El peor tipo de comercio es el de las ideas, que convierte al pragmatismo en guía de todas las acciones. Peor aún cuando se contrabandean ideas fuera de su plazo de validez. La difícil tarea de los "intelectuales críticos" que defienden los llamados gobiernos "progresistas" en América Latina consiste en esconder su derechismo detrás del temor a la “verdadera” derecha neoliberal.
Emir Sader, intelectual que junto a figuras como André Singer parecen tener como misión defender el “pacto petista” en Brasil, declaró a modo de protesta la “ausencia de intelectuales críticos en el momento de auge de los enfrentamientos políticos y de las grandes luchas de ideas en América Latina", en el que “los progresistas sufren los más duros golpes de la derecha”. Esta ausencia debilitaría el “campo de la izquierda”. Insatisfecho y apurado por justificarse, ataca a la “extrema izquierda derrotada, cuyo triste consuelo es imaginar un supuesto agotamiento del ciclo progresista”. La solución contra el dualismo de “un pasado desastroso y un discurso sin práctica” sería ir al rescate del pensamiento crítico de superación del neoliberalismo, para terminar defendiendo acríticamente al PT.
Sader llega a utilizar el “insólito” argumento de que gobiernos como el del PT en Brasil “habrían desmentido” la vulgar idea de la derecha de que cualquier gobierno serio “debería centrase en los ajustes fiscales”. Un poco inoportunos sus argumentos. El PT desmintió esta idea así como un médico desmiente el carácter no letal de un medicamento suministrándolo a un paciente boca abajo.
Para Sader, el pensamiento se prueba “crítico” cuanto mayor es su capacidad de encontrar con lupa los vestigios “progresistas” de estos gobiernos e instrumentalizar la denuncia de la derecha para justificar el apoyo al ajuste “progresista” y disciplinar a los infieles de la extrema izquierda, incapaces de valorar todo aquello que nos permitió escapar de tales gobiernos
La desesperación de Sader es comprensible: tiene la complicada misión de esconder que la derecha emerge hoy de las entrañas del “progresismo” y no a pesar de éste; que durante la última década contuvo la lucha de clases aprovechando el ciclo de crecimiento, manteniendo en pie los principales pilares del neoliberalismo de los 90 y profundizando el perfil primario exportador y extractivista, al atraso industrial y la dependencia del capital extranjero y la precarización del trabajo. La tarea estabilizadora del ciclo reformista fue preparando el terreno para que la clase dominante pudiese aspirar a una plena “restauración conservadora”.
¿Qué significa “profundizar el proyecto progresista”?
En los primeros años de este siglo, el equilibrio se rompió bajo el impacto de la crisis económica y política y los levantamientos populares en varios países latinoamericanos. La clase dominante tuvo que resignarse a la llegada al gobierno de fuerzas políticas reformistas como “recurso de emergencia”.
Los moderados Lula, Kirchner y Tabaré Vázquez, y los "radicales" Evo Morales y Chávez fueron inevitables debido a su influencia popular cuando la fórmula neoliberal se hizo insustentable. El “momento reformista” fue necesario para evitar una ruptura mayor, de resultados “catastróficos” o directamente revolucionarios para el orden. Surgieron dos variantes “pos-neoliberales”: una más nacionalista y populista en los países más convulsionados como el chavismo en Venezuela, o bien con características propias, como el gobierno de Evo Morales en Bolivia; y otra de centro izquierda, donde la crisis había sido menor, como en Brasil y Uruguay. Argentina muestra una situación particular, ya que después de la ruptura de la convertibilidad y las jornadas de diciembre de 2001 que afectaron al sistema de partidos, llega al poder el ala de centroizquierda del peronismo.
La situación en Brasil, donde el gobierno de Dilma impulsa duras medidas de ajuste, mientras busca pactar con la derecha en respuesta a la aguda crisis económica y política, es una señal elocuente de la decadencia de los gobiernos “progresistas”" de América Latina. Junto al cuadro electoral argentino, donde el futuro del proyecto “nacional y popular” quedó en manos del noventista Daniel Scioli, que compite con Mauricio Macri por la presidencia en un segundo turno. La profunda degradación del chavismo en Venezuela y el curso de los gobiernos de Uruguay, Ecuador y Bolivia, ilustran este “fin del ciclo progresista” que Sader se esfuerza por reconstruir discursivamente. Para estos gobiernos, llegó el momento de “pasar a los ajustes” con una agenda no muy diferente de la de la derecha, después de una década en la que su rol fue la pasivización y contención de la lucha de clases aprovechando una situación económica excepcionalmente favorable en la década de 2000.
Por lo tanto, desde Buenos Aires a Brasilia (pero también en Caracas, La Paz o Quito) lejos de avanzar, los “procesos de cambio” están profundizando su giro a la derecha. Sin embargo, Sader deja leer en entrelíneas que “sobran motivos” para ver el apoyo a Scioli en Argentina como un verdadero combate contra Macri, así como como el apoyo a Dilma Rousseff como un verdadero antídoto contra Cunha y la derecha del PSDB.
Veamos el caso de Argentina. Macri es indiscutiblemente un apóstol de la derecha neoliberal más conservadora y ligada a la Iglesia, que ya reprimió huelgas obreras y favoreció la entrega de los recursos naturales del país. Con este historial, el kirchnerismo quiere generar una falsa polarización, embelleciendo a Daniel Scioli contra esta derecha. Aunque es difícil lograrlo, si tenemos en cuenta que Scioli insistentemente homenajea al neoliberal Carlos Menem y que en plena década de los noventa afirmaba que el dictador Videla “se animó a hacer lo que nadie quería” o declara en medios nacionales que “si fuera electo, impulsaría una política de tolerancia cero con los piquetes y cortes de calle”, y para completar, señala que se encargará él mismo de “enviar las fuerzas policiales para garantizar el orden”. Cuanto cinismo el de Sader para defender a este tipo de personajes.
