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domingo, noviembre 14, 2010
Leucipo, el Big Bang y el falso concepto de Dios
En los artículos que dediqué, hace varios meses, a la verdad de la ciencia y la mentira de la religión, que aparecen al final de este escrito, no mencioné que la teoría del Gran Estallido, o Big Bang, es muy anterior a “la hipótesis del átomo original” planteada, en 1927, por George Lemaitre, curiosa paradoja en la que un cura católico, actuando como astrofísico, descubrió el fenómeno estrictamente mecánico que dio origen al universo, opuesto a todo lo que plantean la Biblia, el Corán, el Zend-Avesta, los Upanishads y los demás textos religiosos.
Que Lemaitre haya permanecido en la Iglesia Católica después de proponer su teoría, que recibió el apoyo de todo el mundo científico, incluyendo a Einstein, quien ya era considerado el primer físico del mundo después de Newton, prueba que tanto él como la Iglesia se consideran defensores de una metáfora, de una representación artística y hasta poética de la verdad que … no es la verdad.
Si, efectivamente, el universo fue creado por la explosión del átomo original --primeval atom-- o élam, hace unos 13,900 millones de años, y se ha estado expandiendo desde entonces, como unos años después probó Edwin Hubble con precisos estudios astronómicos que nadie ha podido rebatir, entonces el nacimiento y evolución del universo ha sido exclusivamente físico y no pudo haber intervenido nada que haya estado fuera de la Física, como un Ser Supremo, Mente Cósmica o Dios.
Si por Dios se entiende a un ser pensante que creó a la Física porque era anterior y distinto a ella, ese Dios no existe ni ha existido nunca porque nada hubo ni nada hay ni nada habrá fuera de la Física.
Pero si por Dios entendemos al fenómeno físico que creó al universo, entonces Dios sí existe porque existe el universo.
El error que cometen muchos que se llaman a sí mismos ateos, o sea sin-Dios, es creer que la palabra Dios significa “Ser Supremo que creó al universo”, lo que supone la existencia de un ser fuera del universo, o sea de la Física.
Ateos, en mi opinión, son los que creen en los dioses de las religiones porque un Dios falso no es un Dios y una persona que cree en un Dios que no existe es, en rigor, un sin-Dios, o sea un ateo.
Quienes creemos que Dios es la Física sí estamos creyendo en un Dios real porque no hay nada más real que la Física.
Quienes se llaman a sí mismos teístas porque creen en los dioses de las religiones son, en realidad, ateos, porque teístas somos quienes creemos en la Física, o sea en el verdadero Dios.
¿Cómo pudo haber existido antes de la formación del universo un ser pensante si el pensamiento elaborado es un producto tardío de la evolución de la vida orgánica, como hemos visto en este planeta y como debe haber sucedido en muchos otros en los que tiene que existir vida inteligente porque el origen de las estrellas y los planetas sigue los mismos principios físicos en todo el universo?
Dios, para mí, y para muchos, significa Física, no “Creador de la Física”, sino sólo Física. La Física se creó a sí misma y ése es Dios: la fuerza mecánica que lo creó todo, creándose a sí misma. No es un “ser” desde el punto de vista biológico, no tiene pensamiento ni voluntad ni deseo, no es bueno ni malo, no es comprensivo ni vengativo: es sólo mecánica.
El universo evolucionó por más de diez mil millones de años antes de que existieran el pensamiento y la voluntad, si ponemos como ejemplo a nuestro planeta y si consideramos que ya la amiba unicelular, al ser efecto del código genético original, tenía voluntad, o sea inteligencia, por muy primitiva que fuese.
El grave error que se ha cometido por miles de años, producto del miedo y la ignorancia –que es lo que ha dado origen a las religiones-- es creer que hay un misterio que está más allá de la Naturaleza porque la ha creado y la controla.
Ese misterio sólo existe en la imaginación de quienes no conocen o no entienden la luz de la ciencia y se empeñan en vivir a la sombra.
