sábado, septiembre 21, 2019

El Comandante y el rojo Vietnam



Fidel ondea, en Tri Thien, la bandera vietnamita.

En Cam Lo, en el frente de batalla Fidel arengó a los combatientes vietnamitas: “¡Lleven y coloquen esta bandera invicta en Saigón!” (VNA)
Rojo, para mi Vietnam es rojo. Si alguien me pidiera que identificara a la nación indochina con un color sin titubear diría que se ubica en los tonos escarlatas. Semejante criterio me lo formé a partir de mis primeras impresiones infantiles, porque llegué en 1971 a Hanói, durante una de esas infinitas crecidas del río, el que cada tanto se “rebela” contra el ingenio popular, que logra “semidomarlo” a través de una barrera natural a su alrededor, o dique. El mismo que contó con la colaboración de manos cubanas en una cadena humana ejemplar de nuestro amor a los vietnamitas, episodio que fuera filmado por el genial documentalista Santiago Álvarez.
Procedente de Moscú, en una húmeda mañana aterricé en el aeropuerto internacional de Nội Bài, junto con mi familia, ya que papá había sido designado embajador en la República Democrática de Vietnam (en el norte). Recuerdo que era verano porque en la capital de la entonces Unión Soviética hacía calor, algo que me sorprendió, pues de ella recordaba sus gruesas capas de nieve, apreciadas en viajes anteriores.
Pero al llegar a Hanói nos sorprendió un intenso sopor, acompañado de una sensación de ahogo, porque en el trayecto hasta la embajada nuestro carro marca Volga era cubierto de agua muy por encima de sus cuatro ruedas. Pensé que iba a tener que nadar en el turbio líquido que lo rodeaba todo en una altura de 1,3 metros y que había roto tres diques. Por esa causa, cómputos oficiales posteriores informaron sobre la muerte de cien mil personas.
Sin embargo, papi estaba confiado en la pericia del chofer vietnamita. Cada cierto tiempo la fuerza del nombrado Río Rojo (Song Hong) arrasa los muros de tierra dando lugar a una penetración marrón, debido a los muchos sedimentos que contienen sus aguas, que en ciertos tramos han alcanzando incluso los 14 metros. Durante la estación de lluvias (de mayo a octubre) tiene un caudal de 30 mil mililitros por segundo. Su corriente brota en la provincia china de Yunnan y desemboca, tras atravesar Hanói, en el golfo de Tonkín (Vinh Bac Bo).
Con ese susto recorrí la ciudad y precisamente por el impacto me fijé en todo: en los árboles que bordeaban los caminos anegados, en el revoloteo de los pájaros, en las típicas vendedoras ambulantes con sus canastas grandes a ambos lados de los brazos, que se movían por las partes secas del terreno. También llamó mi atención la profusión de niños que corrían con cientos de banderitas. Ahí se me presentó otra huella rojiza, porque era finales de agosto y los capitalinos engalanaban la ciudad para conmemorar el 2 de septiembre, el día en que Ho Chi Minh declaró, en 1945, la independencia y el surgimiento del socialismo en la naciente república.
Lo hizo en la plaza de Ba Dinh, a donde nuestro carro consiguió llegar “sano y salvo” de la furia del Río Rojo. Ya más tranquilos en esa amplia explanada, el “viejo” aprovechó para irnos contando un poco de historia local. Nos habló sobre la casa-museo del Tío Ho, y de la pagoda de una sola columna. Estábamos acostumbrados a esas charlas, obsequio paterno en cada uno de los puntos de nuestra itinerante vida por Asia. Confieso que andaba algo mareada y por eso mami debió darme a oler un poco de perfume, para sacarme del letargo.
Minutos después rebasamos la reja de entrada de la embajada, que mi memoria ha guardado como enorme. Una vez dentro tuvimos muchas muestras de simpatía en el salón de actos. Entonces el rojo volvió a deslumbrarme, y en esa oportunidad de un modo más emocional. Nuestras dos banderas compartían un mismo escenario y similar sentimiento de patriotismo: uno me llegaba del triángulo de la cubana y el otro desde la plenitud vietnamita, perfeccionada por su solitaria estrella, igual que la mía. Aprendí a amarlas mucho más porque ambas nos acompañaron, en los refugios, en las horas difíciles de 1972, durante los bombardeos yanquis contra Hanói.
Magníficas, ellas también escoltaron a Fidel en 1973 en su legendario recorrido por la tierra de los anamitas: rojo patria; rojo fuego; rojo Vietnam.