En Bolivia, Evo Morales luchó sistemáticamente para subordinar a obreros y campesinos al Estado burgués: represión de las luchas y movilizaciones fabriles, de maestros, de la salud y, por supuesto, el combate de las fuerzas del Estado contra la huelga de los mineros de la COB en mayo-junio de 2013 quienes reclamaban reformas al sistema de pensiones. Paralelamente, como si eso no fuera suficiente, el MAS de Evo, junto a la burocracia de la COB, se dedicó durante años a liquidar uno de los procesos políticos avanzados que dio la clase trabajadora boliviana en los últimos tiempos: la experiencia del Partido de Trabajadores. En Venezuela la política de Maduro, con la crisis del chavismo al desnudo, que ataca a la población a través de la devaluación de la moneda y la defensa empresarial, ha fortalecido una derecha rabiosamente ligada al imperialismo.
En tierras brasileras cada vez es más fácil para los trabajadores reconocer el rostro de la derecha en cada pronunciamiento de Lula o de Dilma, o incluso de la burocracia sindical de la CUT, que en su XII Congreso aprobó el ajuste principal contra de los trabajadores industriales: el Programa de Protección al Empleo (PPE). Los ajustes fiscales de Joaquim Levy, Renan Calheiros y Eduardo Cunha, como del PSDB, son parte de la agenda del PT. Lejos de cualquier “integración latinoamericana”, Dilma volvió a visitar los salones extranjeros que el PSDB había visitado: cerrando pactos de entrega del país a los Estados Unidos, Alemania y China.
Hace veinte años, los trabajadores petroleros se levantaban contra el fin del monopolio estatal sobre el petróleo y sus derivados y el intento de privatización al mando del tucano (PSDB) Fernando Henrique Cardoso (FHC). Ahora, una nueva generación de petroleros se levanta contra la privatización y el fin de los derechos a manos del PT y Dilma. Incluso la campaña “Patria educadora” del PT se convierte en un cínico slogan: el estado brasilero que está cerrando más escuelas públicas es el de Bahía, gobernada por el PT, y que ha hecho un trabajo tan desastroso como el del PSDB de Alckmin en San Pablo, enfrentado por los estudiantes secundarios que reclaman contra la derecha y contra Dilma.
Al contrario de los argumentos de Sader, en Brasil y en América Latina el "progresismo" no derrotó a la derecha, le allanó el camino y la fortaleció. La función histórica de los gobiernos “pos-neoliberales” no fue transformar el orden social del capitalismo latinoamericano, sino preservarlo y “actualizarlo” mediante reformas parciales.
Posneoliberales y la derecha: fisonomías de un mismo ajuste
El ambiente intelectual latinoamericano favoreció en las últimas décadas el predominio de estos personajes “críticos”: la “nueva izquierda” diseminó la sustitución del socialismo por la “radicalización de la democracia”; la sustitución de la clase trabajadora como sujeto revolucionario por diversas formas de “sujetos populares”, transformando el concepto de hegemonía de la clase obrera en una conformación de alianzas policlasistas con un barniz socialdemócrata.
Pero el escenario estratégico en América Latina ha cambiado. Según los pronósticos del FMI, América Latina y el Caribe concluirán este año con una contracción del 0,3%. Para Brasil se espera una contracción del 3% para este año y del 1% para 2016. Aún peores son las previsiones para Venezuela: 10% de contracción en 2015 y 6% en 2016. En el caso argentino, está previsto para este año un tímido crecimiento del 0,4%, y en 2016 una caída del 0,7%.
Una dinámica de ajustes "progresistas" se extenderá por el subcontinente. La clase obrera y la izquierda se ubican en posición defensiva frente a este giro a la derecha de la superestructura política y la orientación de ajustes de la burguesía. Los defensores del “pacto petista” en Brasil - como Sader - son los principales guardianes ideológicos de la conciliación de clases y de la pasivización de los trabajadores, proyecto cuyo “perfeccionamiento” grotesco es la austeridad. El escritor parece protestar contra sí mismo cuando lamenta la “burocratización del pensamiento crítico”.
Este es el reconocimiento de que la desconfianza de los trabajadores contra estos gobiernos va en aumento. Para enfrentarlos es necesaria una estrategia de clase independiente claramente delimitada de estas experiencias, la defensa irrestricta de un programa anti-capitalista (y no el antineoliberalismo que deja en pie la propiedad privada) y la lucha incansable por constituir a la clase obrera como sujeto político.
Acuerdos como el Frente Pueblo Sin Miedo, dirigidas por los oficialistas e integrado por el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) y el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), no sirven de nada, más bien, son útiles para cubrir por izquierda la tarea de Sader, Singer, entre otros. En Argentina se desarrolla una experiencia en sentido contrario, impulsada por el PTS, que combina la lucha por desarrollar un sindicalismo clasista, de izquierda, junto al impulso al Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) como frente de independencia política de los trabajadores, que establezca las bases de una alternativa clasista. Las lecciones de las experiencias políticas latinoamericanas e internacionales desempeñan un papel nada despreciable en esa construcción. La intervención práctica - orgánica - en la vida del movimiento obrero y la juventud, la acción política y la lucha ideológica y cultural deben estar unidas a una misma pasión estratégica, tanto en el plano nacional como internacional: impulsar la organización independiente del movimiento obrero y de masas que pueda presentar una alternativa revolucionaria a la crisis capitalista.
André Augusto
Campinas | @AcierAndy
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