Versión reducida para el Taller Economistas de Izquierda 2018
Esta contribución al Taller EDI 2018 parte de la percepción de que el gobierno Macri expresa un proyecto que trata de darle al capitalismo una perspectiva estratégica, pero enfrenta serias dificultades en la coyuntura, tanto por los límites estructurales como por la resistencia social y las inconsistencias propias del programa. En tanto que Cambiemos busca consolidarse como una alternativa y así llenar el vacío de representatividad política abierto con la crisis del 2001.
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Incapacidad de la burguesía de relanzar un proceso de acumulación y reproducción de capitales de largo plazo. Cada intento se ve interrumpido por crisis recurrentes que siempre explotan por el sector externo, es una característica del capitalismo local que se reproduce periódicamente. Cada uno de los ciclos expansivos termina inevitablemente en una devaluación y nuevo equilibrio de precios relativos. Esto ha sido así en cualquiera de los dos modelos en disputa desde los años ’50 del siglo pasado hasta ahora, con independencia de si se trataba de gobiernos electos o de facto, sustentados en teorías y concepciones neoclásicas o keynesianas, llevados adelante por liberales o desarrollistas (ahora neo en ambos casos).
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Descomposición del sistema de partidos que se constituyera a fines del siglo XIX y como lo conociéramos durante todo el XX. La UCR ha sido ganada por sus sectores más conservadores (del progresismo alfonsinista no quedan rastros) y se ha subsumido al interior del PRO. En tanto que el peronismo está hoy en un verdadero laberinto sin un liderazgo para el conjunto y sin programa. Cualquier recomposición que logren será a la derecha de lo que fue el kirchnerismo. La crisis de representación de los partidos políticos históricos se expresa en que no tienen claro qué representan hoy, qué programa abarcaría sus tendencias internas, entonces tampoco tienen claro sobre qué acordar con otras fuerzas.
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En 2015 las clases dominantes decidieron asumir en forma directa el poder político de la Nación y la administración de los asuntos del Estado. Ha sido la profundidad de esa doble crisis –económica y política- la que impulsó a la élite a hacerlo por primera vez desde la primera mitad del siglo pasado. Aquí pesaron los cambios en la estructura productiva que se vienen procesando desde hace varias décadas (el regreso de la renta de la tierra como facto decisivo, el alza de los servicios, la hegemonía del sector financiero, la decadencia de la industria) y el clima de época a nivel internacional, que tienen implicancias en el comportamiento político de los sujetos sociales (conflicto con el campo; cacerolazos contra CFK; caso Nissman) que finalmente se expresaron en las elecciones de 2015 y 2017.
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Un proyecto político neoconservador es lo que encarna el gobierno Macri, con cierta flexibilidad ideológica y pragmatismo que le permite moverse en el amplio espacio del neoliberalismo. Se afirma en una alianza que remite al bloque de poder constituido en 1976 y que con pocas variaciones se sucede hasta hoy, pero el comando de ese bloque está ahora en manos del capital financiero y la agroindustria. Es un gobierno de Ceos que provienen de empresas, consultoras, ONG’s o fondos privados –que expresan las contradicciones internas de todo bloque de poder y con los conflictos de intereses, tráfico de influencias y negocios que eso supone- pero que busca llevar adelante los intereses del conjunto de la gran burguesía. El discurso macrista ha logrado cierta empatía con sectores de las clases medias y altas, también en sectores bajos, en el sentido de que el país debe volver a ser una sociedad más ordenada, con respeto a las jerarquías y la meritocracia. Revaloriza lo individual sobre lo colectivo, el esfuerzo personal y el emprendedurismo. El presidente no le habla al pueblo sino a cada argentino en particular.
