El 30 de septiembre, Rusia lanzaba su operación de intervención en Siria, lo que significa que dura ya más de dos meses.
Moscú dijo al principio que su objetivo era combatir al Estado Islámico y a otras organizaciones que describió como terroristas. Pero eso no ha sido así. El objetivo consistió realmente en atacar a todas las fuerzas sirias de la oposición para inclinar la balanza a favor del régimen de Asad.
Moscú declaró también al principio que la operación se prolongaría durante tres meses. Sin embargo, pronto se retractó de esa fecha límite y confirmó que seguiría abierta. Además, la operación, que empezó con el despliegue de los aviones y bombas rusos más modernos en una base militar siria próxima a Latakia, parece haberse extendido desde entonces a otra base aérea cercana a Homs.
Con independencia de las razones de esta primera oleada en el horizonte de la operación, tal vez sea hora ya de preguntarnos qué es lo que realmente ha conseguido Rusia.
El derribo del avión de pasajeros ruso sobre la Península del Sinaí fue una de las primeras consecuencias de su intervención en Siria. Desde luego, Rusia no es una extraña para el terrorismo. En la década de 1990 y también a lo largo de la primera década de este siglo, varios objetivos rusos fueron objeto de sangrientas operaciones terroristas.
Sin embargo, esa oleada de terrorismo estuvo estrechamente asociada al conflicto de Moscú con los pueblos del Norte del Cáucaso. También se limitó a una serie de objetivos dentro de la Federación Rusa. En estos momentos, Rusia se ha situado, al parecer, en el radar del terrorismo internacional, amenazando realmente tanto los intereses rusos dentro de la Federación Rusia como fuera de ella. El régimen del presidente Putin es en gran medida totalitario. No obstante, con todo lo totalitario que pueda ser, todavía le preocupa la opinión pública rusa.
Fracaso de la operación de limpieza de Putin
Con el telón de fondo de una serie de fracasos en los alrededores de Rusia y a nivel de las relaciones con Occidente, por no mencionar el tangible deterioro de la situación económica del país, no es un hecho oculto que Putin trata de presentar su intervención en Siria como una operación de limpieza.
El gobierno de Putin quería trasmitir a los pueblos rusos que Siria no sería otro Afganistán y que conseguiría los objetivos estratégicos de la operación sin incurrir en pérdidas significativas. La operación terrorista en el espacio aéreo del Sinaí fue el primer revés en ese discurso y Moscú trató de utilizarla para justificar la operación y obtener el apoyo de la opinión pública rusa.
Sin embargo, las cosas no se limitaron al derribo del avión sobre la Península del Sinaí. En una escalada no del todo inesperada, un avión de combate turco derribó un avión de combate ruso que no respondió a los mensajes de advertencia y violó el espacio aéreo turco en la zona fronteriza de Hatay.
Los turcos dijeron que la violación del espacio aéreo turco por parte de los aviones rusos venía produciéndose repetidamente en los últimos meses y que las autoridades turcas habían planteado ya el problema a sus homólogos rusos, habiéndoles hecho hincapié en que el ejército turco aplicaría estrictamente las normas de compromiso contra cualquier avión que violara el espacio aéreo de su país.
Las autoridades turcas mantienen asimismo que sus fuerzas no estaban atacando al avión ruso per se, ya que desconocían la identidad del avión antes de derribarlo.
Los rusos, por otra parte, consideraron que el derribo del avión de combate Sukhoi Su-24 y la muerte de uno de los pilotos representaba una puñalada por la espalda por parte de Turquía. En cualquier caso, el derribo del avión ha logrado envenenar las relaciones entre los dos países, especialmente después de que Rusia empezara a cumplir sus amenazas de imponer sanciones a las importaciones agrícolas turcas en Rusia así como a las compañías constructoras turcas que trabajan en Rusia.
Amistades rotas con Turquía
Sin lugar a dudas, estas sanciones tendrán un impacto negativo en la economía turca, aunque sea un impacto limitado. La repentina crisis en evolución en las relaciones entre los dos países dejará también una huella no menos negativa en la misma Rusia. Sus relaciones habían mejorado notablemente durante los últimos diez años, dejando atrás largas décadas de problemas y sospechas mutuas que se prolongaron durante todo el período de la Guerra Fría.
