lunes, septiembre 16, 2019

“Los progresismos, al calor del consenso de los commodities, pactaron con el gran capital”

Recientemente galardonada con el Premio Nacional de Ensayo Sociológico por su libro Debates latinoamericanos, desarrollo, dependencia y populismo (Edhasa, 2016), la socióloga e intelectual anfibia, Maristella Svampa, conversó con IdZ sobre extractivismo, medioambiente, los límites de los denominados gobiernos progresistas en la región, su apoyo a la declaración de intelectuales en favor del FIT-Unidad y el escenario abierto tras las PASO.

Hace varios años que venís investigando sobre extractivismo, medioambiente y las resistencias que se fueron articulando en relación a su avance. ¿Cómo operó en las experiencias progresistas esa tensión entre el avance del neoextractivismo y las resistencias? ¿Cuáles son las continuidades y rupturas que ves en Argentina tras el agotamiento del ciclo kirchnerista en relación a la matriz extractiva y a las narrativas desarrollistas?
Yo creo que el ciclo es necesario leerlo en clave latinoamericana, porque esto no se da solo en Argentina sino en toda América Latina y efectivamente, como todo ciclo, tiene diferentes fases y momentos. El primero fue un momento de “positividad”, en el cual los gobiernos progresistas minimizaron los conflictos socioambientales y estigmatizaron a los movimientos y organizaciones que cuestionaban el modelo extractivista. Fase de positividad porque fue un momento de rentabilidad extraordinaria: el boom de los commodities. Y, efectivamente, gran parte de esa tasa de ganancia fue utilizada para fomentar mayor cantidad de planes sociales, políticas públicas focalizadas y programas para una mayor inclusión a través del consumo. Hubo una reducción de la pobreza importante en América Latina, que no solo se vio en países con gobiernos progresistas sino con gobiernos conservadores y liberales. Hay una segunda etapa que se inicia hacia 2008, en la cual ya se visibilizan los conflictos socioambientales y se producen una serie de conflictos emblemáticos en América Latina, que hacen que los gobiernos progresistas sean interpelados y reaccionen de manera muy virulenta contra las resistencias socioambientales. Pasó en Brasil con Belo Monte, en Argentina con Famatina en 2012 y en Bolivia con el Tipnis en 2011. Las reacciones fueron las mismas: deslegitimar las luchas socioambientales, asociándolas con ONG extranjeras o intereses foráneos. Ese es el discurso de Álvaro García Linera en Bolivia. Es una época en la cual se multiplicaron los proyectos extractivos: mayor cantidad de mega represas, la expansión de la frontera extractiva. En el caso de Argentina es, sobre todo, el Programa Estratégico Agroalimentario, que implica la multiplicación del 60 % de la producción de granos. Esta segunda fase, que yo sitúo entre 2008 y 2013, es de mucha conflictividad. En 2013, con la caída del precio de los commodities, ya se advierte un impacto en las economías latinoamericanas, algo ligado también a que en América Latina, a partir del 2007, se da el ingreso de China. La demanda de materias primas por parte de China produce un efecto de reprimarización, inclusive en Brasil, que es un país diversificado económicamente, generando lo que se llama desindustrialización temprana. Y los gobiernos de los países latinoamericanos, en vez de repensar los modelos de desarrollo, continuaron obturando la discusión y multiplicando aún más los proyectos extractivos para obtener los mismos beneficios que durante el boom de los commodities. Este proceso va ligado también al giro conservador que ya en 2015 comenzamos a ver en la región. Y ahí lo que se detecta es una fase de exacerbación del neoextractivismo, que es visible en parte en la cantidad de asesinatos a activistas ambientales. América Latina es la región donde se asesinan más activistas de derechos humanos y ambientales en todo el mundo. Pero el incremento de muertes arranca en 2007 y se pronuncia aún más a partir del 2015. Otro elemento relacionado con el neoextractivismo es la emergencia de enclaves criminales ligados a la minería ilegal en Venezuela, Colombia y Perú. Y por otro lado, la expansión de las energías extremas: la expansión de la frontera petrolera a través de la explotación de hidrocarburos no convencionales (fracking). Se habla de energías