Los más veteranos no olvidarán las escenas, recogidas por toda la prensa gráfica y televisiva de la época, del estadista congolés maniatado y golpeado salvajemente por sus captores antes de darle muerte. Fue la imagen, en pleno 1960, de que para los círculos imperialistas la real liberación de África era un pecado imperdonable.
Así, en medio de su suplicio, pasaría el primer ministro Patricio Lumumba a formar parte de los mártires de la revolución africana aún en ciernes.
El llamado Congo Belga, una de las extensiones más ricas y a la vez más expoliadas del continente, había logrado su independencia apenas un tiempo antes, y Lumumba, presidente del multiétnico Movimiento Nacional Congoleño (MNC), se convirtió en popular jefe de gobierno y ministro de Defensa.
Solo que para los intereses que deseaba imponer el neocolonialismo sobre el extenso país, la figura del líder progresista era obstáculo en sus planes. La siniestra figura de Joseph-Desiré Mobutu, ex oficial en el ejército colonialista belga, agente de la CIA norteamericana y a la sazón Jefe del Estado Mayor del nuevo país, sería la pieza clave de los poderosos intereses foráneos.
A su orden, el ejército se sublevó. Las cómplices tropas coloniales iniciaron su repliegue y el separatista Moisés Tshombe, apoyado por mercenarios blancos y la compañía belga Unión Minera del Alto Katanga, declaró la independencia de esa provincia.
Ante el caos nacional, Lumumba confió en restablecer el orden mediante la solicitud de fuerzas de la Organización de Naciones Unidas, entidad bajo cuya bandera el primer ministro fue destituido por el presidente Joseph Kasavuvu, apresado por Mobutu y asesinado salvajemente el 17 de enero de 1961, hace casi cinco décadas.
Después, el influyente Mobutu, cipayo leal de Washington, se haría del poder mediante golpe de estado y establecería una suerte de feudo nacional que bautizó en 1971 con el nombre de Zaire.
“Su régimen estuvo plagado por la corrupción y la mala administración”, indican los propios medios occidentales al glosar la vida de aquella nación, y fue notorio su apego a las peores causas regionales y a la defensa de los intereses imperialistas en África.
No debe olvidarse que Zaire fue el centro de operaciones del traidor angolano Holden Roberto, también agente CIA y desde cuyo territorio partieron fuerzas que intentaron matar en la cuna a la naciente República Popular de Angola, finalmente desbandadas por los internacionalistas cubanos y los patriotas locales.
De aquellos trágicos e indignantes episodios congoleses de inicios de la década del 60, queda muy lúcida en la memoria de los cubanos la enfática sentencia de Ernesto Guevara cuando al abordar el asesinato de Lumumba recordaba que en el imperialismo no se debe depositar la más mínima confianza, porque ese sistema brutal siempre será capaz de cualquier golpe y cualquier traición.
Néstor Núñez
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