Nudo de amistad

En junio de 1969, con motivo de la visita a Cuba de Tran Buu Kiem (dirigente vietnamita que formó parte de la delegación negociadora en las conversaciones de paz en París), se convocó a un acto de masas en la Plaza de la Revolución donde habló el Comandante en Jefe. En su discurso afirmó que “(…) Vietnam ha sido además ejemplo, ha sido estímulo, ha sido prueba. ¡Y cualquier pueblo que haya estado dispuesto a resistir y a luchar —como lo ha estado siempre nuestro pueblo— sabe ahora, después de la experiencia de Vietnam, que se puede no solo resistir, no solo luchar hasta morir, sino que se puede resistir y luchar hasta vencer! (…)” los vietnamitas nos recuerdan lo mejor de la humanidad. Nos recuerdan lo más digno, lo más glorioso, lo más abnegado, lo más heroico que pueda albergar el corazón humano (…)”.
Bordó con emocionadas palabras el respaldo de la Isla al Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur (FNLV) y a las autoridades del norte socialista. Y en una lección magistral se aproximó a la autenticidad de la postura vietnamita en las conversaciones de paz, efectuadas un mes antes de la visita del dirigente asiático a La Habana.
El 8 de mayo de 1969, en las negociaciones en la capital francesa, la representación del Frente presentó una declaración de 10 puntos para una solución global de la agresión de Estados Unidos. El congreso yanqui había aprobado, en 1964, la incursión norteamericana a partir de los supuestos sucesos del Golfo de Tonkín.
El líder de la Mayor de las Antillas sentía un enorme respeto y admiración por los combatientes de “ojos de almendra”, como poéticamente apuntara José Martí en La Edad de Oro. También sentía una honda consideración hacia “El Venerable” Ho Chi Minh, fundador y primer presidente de la República Democrática de Vietnam (RDV).
Con esa carga entusiasta y comprometida fue que concibió su viaje, a pesar de la reticencia inicial de las autoridades vietnamitas, dado el peligro que suponía ir hasta allá. No obstante, el afecto y la solidaridad de Fidel pudieron más que el temor de los amigos.
A Raúl Valdés Vivó (mi padre) -embajador en Hanói, y años antes en plena selva- (en marzo de 1967 Cuba fue el primer país en reconocer al Gobierno Revolucionario Provisional de Vietnam del Sur) le correspondió persuadir a Pham Van Dong, primer ministro de la nación indochina. De manera informal este le confesó sobre sus ansias de visitar a la Isla de la Libertad, pero que, de momento, era irrealizable por el crudo escenario de la invasión yanqui. A lo que Valdés Vivó contestó: -Así que Fidel tiene dos motivos de queja. Ustedes no pueden ir a Cuba, lo que él comprende. Y él tampoco puede venir a Vietnam, lo que no comprende”. -¿Cómo?- le replicó el dirigente asiático- : Hanói es su casa. Viene hasta sin avisar”. -Es que para Fidel Vietnam es ahora el Sur. ¿Cómo llegar hasta aquí y no bajar? -le inquirió el diplomático caribeño.
En el libro El Gran Secreto: Cubanos en el Camino Ho Chi Minh, de la Editora Política, 1990, papá cuenta que Pham Van Dong “bajó la guardia” de las preocupaciones por la seguridad del Comandante para dar paso a la posibilidad: “Debemos pensar la idea de Fidel. Desde luego será nuestro gran secreto. A él menos que a nadie, compañero embajador. Le creo capaz de venir la semana próxima”. La conversación tuvo lugar en 1972 y en solo algunos meses se preparó el histórico desplazamiento, que se produciría el 12 de septiembre de 1973.

Hermanados en el frente de guerra

Ir de Hanói a Quang Binh, en la central provincia de Quang Tri, fue siempre un recorrido imaginado, pero los obstáculos eran disímiles. Este anhelo debe de haber latido en el corazón del patriota cubano mientras le daba la bienvenida a Tran Buu Kiem en la Plaza de la Revolución. Por esa época Quang Binh era la puerta del sur a la RDV y punto esencial de la resistencia del FNLV, de ahí la relevancia de batir concienzudamente y sin tregua al agresor.
El arrojo compartido le permitió a Fidel poder llegar a la “capital” del Gobierno Revolucionario Provisional de la República de Vietnam del Sur. Tiempo después el propio líder cubano evocó repetidamente ese inolvidable acontecimiento, tanto en sus discursos como en sus conocidas Reflexiones.
La cifra de soldados yanquis sobrepasó los 500 mil en Vietnam en 1969, momento considerado por los expertos como el más álgido de la guerra. Ya para esa fecha Fidel en La Habana confiaba ciegamente en la victoria, seguro de que la superioridad imperial iba a chocar con la superioridad del “río” heroico de hombres, mujeres y hasta niños, en torrente desbordado por la libertad.
En Cam Lo, en la colina 241, le fue regalada la enseña nacional de Vietnam, repleta de medallas; Fidel la devolvió, pero no por rechazarla, sino por sus convicciones. “¡Lleven y coloquen esta bandera invicta en Saigón!”, arengó a una tropa deslumbrada por la presencia del único mandatario del planeta que los visitó. El campo grana de ese estandarte simboliza la revolución y la sangre ofrendada por ella. Similar significado tiene el triángulo de nuestra bandera. Rojo-sangre que no dudaríamos en derramar por Vietnam Heroico: Fidel entre los primeros.
Pasarían muchos años para que pudiera volver. Al hacerlo en 1995 (y también en 2003) regresó al Sur. Caminó de nuevo por una Hanói renovada en imagen y planes aunque con similar afecto. Palpó con orgullo los agigantados avances de los hermanos. Pero no pudo sustraerse de sus narraciones de guerra. Visitó los túneles de Cu chí, y allí imaginó cómo la valerosa tropa vietnamita esperaba pacientemente la oportunidad idónea para lanzarse al combate llevando la bandera en alto. Cientos fueron a la lucha: por el rojo Vietnam; por Cuba y su eterno amigo, Fidel.

María Victoria Valdés Rodda

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