extremas porque es necesario utilizar tecnologías muy lesivas para su extracción, muy costosas económicamente y con menor rendimiento energético, que aumenta la tasa de accidentes a nivel ambiental y a nivel laboral. Realmente es un régimen de gran peligrosidad en un contexto agravado de crisis ecológica. Entonces hay que leer la expansión del neoextractivismo en términos de fases. Si al principio el éxito de los progresismos venía asociado a la reducción de la pobreza, hacia el final del ciclo progresista, encontramos gobiernos más interpelados por las luchas socioambientales, que redujeron la pobreza pero no la desigualdad. Es decir, son gobiernos que al calor del Consenso de los Commodities, hicieron el pacto con el gran capital. Entonces no es lo mismo 2003/2005 que 2013/2015, donde estamos ya en el ocaso del ciclo progresista y podemos ver con claridad cuáles son los déficits y las grandes limitaciones que presentaron estos gobiernos. Si al inicio fueron considerados gobiernos de izquierda y levantaron fuertes expectativas políticas, al final del ciclo fueron caracterizados como modelos de dominación más tradicional, como populismos.
Podríamos decir que con respecto a los pueblos originarios es donde se ven las mayores contradicciones, porque están los avances legales (incorporación a la constitución del ‘94, las leyes de emergencia territorial, la ley 26160 del 2006) que aparecen como progresivos, pero se contrapone con el avance sobre los territorios y las denuncias por usurpación, represión, criminalización...
Claro, entre las características del neoextractivismo, están la gran escala de los emprendimientos, el hecho de que son materias primas o commodities que están orientados a la exportación y que implican una ocupación intensiva del territorio, que ilustra otro de los grandes fenómenos que caracteriza a América Latina: no solo el hecho de que seguimos siendo los campeones de la desigualdad y el lugar del planeta donde se asesinan más activistas ambientales, sino también el lugar del planeta en donde hay mayor acaparamiento de tierras. La disputa por la tierra se perdió en favor de las grandes corporaciones transnacionales que avanzan sobre los territorios a través del modelo del agronegocio. Y ahí quienes han perdido más son campesinos e indígenas. En Argentina se añade que es un país que ha buscado negar sus raíces indígenas y sobre todo, como dice Diana Lenton, la fundación del Estado Nacional se basa en el genocidio originario. En otros países siempre ha habido una gran tensión sobre cuál es el lugar que ocupan los pueblos originarios, de eso no hay ninguna duda, el racismo o el racialismo recorre la historia latinoamericana. En argentina se añade el genocidio, lo cual no ha implicado un exterminio total de los indígenas. Los sobrevivientes fueron resubalternizados en el marco del modelo de acumulación capitalista, como trabajadores de la zafra, peones de campo. Otros, mujeres y niñas fueron entregados a miembros de la élite, como servidumbre. Ahora bien, a partir del año 1994 se incorporaron los derechos de los pueblos originarios a la constitución, la legislación internacional existente fue adoptada. En consecuencia, no es que no se reconozcan los derechos de los pueblos originarios, sino que éstos no se aplican. Todo lo contrario, ante la expansión de la frontera del capital, aquellos territorios en los que habitan los pueblos originarios han sido revalorizados y hoy son desplazados o hay un intento de desplazamiento en nombre del avance del capital. Y a esto se le suma una fuerte y creciente estigmatización y demonización en relación con los derechos que éstos reclaman. No se olviden que la figura penal que más se en Argentina se aplican a los pueblos originarios es la de “usurpación”, ante el reclamo por sus derechos territoriales.
Uno podría decir durante el ciclo kirchnerista había una tensión que reflejaba muy bien que el neoextractivismo fue un punto ciego para el gobierno. Pero el kirchnerismo tenía un discurso sobre los derechos humanos, iba y venía con respecto a los pueblos originarios. En la actualidad esto cambió porque el gobierno de Macri no tiene un lenguaje de derechos humanos que contraponer, por lo cual el proceso de criminalización es más abierto y brutal. Se fomenta claramente el avance del capital.