2-. Lo que la ignorancia nos ha hecho perder
Hace más de 2,400 años, un filósofo que no tenía microscopios ni telescopios expuso en teoría lo que sólo los científicos del Siglo XX, con los instrumentos más avanzados de la tecnología científica, pudieron comprobar. Se llamaba Leucipo y no se sabe con exactitud ni en qué lugar de la Jonia nació.
A diferencia de lo que tal vez crea la mayoría de las personas, Sócrates no fue el inicio del período triunfal de la filosofía griega, sino el comienzo de su crisis, porque la filosofía debió seguir concentrada en investigar las leyes físicas del universo ante las cuales el ser humano no es nada más que un pálido reflejo insignificante.
Situar al ser humano como centro de toda la investigación filosófica, o sea sustituir la filosofía natural por la filosofía moral, fue un error de quienes, en otro sentido, fueron los seres más geniales que hasta ahora ha dado la humanidad.
Si el estudio de las leyes físicas, que comenzó en la Jonia helénica con Tales de Mileto y que ya venía de India y Mesopotamia y Egipto, se hubiera mantenido y mejorado, si se hubiese rechazado el cambio radical que los sofistas y Sócrates le impusieron a la filosofía, y, sobre todo, si no hubiéramos tenido que padecer la larga noche de terror e ignorancia del cristianismo que aún nos confunde y ensombrece con sus crepusculares mentiras, el dominio de las ciencias, o sea de la verdad, tendría hoy, al menos, mil años de adelanto.
Tal vez ya estaríamos usando desde hace muchos siglos fuentes de energía ajenas a los combustibles fósiles, o sea al bióxido de carbono, y hoy la vida no estaría en peligro de desaparecer en dos o tres siglos como vimos en el artículo anterior.
Quizas hubiésemos llegado a la luna hace quinientos años –y de verdad, no mediante el montaje fílmico que fue otro de los trucos de Nixon y embaucó a casi todo el mundo-- y a otros planetas y sistemas planetarios desde hace varios siglos, que entonces no se hubieran llamado "de la era cristiana" porque el cristianismo no hubiera existido si la realidad hubiese primado sobre la fantasía.
Quizás ya hubiéramos construido una nave que viaje casi a la velocidad de la luz, usando como energía un campo electromagnético impulsado por fotones. Hubiéramos llegado, entonces, cerca de Alfa Centauri A, la estrella más cercana a la nuestra, en sólo cuatro años y unos meses de nuestro tiempo terrícola, y, tal vez, habríamos comprobado que posee un sistema planetario que tiene que ser mucho mayor que el nuestro porque comprende un sistema binario, o sea de dos estrellas, que tienen que irradiar mucha mayor energía que nuestra única estrella, el sol--, ya que la formación de las estrellas y los planetas tiene que haber seguido los mismos principios físicos de nuestro sistema solar porque las cuatro grandes fuerzas de la Naturaleza –gravedad, electromagnetismo, fuerza física fuerte y fuerza física débil-- son las mismas en todo el universo.
Con una cultura científica superior que se hubiera extendido de la Grecia y la Magna Grecia al resto del mundo antiguo, y hubiese llegado enseguida a Palestina, Jesús de Nazaret no pudo haber dicho las cosas tan asombrosas que dijo, porque el primero que le hubiera oído decir que su papá creó el universo, o sea las, al menos, cien mil millones de galaxias, cada una con, al menos, cien mil millones de estrellas y cada estrella con un probable sistema planetario y cada planeta con un posible sistema de satélites, y que todo eso lo logró hacer desde el lunes al amanecer hasta el sábado por la nochecita, lo hubiese denunciado a las autoridades médicas de Jerusalén y lo hubieran internado en un manicomio. Habría sido muy lamentable porque, más allá de las metáforas religiosas, Jesús fue el predicador moral más noble y heroico que dio la humanidad.
