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lunes, enero 11, 2010
La caza de los demonios en el debate sobre Julio Antonio Mella
Un nuevo 10 de enero nos trae el recuerdo de la joven vida del comunista cubano Julio Antonio Mella (1903), arteramente asesinado por los esbirros del imperio, en el México convulso de 1929. Tanto en el pasado año, como en los que le antecedieron, esta efeméride ha convocado a recuentos y reflexiones, en las que unos y otros autores, han rendido el homenaje que para todos Mella merece. Lo triste es que en tales acercamientos, nos tropezamos con no pocas lecturas superficiales, erróneas interpretaciones e interesadas tergiversaciones .
Resulta más que petulante, estúpida, la postura que se autoproclama poseedora de la verdad absoluta. La historia puede leerse desde diversas experiencias y posiciones ideológicas, culturales y cienciológicas. Sí, siempre reclamará la seriedad y respeto de quienes nos acerquemos al hecho histórico, en tanto base objetiva del conocimiento de lo pasado. Y precisamente aquí radica el problema: Sobre Mella hay quienes escriben y reescriben con colosal irresponsabilidad. Estas fallidas incursiones, no son solo un producto de la inexperiencia en el oficio del historiador. Observo con preocupación, como la pobreza historiográfica acompaña e intenta dar visos de historicidad, a aviesos propósitos ideológicos y políticos.
Cierto es que l a ola de descrédito contra la historia del movimiento comunista, realizada por los servicios de propaganda occidentales, como parte del vasto plan de acciones corrosivas que acompañó la caída de la URSS y el campo socialista europeo, ha contribuido a deformar la percepción histórica de los acontecimientos, que tuvieron a Mella como protagonista singular. Pero no todo se reduce al “montaje enemigo”. En el seno del movimiento revolucionario y progresista –y Cuba no es una excepción-, hay temas que no han sido suficientemente develados y discutidos. Hay demonios de los que debemos exorcizarnos o serán, una y otra vez, instrumentos para los divisionismos y oportunismos de izquierda y derecha.
El asesinato de Julio Antonio Mella y la sanción en su contra, que le fue aprobada por el primer Partido Comunista de Cuba tres años antes, en enero de 1926, han resultado temas de reiterada e inculta manipulación.
De la sanción y el asesinato
El día 5 de diciembre de 1925 inició Julio Antonio la famosa huelga de alimentos que se extendió durante diecinueve días. A pesar de que esta acción constituyó un fuerte golpe político para la dictadura de Gerardo Machado, la dirección del Partido Comunista cubano, objetó tanto ideológica como políticamente la acción del joven revolucionario. Pesaron las concepciones dogmáticas y obreristas que estaban enquistadas en los jóvenes partidos marxistas latinoamericanos, y no faltaron los empecinamientos absurdos y las malas pasiones, siempre en acecho, para dar su zarpazo de desamor y sinrazón. El resultado inmediato fue el juicio político y la separación del Partido de Mella, y con ello la incomunicación de la dirección partidista, con quien en aquellos momentos, más podía recibir y multiplicar, aprender y desarrollar, a favor de la causa revolucionaria.
El trascendido de la separación de Mella del Partido, que necesariamente llegó hasta las bases de comunistas, obreros e intelectuales revolucionarios de la época, sin dudas incubó el rumor de la “expulsión”. Súmese que la sanción, jamás tuvo un desmentido o confirmación pública oficial por parte del Partido Comunista de Cuba. Todo ello explica, por qué durante años aquel desencuentro de Mella con la directiva del primer partido marxista y leninista cubano, se convirtió en objeto de especulaciones, y sobre todo de manipulación anticomunista. Hoy, sin embargo, nada justifica perderse en sutilezas o hipótesis . Existe un serio y significativo esclarecimiento de aquellos acontecimientos.
Están publicados los documentos y testimonios de la época, y existen sólidas investigaciones, primero de Alfredo Martín [1] y luego de Angelina Rojas [2] , en la que estos investigadores cubanos abordaron con toda transparencia, el mencionado conflicto, así mismo de cómo fue la Internacional Comunista, con el apoyo del Partido Comunista de México, quien dirimió la situación creada, a favor del joven sancionado, y orientó a sus camaradas cubanos, la suspensión de la sanción y el reintegro de Mella con todos sus derechos al seno del Partido. Para los historiadores que le niegan cualquier aporte a la Internacional Comunista, la actuación sabia en el manejo y solución de este complejo problema, merece destacarse.
Mella estuvo sancionado en el seno del partido cubano dieciséis meses: ¿Por qué ciertos articulistas siempre recuerdan “la expulsión” y olvidan la reintegración de Mella al Partido?