Recientemente se cumplieron 2 años de lo de Santiago Maldonado, que marcó una inflexión política. No olvidemos que fue un operativo de gran envergadura con gendarmería, que se militarizó el territorio. La desaparición de Santiago Maldonado cayó en la grieta, claramente, y cuando los peritos dijeron al encontrar el cadáver que éste se había ahogado, el gobierno se desresponsabilizó rápidamente. Como si la muerte por ahogamiento de Santiago Maldonado no hubiese sido responsabilidad de esa situación de represión. Esto muestra cuál es la visión que tiene el gobierno actual. No dudo de que en esos meses quiso ir mucho más lejos de lo que pudo ir... lo que sucedió entre la desaparición y ahogamiento de Santiago Maldonado y el asesinato de Rafael Nahuel, fue que el gobierno conformó con las provincias patagónicas un comando unificado en base a un discurso de guerra en el cual se constituye a los indígenas como el enemigo interno, se hablaba muy ligeramente de la existencia de un movimiento etnonacionalista al cual se le inventaban una serie de acciones... Así, el gobierno había avanzado como para consolidar un dispositivo de represión muy amplio. Sin embargo eso quedó en suspenso. Aun así, hubo avances claros, pues extraditaron a Facundo Jones Huala que ya había sido juzgado acá... extradición que fue una promesa de Macri a Bachelet.
De todas maneras lo que hay que decir es que no hay diferencias en términos de políticas de “desarrollo”, entre lo que propone Macri y lo que propone la fórmula Fernández-Fernández. Un claro ejemplo es el lugar que tiene Vaca Muerta. Este es un tema que alinea los planetas, en el sentido de que todos de los sectores de poder ven allí la salvación de la Argentina ante la fenomenal crisis económica y, sobre todo, la pesada deuda que nos ha dejado Macri. En eso claramente puede verse el imaginario eldoradista funcionando a pleno. Tanto progresistas como neoliberales... también la izquierda ha tenido grandes dificultades para incorporar una crítica al imaginario productivista del desarrollo, cuestionar estos modelos que son claramente insustentables. Pero el macrismo y la fórmula Fernández-Fernández lo han colocado en el centro. Vaca Muerta parece ser la solución a todos los problemas de los argentinos. Y cuando uno indaga el proyecto de Vaca Muerta, no solo es insustentable desde el punto de vista territorial, socioambiental, sino que además es de escasa viabilidad económica y financiera. No lo digo solamente yo, sino informes internacionales, como el del IEEFA (Instituto de Economistas de la Energía y el Análisis Financiero) Hay mucha información que se está ocultando. Porque es tal la ceguera ambiental con el fracking y la desesperación por explotar los hidrocarburos no convencionales aceleradamente, que se ignoran olímpicamente los elementos que dan cuenta del inminente fracaso. La extracción de gas no convencional no solo es muy cara sino que exige una gran infraestructura que vaca Muerta no tiene y que sí tienen otros países, con iguales recursos: Australia, Rusia, Estados Unidos. Con lo cual comparativamente en términos internacionales, para decirlo en los términos que el neoliberalismo utiliza, Argentina no es competitiva; y mucho más en un contexto de crisis económica y creciente endeudamiento externo. Resulta difícil garantizar el esquema leonino de subsidios estatales que le está brindando el Estado argentino a las corporaciones internacionales. Si a eso le añadimos el litigio ambiental y el litigio con los pueblos originarios, con los mapuches, Vaca Muerta es un paquete muy poco atractivo internacionalmente. Por último, tengamos en cuenta que vamos hacia un escenario de transición energética que implica priorizar las energías renovables. En 10 años si no se explota Vaca Muerta, habrá que dejar los no convencionales bajo tierra, por eso hay tanta desesperación en aquellos que promueven los hidrocarburos no convencionales. No les importan los costos ambientales, los costos laborales, lo que importa es explotarlo porque en 10 años, probablemente deje no solo de ser rentable, deje de ser necesario. Todo esto es un debate que no es se está dando. E insisto, no solo no se habla de los impactos ambientales, territoriales, de los desplazamientos de comunidades mapuches, sino de estas cuestiones que tienen que ver con la inviabilidad económica y financiera de Vaca Muerta.
