El día que el presidente Nicolás Maduro declaró que el derecho a tener un televisor de plasma era un derecho que debería ser garantizado a todo el pueblo venezolano, bien podría ser considerado como el día que la revolución bolivariana dejó de existir. ¿Qué revolución socialista se puede sostener sí la utopía sobre la cual se construye es nada más ni nada menos que la universalización del consumo de las mercancías que constituyen los grandes fetiches de las modernas sociedades de consumo? ¿Qué guerra económica se puede ganar a la derecha sí no se tienen las armas ideológicas para enfrentar sus armas de consumo masivo?
En Argentina, la revolución kischnerista también trató de masificar el consumo de aparatos electrodomésticos como parte del proceso de democratización económica y social, y ya sabemos cómo terminó tal revolución. En 2011 el gobierno de la presidenta Cristina Fernández anunció el Plan LCD para Todos, para la compra financiada en 60 cuotas de 200 mil LCD de 32 pulgadas y alta definición, para atender prioritariamente a los jubilados, beneficiarios de la asignación universal por hijo y a titulares de planes sociales. De acuerdo a la expresidenta argentina, tener una televisión con pantalla LCD era parte del proceso de construcción de “una Argentina de pocos, a una Argentina de muchos, de todos".
En Cuba la utopía del consumismo está sustituyendo progresivamente a la utopía del comunismo, similar a lo que ocurrió en la década de los noventa en China y en los años recientes en Vietnam. Jóvenes y adultos que tienen el más alto nivel de desarrollo humano de América Latina y el Caribe y que fueron formados en los modelos éticos del Che Guevara y de Camilo Cienfuegos, suspiran ahora nostálgicos “por todas las cosas bonitas y modernas que se pueden tener en cualquier lugar del mundo, pero no en Cuba”. ¿Será que la búsqueda del sueño consumista y no la pobreza es el acicate que mantiene a casi 6.000 personas de nacionalidad cubana varadas en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua en su ruta hacia Estados Unidos?
Quienes conocemos el sistema capitalista, sabemos que éste es una poderosa máquina de generar sujetos que voluntariamente subordinan sus vidas a los valores y a los principios de autoridad que son propios del orden económico, jurídico, político y cultural establecido por el Capital.
Esto implica que un gobierno de izquierda que pretenda tolerar y/o mantener el ordenamiento capitalista como estrategia política mientras se construye el socialismo, necesariamente tiene que aceptar que la cohesión social y la inclusión social de las personas tendrán que lograrse mediante la adopción del estilo de vida de la sociedad de consumo. Un estilo de vida que transforma los derechos de ciudadanía en derechos de consumidores y consumidoras, y que reduce la libertad personal a la libertad de elegir y de comprar mercancías en el mercado.
En esta situación, a estos gobiernos no debería extrañarles que la clase trabajadora y demás sectores subalternos mantengan su fidelidad o adhesión a un proyecto socialista en tanto no tengan un espacio dentro de la sociedad de consumo, pero tan pronto como obtengan ese espacio – ya sea por las políticas sociales redistributivas o por la vía del empleo o del crédito- éstos comenzarán a indignarse y a movilizarse en contra de todo aquello que consideren una amenaza al consumo conquistado. En consecuencia, apoyarán y votarán a quienes les ofrezcan la sostenibilidad y el aumento en este consumo, no importa si son de izquierda o de derecha, sí son demócratas o son fascistas. ¿No es lo que piden en las calles quienes quieren desde Brasil piden la renuncia de la presidenta Dilma Rouseff?
Algunos partidos de izquierda justifican sus derrotas señalando que sus gobiernos son víctimas de los “infantilismos de izquierda”, de la “guerra económica de la derecha” y/o del capitalismo salvaje. Otros partidos de izquierda (como el FMLN en El Salvador o el FSLN en Nicaragua) justifican el pragmatismo de sus políticas pro-capitalistas, aduciendo que no pueden ir contra la historia, ya que la revolución y el socialismo tendrán lugar en sus programas de gobierno, cuando la gente quiera la revolución y quiera el socialismo.
Es cierto que la conciencia de clase y la lucha por el socialismo se construyen, y que no pueden imponerse por decreto. Pero ¿se puede construir la conciencia de clase mientras se camina entre “el inmenso arsenal de mercancías” que resguardan los centros comerciales? ¿Se puede pensar y actuar solidariamente mientras se apilan las cuentas por pagar de las tarjetas de crédito? ¿Se puede desarrollar una conciencia socialista mientras el ser social se mantiene anclado al capitalismo y al consumismo?
La conciencia de clase y la adhesión a un proyecto socialista solo surgirán sí la gente se da cuenta que en el capitalismo y en el consumismo no está la solución a sus problemas fundamentales. Para esto se necesitan partidos (u organizaciones) de izquierda que ofrezcan narrativas y alternativas emancipadoras al Capital, con capacidad de transformar la indignación y la movilización popular en relaciones de poder coherentes con estas alternativas.
Lamentablemente, en su búsqueda de “realismo político” en la actualidad, muchos partidos de izquierda en América Latina han terminado adoptando la conciencia de clase de la burguesía y los patrones de consumo que corresponden a ésta. Por ello, difícilmente pueden ser tomados en serio cuando se presentan como alternativas socialistas y/o cuando presentan sus fracasos como el resultado de intrincadas conspiraciones entre la ultraizquierda y la derecha neoliberal.
He aquí un tema “incómodo” para debatir durante la orgía consumista de Navidad y Año Nuevo.
Julia Evelyn Martínez
Julia Evelyn Martínez es economista salvadoreña, profesora de la escuela de economía de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) de El Salvador.
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