Como he manifestado en otros momentos [3] , l a situación creada ofrece un material valioso para entender, las limitaciones del movimiento comunista, y también los altísimos valores éticos, ideológicos y políticos que en sus filas prevalecían. Lionel Soto en su obra sobre “La Revolución del 33”, subraya el hecho de que en el México de 1928, en la Asociación de Nuevos Emigrados revolucionarios Cubanos (ANERC), Mella logra nuclear dentro del amplio grupo de exiliados revolucionarios cubanos que lidera, a los militantes comunistas que habían tenido que abandonar el país por la represión de la dictadura machadista, algunos como Alejandro Barreiro, miembro de Comité Central, que incluso había integrado el jurado que propuso la controvertida sanción de 1926 [4] .
Ya en estos días de 1928, el Partido Comunista cubano compartía los criterios de Mella, a contrapelo de la “orientación” táctico estratégica de la Internacional Comunista. Rubén Martínez Villena con el liderazgo efectivo del Partido dentro de Cuba, secundaba a Mella [5] . Esta realidad vista desde los duros intercambios realizados en los momentos de la sanción a Mella, dan la dimensión ética y política de salida de aquel conflicto, y permiten con justicia considerarlo como un hecho desafortunado y coyuntural. Explicitar esta verdad permite trascender la anécdota y brindar el proceso de la tan publicitada sanción, en su ineludible historicidad.
También hay documentos y testimonios de la época y sólidas investigaciones de los historiadores cubanos Froilán González y Adys Cupull [6] , que prueban de manera irrebatible que Julio Antonio Mella, fue asesinado por órdenes y con el financiamiento del dictador de turno Gerardo Machado, con la connivencia de varias autoridades mexicanas de la época, y la segura anuencia y colaboración de los entonces incipientes servicios de inteligencia de los Estados Unidos. Para dar cualquier otra versión, hay que probar que los documentos que existen son apócrifos, que los atestados policiales y los testimonios de quienes si vivieron los acontecimientos son falsos. ¿Cómo puede rebatirse todo el grueso expediente documental y los sólidos razonamientos que desde estos se sustentan, con hechos fortuitos y especulaciones? ¿Por qué sumarse al acoso que ya en el propio México de la época vivió la maravillosa militante comunista italiana Tina Modotti?
La investigadora alemán Christhine Hatzky, ha realizado una minuciosa constatación de cada tesis, sin importarle que tan seria o disparatara fuera, hurgó de nuevo en archivos – incluido el de la Internacional en Moscú -, y llegó a la conclusión de la no existencia de “ningún indicio nuevo referido a las sospecha de que Mella hubiera sido asesinado por sus propios camaradas” [7] .
Entre “estalinistas” y “trotskistas”
Mella murió defendiendo su militancia en el Partido Comunista Mexicano, sección de la Internacional Comunista, y este dato basta para entender su opción y mensaje. Pero tal militancia está lejos de ser un parte aguas.
Julio Antonio Mella vivió en el vórtice de una tormenta de ideas y pasiones. La agudización de guerra política entre Iósif Stalin (1878-1953) y León Trotski (1879-1940), y la definitiva colocación de este último, en una posición de completa beligerancia frente al Partido y el proyecto soviético, selló el debilitamiento del movimiento revolucionarios de la época. Faltó en repetidas ocasiones, la mesura y el respeto por los revolucionarios que defendían otros puntos de vista, y en tal coyuntura, sin dudas brilló la honestidad y la posición de unitaria de Julio Antonio Mella: “La lucha contra el imperialismo de todas las fuerzas y tendencias –afirmaba Mella- es la lucha más importante en el momento actual... Ni en nombre del arte, ni de la ciencia, ni del derecho, ni de la libertad individual se puede ser ajeno a esta lucha. Quien no lucha es aliado del enemigo, ya que resta un brazo a la acción en los momentos en que todos deben luchar”.
De Mella está probada tanto su admiración por León Trotsky, como su militancia en el Partido Comunista, aún después de la división liderada por Trotsky en el partido soviético y en el movimiento comunista de la época. No hay dudas de la crítica a cualquier tipo de disidencia que mantenía Mella días antes de caer baleado, pero también resulta evidente su oposición al seguidismo acrítico y la claudicación del leninismo que propugnaban los estalinistas.
No se le conoce a Mella simpatía alguna con Stalin, y si un fuerte conflicto con los principales seguidores del estalinismo, que luego devinieron en el conocido grupo de oportunistas y pistoleros, que tomó por asalto y destruyó la impronta revolucionaria de la Internacional Comunista [8] . Precisamente ese grupo de oportunistas, que bajo la ofensiva estalinista fueron copando los cargos directivos de la Internacional, intentó en más de una ocasión alinear a Mella con el trotkismo, y en consecuencia separarlo y expulsarlo deshonrosamente de las filas del Partido y la Internacional.
Poco después de la muerte de Julio Antonio, en el Partido mexicano y en otros del área, se producirían lacerantes procesos internos. En medio del rigor del combate clasista y de violentas arremetidas de la reacción burguesa y latifundista, la necesaria crítica y separación de los elementos claudicantes y traidores, no siempre transcurrió como proceso de crecimiento político e ideológico de las organizaciones comunistas. Los métodos de purga sectaria y dogmática que irradiaba el estalinismo cobraron su cuota de víctimas, e hicieron presa de esos y otros errores a muchas dirigencias comunistas latinoamericanas, sometidas al “camarada mayor”.
