Se conoce a partir de su partida de nacimiento que vino al mundo en Pardo Baixo, Galicia, España, y que es hijo de un padre ausente. Nos falta saber de su primera infancia y de su juventud. Lo poco que sabemos dice que su padre murió en un enfrentamiento en Oquendo, en el marco de la heroica y estúpida batalla de Santiago de Cuba frente a la armada yanqui, tecnológicamente superior a la española.
Su madre se casó en segundas nupcias con un señor que llevaría a toda su familia, hijos e hijastros, a Buenos Aires. Antonio tenía otro hermano unos años mayor y varios hermanastros. Él regresó a vivir en Ferrol con unas tías -hermanas de su padre- y se marchó definitivamente cuando le llegó la hora del servicio militar. Como tantos gallegos de la época fue a parar a la guerra de África.
En Buenos Aires, Antonio Soto aparece en circuitos anarquistas de origen gallego (esto según el testimonio de Antonio Pérez Prado) y no tarda en surgir como héroe (o como villano, depende el punto de vista) en Río Gallegos, capital del Territorio Nacional de Santa Cruz. Con 23 años -no 20 como se ha publicado otras veces-, lo encontramos en una contienda bien historiada, que pertenece a la épica patagónica en el tiempo en que los terratenientes británicos llamaban a la zona "Far South" (Lejano sur) comparándola con el Far West (Lejano Oeste) de los norteamericanos: territorio salvaje, de ganaderos, indios y fieras, grandes montañas, lagos, glaciares, minas de oro y aventuras... Antonio Soto Canalejo se convierte entonces en "el gallego Soto", obsesión de un teniente coronel "de izquierdas" y de apellido gallego, Varela, que ve, junto con sus colegas de Buenos Aires, un problema de soberanía nacional en lugar de reclamos -más que justos- de los obreros patagónicos.
Este fracaso en el proyecto poblador argentino fue observado atentamente por la comunidad internacional, y Chile nunca renunció a extenderse más allá de la cordillera de los Andes australes.
Se verá luego -en la opinión de muchos observadores- el porqué de la represión violenta del Ejército Argentino contra la revolución intergremial que desde Santa Cruz avanzaba hacia el Chubut, en busca del norte. Los muertos fueron tantos que no había tiempo de enterrarlos y fueron quemados con kerosén sobre matas de calafate, una planta emblemática de las estepas patagónicas.
Soto tuvo una vida en Chile -adónde escapó a través de la cordillera- que daría para una segunda historia interesante, por la coherencia de pensamiento de su actuación-. Pasados diez años, cuando se hubo apagado la hoguera del odio de la revolución, Soto volvió a Río Gallegos a justificar ante los españoles de la Sociedad Española y el Centro Gallego su comportamiento durante la revolución.
En Punta Arenas, puerto chileno, fundó el Centro Gallego y se preocupó porque los hijos de gallegos en ese confín de Chile conocieran la cultura de sus mayores. Cómo anécdota -contada por Isabel Soto Cárdenas, su hija menor- puede decirse que añoraba Ferrol y que la vista de la ría, el paisaje de la patagonia chilena, llena de verdes y bosques, se la recordaba; y que viendo la vistosidad de los desfiles militares, evocó las procesiones de su ciudad de nacimiento. Hoy sus restos descansan en un nicho humilde y bien cuidado del cementerio de Punta Arenas. En Ferrol, falta su estatua.
Xavier Alcalá Navarro*
*Es autor de una amplia obra narrativa de la que se destacan títulos como "Cuentos de las Américas", "Cuentos de un país" y ""Viajes por el país de Elal". En 1997 publicó el presente artículo según dijo "en desagravio de Antonio Soto, sindicalista gallego que se levantó en armas en la Patagonia para mejorar la condición de vida de los trabajadores" cuyo nombre "vuelve a estar de actualidad por un doble motivo: cúmplense cien años de su nacimiento y se edita en España el libro de Bruce Chatwin 'En patagonia', en el que se proporciona una visión totalmente distorsionada de Antonio Soto, presentándolo como un aventurero que deja en una embocada a sus compañeros de lucha y vive, luego, atormentado por ese recuerdo."
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