Lo más importante del retorno electoral del pinochetismo a Chile ha sido el caradurismo político con que fue recibido por los ‘demócratas’ y ‘nacionales’ del continente. ‘Tudo bem’, coincidieron: Chile es una democracia, Piñera ganó limpio; dentro de cuatro años se vota de nuevo.
Los mismos ‘progres’ y ‘nacionales’ que hostigan, desde su monopolio de los medios, a la izquierda revolucionaria porque no sabría distinguir entre ‘restauración conservadora’ y ‘revolución nacional’, o entre ‘progres’ y derechistas; esta misma gente reacciona con espléndida indiferencia ante el retorno nada menos que del pinochetismo, luego de dos décadas de gobierno centro-izquierdista. Piñera no ganó por una complicidad de extremismos con la izquierda revolucionaria (que en Chile simplemente no existe), sino por el servicio que le han prestado estos mismos ‘progresistas’ con una gestión de gobierno reaccionaria. La indiferencia ‘nacional y popular’ ante la victoria pinochetista pone de manifiesto los vínculos de clase que existen entre ellos –no en vano dominan, en ambas partes, los banqueros, los explotadores, los especuladores, que se han servido tanto de las dictaduras militares como de las democracias. La Concertación gozó del apoyo inamovible de la burocracia sindical de la CUT, incluso cuando el régimen electoral chileno excluía al partido comunista del parlamento.
Entre los ‘progres’ y ‘nacionales’ aún está vigente la tesis de que Allende fue derrocado por una provocación de ‘la ultraizquierda’, pero hoy ya no tienen ese pretexto. Al igual que en el pasado, la reacción derechista triunfó por la incapacidad del ‘progresismo’ para movilizar a las masas y por sus propios lazos: en 1973 con el golpismo, ahora con la derecha. La caída de Allende no fue responsabilidad de ‘la ultraizquierda’, que no fue la que nombró al Pinocho como ministro de Defensa y comandante en jefe, sino por el desarme compulsivo, ejecutado por la Unidad Popular, de los trabajadores dispuestos a defender el gobierno que habían elegido. En lugar de mirar para otro lado, los bolivarianos y nac & pop de América del Sur deberían convocarse en una asamblea general de emergencia.
Los pinochos volvieron al gobierno porque nunca fueron desalojados de las estructuras sociales y políticas dejadas por la dictadura pinochetista. Esto en primer lugar, como se acostumbra a decir en Estados Unidos. Piñera empezó robando en los desfalcos de los ‘80, pero llegó a los mil y pico de millones de dólares de patrimonio y al control de empresas claves bajo la ‘democracia’. El pinochetismo, como en España el franquismo, dejó bien atada su continuidad con una Constitución que los concertadores no quisieron anular –porque prometieron ser los continuadores del régimen. En este marco se desarrolló el entrelazamiento social y económico entre ‘progres’ y pinochos: el asesor económico del ‘concertador’ disidente, Enriquez Ominani (que sacó el 20% de los votos en la primera vuelta), se pasó en el segundo tu! rno a Piñera, porque gran parte de los planteos económicos de uno y otro son similares. Ahora Piñera promete hacer ‘la gran Sarkozy’, o sea llevarse como ministros a figuras destacadas de la Concertación.
Como dijo Piñera, “la guerra fría quedó atrás” –las víctimas del pinochetismo fueron sus ‘daños colaterales’. La Concertación, ciertamente, entrará en una licuadora, pero el mismo Partido Socialista ingresará ahora en un período de crisis, como le ocurría en los viejos buenos tiempos. En Chile no se desarrolló una oposición política de contenido revolucionario; aún domina la tesis de apoyar el mal menor, que plantea el partido comunista y su coalición Podemos. Para las elecciones recientes negoció, con la Concertación, el desistimiento de algunos candidatos del PS para poder introducir parlamentarios propios.
No conocemos todavía la discriminación social y política de la votación, pero es seguro que el margen de votos que dio la victoria a Piñera salió del electorado democristiano. La DC se encuentra en un proceso de disgregación que es anterior a la derrota de su candidata ante Bachelet en las internas de la Concertación hace cuatro años. Un ala importante de la Democracia Cristiana propugnaba la alianza con el sector menos recalcitrante del pinochetismo –como se le atribuye a Piñera, quizá porque apoya el matrimonio gay (como Macri). Esta tendencia disolvente se profundizó a pesar de que, en esta ocasión, la Concertación sí llevaba a un candidato de su partido, Frei –un compromiso que no conformó a nadie. En resumen, la Concertación prefirió consumirse en su propia descomposición, incluso si esto aumentaba la! s chances de la derecha; esto vale en especial para el PS. Después de todo, los Piñera son un mal menor para ellos.
Una noticia muy difundida, el éxito económico de Chile y su capacidad para enfrentar la crisis mundial, oscurece la interpretación del resultado electoral. La cosa cambia cuando se ponen los datos al derecho: Chile fue el país más golpeado por la crisis, después de México, con una caída del 5% del PBI y una tasa de desocupación y subocupación del 15 al 20%. La derrota del gobierno es una expresión de esta realidad económica.
‘Empresario exitoso’, Piñera viene con un paquete de privatizaciones ‘grosso’; en primer lugar, de la estatal Codelco. El argumento es terminar con la corrupción; la realidad es que el desarrollo impresionante de los monopolios mineros, debido a la demanda de China, ha dejado a Codelco en inferioridad de condiciones para renovarse. La minera estatal brasileña Vale do Rio Doce ya ingresó en las mieles privatizadoras. La exigencia de China de que se bajen los precios de los minerales mete presión. Junto a la privatización de Codelco, Piñera promete aumentar las regalías que se cobran a los privados: un palazo de cal y una cucharita de arena.
La privatización de Codelco deberá superar la resistencia de las fuerzas armadas, que tienen una caja legal en la empresa y, por sobre todo, de los obreros mineros.
Bien entendida, la victoria de los pinochetistas no es el retorno del pinochetismo. La diferencia es de régimen político. La misma crisis mundial que los puso arriba, en poco tiempo los empujará abajo. Pero esto no exime de responsabilidad a los ‘progres’ y sus corifeos. El apoyo al mal menor conduce siempre, en última instancia, a la victoria del mal mayor. Es necesario construir una oposición socialista y revolucionaria sistemática.
Jorge Altamira
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