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viernes, abril 04, 2014
La cortina que pretende ocultar los crímenes de la dictadura en Brasil.
A cincuenta años de la última dictadura en Brasil todavía quedan cuentas pendientes: la impunidad de los represores, el silencio y las complicidades actuales, y un aparato militar intacto que reprime al pueblo humilde.
El martes 1 de abril se cumplieron cincuenta años del inicio del último golpe cívico militar en Brasil. En este marco, una tímida convocatoria congregó a movimientos sociales, partidos políticos, organizaciones de derechos humanos y centenares de personas, bajo las exigencias de memoria, verdad y justicia por los crímenes cometidos durante el régimen dictatorial. El acto se efectuó en Cinelandia, en el centro de Río de Janeiro.
La impunidad cobijada por un silencio forzado, resultan una clave de lectura de un presente que exige mirar hacia el pasado. “Se a Ditadura já acabou, quero saber qual militar que torturou. Quero saber da nossa história, quero a verdade pra resgatar a memória ”, fueron algunos de los canticos que acompañaron la breve caminata hasta las puertas del edificio del Club Militar.
La enorme cortina negra, reforzada por un hilera de policías que impedía a la juventud manifestante acercarse al edificio, era hasta entonces la mejor metáfora para graficar un presente que impide al pueblo brasileño hacer justicia y repensar su historia.
A menos de una hora del corte de la calle por parte de los manifestantes, las motos de la Policía Militar comenzaron a rodear la zona anunciando la violenta represión que pronto se desataría luego del estallido de una bomba de gas.
Correrías, más bombas, balas de goma y decenas de detenidos y heridos por la violencia policial fue el saldo de un modesto acto que pretendía “des-conmemorar ” cincuenta años de mentiras, impunidad y militarización de los espacios públicos.
Esa misma Policía Militar, que nació de la mano del régimen dictatorial que tomó las riendas del país por 21 años (1964-1985), se mantiene vigente hasta el presente, siendo el guardián de un violento pasado que destrozó proyectos populares que se creían posibles para Brasil, y de un excluyente presente cada día más convulsionado.
Es ese mismo aparato militarizado que reprimió y reprime, que secuestró y secuestra, que desapareció y desaparece personas, que mató y sigue matando impunemente cuando ingresa a las favelas y enfrenta con sus fuerzas de choque las protestas populares. Ese aparato militarizado es el guardián de los intereses presentes y de la cortina que pretende ocultar el violento pasado y sus complicidades.
Un vez más las memorias entraron en conflicto. La represiva reacción de las fuerzas policiales durante la manifestación pusieron a la vista de todos que las luchas por significar el pasado pretenden cerrarse con el choque represivo, y que la excepción aún es regla en el país sede del Mundial de Fútbol.
Resulta cada vez más evidente cómo el pasado dictatorial hunde sus raíces en un país cada vez más violentado. Memoria, verdad y justicia, se suma al urgente pedido por la desmilitarización de las fuerzas policiales y de la vida del pueblo brasilero.
A cincuenta años del golpe cívico militar, las huellas de la memoria están presentes en decenas de jóvenes que cargan con las marcas que dejaron las quemaduras de las bombas lanzadas hace apenas dos días por la Policía Militar.
María Julia Giménez, desde Brasil.
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