París ha sufrido la mayor matanza desde la segunda guerra mundial. En su capital multitud de gente inocente ha muerto a manos de una violencia cruel e implacable. En una acción del carácter más vil se ha acribillado la esperanza de víctimas inocentes y sus familias. El mundo debería estar consternado y expresar su repulsa a actos como ese. No es legítimo matar inocentes de manera indiscriminada bajo ningún pretexto ideológico. El respeto a la vida de personas inocentes debiera ser la base de todo comportamiento. Acciones tan bárbaras como la que hemos conocido hacen avergonzarse de pertenecer al género humano. Esta acción nos sitúa en el punto de mira a todas las personas que creemos en la libertad y la democracia.
Estas palabras podrían ser del 17 de octubre de 1961, el día en el que París vivió la mayor matanza desde el final de la segunda guerra mundial. Más de 20.000 mujeres, hombre, niñas y niños desfilaron por las calles de Paris para protestar contra el toque de queda impuesto a la población “francesa musulmana de Argelia” por las autoridades. Miles fueron golpeadas, detenidas y entre 100 y 200 fueron asesinadas a manos de la policía. Las calles se tiñeron de rojo y el Sena se llenó de cadáveres. Las personas de origen argelino no fueron las únicas víctimas, pues la policía retenía a los transeúntes basándose únicamente en sus rasgos físicos. Cualquier persona de aspecto mediterráneo podía ser detenida, golpeada y asesinada. Algunas de las víctimas acabaron en el Sena, pero otras fueron “disimuladas” de manera más discreta. Muchas personas fueron detenidas en el Palacio de Deportes y en el Estadio Pierre de Coubertin, donde sufrieron un trato brutal. Años después algo similar se vio en el Estadio de Santiago de Chile tras el golpe de estado de Pinochet. La junta golpista chilena y el “democrático” gobierno francés utilizaron la misma táctica. Las autoridades francesas ocultaron los hechos y negaron toda implicación durante décadas. Charles de Gaulle consideró que era “un asunto secundario” según sus propias palabras y durante ese otoño algunos historiadores elevan las víctimas mortales de la represión hasta cerca de 400. El gobierno francés no reconoció la matanza y no admitió su responsabilidad hasta el 17 de octubre de 2012, cincuenta y un años después.
De igual modo, años antes, el día 8 de mayo de 1945, cuando Europa celebraba el triunfo sobre los nazis, fuera del hexágono, pero en el “territorio francés de Argelia”, la población se manifestaba reclamando la independencia. Las fuerzas coloniales lanzaron una campaña represiva en varias ciudades y los siguientes días dejaron un saldo de 45.000 muertos según el estado argelino y de 15.000 a 20.000 según historiadores europeos. Se trata de uno de los capítulos más oscuros en la historia de Argelia y Francia, que gobernó el país norteafricano con mano de hierro desde 1830 a 1962. Durante la guerra por la independencia (1954-1962) se calcula que Francia asesinó a más de un millón de argelinos en nombre de la bandera tricolor y la marsellesa.
“La mayor masacre en suelo francés desde la segunda guerra mundial”. Así comenzaban estos días las crónicas y artículos de numerosos periodistas que informaban u opinaban sobre los terribles asesinatos de París de noviembre de 2015. Estos actos, tan crueles, injustos y despreciables como los de 1945 ó 1961, sólo pueden despertar nuestro más firme rechazo y la mayor solidaridad con las víctimas y sus familiares. Sin embargo, porque todas las víctimas merecen el mismo respeto, no podemos faltar a la verdad y debemos recordarlas a todas. No establezcamos víctimas de primera y de segunda.
Gontzal Martinez de la Hidalga, Komite Internazionalistak, organización internacionalista del País Vasco.
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