lunes, noviembre 02, 2009

El impacto de la Revolución cubana en América Latina


El proceso de transformación económica, social, política, ideológica y cultural que se inicia en 1959, en Cuba, la mayor de las Antillas, no tiene parangón en América Latina. Con una permanente movilización y protagonismo del pueblo cubano --en sintonía con una dirigencia sensible, unida y consensuada--, esta revolución ha tenido la habilidad y fortaleza de resistir con éxito por 50 años al poder imperialista más poderoso que haya conocido la humanidad, el cual ha pretendido someterla por las vías militares abiertas y encubiertas, y por medio de un criminal bloqueo que subsiste hasta el día de hoy.
El giro radical que tomó el proceso revolucionario desde su inicio en favor de esas profundas transformaciones concitó inmediatamente el apoyo de los pueblos de Nuestra América y del mundo entero. Desde los primeros meses de la revolución, muchas fueron las represiones sufridas en América Latina por defender el derecho a existir y resistir del pueblo cubano. En muchas ocasiones, en un 26 de julio, las fuerzas represivas en nuestros países embistieron con furia sobre los manifestantes solidarios con el proceso revolucionario cubano, siendo incluso una de estas brutalidades policíacas en la ciudad de México el hecho circunstancial que origina el movimiento estudiantil popular de 1968.
Con la consigna de ¡Cuba sí, yanquis no!, los latinoamericanos intentan romper la cadena histórica de guerras de conquista como la de México de 1846 a 1848; incursiones e invasiones militares a México, República Dominicana, Cuba, Nicaragua, Panamá, entre otras; tratados leoninos como el del Canal de Panamá, la Enmienda Platt, los de Bucareli; golpes de Estado como el de Victoriano Huerta, Castillo Armas, Fulgencio Batista, Augusto Pinochet y el apoyo incondicional a feroces dictaduras militares; asesoría policíaca y de inteligencia (con las consiguientes desapariciones forzadas, asesinatos, torturas, persecuciones, exilios, cárceles); dependencia estructural, apropiación de recursos naturales y estratégicos, fuga de cerebros, racismo y discriminación en la metrópoli imperial.
Un pequeño país, considerado por los padres fundadores de Estados Unidos en sus afanes expansionistas como la fruta madura que inevitablemente formaría parte del “Edén norteamericano”, retaba con éxito a Goliat y salía airoso de las constantes conspiraciones encaminadas a derrocar al gobierno revolucionario.
La guerra desatada contra el pueblo cubano se llevó a cabo través de una variedad de acciones políticas, militares, económicas, biológicas, diplomáticas, psicológicas, propagandísticas, de espionaje, la ejecución de actos terroristas y de sabotaje, la organización y apoyo logístico a bandas armadas y grupos mercenarios clandestinos, el aliento a la deserción y emigración y los intentos de liquidar físicamente a los dirigentes del proceso revolucionario. En este contexto tiene lugar la invasión a Playa Girón, fraguada, preparada y llevada cabo por la Agencia Central de Inteligencia; y la ruptura de relaciones de todos los países integrados en la OEA a excepción de México, orquestada por Washington.
Todos ellos fueron factores que paradójicamente facilitaron el rumbo de las transformaciones sociales: reformas agraria y urbana, nacionalización de los principales sectores de la economía y recursos estratégicos, campaña nacional de alfabetización, conformación de milicias y fuerzas armadas populares, transparencia en la política exterior y con plena independencia nacional, derecho a la salud, educación, deporte, a la cultura.
Cuando se observa en retrospectiva esta resistencia a la acción demoledora de Estados Unidos y a sus aliados; cuando se hace recuento de los numerosos procesos revolucionarios, democráticos y aún tímidamente nacionalistas, como el reciente caso de Honduras, abortados por la acción conjunta de fuerzas internas y los conocidos instrumentos subversivos estadounidenses, se constata lo inconmensurable de la tarea realizada por este pequeño país que ha decidido soberanamente su destino por cinco largas décadas.
Cuba ha sido el referente de una soberanía nacional-popular amenazada pero nunca violentada. El régimen socialista cubano ha sido la contraparte del diagnostico latinoamericano crónico de analfabetismo, muerte por desnutrición o enfermedades curables de millones de niños, pelagra, parasitosis, desamparo de los ancianos, deserción escolar, drogadicción, criminalidad, desempleo, polarización social, fin de la sustentabilidad alimentaria.
