sábado, noviembre 20, 2010

Trotski. Una biografía, de Robert Service. Una contribución a la campaña denigratoria de la revolución.


Hace unos meses que Trotski. Una biografía, de Robert Service (Ed. B, Barcelona, 2010, tr. Francecs Reyes Camps), está en las librerías, engrosando así la lista de biografías y ensayos dedicados al fundador del Ejército Rojo, sin olvidar la notable novela de Leopoldo Padura, El hombre que amaba los perros, sin duda la más leída. Sobre todas ellas ya hemos tratado en estas páginas.
Este libro de Service que juzga a Trotsky a lo largo de un volumen de 735 páginas, es una obra para nada recomendable entre la militancia, y por su escaso valor, es posible que sea un fiasco editorial, aunque eso sí, ha sido muy bien acogida en la prensa (decir conservadora es casi un pleonasmo). En los forros de la edición ya emergen sin disimulo los objetivos a través de citas extraídas de los diarios: Service ha escrito “la primera biografía del mayor agitador bolchevique que no es una vida de santos” (Rafael Baehr); “Service muestra con claridad que el trotsquismo no era sino estalinismo en estado embrionario” (Robert Harris), El propio Service describe al personaje con los siguientes trazos: “Revolucionario, teórico, escritor de gran calado, mujeriego, icono de la revolución, judío antisemita, filósofo de la vida cotidiana…”
La obra se presenta también como la primera biografía de peso escrita por un no trotskista, aunque lo más correcta sería decir por un anticomunista. Es curioso, pero solamente en mis modestas estanterías tengo a la mano, la temprana de Bertram D. Wolfe, Tres que hicieron la revolución (Lenin, Trotsky, Stalin), editada por Plaza&Janés en 1964, un trabajo de envergadura e inscrito en el ámbito del los excomunistas (Wolfe participó en la fundación del partido comunista norteamericano y del mexicano, era amigo y biógrafo de Diego Rivera), la de Harry Wilde, Trotski (Alianza, 1972), y aún recuerdo otro retrato en catalán editado con el soporte de la Caixa, y las lista de obras no traducidas al castellano sigue y sigue. Son pues muchas las biografías y ensayos de los que no se puede decir –precisamente- que traten a Trotsky como un santo, más bien, todo lo contrario.
La obra de Service se presenta como fruto de una investigación en archivos en los que –asegura Service- nade o casi nadie había metido la nariz antes, y esto se presenta como una credencial de garantía cuando –como observa Moshe Lewin en El siglo soviético, esto no garantiza nada, no tiene porque contradecir aproximaciones anteriores que eran fruto de toda una labor. Esto es cuanto menos singular, e incluso arrogante. Sin negar que pueda darse algunas primicias, lo cierto es que la obra adolece de algunas taras que se hacen notar a la primera lectura. Primero, da toda la sensación de que Trotsky está sentado en el banquillo de los acusados, y que, como sucede en los juicios del cine cuando el acusado quiere tratar de hechos que no están ni tan siquiera sub judice: que no son pertinentes, De esta manera, Service consagra la santidad del orden capitalista. El juicio no implica al sistema imperialista ni un pelo; la razón de la lucha de Trotsky resulta de esta manera escamoteada; Service incluso considera que, al final de cuentas, Stalin fue mucha más “realista” y razonable, a veces da la sensación de que su biografía ha sido un encaro del San Wiston Churchill, que estaba de acuerdo con todo lo dicho. Segundo, las fuentes serán apabullantes, sin embargo, si se coge la lupa para acercarla a la crisis española de los años treinta, las líneas que ofrece el libro resultan sencillamente patéticas irrisorias, y se puede afirmar sin miedo al error que Service ni se ha preocupado de este apartado. Tercero, Service prescinde desde la primera página de cualquier presunción de inocencia, y tanto en el prólogo como en el epílogo, actúa como el más chabacano de los fiscales: el reo no merece perdón, es más, se le adjudican culpas no previstas en todos los juicios sumerios anteriores. Es también mujeriego, y judío antisemita.Que se sepa, y Service no dice nada distinto, Trotsky se casó dos veces, y tuvo un lío tardó con la Frida, si esos es ser mujeriego que baje Casanova y lo vea. En cuanto a lo de antisemita no hay mayor misterio: Service entiende como tal cualquier planteamiento antisionista
Como fiscal, Service comienza su tarea “cargándose” sin piedad, a los abogados de la defensa. Así, nada más comenzar, Deutscher queda descalificado ya que “le había hecho un altar” a Trotsky, e “incluso pensaba que el régimen soviético podría rectificar después de Stalin y construir un orden comunista internacional”; no hay más. Así, uno de los pilares del marxismo en Gran Bretaña (entre otras cosas “mentor” de la revista New Left Review), y autor de una obra que acaba convenciendo en su “prosovietismo” crítico a uno de los epicentros de la historia contemporánea, E.H. Carr), queda descalificado sin mayores requerimientos. Autores como Tariq Ali (SinPermiso), y Manuel Rodríguez Rivero (en el Babelilla), han dejado bien claro que Service no le llega a Deutscher ni a la altura de la suela y rememoran una biografía que no solamente ra –es- una “obra maestra”, es que no duda en cargar contra el personaje, e incluso contra sus herederos, a nuestro juicio, no siempre con acierto.
Service también desautoriza a Pierre Broué, al que tacha sumariamente de “idólatra”, un pecado que hasta el menos riguroso de los historiadores le reconocerá –al menos- que no era obstáculo para haber trabajado durante casi medio siglo en una investigación especialmente puntillosa del personaje, del que efectuó ediciones que eran al mismo tiempo, enormes trabajos de investigación. De esto resulta algo elemental: el autor que se acerque a Trotsky podrá debatir el enfoque con Broué, pero bajo ningún concepto podrá prescindir de sus trabajos, el de conjunto, su monumental biografía así como sus ediciones de los escritos de Trotsky sobre China, Francia, España, etc, sin olvidar su colección de trabajos publicados sobre todo en los Cahiers León Trotsky. Sin embargo, A pesar de todo este inmenso caudal de fuentes, Service prescinde de Broué, quizás por no quiere contaminarse de su “idolatría”.
Service “cierra” con esta biografía una conjunto de trabajos sobre la historia soviética, Lenin, Stalin, Trotsky, que, a odas luces, tratan de competir y tal como muestra este Trotsky, de minusvalorar los gigantescos trabajos de Deutscher, Carr y toda una historiografía marxista cuya calidad impuso una reputación incuestionable a lo largo de los (malditos) años sesenta y sesenta, sirviendo de alimento cultural y de aparato crítico de toda una generación luego derrotada. El empeño de service está hecho, por el contrario, al servicio de los vencedores. Sus obras no solamente son publicadas en editoriales de peso, también resultan reseñadas y alabadas en la prensa dando lugar a espectáculos tan bochornosos como el recibimiento que le otorgó el diario “Mundo” con las declaraciones antológicas por parte de Gabriel Albiac, Gustavo Bueno y…Julián Casanova. Antonio Elorza que apenas una semanas antes había elogiado en unas pocas líneas del Babelia el grueso volumen de Jean-Jacques Marie, Trotsky, un revolucionario sin fronteras (Fondo de Cultura Económica, México, 2009), lo hacía disciplinadamente del Service que le servía en bandeja algunos argumentos para aumentar un odio a Trotsky, que como el que profesa Service, no hacen más que aumentar la grandeza de un personaje que todavía sigue molestando.