Si las enseñanzas de Tales y Anaximandro y Anaxímenes y Pitágoras y Empédocles y, sobre todo, de Leucipo y Demócrito, y de otros filósofos que hubiesen seguido los principios de la Escuela Atomista, se hubieran ido ampliando durante varios siglos, un Copérnico que no se habría llamado Copérnico y que hubiese nacido hace, por ejemplo, 2,250 años, no en Torun sino en Micenas, habría planteado la teoría heliocéntrica; y otro que no se hubiese llamado Lippershey y que hubiera nacido en Megara, no en Wesel, habría inventado el telescopio; y aun otro, oriundo de Tebas no de Pisa, que no se hubiera llamado Galileo, habría descubierto, unos años después, las fases de Venus y las lunas de Júpiter, y un siglo más tarde otro griego que habría nacido en Corinto no en Lincolnshire, y no se hubiese llamado Newton, habría descubierto la ley de la gravedad y así, por varios siglos, muchos otros, aunque hubiesen tenido que vivir en Alejandría o en su propia patria bajo la ocupación romana, habrían descubierto muchas otras cosas, hasta llegar al inmenso telescopio por el que Hubble descubrió que las galaxias se alejan unas de otras y con mayor rapidez aquéllas que están más lejos de nosotros, y hasta otro griego que hubiese nacido en Atenas, no en Oxford, y que no se hubiese llamado Hawking ni hubiera tenido que vivir en una silla de ruedas ni hablar mediante un comunicador electrónico, habría escrito libros famosos sobre el origen del tiempo.
Hubiera habido otro portavoz de las ciencias que habría nacido en Argos, no en Nola, y que no se hubiese llamado Giordano Bruno ni hubiese muerto en la hoguera por defender la verdad.
Si la filosofía hubiera seguido teniendo como centro a la Física, el ser humano no habría tenido necesidad de inventar ninguna religión y hubiese rechazado las que ya existían. La verdad habría reinado siempre en el mundo, no la mentira.
De haber sido así, la Santa Biblia, esa excelente comedia que, de haber sido escrita en serio, habría sido una terrible ofensa a la inteligencia humana, y no a la de los adultos sino hasta la de los niños, habría pasado a la historia como un libro de cuentos infantiles para menores de siete años.
¿Es contradicción o coincidencia que en todas las habitaciones de las decenas de miles de hoteles y moteles que hay en las ciudades y a orillas de todas las carreteras de Estados Unidos haya una Biblia, encima de la mesita de noche, junto al teléfono? Debe ser coincidencia porque lo contradictorio sería que tuviesen el Megas Diakosmos de Leucipo.
3-. Los átomos y el infinito
Los filósofos naturalistas rechazaron la vieja religión politeísta de Grecia que conocemos como mitología y trataron de darle una respuesta racional, científica, a las grandes dudas de la Naturaleza que después no se pudieron comprobar porque la filosofía tomó otros rumbos con Sócrates y porque carecían de los adelantos que sólo comenzaron a existir muchos siglos después, con Copérnico; aunque cuatro siglos antes ya el gran Averroes trató de actualizar, en la Córdoba andaluza y moruna, entonces la ciudad más culta del mundo, las ideas científicas de Aristóteles que se basaban en las ciencias de la tierra y de la vida orgánica, no en la contemplación y estudio del universo y el principio del Todo --el arké--, como habían hecho los presocráticos.
¿De dónde viene todo lo que existe, de qué sustancia ha sido creado, cómo se entiende la increíble pluralidad de la Naturaleza, cómo puede ser todo eso explicado en términos matemáticos; cual es, en fin, la esencia y el principio de las cosas? Esa era la idea fija, la monomanía de los filósofos naturalistas--.
Tales había dicho que era el agua; Anaximandro, una sustancia ilimitada a la que llamó “apeiron”; Anaxímenes, el aire; Empédocles, los cuatro elementos –agua, aire, fuego y tierra- y la eterna lucha de los opuestos; Heráclito, el fuego y el incesante devenir, y así otros trataron de darle una respuesta al origen de la Naturaleza.