Cuba enseña durante 50 años, como sostendría Fidel, que es posible hacer la revolución y establecer el socialismo a 90 millas del territorio continental estadounidense, a contracorriente del determinismo geográfico que circula como moneda falsa; también, Cuba rompió con el clise de que las revoluciones podían hacerse con el ejército o sin el ejército pero no contra el ejército.
La revolución rescata la idea de patria, expresada por Martí, el sentimiento patrio que es humanidad, que es orgullo y cariño por la tierra de origen, a la par que resistencia y lucha contra quienes quieren destruir la identidad nacional, contra quienes la oprimen y avasallan. En Cuba triunfa la revolución por que constituye un proceso firmemente enraizado en esa realidad nacional.
El Movimiento 26 de Julio supo apropiarse de la herencia martiana y aplicarla a una lucha antidictatorial con articulaciones en organizaciones obreras, campesinas, estudiantiles y con una intelectualidad orgánica incorporada en el movimiento. La llegada de los sobrevivientes del Granma a la Sierra Maestra no fue la implantación de un “foco guerrillero”, sino la continuación de una lucha de años y el establecimiento de una fuerza política nativa que se desarrolló entre el campesinado con la ayuda de frentes urbanos consolidados.
Cuba obliga a un análisis más profundo y, sobre todo, crítico de la llamada cuestión nacional. Si no existe una base firme de los sectores y grupos que aspiran a transformar el país, una continuidad histórica con las luchas seculares del pueblo de que se trate, un conocimiento profundo de los problemas vitales de los diversos sectores sociales, una unidad de acción de los distintos agrupamientos democráticos y revolucionarios y una relación estrecha de carácter orgánico entre todos ellos, en extensión y profundidad del territorio, el movimiento revolucionario está destinado a fracasar.
Aquí Fidel ha insistido en el divisionismo como un instrumento imperialista que utilizando los grandes monopolios cinematográficos, los medios masivos de comunicación, sus revistas y libros, inculcan el miedo y la superstición a las ideas revolucionarias que sólo:
“A los intereses de los poderosos explotadores y a sus seculares privilegios pueden y deben asustar. El divisionismo –producto de toda clase de prejuicios, ideas falsas y mentiras-, el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos, organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos. Son vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que deben que dar atrás.” (“Discurso de Fidel Castro el 4 de febrero de 1962, con motivo de dar a conocer la Segunda Declaración de La Habana”, en Latinoamericanismo vs. Imperialismo. Ocean Sur, México, 2009, p. 84.)
Frente a la desaparición de la Unión Soviética y del bloque económico y político de Europa del Este, aliados político-militares y socios comerciales vitales para su seguridad y economía, Cuba salió airosa –no sin sacrificios y contradicciones- porque la experiencia socialista desarrollada en la isla se fundamenta en la realidad nacional y se enraíza en la ética y en el internacionalismo como políticas de Estado.
Este factor ha sido la base de la importante ayuda solidaria brindada a los movimientos de liberación nacional en América Latina, África y Asia. De esta ínsula voluntariosa han salido los miles de médicos solidarios para la asediada Nicaragua de la década del ochenta, las vacunas de la meningitis para los niños del Uruguay, la “operación milagro” que devuelve la vista a millones de personas en el continente; las asesorías deportivas de alto nivel; las trovas viejas y renovadas; los numerosos artistas plásticos, poetas, profesionistas, técnicos, maestros; las escuelas técnicas y de medicina en las que se han formado un sin número de latinoamericanos.
En aras del compromiso con los principios internacionalistas que la revolución alienta, el gobierno cubano ha sacrificado no pocas veces intereses de Estado. Hay que recordar en las misiones en África el papel jugado por Cuba en el derrumbe del Apartheid, la ayuda desinteresada a Angola y a una docena de causas revolucionarios, que significaron más de 2.500 muertos para el pueblo de Cuba. No recuerdo una sola condición impuesta por la trascendente ayuda cubana a Nicaragua durante los años de la revolución, ni reclamos a la solidaridad cubana de las fuerzas revolucionarias que durante décadas combatieron a las dictaduras civiles y militares de nuestra América. Tampoco podríamos entender los procesos revolucionarios actuales en Venezuela y Bolivia, sin la existencia de esa retaguardia estratégica que representan Cuba y su Revolución.
