un libro de Vallejo era sospecha de ser parte de la insurgencia, como se acredita en numerosos juicios. ¿Y qué ha hecho César Vallejo para que ser incluido en la lista que conforman Marx, Lenin, Mao y Guevara entre muchos otros pensadores y luchadores?
El sistema, que siempre trató de distorsionar su imagen combativa a nivel de un “poeta llorón”, jamás le perdonó que se haya atrevido a cargar los problemas del mundo sobre los hombros de su poesía cuyo contenido fue guiado por la luz de su corazón bondadoso y demasiado humano para la misma humanidad: “hacedlo por la libertad de todos, del explotado y el explotado”.
Su franca tristeza, su creencia en Dios y la Pacha Mama como muestras sublimes de su espiritualidad y su inmensa solidaridad humana tenían raíces arraigadas en su corazón, mientras que su militancia política provenía de su conocimiento, su voluntad de acero y de ‘pelear por todos y pelear/ para que el individuo sea un hombre’.
César Vallejo, quien pensaba en quechua y escribía en español, fue un visionario que dejó un testamento para toda la humanidad, infinito en el espacio y el tiempo: ‘¡Cuídate del leal ciento por ciento! / ¡Cuídate de los nuevos poderosos! / Cúidate de los que te aman! / ¡Cuídate de la República!’
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