domingo, mayo 29, 2016

De cuando en el mundo de la cultura estaba mal visto el anticomunismo



Hace días, mientras asistía en Fabra i Coast, en parte del extrarradio industrial barcelonés, a Literal, la Fira del Llibre Radical, no pude por menos que evocar tiempos en los que había librería en los barrios, cuando cualquier entidad montaba su “paradeta”. Cuando a veces se agotaban tales o cuales stops de tal o cual obra, por ejemplo recuerdo haber ido más de una vez a las Punxas, la distribuidora de la edición de la obra de Rosa Luxemburgo, Huelga de masas, partidos y sindicatos.
Sobre esta aventura y sobre aquellos tiempos editoriales hay al menos un estudio de gran interés, el efectuado por Xavier Moret, Tiempo de editores: Historia de la edición en España 1939-1975 (Destino, Barcelona, 2002), sin olvidar por ello el de Sergio Vila-Sanjuán, Pasando páginas (Autores y editores en la España democrática) (Destino, Barcelona, 2003), que no se olvida de la lucha por las libertades desde este medio privilegiado que inundó las bibliotecas de los jóvenes inquietos con títulos emblemáticos de Marx, Lenin, Bakunin, Reichs, Fanon, Che, Trotsky, Gramsci, Malatesta, Sartre, Sacristán, Deustcher, y un largísimo etcétera.
No obstante, ninguno de los dos dedica la atención que nos hubiera gustado a las editoriales más “militantes” como Akal, Anagrama, Ciencia Nueva o Fontamara, que no solamente editaban material digamos “subversivo” son que también se preocupaban por la buena literatura y por toda clase de materiales…Eran editoriales que acompañaron y formaron parte de la generaciones inconformistas que crecieron bajo el franquismo, también tuvo ocasiones para poder apreciar como éste entendía la cuestión de los libros y como podía tratar a algunos lectores, sobre todo a los trabajadores que querían “saber demasiado”.
Ésta es una evocación que podía comenzar señalando el libro era un bien que muy poca gente poseía. Al menos, en la España ”profunda” la palabra “biblioteca” se refería casi exclusivamente a la que podían poseer algunos señores más o menos (más bien menos) ilustrados. No fue hasta ya entrado los sesenta que los libros (de bolsillo sobre todo) fueron llegando al gran público. Aunque actualmente cosas así puedan considerarse “batallitas” de los abuelos, lo cierto es que, para la gente común, lo de los libros prohibidos eran algo muy serio. A algunos les costó la vida o la libertad, y a otros, “simplemente” una soberana paliza como le sucedió al padre de una amiga quien ya nunca volvió a ser el mismo.
Se podría escribir un libro y bastante grueso sobre los republicanos que, cuando estalló la sublevación militar-fascista, fueron identificados para su fusilamiento (o largos periodos de cárceles), por su biblioteca. Recuerdo las dramáticas advertencias de mi entrañable barbero cuando se enteró que a mí me gustaba leer. A su padre lo mataron por eso y además quemaron todos sus libros. Lo de quemar libros fue un acto de lo más característicos del militar-fascismo, aunque a veces lo amontonaban en los cuarteles como pude comprobar en una habitación sellada en el de Sanidad de Ceuta, los títulos y autores arrojados a las tinieblas asombrarían a cualquiera, en un montón donde podías encontrar a Eliseo Reclús, Tocqueville, Voltaire o Blasco Ibáñez. Como es sabido, para la Brigada Político-social que irrumpía en las casas, los libros prohibidos, o simplemente sospechosos por sus títulos, eran una pieza clave en su sórdida misión. Sobre sus ventajas identificatorias nos ofrecía unas buenas indicaciones Hermann Tertsch en El País cuando no hace muchos años describía el “universo natural” de un sorprendente terrorista griego de formación trotskista a través de una biblioteca llena de títulos “subversivos”, que de haber sido “descubierto” cuando el golpe de los coroneles, ni dios le habría librado de las peores pesadillas.
La idea era muy simple, se habían acabado las ideologías (de izquierdas, claro), palabras como huelga, case obrera, socialismo, etcétera, pasaban a resultar antigüallas, desechos. Ahora “nadie era de nada” proclamaba Mariano Rajoy, y el triunfal-capitalismo (Ernest Mandel), se imponía sin una oposición institucional digna de mención. Si había algo era fuera del sistema.
Pero por entonces, entre la militancia obrera no fue hasta la mitad de los años sesenta que se pudo acceder con relativa facilidad obras reconocidas que hablaban de la II República con títulos de Hugh Thomas, Gabriel Jackson, el Broué-Témine, el memorial cenetista de José Peirats, o las historias oficialistas del PCE, entre otros. En esta difusión del pensamiento libre y crítico tuvo mucho que ver Ruedo ibérico así como lo que nos llegaban desde México, y ya al filo de los setenta, de la mano de editoriales legales como Ariel, Zero-ZYX, Ciencia Nueva, Alianza, Grijalbo, la pronto desaparecida Ciencia Nueva, un venero que en poco tiempo se convirtió en un caudaloso río para alcanzar su punto culminante en el año 1977, año que marcó el punto más alto de una avalancha de editoriales de vocación militante como las ya citada, y cuyas huellas se pueden encontrar en los mercados de segunda mano.