El secreto de la longevidad del proceso revolucionario cubano se encuentra en su capacidad para hacer coincidir la radicalidad en el rumbo colectivista, con el mayoritario apoyo popular a las medidas tomadas en cada etapa de la revolución. Sin el apoyo popular mayoritario al régimen socialista y sin la participación de la población en la defensa, la economía y el bienestar social, no es posible comprender la vitalidad de una revolución que no ha traicionado los principios martianos que constituyen la levadura de su identidad fundacional.
Siendo el pueblo cubano el principal artífice de esta gesta, a partir de la idea de que no tiene por qué haber “pueblos guías”, y mucho menos “hombres guías”, y que lo que se necesita son ideas guías, es necesario reconocer el papel jugado por Fidel Castro, quien como revolucionario, estadista e intelectual orgánico ha estado siempre a la altura de las necesidades y los intereses del proceso de transformaciones.
Fidel demuestra que puede haber dirigentes, gobernantes, estadistas, de otra catadura moral de la que estamos acostumbrados. Tal como él lo sostiene:
“Cuando los lideres yerran en su camino, no son lideres verdaderos. Cuando los líderes sacrifican principios claves a ventajas pasajeras o parciales, no son líderes verdaderos. Cuando los revolucionarios viven de utopías o de ilusiones y no de realidades, serán soñadores, podrán ser idealistas en el sentido puro de la palabra, pero jamás serán verdaderos revolucionarios. Revolucionarios son los que forjan una obra, revolucionarios son los que llevan adelante a sus pueblos, revolucionarios son los que saben vencer los obstáculos para marchar adelante.” (“Discurso en Montevideo, Uruguay, el 5 de mayo de 1959”. Latinoamericanismo vs. Imperialismo. Ibíd. p. 15.)
Enemigo de la rutina, en permanente lucha contra todo conformismo, Fidel educó a varias generaciones de cubanos en su concepto de la unidad de los revolucionarios como precondición del triunfo; la ética como razón de Estado, que no asume que el fin justifica los medios, que no acepta el secuestro, la tortura o el asesinato en las filas de la Revolución, mucho menos la corrupción y el oportunismo; que no imita los métodos de los enemigos; que practica el desprendimiento por las cosas materiales; que hace de la solidaridad entregada un deber y no un arma de influencia política o instrumento del interés nacional; que exige la coherencia en los principios y los principios por encima de los intereses; que ofrece el ejemplo personal de los dirigentes que asumen responsabilidades con derecho a más sacrificios y restricciones, y no a prebendas y canonjías; que considera la verdad como condición para ser respetado; la sensibilidad de sentir como propio el dolor de otros; la modestia, la ausencia de vanidad como aspiración de los revolucionarios; el afán de leer, estudiar y aprender; el rigor personal, el deber con las responsabilidades, de que las cosas salgan bien porque es el compromiso con el pueblo, con la causa que se defiende; la derrota no es tal hasta que no es aceptada, siempre existe la posibilidad de revertir una derrota; la aspiración a la justicia para todos, sin fronteras, como causa universal; la fuerza de las ideas, la convicción martiana-fidelista de que una idea justa puede más que un ejército; la ausencia total de odio hacia cualquier persona; odio profundo hacia la injusticia, la explotación, la discriminación racial pero no hacia las personas, aun si son o han sido enemigos.
Este legado de Fidel, que forma parte sustancial de la actual “batalla de las ideas” es la clave para entender este cincuenta aniversario de la revolución cubana que se ha conmemorado en el mundo entero durante todo este año y que para los latinoamericanos es motivo de orgullo y de compromiso solidario.
El estudio comparado de las revoluciones contemporáneas muestra que a mayor apego de sus militantes a los principios colectivistas que dan origen al movimiento y a mayor congruencia ética de sus dirigentes, mayor también el desarrollo y la consolidación de esos procesos. En la victoria de Vietnam sobre Estados Unidos, la cohesión, prestigio y credibilidad de la causa por la liberación nacional enarbolada por el gobierno conducido por los comunistas fueron un factor decisivo que influyó en los resultados político-militares que llevaron a la unificación del país y la expulsión de los invasores.