Si bien el proyecto de largo plazo (nueva matriz económica sustentada en la mayor productividad de los factores / libertad individual como fuente de progreso / el mercado como medida de valor de todos los valores) no está explicitado en forma acabada, puede intuirse: Por un lado lo que tiene que ver con las tendencias mundiales que impone la globalización neoliberal que es un programa mundial: libre movimiento de capitales, rebaja de la carga impositiva a las empresas y traslado a las personas físicas, salarios competitivos en término de dólares, desregulaciones (económicas y ambientales), reducción de la intervención estatal, el mercado como mejor asignador de recursos.
Propone como motores de la acumulación y el crecimiento la agro/industria y la minería -ambas orientadas a la exportación; la construcción, los servicios –especialmente los financieros y los basados en el conocimiento- y ciertas cadenas industriales ligadas a los recursos naturales, mas el turismo receptivo. El sesgo primarizador y extractivista es así muy fuerte.
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Coyuntura y limitaciones estructurales. Es en las coyunturas críticas que las limitaciones estructurales se manifiestan en toda su dimensión. Impactan en lo inmediato e inciden también en el mediano y largo plazo.
Tras dos años de gobierno la economía está estancada. El PBI 2017 es levemente superior al del 2015. La tasa de inflación acumulada es del 72%, y la del último año similar a la que dejó el kirchnerismo, y está es ascenso. El déficit fiscal consolidado es superior al del 2015 a pesar de haber contado con ingresos extraordinarios producto del blanqueo y haber disminuido los gastos por quita de subsidios a las tarifas de servicios públicos y reducción de gastos estatales, claro que se perdieron ingresos por quita de retenciones. Sí hay una baja en el déficit primario producto de la caída de los salarios públicos y la reforma previsional, que se diluye en el déficit total por el peso de las intereses. La inversión lidera el débil crecimiento –empujada por el sector público, mientras que en el sector privado se concentra en algunos sectores, especialmente en la renovación de equipos, pero no alcanza para impulsar el crecimiento sostenido de la economía. El salario real bajó respecto al 2015, el nivel de empleo cayó fuerte en 2016 y se recuperó parcialmente en 2017, pero hay un cambio cualitativo. Se perdieron trabajos formales –especialmente en la industria- mientras creció la informalidad y la precarización. Los niveles de pobreza son similares a los del 2015, pero la indigencia se ha profundizado. La participación de los trabajadores en el ingreso nacional ha caído. La desigualdad social es mayor y está en crecimiento.
Desde que asumiera el gobierno utilizó distintos mecanismos para bajar el gasto público –colocado como principal responsable del déficit fiscal primario- sin embargo la brecha fiscal se ha incrementado. La decisión de financiar la transición con endeudamiento implica un fuerte ingreso de dólares financieros que tiran abajo el tipo de cambio esto debilita la competitividad de las exportaciones, favorece las importaciones –además estimuladas por la apertura arancelaria- y la salida de capitales por pago de dividendos, turismo y atesoramiento. El resultado final es un fuerte déficit de la balanza de pagos y un nivel de endeudamiento público total que ya está en el 55% del PBI, contabilizando un inédito stock de Lebacs.
La “inserción inteligente en el mundo” no ha redundado hasta ahora ni en el proclamado “boom” exportador ni en la lluvia de inversiones, esto no obstante que la economía internacional atraviesa una coyuntura de crecimiento combinado en los países centrales y en los emergentes. La reunión de la OMC terminó en un amplio fracaso y el Acuerdo Mercosur/UE todavía está en veremos a pesar de las mayores concesiones de nuestros países. El endeudamiento, eje de todo el programa de corto plazo, ha puesto al país en una situación de vulnerabilidad extrema frente a la volatilidad de los mercados financieros mundiales. La reciente suba de la tasa de interés de largo plazo en EEUU hace más costoso el endeudamiento externo mientras que la reforma tributaria de la administración Trump y la atracción de capitales puede fortalecer el dólar con lo que se encarecerán nuestras exportaciones. Adicionalmente la suba de aranceles o medidas para arancelarias pueden perjudicar nuestras exportaciones al país del norte.