Cuando hablas del “ciclo progresista” regional, indicás que este se inicia con un fuerte protagonismo de los pueblos indígenas y se cierra, hacia 2015, con un fuerte protagonismo de las mujeres. ¿Cómo se da esta transición? ¿Cómo se articulan o insertan con las luchas de otros sectores como, ambientalistas, trabajadores y trabajadoras, movimiento estudiantil, movimientos sociales, sindicales, etc.?
Lo que uno observa al analizar el ciclo progresista, es que efectivamente al inicio del ciclo está muy asociado al protagonismo de los pueblos originarios, sobre todo en el mundo andino. Se expresó en la sanción de los derechos de la naturaleza en Ecuador, los derechos de la Pachamama en Bolivia, y la emergencia de una narrativa contrahegemónica muy asociada a los pueblos originarios que es la del Buen Vivir. Si hay una nueva gramática política que exporta América Latina a las luchas antisitémicas, tiene que ver con el Buen Vivir y los Derechos de la Naturaleza. Sabemos que al final del ciclo esta narrativa fue vaciada de su riqueza y potencialidad porque los gobiernos optaron por consolidar proyectos neoextractivos y subalternizar a los pueblos originarios. En esa línea yo creo que la capacidad de irradiación de esta narrativa indigenista fue muy grande en toda América Latina y en el mundo. Hoy aparece más debilitada. Lo que observamos hacia el final del ciclo es un gran protagonismo de las mujeres en dos líneas fundamentales: por un lado, ligado al cuestionamiento de la violencia de género, ante el aumento de los femicidios y, sobre todo, la emergencia de un discurso antipatriarcal muy radical en las luchas feministas. Argentina ha sido emblemática en ese sentido, pero podemos observarlo en otros países latinoamericanos también. El movimiento Ni Una Menos, que tiene una historia que lo remonta a los Encuentros de Mujeres y a las luchas a favor del Aborto Legal ha tenido una gran capacidad de irradiación en toda América Latina. A la par de estas luchas, y mucho más en relación con la problemática del neoextractivismo, están los feminismos populares. Hemos visto emerger un protagonismo femenino en los márgenes de la sociedad, ligado a las luchas contra el neoextractivismo: feminismos comunitarios de la mano de mujeres campesinas e indígenas, feminismos populares de carácter más multiétnico o multiclasista. Un feminismo más de los márgenes que introduce nuevos temas en las luchas feministas en donde la noción de cuerpo y territorio son fundamentales. Y lo interesante de esto, de estas luchas que inicialmente no se dicen feministas ni ecofeministas, es el ida y vuelta que hay entre lo público y lo privado. Lo público, el modo en cómo ponen el cuerpo las mujeres ante el avance del modelo extractivo; lo privado, cuando estas mismas mujeres vuelven a sus casas y experimentan la opresión de género. En ese ida y vuelta las mujeres no solo se constituyen como actores políticos ante el extractivismo sino también van construyendo un discurso feminista. Un feminismo popular que uno puede leer en perspectiva ecofeminista, donde la relación cuerpo-territorio-naturaleza es entendido como una suerte de totalidad. Una encuentra el mismo lenguaje en Perú, en Bolivia, en el norte de Argentina, en Colombia, de estas mujeres que comienzan a problematizar cuerpo-territorio-naturaleza y que postulan como los pueblos originarios a través del buen vivir, a través de la noción de cuidado y de territorio, de los nuevos modos de habitar y defender la vida, de la centralidad que toma la sostenibilidad de la vida. Lo que tiene valor es la producción y reproducción de la vida social y no el capital. La lucha entre el capital y la vida. Eso aparece como central, con lo cual son luchas potencialmente antisistémicas. Es muy