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jueves, mayo 26, 2016
Ungaretti, un narrador en la barbarie
En un ensayo de 1936 titulado “El narrador”, el filósofo alemán Walter Benjamin define la fragilidad de la vida en el siglo XX. “Con la Guerra Mundial comenzó a hacerse evidente un proceso que aún no se ha detenido. ¿No se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla?”. Una figura había desaparecido: el narrador. El anciano del pueblo, aquel que solía repetir los relatos de la vida pasada, se había perdido. Después del horror de la guerra, solo se podía decir el silencio.
Sin embargo, hace cien años, un joven italiano publicaba su primer libro de poemas, El puerto sepulto. El poeta se llamó Giuseppe Ungaretti y supo crear literatura desde la inmediatez de la guerra. Ungaretti recordaba en 1969: “Mi poesía ha nacido en realidad en la trinchera… Imprevistamente la guerra me revela el lenguaje. Yo debía decir rápidamente porque el tiempo podía faltar y en el modo más trágico […] lo que sentía y por lo tanto lo debía decir con pocas palabras, lo debía decir con palabras que tuvieran una extraordinaria intensidad de significado”.
El puerto sepulto -publicado en 1916 en una tanda de 80 ejemplares- reúne una selección de los poemas que el poeta italiano escribió durante la Primera Guerra Mundial, donde combatió como voluntario para el ejército italiano. Pero sus escritos no sólo reflejan la realidad de la trinchera desde el nivel temático, sino también -y sobre todo- desde la forma.
“De esta poesía
me queda
esa nada
de inagotable secreto”.
(“El puerto sepulto”)
Los poemas de Ungaretti son lenguaje en estado puro. No hay tiempo para figuras retóricas ni artificios. Así, en 1966, reflexionaba: “Somos hombres que han sido arrancados de su profundidad… (…) No, las palabras no nos sirven. Las palabras de las viejas retóricas son palabras sin suficiente fuerza de secreto”.
Con la fuerza de una palabra que vibra por sí sola, Ungaretti marcó un hito en la literatura italiana. Eliminó todo aquello que para él no era esencial en la construcción de significado -adverbios, adjetivos, conjunciones- para crear una poesía breve, libre de adornos. Entonces se transformó en el padre del hermetismo italiano, un movimiento poético del siglo XX. Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo y Umberto Saba, entre otros, fueron “hermetistas” porque lo que los caracterizó fue un lenguaje hermético, cerrado, por momentos oscuro, esencial, que reflejaba la existencia por medio de alusiones.
Y El puerto sepulto, en términos de Ungaretti, era esa poesía hermética, “lo que de secreto permanece en nosotros indescifrable”.
En 1916, en el mismo año en que se publica en un pequeño pueblo de Italia El puerto sepulto, sale a la venta también el Curso de Lingüística General, el libro que haría nacer la lingüística como ciencia. En él se encuentran transcriptas las ideas del estructuralista suizo Ferdinand de Saussure. La lengua se define, según él, como un sistema social, formado por unidades abstractas: los signos. Estos signos -sostiene- en su esencia son arbitrarios, inmotivados. En otras palabras, dentro de ellos no hay un lazo natural entre el sonido mental de la palabra (significante) y el concepto (significado).
Sin embargo, Giuseppe Ungaretti demostró que no todo dentro de la lengua es arbitrario. Su poesía reflejó la guerra en lo temático -“Toda una noche/ echado junto/ a un compañero/ masacrado/ con su boca/ rechinante/ vuelta al plenilunio”-, pero también en lo formal, en un verso sesgado, breve. Ungaretti, así, usa el signo de un modo no arbitrario: la forma de su poesía está motivada por el contenido, por lo que el sonido se vuelve breve.
A pesar de lo que sostuvo Saussure, el poeta italiano construyó desde las trincheras una excepción en el lenguaje, una poesía que rompe en su forma con la arbitrariedad del signo. Tiene una razón de ser. Es breve porque lo que busca retratar es la condición existencial del hombre durante la Gran Guerra, que produjo una crisis cultural, política y espiritual con sus millones de muertes. Así la define en su poema “Soldados”:
“Se está
como en otoño
sobre los árboles
las hojas”.
Ungaretti no quiso retratar el silencio. Frente a la barbarie, se transformó en narrador.
Vera Funes
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