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Debilidad del crecimiento económico. Al ingresar en la segunda etapa del gobierno Macri las perspectivas para el 2018 no son alentadoras. El presupuesto aprobado en diciembre pasado que incluía una tasa de crecimiento del PBI del 3.5 % ha quedado desfasado luego del “recalibramiento” de la economía anunciado por el gobierno solo dos días después. La caída del consumo, la volatilidad de los mercados internacionales y el impacto de la sequía en la cosecha han inducido a una baja en las estimaciones de crecimiento que hoy lo ubican en torno al 2- 2.5% (2% para el FMI). El déficit del comercio exterior será mayor al del 2017, el consumo seguirá tirado por la demanda suntuaria, mientras que el masivo quedará nuevamente rezagado por el estancamiento –en el mejor de los casos- de la capacidad adquisitiva de los salarios y el cambio de formula –a la baja- de la actualización de jubilaciones, pensiones y AUH. . En este contexto contractivo si se efectivizara una fuerte reducción del gasto público se inducirá nuevamente a la recesión.
La inversión se mantendrá en los niveles actuales, mientras que aun hay margen para seguir con el endeudamiento externo y siempre queda el recurso de recurrir al Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSES y a los préstamos contingentes del FMI, pero esto no empuja el crecimiento. De persistir las inconsistencias del programa de corto plazo lo más probable es que lleguemos a un punto en el que inflación y devaluación se retroalimenten mutuamente. En síntesis el crecimiento de la economía será muy moderado y asentado en fundamentos de la economía muy débiles. No estamos en un escenario de crisis abierta pero sí que hay muchos elementos para que se desenvuelva una crisis. Las necesidades de refinanciación de la deuda en un mercado internacional muy volátil –crecimiento del proteccionismo, disputas comerciales, suba de tasas, caída de la cotización de los bonos, mayor conflictividad de los escenarios políticos- puede ser un desencadenante.
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¿Una nueva encrucijada?
El capitalismo argentino se encuentra nuevamente en una de esas encrucijadas históricas, como la de 1976, la del 1989/91 o la del 2001. Necesita reducir fuertemente el déficit fiscal y alcanzar un tipo de cambio alto, necesita imponer un retroceso profundo a los trabajadores y las clases subalternas, tanto en las condiciones en que viven y reproducen su existencia como en sus organizaciones sociales, para cambiar la relación de fuerzas, desarticular al movimiento obrero y relanzar el proceso de acumulación. Pero no estamos en un gobierno militar, no salimos de un proceso hiperinflacionario, tampoco como cuando explotó la convertibilidad. La resistencia social y la situación política le ponen límites a la política de shock.
No obstante la (in)consistencia del programa de ajuste la ofensiva del capital muestra continuidad y ciertos avances –reducción de retenciones y subsidios, modificaciones a la baja de las condiciones laborales, negociaciones paritarias según la inflación esperada y no la pasada, baja real de los ingresos populares, baja de aranceles para bienes de capital, reducción de aportes patronales y de cargas impositivas, simplificación de trámites para importar, aumentos de reintegros, apertura de nuevos mercados, nueva escala represiva- pero también debilidades ya que no encuentra la forma de profundizarla sin poner en riesgo la gobernabilidad del sistema.
El “gradualismo sui géneris”, ya que en las tarifas no hay ningún gradualismo, ayuda a contener la situación social, al mismo tiempo que lentifica el logro de los avances que necesita el capital. No solo se escuchan las voces críticas de los “gurúes” de la City que exigen política de shock, también de distintas fracciones del capital.
Luego de las jornadas del 14 y 18 de diciembre -movilizaciones masivas contra la reforma previsional, fuerte represión, violencia de masas- y la seguidilla de actos de corruptela –que golpearon en el centro del relato macrista sobre su superioridad moral- las encuestas registran una caída de la imagen presidencial y sobre todo de la capacidad de gestión del equipo de gobierno, lo que se acrecentó luego del 28 de ese mismo mes con la “recalibración” de la economía y ahora con el nuevo corrimiento de las metas de inflación. Estas caídas se registran especialmente en buena parte de su base electoral –clases media y alta.