Pero no fue hasta Leucipo y la Escuela Atomista que la filosofía natural tomó su curso superior, echando las bases teóricas de lo que hoy la ciencia acepta como el arké que tanto buscaron aquellos filósofos: la materia, el átomo.
La idea esencial de Leucipo fue la de afirmar que la Naturaleza está formada por átomos indivisibles e imperecederos que, al actuar entre sí, crean todo lo que existe. Este asombroso descubrimiento, que él sólo hizo, por supuesto, en teoría, no se pudo comprobar hasta el Siglo XX de nuestra era.
No fue Leucipo, sin embargo, quien realizó las mayores investigaciones teóricas sobre el origen y evolución de los átomos, sino su aventajado alumno, Demócrito de Abdera, quien llegó a ser mucho más famoso que él. A veces cuesta trabajo distinguir entre lo que dijo Leucipo y lo que dijo Demócrito que había dicho su maestro, porque las dos obras principales de aquél –Megas Diakosmos –El Gran Orden del Universo-- y Peri Nou –Sobre la Mente-- desaparecieron, así como las setenta obras de Demócrito, pero mucho de lo que éste escribió se supo a través de Epicuro.
(No se puede hablar de Demócrito, el filósofo más genial de la Antigüedad, en tan sólo unos párrafos, por lo que dedicaré otro artículo a su estupenda obra)
4-. Materialismo científico, materialismo histórico y socialismo científico
No debemos confundir el materialismo científico de los filósofos naturalistas, defendido por muchos otros filósofos de ayer y hoy, con el materialismo histórico que Carlos Marx definió, con gran claridad, en su “Crítica a la Economía Política”, cuando dijo:
–“El conjunto de las relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política, a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”.
Por su parte, Federico Engels creó el término “socialismo científico” para diferenciar al socialismo marxista, basado en el materialismo histórico, de los otros socialismos que no se apoyaban en el mismo principio de filosofía política.
El materialismo científico no tiene nada que ver con la economía ni la política porque se basa en que el origen físico y la evolución del universo, y el nacimiento y desarrollo posterior de la vida orgánica en este planeta --y posiblemente en otros muchos millones de planetas de distintos sistemas estelares--, es un fenómeno material en el que no ha intervenido nada que esté fuera de la Física porque, en rigor, no existe nada fuera de la materia ya que el pensamiento, las ideas, los sentimientos, la voluntad y todo lo que aparenta estar fuera de la Física, no lo está porque depende de un proceso estrictamente químico, o sea físico, que se produce en el cerebro. No existen el espíritu, el alma, el “más allá”, la reencarnación, la “vida eterna” “la divinidad”, “los milagros”, la “Creación” el “pecado”, la “salvación”, el “infierno” ni ninguna otra de esas supremas tonterías.
5-. El origen de las estrellas y los planetas de acuerdo a Leucipo
Veamos, entonces, lo que dijo Leucipo sobre el origen de las estrellas y los planetas, entendiéndose que, al plantearlo de esta forma, se refería también, indirectamente, al origen del universo, o sea al comienzo del tiempo, lo que hoy conocemos como Gran Estallido.
Esto es lo que dijo Diógenes Laercio, en su “Vida de los filósofos más ilustres”, que había dicho Leucipo cinco siglos antes (las notas son mías):
--Que todas las cosas son infinitas y se transmutan entre sí. Los mundos se originan de los cuerpos que caen en el vacuo (Nota: el espacio) y se complican mutuamente. De su movimiento al tenor de su magnitud se produce la naturaleza de los astros.