interesante como proceso. El momento feminista que atraviesa la región, se da al final del ciclo progresista y al inicio de un giro conservador fenomenal y eso no es menor porque en América Latina está emergiendo una nueva derecha, que es la derecha radical autoritaria. Una derecha que claramente plantea volver a los binarismos tradicionales: en la relación de género, en su rechazo a la diversidad sexual, en su rechazo al discurso garantista y los derechos humanos. Es una derecha que se nutre de un discurso fuertemente antidemocrático o antiderechos, que es distinta a la derecha neoliberal. Pueden compartir en términos económicos el mismo proyecto, pero en términos culturales no. En términos culturales ha "comprendido" o cree (lo dicen así sus líderes) que el marxismo perdió la batalla política pero ganó la batalla cultural. Entonces, el objetivo es efectivamente golpear contra el llamado “marxismo cultural”. Y según estas derechas el marxismo cultural es expresado por el feminismo, por las comunidades de diversidad sexual, por el discurso garantista, etc. Es lo que se expresó ya en términos político-electorales con Bolsonaro y que desde lo social recorre otras sociedades latinoamericanas. Algo que en Argentina encontró una fuerte reactivación como respuesta reaccionaria a la marea feminista.
Recientemente recibiste el Premio Nacional Ensayo Sociológico por tu Debates latinoamericanos. ¿Nos podrás contar un poco de qué trata el libro? Allí mencionás los límites de los gobiernos que denominás progresistas e incluso en algunos otros textos usás la categoría de “progresismo selectivo”. ¿Cuáles son esos límites y a qué te referís con esta idea de progresismo selectivo?
El libro Debates latinoamericanos aborda cuatro grandes ejes problemáticos, que no son los únicos en la historia de la región, pero que yo considero importantes en la época actual. Son ejes que muestran ese constante vaivén entre lo político, lo social y lo cultural y que, por sobre todas las cosas se actualizaron en el escenario político en los últimos 20 años: el lugar de los pueblos originarios, la disputa por los modelos de desarrollo, la recreación de la dependencia a partir de la emergencia de China como nuevo Hegemón y por último, el retorno de los populismos infinitos. Esto último merece aclaración, pues yo tengo una lectura de los populismos, que no es la que tiene la derecha mediática y política. Yo considero que los populismos son un fenómeno complejo, contradictorio, que tiene elementos positivos, elementos democráticos que implican la incorporación de grandes mayorías excluidas, un lenguaje de derechos, pero que por otro lado tiene elementos autoritarios, muy ligados a la concentración de poder en los líderes. Otra de sus ambivalencias es que la incorporación de masas excluidas tiene como contracara el pacto con el gran capital. Entonces la construcción de una gobernanza populista siempre se da por la vía de una negociación entre el lugar que ocupan los sectores subalternos y el lugar que ocupa el gran capital. Y en América Latina los progresismos fueron selectivos en esto porque efectivamente desarrollaron una retórica democrática en relación a los derechos de las grandes mayorías, pusieron el acento en una política social muy ligada a los planes sociales de inclusión de esas mayorías pero al mismo tiempo, insisto, hicieron el pacto con el gran capital extractivo y, en algunos países, como Brasil, también financiero. No ver esto, como muchos quisieron durante el progresismo, constituyó uno de los grandes problemas para construir una izquierda plural. Porque yo creo que los populismos progresistas tienen elementos de izquierda, pero que esos elementos fueron neutralizados en el marco de estas alianzas con el gran capital.