Esto llevó al gobierno a asumir una suerte de agenda progresista con una estrategia parlamentaria más ligada a temas sociales: impulsa el blanqueo laboral, habilitó el debate parlamentario por el aborto legal; envió al congreso un proyecto de ley de “Equidad de género” que contempla igualdad salarial, licencias por nacimiento o adopción cualquiera sea el género de los padres, igualdad de derechos en lo relativo a acceso al empleo, selección, contratación y condiciones de prestación, entre otros tópicos; habló de un Plan Nacional de Prevención del embarazo adolescente no intencional, incluso llegó a mencionar al “Terrorismo de Estado”, tratando así de recuperar base social con miras al 2019 y en simultáneo abrir frentes de discusión acotados con sindicalistas y empresarios. Sin embargo esa agenda progresista puede recuperar a algunos sectores pero puede alejar a otros más conservadores (antiabortistas, patriarcales, pro dictadura, etc.)
Un ciclo de resistencias
En contrapartida el ciclo de resistencias inaugurado en 2016 muestra continuidad en la proliferación de conflictos defensivos, fragmentados por múltiples objetivos, que se desenvuelven diariamente y que en determinados momentos se condensan en la forma de grandes movilizaciones. Todos son eslabones de la lucha que despiertan conciencia de la situación, sin necesariamente ser acciones conscientes desde la perspectiva del para sí.
El movimiento obrero ha mostrado toda su potencialidad cuando es convocado, pero no es capaz todavía de autoconvocarse y convocar a otras clases y fracciones. Los movimientos sociales mayoritarios con toda legitimidad intentan transformar aspectos de la vida cotidiana pero no alcanzan a ir más allá de sus propios contornos. Así las resistencias toman puntualmente la forma de concentraciones multitudinarias contra el gobierno, que por falta de dirección, tienden a diluirse rápidamente. Como escribiera Lenin en “Tres Crisis”, si bien que en otro contexto político, son muestras de descontento que adquieren las formas de “…una manifestación de un tipo más complejo de movimientos por oleadas, que suben velozmente y descienden de un modo súbito”.
Nuevos desafíos
En este contexto la izquierda anticapitalista tiene nuevos desafíos. El cuadro de situación descripto anteriormente es cualitativamente distinto al del período anterior, el capital está a la ofensiva pero no ha logrado modificar la correlación de fuerzas sociales y políticas. Por lo tanto, recuperando nuevamente a Lenin, necesitamos “análisis concretos de situaciones concretas”. No se trata solo de impulsar las luchas y su necesaria coordinación y centralización, de proponer un programa que recoja las reivindicaciones inmediatas del movimiento obrero y popular, sino también de plantear como superar al capitalismo, de darle una perspectiva política a esas resistencias.
Frente al macrismo que promete un futuro venturoso en un país “normal”, una sociedad competitiva, moderna y ordenada según los criterios del mercado, la meritocracia y el emprendedurismo en un “país góndola”, subordinado a las tendencias del mercado mundial. Frente al peronismo que en sus distintas variantes no presenta una propuesta de futuro pero que remite a un pasado intervencionista y distribuidor, con una inserción latinoamericana priorizada frente a las grandes potencias, que hoy no tiene mayor margen ni puede darle una salida duradera a la crisis. La izquierda anticapitalista está obligada a presentar un nuevo proyecto histórico, darle a las luchas cotidianas un nuevo imaginario, una perspectiva de sociedad radicalmente diferente.
Es sobre esa base política que podrá resolverse la fragmentación actual, explicitando qué proyecto económico, qué modelo de acumulación, qué inserción internacional y en qué relaciones sociales se sustentará ese proyecto histórico.
Eduardo Lucita
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda.
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