Pd. Resulta muy singular la manera en que cierta historiografía académica exonera o culpabiliza a un personaje. En su afán de equiparar a Trotsky (y a Lenin) con lo que acabó haciendo Stalin, se apoyan en que todos ellos estaban inmersos en el mismo “sistema”, en la equiparación de métodos dictatoriales y violentos (Lenin y Trotsky en el curso de una guerra civil a vida o muerte, y alimentada desde las cancillerías imperiales), así como en las familiaridad de algunas citas, y no necesitan más que el eco insistente de los tribunalistas….Con otro personaje, por ejemplo Churchill (pero podían ser Reagan, Thatcher o Bush, al que el exalcalde de Barcelona, Joan Clos, trató de “buena persona, aunque equivocada”), es llevado a los altares e idolatrado, y resulta de mal gusto inquirir sobre su actuación en la defensa del colonialismo, su implicación en la “Gran Guerra”, su defensa de la guerra larvada contra la URSS, sus simpatías por Mussolini o por el nazismo de primera hora, su apoyo indirecto a la cusa franquista, y podríamos seguir. Pero el asunto es que Churchill no está procesado. Y es que vivimos en un mundo en el que cualquier infeliz puede pasar años en cáceles de mala muerte, y ladrones de guante blanco y avalados por la crema de la burguesía catalana como Millet, que ha robado más que varias generaciones de ladronzuelos de un país todos juntos, se sigue paseando por las calles de Barcelona….Y algo así es lo que ocurre con cierta historia.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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