--Unas partes del universo están llenas y otras vaciás. Los elementos o principios y los mundos procedidos de ellos son infinitos y vienen a resolverse en aquéllos. Estos mundos se originan así: separados del infinito muchos cuerpos de todas figuras son llevados por el gran vacío y congregados en uno, forman un turbillón (Nota: esto puede identificarse con lo que hoy llamamos “nube de polvo y gas”), según el cual, chocando con los otros y girando de mil maneras, se van separando unos de otros, y se unen los semejantes a sus semejantes. Equilibrándose y no pudiéndose ya mover por su multitud y peso, las partículas pequeñas corren al vacío externo, como vibradas o expelidas (Nota: no fue hasta el siglo pasado que se pudo conocer que en la formación de un nuevo sistema planetario alrededor de una estrella, después que se separa de la nube de polvo y gas, la materia que no se concreta en planetas y planetesimales es expulsada fuera del sistema planetario, como sucedió en el nuestro en lo que se le llama la “guerra gravitacional” que duró unos 700 millones de años y le dio calma y armonía al sistema solar); las restantes, quedando juntas y complicadas, discurren mutuamente unidas y forman, de figura esférica, la primera concreción o agregado (Nota: o sea los planetas) Esta concreción es separada de los demás por medio de una membrana que lo circuye y contiene dentro todos los cuerpos. Estos cuerpos ya unidos en masa, girando sobre la consistencia de su centro (Nota: movimiento de rotación de los planetas), se va formando otra tenue membrana circular compuesta de las partículas que topa su superficie al tenor de su giro (Nota: ¿la atmósfera?) De esta suerte, se forma la tierra, a saber, permaneciendo juntos los corpúsculos tendientes al centro. Este mismo cuerpo concreto se va aumentando como por membranas, formadas de los corpúsculos externos que allí concurren, pues en fuerza de su giro adquiere cuantos toca (Nota: forma original de plantear lo que muchos siglos después se le llamaría “Ley de la Gravedad)
--Complicados ya algunos de éstos, forman la concreción, la cual es al principio húmeda y lútea, luego secándose con el viento gira del todo e, inflamándose, produce la naturaleza de los astros (Nota: transformación de los planetas de su estado gaseoso original a su estado líquido y sólido)
6-. Los Profetas de la Verdad
La ciencia actual ha probado la verdad del atomismo. Ninguna otra escuela filosófica de la historia ha estado más cerca de la Física actual, a pesar de que se ha probado que los átomos son divisibles, pero aquellos filósofos no tenían los instrumentos para probarlo.
Al desarrollar una concepción mecanicista del universo, Leucipo echó las bases lejanas de lo que en el siglo pasado se llamó Gran Estallido o Big Bang.
Al plantear que las ideas y el alma dependen del movimiento de los átomos, entendiéndose éstos como células, echó también la base para el estudio de las neuronas y de la interacción de los dendrites y los axones en la formación del pensamiento, o sea de las ideas, exponiendo, en forma aún primitiva, la naturaleza del cerebro, y la formación de las ideas como un proceso exclusivamente químico que, como hemos dicho, no tiene que ver con la metafísica ni con nada que esté fuera de la materia.
Leucipo y Demócrito fueron los primeros grandes profetas de la humanidad. Ellos sí merecen que se les construya grandes templos, no llenos de imágenes ni velas ni oro ni marfil ni plata ni misterios, sino extensos edificios llenos de libros que divulguen la eterna verdad de las ciencias.
7-. La armonía de los opuestos
Al margen de todo lo que he dicho en este artículo sobre ciencia y religión, veo con todo respeto y comprensión el reforzamiento de las relaciones amistosas entre el Estado cubano y la Iglesia Católica, como se vio antier, miércoles 3, con la presencia del presidente Raúl Castro Ruz, y de altos prelados religiosos de Cuba y Estados Unidos, en la inauguración del Seminario San Carlos y San Ambrosio, al sureste de La Habana. Millones de cubanos profesan el catolicismo, así como otros millones creen en el materialismo científico y, por supuesto, en el materialismo histórico. Son posiciones respetables porque responden al sincero convencimiento de quienes creen en ellas. Tengo el mayor respeto por la Teología de la Liberación porque interpreta, adecuadamente, las grandes ideas morales del cristianismo primitivo.
Que cada cual crea en lo que estime conveniente, que la religión coexista con la ciencia y la ciencia, con la religión. La búsqueda de la verdad es respetable, aunque se haga no a través de la lógica sino de la fantasía ☼
Carlos Rivero Collado
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