Durante el ciclo progresista se abrió una brecha en las izquierdas latinoamericanas: entre una izquierda populista cuya bandera es sobre todo el antiimperialismo, que apoyó de manera incondicional a los gobiernos progresistas, y una izquierda más plural, en donde estaba desde el trotskismo con su vocación obrerista, hasta los que nos consideramos como parte de una izquierda antisistémica, ecologista e indianista, que quedó fuera, sin posibilidad casi de diálogo. Esto se expresó en un gran desgarramiento y sobre todo en torno a los posicionamientos sobre Venezuela y posteriormente sobre Nicaragua. Pero la real divisoria de aguas fue Venezuela. No sé si recordarán que, en 2016, junto con otros intelectuales latinoamericanos hicimos una declaración criticando al régimen de Maduro. La reacción de la izquierda incondicional a los progresismos fue visceral, tremenda. A mí me significó la ruptura de puentes con una serie de organizaciones sociales con las cuales yo venía trabajando hace muchos años, desde mis tiempos piqueteros. Hoy me siento más cómoda dialogando con una izquierda trotskista más combativa y que está en la calle, que con una izquierda progresista que efectivamente tiene varios puntos ciegos en su visión sobre el poder, en su visión sobre la relación con los líderes, en su visión selectiva de los derechos humanos. Muchos todavía no tomaron conciencia de los costos e impactos que genera en las izquierdas la deriva autoritaria en Venezuela.
Con la izquierda trotskista también tengo una asignatura pendiente ligada al hecho de que yo creo que siguen siendo todavía muy obreristas y que no ha incorporado la problemática socioambiental. Creo que el gran desafío de las izquierdas es pluralizar las agendas. Así como se ha incorporado la agenda feminista, también la agenda socioambiental tiene que ser incorporada. Se trata de un eje transversal y debe ser comprendida desde una perspectiva más holística. Y lo que yo percibo es que todavía hay un sector de la izquierda que tiene una visión muy productivista. Si hay una posibilidad de renovación de las izquierdas pasa por la incorporación de esos dos ejes que son centrales a la hora de diseñar un nuevo horizonte civilizatorio. No basta con desarrollar un lenguaje obrerista ligado a la contradicción capital- trabajo cuando efectivamente estamos en el medio de una crisis ecológica de gran envergadura que tiene que ver con la lógica productivista del capital y la expansión de las fuerzas productivas. Si eso no es cuestionado no podremos elaborar un diagnóstico acerca de la crisis y por ende tampoco podremos elaborar una vía o un horizonte que marque la posibilidad de construir una nueva sociedad.
Yendo al escenario más coyuntural, firmaste la declaración de intelectuales en apoyo al Frente de Izquierda-Unidad. ¿Por qué decidiste apoyar a una fuerza de izquierda anticapitalista?
Ya había firmado en 2015 por el FIT y voté al FIT. Creo que estamos viviendo un escenario de mucha polarización que simplifica el espacio político, binariza los posicionamientos y, sobre todo, en el mediano plazo despolitiza a la gente, porque no se ve posibilidad de construir otra alternativa. La izquierda es la única que rompe, que no se deja atrapar por ese binarismo. Por ejemplo: todos los sectores de centroizquierda con los cuales he tenido mucho diálogo han terminado por ser furgón de cola del kirchnerismo. Muchos de ellos abandonaron su agenda, hicieron borrón y cuenta nueva y olvidaron las críticas al kirchnerismo, por el temor a que el gobierno macrista se perpetúe. Por otro lado, también están aquellos sectores intelectuales que apoyan al macrismo. Ahí se ve cómo la lógica de la polarización terminó fagocitando a sectores que vienen del progresismo alfonsinista, llevándolos a confluir con la derecha neoliberal. Firmando una declaración que apoya a un gobierno de derecha que promueve una política de exclusión. A eso me refiero con la simplificación del espacio político. Me parece que la izquierda hizo un esfuerzo de unidad y que es la única propuesta con un programa anti sistema que además rompe con el binarismo. Esa es la propuesta que hay que alentar. No podemos dejarnos atrapar en estas lógicas binarias que lo único que hacen es diluir cualquier diferencia, simplificar la discusión e, insisto, generar un enorme daño. Es ese tipo de daño y tendencia a la despolitización el que abre la puerta a proyectos de extrema derecha como es el caso de Brasil con Bolsonaro. Hay que promover posiciones de izquierda que rompan con el binarismo y que pluralicen el discurso incluyendo las demandas socioambientales, las demandas feministas, las demandas de los trabajadores porque, efectivamente, hay tres grandes problemas en la sociedad contemporánea. El primero de ellos es la crisis socioecológica que estamos viviendo, la era del Antropoceno, que nos enfrenta a nuevos riesgos, que ponen en peligro la vida del planeta. En segundo lugar, la robotización y el avance de la sociedad digital que va a generar desempleo y reconversiones que es necesario afrontar en el marco de una transición justa. En tercer lugar, está el retorno de las derechas radicales, con contenidos fascistas que implican una fuerte regresión política. Muchos de estos escenarios están relacionados; no es casual que las derechas radicales autoritarias sean negacionistas respecto del cambio climático, ya que promueven la expansión de la frontera de commodities y la mercantilización general de la vida.