La mejoría se debió sobre todo al resultado de la determinación de las dos partes de mantener relaciones bilaterales disociadas de otros puntos de desacuerdo. Tal desarrollo dio paso a un progreso tangible en el entorno estratégico ruso, así como en la esfera económica. Turquía se convirtió en uno de los principales mercados energéticos permanentes de Rusia.
Mientras tanto, Ankara adoptó una posición distinta a sus socios de la OTAN ante las crisis georgiana y ucraniana, lo que hizo que se diferenciara de ellos. Ni siquiera vaciló a la hora de intervenir y compensar las necesidades de Rusia de productos agrícolas que en el pasado este país compraba de Europa, importaciones que habían quedado interrumpidas a causa de las duras sanciones que los europeos impusieron contra Rusia.
Si Rusia prosigue intensificando las acciones contra Turquía, podría acabar perdiendo, uno a uno, todos esos avances económicos y geopolíticos logrados como consecuencia del importante progreso experimentado en las relaciones entre los dos países.
La cuestión más importante en todo este proceso tiene que ver con lo conseguido por la intervención militar directa rusa sobre el terreno en Siria. La respuesta es, de hecho, que no mucho.
Los aviones de combate han realizado hasta ahora miles de salidas y bombardeado un montón de objetivos de la oposición siria en las zonas rurales de Idlib, Alepo y Latakia, así como en las de Damasco y Daraa. Sin embargo, ni el llamado Estado Islámico ni el Frente Al-Nusra se han visto afectados en modo alguno por tales intervenciones por la sencilla razón de que los aviones rusos les han alcanzado de forma marginal.
Al nivel de los combates que están teniendo lugar entre el resto de fuerzas de la resistencia –ya sea el Ejército Libre Sirio o los otros grupos armados- por una parte, y las fuerzas del régimen, por otra, está claro que hasta ahora no ha habido cambios tangibles en las líneas del frente. El balance de poder entre las dos partes sigue siendo el mismo, a pesar del apoyo proporcionado por la fuerza aérea rusa y a pesar del aumento considerable del número de tropas iraníes, fuerzas de Hizbollah y milicias chiíes que luchan junto al régimen de Asad.
El equilibrio de fuerzas en Siria sigue siendo el mismo
Hay quienes dicen, al igual que el mismo presidente sirio, que el fracaso de las tropas del régimen a la hora de conseguir un cambio tangible en los frentes de guerra es atribuible al incremento de los niveles de apoyo que países como Turquía, Arabia Saudí y Qatar han facilitado a las fuerzas de la oposición.
Puede que este hecho sea cierto. Sin embargo, la exactitud de dicha opinión no debería excluir el resultado más destacado: que después de más de dos meses de bombardeos intensivos por parte de Rusia sobre las fuerzas de la oposición, muy pocas cosas han cambiado en el conflicto sirio.
Lo que deberíamos recordar siempre son los objetivos que Rusia persigue al intervenir en Siria. Desde luego, Rusia tiene allí intereses importantes, como la base naval en la costa siria [Tartus] y los centros de escucha en las montañas de Latakia. No obstante, esos intereses, con todo lo importantes que puedan ser, no justifican la naturaleza de la postura rusa hacia Siria desde el comienzo de la crisis ni la magnitud de la reciente intervención militar.
Por tanto, es más que probable que Putin haya visto una oportunidad en Siria. La oportunidad de reafirmar el papel de Rusia en el ámbito internacional y de responder al continuado avance de la OTAN hacia Europa Oriental y Central. Asimismo, es una réplica a lo que Putin considera un intento de Occidente para derrocar a regímenes que están en buenos términos con Rusia e incluso desestabilizar al propio régimen ruso.
Lo que importa es que cualquiera de los dos puntos de vista es acertado, si la prioridad son los objetivos sirios u objetivos geopolíticos más amplios, no parece que Putin haya logrado ninguno. Hasta ahora pocas cosas han cambiado en Siria.
Al mismo tiempo, Occidente no parece muy dispuesto a hablar con el presidente ruso sobre Ucrania o Georgia ni de un mayor papel ruso a nivel internacional. Es posible que la temprana invitación de la OTAN a Montenegro para que se una a la alianza sea otro indicio de la naturaleza de la visión que Occidente tiene de la Rusia de Putin.
Basheer Nafi
Middle East Eye
Traducido del inglés para Rebelión para Sinfo Fernández.
Basheer Nafi es un destacado investigador del Centro de Estudios de Al Jazeera.
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