miércoles, enero 20, 2010

Miguel Hernández, viento del pueblo


Todos los homenajes a Miguel Hernández promovidos desde las instituciones o con las instituciones son eventos que tienen un hilo conductor: declarar a Miguel poeta de todos, hijo de una circunstancia que se da por superada y cuya poesía más comprometida lo fue con su tiempo, pero que, hoy, no nos compromete con nadie ni con nada. Ese tipo de homenaje, sin que se ponga en duda la buena intención de algunos, nunca me ha convencido.
Es Miguel poeta del pueblo. Sus versos son cantos de amor y de lucha, de exaltación y dignificación del trabajo, de generosidad y orgullo frente a la desigualdad y la opresión. Es un canto a la naturaleza, a sus impulsos amorosos. Un grito de libertad:

Jornaleros, España loma a loma
Es de gañanes, pobres y braceros
No permitáis que el rico se la coma
Jornaleros

Las alabanzas que recibe desde y por las instituciones, a través de sus intelectuales más o menos orgánicos, parecen un reconocimiento postrero de sus valores poéticos y humanos; son en realidad un procedimiento que, en la medida que ignora las causas que le llevaron a la cárcel y a la muerte prematura, tiende a integrar a Miguel en el magma del sistema injusto que él combatió, de hacerlo inoperante para los suyos, de desarmarlo, precisamente, cuando más necesarias son sus armas: la lucha por la dignidad del trabajo, la rebeldía contra la desigualdad, la entrega a unos ideales de justicia social.
En un mundo en que unos cientos de banqueros y magnates poseen en sus cuentas bancarias el poder de adquirir la mitad de las riquezas creadas por los trabajadores, mientras miles de millones de seres humanos padecen necesidades, hambre y guerras, los poetas son viento del pueblo. Sólo en el mundo de fraternidad que él soñó, Miguel pertenecerá a todos. Mientras tanto, será el poeta de los explotados, los excluidos, los sin papeles, los insumisos, el hermano en el sacrificio de los cientos de miles de caídos defendiendo la democracia republicana, los cientos de miles de presos y fusilados después de la guerra, los cientos de miles de exiliados y desarraigados que abandonaron su tierra para vivir y morir en paises lejanos.
Sólo del fermento de amor, humanidad, dignidad y espíritu de lucha que inspiró su poesía, surgirá de nuevo la necesidad del homenaje que Miguel se merece.

Pepe Martínez Carmona

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