La recién desaparecida figura de Mella, se mantuvo en el centro del debate. A sólo cinco meses de su muerte - junio de 1929-, alrededor de las tesis de Mella se desplegaron fuertes polémicas en la Primera Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina celebrada en Buenos Aires. Allí se hicieron evidentes las contradicciones, que en los días finales de Julio Antonio, el grupo de comunistas cubanos que articulaba la ANERC, ya tenía con la dirección del Partido Comunista Mexicano. A lo que se sumó la fuerte critica de la Internacional Comunista al Partido Comunista de Cuba, por mantener la tesis mellista en la cuestión de la alianza con las fuerzas nacionalistas.
Desde las posiciones que habían ocupado en la Internacional, los enemigos políticos de Julio Antonio Mella, se dieron a la tarea de calumniarlo aún después de muerto, y una y otra vez intentaron fundamentar su “trotskismo”. Basta como muestra significativa la justa ira de Rubén Martínez Villena, cuando de regreso de la URSS, en 1932, en Nueva York, impide que se publique en Mundo Obrero, órgano del Buró Latinoamericano de la Internacional Comunista, un artículo insultante sobre su entrañable amigo. A juicio de Rubén de haberse consumado, aquella publicación hubiera sido el “segundo asesinato de Julio Antonio Mella”.
En tal escenario se puede entender el hecho, de que aunque Mella definitivamente no fuera trotskista, sus compañeros de lucha que optaron por el trotskismo, se separaron y fueron expulsados del Partido Comunista, le consideraran como uno de sus “iniciadores”, y que tal apreciación tenga legitimidad desde la perspectiva de la historia de su movimiento político.
La historia es la que realmente transcurrió y no la que le gustaría a uno u otro contemporáneo. Así Mella por su grandeza y honestidad, puede ser reivindicado por una y otra tradición revolucionaria. Y tal realidad se proyecta con descomunal fuerza hacia nuestros días: ¿Morir asesinado siendo “estalinista” o “trotskista”, demeritaría a Julio Antonio Mella como fundador de la Federación Estudiantil Universitaria, del primer Partido marxista y leninista cubano, y de la Liga Antimperialista, líder del Partido Comunista y de los trabajadores y campesinos mexicanos, internacionalista sin par?
¿Y si el escenario se hubiera configurado de una u otra manera? Si Mella logra sobrevivir al atentado del 10 de enero de 1929. Si continuara su militancia junto a “los estalinistas”, o por el contrario sus enemigos políticos dentro del Partido Comunista Mexicano y la Internacional, lo separan del Partido acusado de “trotskista”, o si su opción de continuidad de la lucha revolucionaria hubiese sido la de la Oposición de Izquierda… ¿Dejaríamos hoy uno u otros herederos de aquellos revolucionarios de principios del siglo pasado, de considerar a Mella como NUESTRO, por “estalinista” o por “trotskista?
Para trascender y crecer
Lo importante es develar en aquellos acontecimientos complejos, las contradicciones que los propiciaron y las condiciones que definitivamente los desataron, las soluciones que entonces no se implementaron y la pertinencia de una reflexión para el hoy y el mañana. Sino entendemos esa historia de seres en conflicto de creación, en avances y retrocesos, derroche de heroísmos y pasiones encontradas: ¿Cómo podemos avanzar hoy mismo, cómo construir la unidad e impulsar la obra mayor, con todas y todos los que honestamente quieran revolucionar las circunstancias y con estas, sus propias personas?
Resulta fundamental hacer conciencia desde los “como” y los “porque”, en lo inadmisible de permitirnos repetir los mismos errores de desvinculación de las masas, elitismo y vanguardismo por decreto, burocracia de “cuadros” y estrechamiento de la democracia interna, intolerancia sectaria, dogmas prefijados, mutuas acusaciones, deslealtades y desencuentros. Y tan válidas son estas demandas para los socialismos, partidos y organizaciones revolucionarias, que a puro coraje transitaron la pasada centuria y llegaron al Siglo XXI, como frente a quienes ahora mismo emergen del torrente sociopolítico, emulan en creación heroica, y pugnan aún en caos, por construir sus propias utopías emancipadoras.
Julio Antonio Mella supo dar su pelea de honor y pasión, contra los demonios que en su tiempo envenenaban las filas de la Revolución. Sirva este recuento en el primer mes de un nuevo año, para ratificarnos que su lucha de entonces, aún nos convoca.
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[1] Alfredo Martín Fadragas: Mella. Nacimiento de un líder, Ediciones Extramuros, Ciudad de La Habana, 2001, p 54-65
Felipe de J. Pérez Cruz
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