jueves, julio 09, 2009

Honduras: intento de golpe a la integración


Honduras vive una pesadilla que los latinoamericanos creíamos superada. Las imágenes de atropellos a la institucionalidad y a la dignidad humana vistas durante estos días parecen sacadas de los luctuosos e impunes momentos que vivió el continente durante las fascistas dictaduras militares alimentadas desde el norte.
Pero, ¿qué sucede hoy en ese pequeño país? ¿Cómo ha sido posible que en un contexto tan singular y promisorio en el Continente suceda un hecho retrógrado y retardador?
Honduras es uno de los países más pobres de nuestro continente y de Centroamérica. Históricamente ha sido considerado un bastión militar y político de EE.UU. en la región, sobre todo desde la guerra sucia contra la Nicaragua sandinista, cuando las relaciones de la clase militar y económica hondureña estrecharon sus vínculos ideológicos, políticos y económicos con Washington.
Desde 1963 hasta 1982 Honduras fue gobernada por los militares por medio de tres dictaduras. En 1982 después de la implementación de una nueva constitución se eligió, con el favor de los militares, un gobierno civil. Sin embargo, la influencia del sector castrense en la vida política no disminuyó, solo que durante la década del 90 y hasta la actualidad este influjo se enmascaró en el curso aparentemente democrático que llevaba el país.
En la región han sido los militares hondureños los que de forma más asidua han participado en cursos de entrenamiento e instrucción preparados por las fuerzas armadas estadounidenses en la Escuela de las Américas. El general golpista fue alumno de esa triste institución y no hay dudas de que fue buen estudiante.
Los escuadrones de la muerte, hijos también de los planes de estudio de la academia yanqui, se enseñorearon en el país centroamericano en décadas pasadas y hoy varios de sus representantes están en el bando golpista.
El grado de relación de las clases dominantes hondureñas con la élite político-económica y militar estadounidense se expresó también cuando Honduras, después de El Salvador, ratificó el Tratado del Libre Comercio de América Central y al igual que este país envió un contingente militar a Iraq como parte de las fuerzas invasoras lideradas por EE.UU.
Fueron precisamente esas clases dominantes, respaldadas por la cúpula militar, las que sin miramientos, perpetraron el golpe de estado el pasado 28 de junio contra un gobierno que decidió trabajar para el pueblo.
En un contexto continental tan adverso para las fuerzas reaccionarias, donde los procesos revolucionarios y progresistas se fortalecen; los mecanismos de integración latinoamericanos se encausan hacia nuevas etapas, entre ellos la ALBA; y la hegemonía yanqui sobre la región sufre fisuras evidentes, el golpe de estado rompe con cualquier lógica. Sin embargo, se advierte la existencia de una fuente inspiradora que sirve de sostén a los fascistas hondureños.
Los militares y la oligarquía, con la bendición de las autoridades católicas locales, no tuvieron reparos y, a solo cinco meses de las elecciones generales, perpetraron el secuestro y expulsión del presidente y su canciller, violaron la inmunidad diplomática de los embajadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela, destituyeron al gobierno legítimo, sustituyeron a alcaldes seguidores de Miguel Zelaya, incomunicaron al pueblo para evitar las lógicas y esperadas reacciones, violaron la libertad de expresión, coaccionaron a la prensa internacional radicada en Tegucigalpa, encarcelaron a líderes sociales, políticos y sindicales, y reprimieron al pueblo, lo que prueba el relativo control de la situación que tienen, suficiente para mantener el aliento durante un tiempo.
Amplio fue el rechazo que despertó la asonada militar, quizás inesperado por los golpistas: La ONU, el Grupo de Río, la ALBA, UNASUR, el SICA, el CARICOM, la Unión Europea, Presidentes, Parlamentos y personalidades mostraron su desacuerdo con el golpe. Incluso, la OEA, en las nuevas circunstancias y después de sobrevivir a San Pedro Sula, no podía hacer otra cosa que rechazar con energía la acción si quería seguir respirando.
Entonces, ¿cómo es posible que la oligarquía y los militares hondureños se puedan mantener?
La Casa Blanca y la Secretaria de Estado de EE.UU. reconocieron a Zelaya como único presidente de Honduras y llamaron insistentemente a las partes “al diálogo”. Sin embargo, no han anunciado medidas concretas que indiquen su total y firme desaprobación y el fin de la colaboración militar.
Al contrario, Hillary mostró su preocupación por “las órdenes de miembros independientes de la justicia que deberían ser cumplidas” lo que equivale a una clara justificación y a un decisivo apoyo a las medidas judiciales “independientes” que los militares están usando como fuentes de derecho para su crimen de lesa patria.
En plena concordancia, Roberto Micheletti, autoproclamado presidente interino, afirmó que el golpe de estado “es un acto democrático porque nuestro ejército solo ha cumplido lo que ordenó la Corte de Justicia, la fiscalía y los jueces”.
La misma línea fue seguida por The Wall Street Journal cuando subrayó que “el ejército no depuso al presidente Manuel Zelaya por sí solo, sino siguiendo una orden del Tribunal Supremo” y justificó el golpe al afirmar que era “extraño pero democrático” pues todas las autoridades legales “estaban intactas” y destacó que el zarpazo tiene como fin aliviar los temores de los hondureños que están “comprensiblemente asustados de que, apoyados por el dinero y los agentes de Chávez, se alcance una subversión antidemocrática en el país”. Los mismos argumentos fueron expuestos por The Washington Post y otros importantes medios.
Llama la atención el nivel de coincidencia entre el gobierno de EE.UU., sus principales medios de prensa y las palabras del jefe de los golpistas. Sin lugar a dudas los actores buscan legitimidad para el golpe.
De esta manera, con la posición de fuerza que mantienen los golpistas, apoyados tras bambalinas por EE.UU., y con la paulatina ambigüedad que se acrecienta en la información emitida por los medios de comunicación internacionales, la oligarquía hondureña presiona para un diálogo e intenta dilatar la situación hasta llegar a las elecciones generales, planificadas para el 29 de noviembre, las cuales no dudarían en adelantarlas como ya han asegurado. De realizarse, el resultado sería una falsa maniobra electorera en la que saldría nombrado un digno representante de los grupos oligarcas en uno de los países de la ALBA., si antes no lo impide el pueblo.
Se hace evidente el juego de varias cartas por debajo de la mesa geoestratégica regional entre fuerzas reaccionarias que pretenden frenar los cambios políticos en el continente.
El tibio apoyo público de EE.UU. a Zelaya parece ser una sutil cortina de humo que le permite a Washington continuar como actor en la sombra y espectador en la luz, golpear los procesos integracionistas de la región, impedir el desarrollo de los movimientos sociales progresistas, al tiempo que conserva la credibilidad de Obama en la zona y mantiene a flote la OEA.
Los golpes en Bolivia y Venezuela no resultaron. Honduras, miembro también del la ALBA, fue la víctima esta vez. El zarpazo retrasa el avance pero no el impulso de los pueblos de esta Alianza y del resto de Latinoamérica en busca de la integración, conscientes de la máxima martiana de que “mientras haya en América una nación esclava, la libertad de todas las demás corre peligro”.

Omar Rafael García Lazo

Cuba Socialista

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