Fue un tiempo en el que la apuesta por la recomposición de la memoria social y militante dio lugar por ejemplo a la publicación de media docena historias del CNT, el PSOE o el PCE, idem de biografías y recopilaciones de y sobre Salvador Seguí, “el Noi de Sucre”, de Largo Caballero, Companys, Azaña, Besteiro, Pasionaria o Andreu Nin ediciones de todas y cada una de las cuestiones que apoyaban dicha recuperación, amén de toda clase de libros de historias del socialismo y del movimiento obrero en una eclosión que rememoraba y superaba la conocida en los años de la República que fue justamente llamada “de los libros”, y que incluso iba más allá de la que se había conocido en Francia en el tiempo que precede y sigue a los acontecimientos del mayo del 68, fuente básica que será primordial para traducciones que diversificaban los temas más clásicos hasta nuevos horizontes como lo podían ser la sexualidad, el psicoanálisis, el cine y el teatro, etcétera.
Por supuesto, antes, durante y después de esta eclosión tuvo lugar la de los poetas y escritores muertos o transterrados, de Machado, García Lorca, Hernández, Alberti, Felipe, Cernuda, Sender, sin olvidar los autores que habían testimoniado sobre la guerra y la revolución comenzando por Arturo Barea, Orwell, Hemingway, Malraux, por no hablar de todo tipo de ensayos, un caudal que tenía su caja de resonancia en revistas como Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, Tiempo de Historia, y un largo etcétera, y que propiciaban toda clase de encuentros y discusiones, asambleas y debates en los que no faltaban las posiciones sectarias y estrechas, pero que no eran, ni mucho menos, las más significativas como han pretendido en los últimos tiempos “arrepentidos” como Jorge Semprún, Antonio Muñoz Molina o Javier Pradera, tan despectivos desde el Olimpo contra la algarabía ácrata o marxista-leninistas, limitaciones y sectarismos que, por supuesto, tenían mucho que ver con las dificultades en salir de un corte generacional abismal, contra el que precisamente se estaba tratando de salir…
No obstante, esta dinámica liberadora e ilustrada fue interrumpió bruscamente con la “normalización” del “realismo democrático” de la Transición que instauró una nueva “historia oficial” que “superaba” los traumas del pasado, y que se afianzaba con el gran tema del período: la caída del “comunismo” y el desprestigio de todo proyecto “colectivista”, incluyendo el socialdemócrata clásico, ahora ya no se trataba de poner el cascabel al gato sino de que éste cazará ratones. Lo que se decía era que los ratones eran los de abajo, los que estaban perdiendo una guerra de clases que se realizaba gradualmente, sin apenas ruidos y con el consentimiento de las izquierdas de las derechas y de las burocracias sindicales.
Esto explica hechos como que un libro tan necesario como la de Sebastián Balfour, La dictadura, los trabajadores y la ciudad, un laborioso ensayo sobre El movimiento obrero en el área metropolitana de Barcelona (1939-1988), que ofrecía unos análisis detallados y penetrantes sobre un capítulo emblemático y céntrico en la descomposición del franquismo, parte de una historia que miles de hombres y mujeres de la izquierda podían sentir como propia. Se había editado en Gran Bretaña en 1989, y que sin embargo no encontrará editor en castellano hasta cinco años después, y fuera en una editorial de la Generalitat Valenciana, o sea con subvención pública. Los ejemplos se podrían multiplicar.
Recordemos que el antifranquismo se mantenía básicamente unificado con el criterio de negarle cualquier tipo de legitimidad al régimen. Cuando se hablaba de “reconciliación nacional” se entendía que había que superar la guerra civil y comenzar de nuevo después de una “ruptura democrática”, imposible sin la “disolución de los cuerpos represivos”, no se hablaba de ningún Nüremberg pero si de “responsabilidades”…en esto “grosso modo” coincidían desde socialistas hasta la extrema izquierda…
Entonces nadie negaba el derecho del movimiento obrero vivo y potente a defender sus exigencias, salvo claro está la patronal que había medrado sin escrúpulos bajo el régimen que habían financiado. Hasta que tras la revolución portuguesa y de la muerte del dictador, el franquismo más inteligente comenzó a mover piezas para garantizar la continuidad del Estado, la gran jugada lampedusiana de cambiarlo todo para mantener lo esencial, y aunque esta maniobra fue ampliamente desbordada por abajo, pero los diversos pactos (Constitución, de la Moncloa, Estatutos), más el 23-F en el que el ejército se puso al lado del Rey, acabaron imponiendo la “normalización”. Seguramente, nadie expresó mejor este reajuste que el PSOE cuando cambió su discurso “marxista”. Desde el poder hizo todo lo posible cumplir el programa de la UCD al tiempo que operó una vasta integración institucional de los “cuadros” y de la “intelligentzia” antifranquista (comunistas e izquierdistas “desencantados”), cortando la hierba bajo los pies al pueblo militante que quedó fuera de juego y en un tiempo histórico que iniciaba la “revolución conservadora”.
