Se nos fue el dulce poeta de la Isla en el Tacto.
Los insondables designios existenciales le arrebataron el anhelo de vivir un centenar de años, como era su firme propósito.
Augier no era sólo un escritor y periodista, autor de decenas de libros y millares de artículos; era un académico de la lengua, una de las voces cimeras de la literatura cubana actual.
Por reclamo de mis sentimientos, pasaré por encima de una prescripción facultativa para escribir sobre Angel Augier.
De ese enamorado de su tierra, que concibió criollamente sensual:
Soledad por tu sol y por tu ola:
isla sola: sol y ola
confundidos ciñendo, acariciándote
la piel mulata de la costa,
la femenina piel, fragante de tabaco,
y la piel de la playa,
cálida y temblorosa con su arena de azúcar.
Augier era un excelente poeta y sobre todo un adorable ser humano: sencillo como pocos, dedicó la mitad de su vida a investigar y resaltar al venerable Nicolás Guillén, su socio en la literatura y en la ideología, casi relegando la obra propia. Era el ser humano más dulce que se pueda imaginar. Desde que lo conocí, comencé por eso a llamarlo Angelito, aunque él protestaba diciendo que Angelito era su hijo.
Convinimos con García Márquez en festejar juntos con Augier su centenario en este año. El destino lo ha impedido. Sin embargo, nos queda a ambos el indeleble recuerdo de mi Angel Augier. De nuestro Angel Augier. La nostalgia de aquellas tardes de labor en los primeros años de Prensa Latina, en los que era uno de nuestros jefes, junto con Jorge Ricardo Masetti.
De las emotivas reuniones con sus hijas, con su yerno y sus nietos, con Mary Flores, Mercedes, Ana María y con Conchita, que también se nos fue hace unos meses, nos quedarán eternas remembranzas. Resultaron una anticipada celebración del centenario. Los reclamos de sus amigos le animaban a vivir, comentaba su hija Gisela.
Sus Cien Años de Dulzura diseñaron, sin proponérselo, una “muda presencia inevitable”.
Gabriel Molina
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