La coherencia de la conducta del EZLN frente al Estado mexicano y el fracaso de éste en sus intentos de cooptación contrainsurgente de las comunidades indígenas zapatistas, mantienen a ese movimiento revolucionario incólume a los ataques de sus enemigos y a las “criticas” de quienes se declaran “en favor de los zapatistas” y no pierden oportunidad ni tribuna para descalificarlos. A la inversa, ninguna defensa de la izquierda institucionalizada se sustenta ante su pragmatismo electoral, la renuncia de sus premisas fundacionales y el quebranto ético de partidos como los de la Revolución Democrática y el de los Trabajadores brasileño.
No hay que olvidar que la “piñata”, el enriquecimiento inexplicable y el deterioro moral de algunos de los líderes revolucionarios en Nicaragua hicieron más daño al Frente Sandinista de Liberación Nacional que la derrota electoral del 25 de febrero de 1990.
En la revolución cubana, el comportamiento ético ha estado presente desde la lucha contra la dictadura de Batista, y ha sido recurrente a lo largo de los 50 años de su triunfo. Una y otra vez, ante los embates del imperialismo estadounidense y los problemas internos provocados por un proceso de transformación de la envergadura del cubano, sus dirigentes, en particular, Fidel, han actuado con valor y honradez. “La verdad es revolucionaria” es un axioma leninista hecho realidad en la experiencia cubana. Cuando Ramonet preguntó a Fidel como solucionaría el problema de la corrupción en sectores de la economía cubana, él responde:
“Primero que todo es una cuestión ética. Yo he pensado mucho en el papel de la ética. ¿Cuál es la ética de un revolucionario? Todo pensamiento revolucionario comienza por un poco de ética… Debemos atrevernos, debemos tener el valor de decir las verdades.”
La moral de un movimiento revolucionario se mide, asimismo, por que no abandona a sus presos y muertos. El reconocimiento oficial de los Cinco Héroes, prisioneros en las cárceles del imperio por hacer trabajo de inteligencia en el seno de los grupos terroristas apoyados, entrenados y financiados por el gobierno de Estados Unidos es un acto de justicia y de alto valor ético. En las reglas no escritas de este tipo de tareas, usualmente los gobiernos no reconocen a sus agentes.
Cuando la Unión Soviética y el bloque socialista desaparecieron, Fidel señaló:
“A aquellos que digan que nuestra lucha no tendría perspectiva en la actual situación y frente a la catástrofe ocurrida, hay que responderles de una manera categórica: Lo único que no tendría jamás perspectiva es si se pierde la patria, la Revolución y el socialismo.” (“Discurso el 10 de octubre de 1991”, Ibíd. p. 217.)
El dirigente máximo de la revolución, va más allá, y señala:
“Siempre recuerdo que Martí de lo primero que hablaba era del decoro del hombre, y decía, incluso, que si había muchos hombres sin decoro, había hombres que tenían el decoro de todo el mundo. Hoy no somos un grupo, sino un pueblo con decoro, una inmensa mayoría del pueblo con decoro, una nación con independencia, una nación con soberanía, una nación con libertad, que rechazará hasta las últimas consecuencias esas trasnochadas teorías de que la independencia debe ser limitada. Por eso nosotros, y solo nosotros, podemos y debemos resolver nuestros problemas, enfrentar y resolver este desafío porque, ciertamente, si el imperialismo pudiera poner de rodillas a nuestra patria e instaurar de nuevo aquí el capitalismo, no quedaría ni el polvo de los huesos de nuestros héroes, de nuestros mártires, de nuestros combatientes internacionalistas, de aquellos que nos precedieron en esta lucha, de aquellos ante los cuales nos inclinamos respetuosos para rendir tributo cada día de nuestras vidas. Esto es lo que significa nuestra lucha, esto es lo que significa salvar la patria, la Revolución y el socialismo.” (Ibíd. p. 220.)
Cuando el gobierno de Vicente Fox llevó al gobierno de México a una virtual ruptura de relaciones, miles de mexicanos en menos de 24 horas salimos a la calle para hacer patente el cariño y la solidaridad hacia Cuba y su revolución, al igual de quienes en 1961 formamos nutrida cola en la UNAM para ofrecernos de voluntarios cuando la invasión a Playa Girón.
Hoy en día, Cuba es un faro de esperanza en el océano de un capitalismo que ha sumido al mundo en una profunda crisis económica, social, política, ecológica y civilizatoria. Por ello, seguiremos en ese rumbo terco e indeclinable en la defensa de la Cuba revolucionaria.

Gilberto López y Rivas
La Jornada de Morelos

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