Sin tener en cuenta todos estos “cambios” en sentido inverso al que nos motivaba contra Franco y todo lo demás, no se puede comprender la historia oficial que sigue…Llegó un momento en que se consideraba blasfemia señalar que al rey lo había puesto Franco, que el ejército aparecía como la “garantía” de la democracia. La UCD se desplazó hacia el PP que pudo seguir llamándose de “centro derecha” en una tomadura de pelo que en Italia ha llegado al recochineo, hasta los fascistas son de centro en una muestra máxima del neolenguaje que nos hablaba Orwell…Semejante operación no se podía realizar con los viejos Dioses de la verdad (que es siempre revolucionaria como recordaba Gramsci), sino con la “garantía” de los nuevos Dioses del liberalismo visto por la derecha o por la izquierda siguiendo el modelo bipartidista como el norteamericano cuyos límites pueden ilustrarse con el ejemplo de la guerra española, cuando el gobierno más de izquierdas que hayan tenido los Estaos Unidos desde Lincoln no fue obstáculo para que los que realmente mandaban –las grandes empresas.-, acabaran ayudando…al franquismo. No es otra cosa lo que hizo el partido conservador británico al que –misterios de la vida- nadie cuestiona su credencial democrático.
Es por en este territorio donde se cocerá el llamado “revisionismo” que tiene seguramente su mayores representantes en los “neocons” que los hay de derechas, pero también de “izquierdas”, sobre estos basta con leer algunas firmas como la de Antonio Elorza. Lo que hacían con la pluma los Ernest Nolte y Sergio Romano no era en nada diferente a lo que Reagan estaba aplicando en Nicaragua. Su “revisionismo” fue clamoroso cuando se atrevió a comparar su sostén a la “contra” con la actuación “equivocada” de la Brigada Abraham Lincoln en la guerra española. Eso lo decía el primer presidente de los Estados Unidos que se atrevía a rendir homenaje a la tumba de los aviadores de la Luftwaffe.
Parecía como si la pesadilla de una presidencia Linberg en los Estado Unidos se hubiera materializado, una hipótesis nada descabellada planteada por el novelista Philip Roth. Cosas así eran y son consideradas blandamente por nuestros social-liberales, que como diría el anterior alcalde barcelonés y luego señor ministr, Joan Clos de Bush, podía estar equivocado pero eso no significaba que no pudiera ser buena persona. Como hemos visto el papa hasta enaltece sus “valores morales”, y lo hace sin provocar escándalo.
En este cuadro, el sudicho “revisionismo” pudo desarrollarse sin dificultad. En una contexto en el que el socialiberalismo ra la única izquierda posible, cuando éste se inclinaba más hacia el anticomunismo en detrimento del pasado antifascismo, no era de extrañar que el neofranquismo ahora vestido de “liberal” (“la ideología que más había luchado contra los totalitarismo”, al decir de Esperanza Aguirre), pudo extenderse hasta el extremo de que hubo un momento en el que en pleno Sant Jordi barcelonés, el único libro que te encontrabas sobre la guerra civil (hasta coexistiendo con libros de izquierdas) era Los mitos de la guerra civil, de Pío Moa. El viejo anticomunismo encontraba pues la horma de su zapato en el “antitotalitarismo” compartido, y la izquierda era lo que quedaba fuera. Unos movimientos que podían ser perfectamente comparados con los restos de la extrema derecha, con los que por fanatismo o falta de inteligencia, no habían sabido encontrar sus ropajes en el PP sin que tan siquiera sean llamado como en Italia, neofascistas.
Todo esto comienza a cambiar a finales de los años noventa. En un tiempo en el que comienzan nuevas luchas, se incorporan nuevas generaciones, se recuperan las tradiciones…Un tiempo que no acabará por encontrar una traducción organizativa militante como la que resurgió en los años sesenta-setenta, cuando los veteranos pensaban que a los jóvenes solo nos preocupaban el fútbol y el baile. Pero están cambiando las condiciones, de momento hay ambiente alternativo….Y supongo que se trata como Sísifo, de subir otra vez la piedra. A ser posible evitando los graves errores de etapas anteriores como lo fueron el sectarismo estalinista o el oportunismo de signo socialdemócrata, sin olvidar otros pecados menores, que los hubieron, y que los cometimos.
Pero los tempos de derrota también pasan. Seguimos todavía en ellos, pero de otra manera. Desde 1911, el viento ha comenzado a cambiar nuevamente de dirección. Para empujarlo, hay que leer, estudiar, debatir, en definitiva, comprender para transformar un mundo en manos de unos pocos. De unos señores que parecen inexpugnables, pero que serían nada sin el consentimiento de las mayorías.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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