Previo a las PASO salieron declaraciones de apoyo de intelectuales a las fórmulas del FIT-U, de Macri-Pichetto y de Fernández-Fernández. ¿Cuál te parece que es el rol de los intelectuales en esta coyuntura?
Los intelectuales argentinos somos seres gregarios. Necesitamos estar en grupo; básicamente somos seres gregarios que queremos discutir, debatir en la escena pública. Yo, sobre todo, tengo una visión más ligada al pensamiento crítico latinoamericano que es un pensamiento que se ha forjado en la frontera entre lo político y lo cultural y que acompaña procesos de lucha muy ligados a la contestación y el repudio a la dinámica de acumulación del capital. Yo he sostenido y defendido una visión de intelectual anfibio, que se mueve en diferentes escenas. La escena pública es una de ellas, pero no la única. Que ha habido una gran visibilidad de los intelectuales en la última década tiene que ver con el rol que tuvieron durante la época del kirchnerismo. No se olviden además que el kirchnerismo benefició mucho en ese sentido a la investigación científica y técnica. Eso es lo que le otorgó gran visibilidad. Igualmente si ustedes ven en los últimos cinco o seis años, al calor del agravamiento de la crisis económica, los intelectuales han tenido menos lugar en la escena pública. Son los economistas, como especialistas, los que han tenido más visibilidad mediática. Desde mi perspectiva, la de colocar temas pocos visibles en la agenda pública, es una de las grandes funciones de los intelectuales. Pero insisto, la escena pública es una más. Hay otras escenas, tal vez de más bajo perfil, que implican un activismo por parte de los intelectuales que son igual de importantes. Hoy se invisibiliza una tarea más silenciosa, de acompañamiento, de visibilización de luchas que se vienen dando desde hace mucho tiempo en América Latina. Pero insisto, creo que está sobredimensionado el impacto que pueda tener el apoyo de intelectuales a una fórmula política, es más de orden simbólico y generan fricciones y disputas al interior de un campo que tiene poco peso político en líneas generales.
¿Cómo analizás el escenario político tras las elecciones primarias?
Pocas veces se vio una campaña electoral tan polarizada y a la vez, tan desigual. El oficialismo contaba con el apoyo de los grandes medios de comunicación, del FMI, de Donald Trump y de los mercados financieros. Tal es así que, desde fuera de esa densa red de apoyos incondicionales y cada vez más obscenos, desde esa maraña superestructural que parecía cubrir y sobredeterminar todo, apenas si podía verse el escenario social real y sus actores.
La respuesta de la sociedad fue en clave de polarización, pero de rechazo total al programa de Macri y por ello, en favor del kirchnerismo. Eso hizo saltar por los aires la situación de gran asimetría electoral que se vivía. Y lo tremendamente peligroso es que el oficialismo no pudo reconocerlo y entró en una crisis en la cual llevó al país a una situación abismal, dejando al desnudo su ceguera de clase. Así, las declaraciones del presidente en las primeras 48 horas no fueron desafortunadas; más bien revelaron su pensamiento al desnudo, esto es, el ethos dominante, el conjunto de ideas y valoraciones que nutre una determinada práctica política ligada a una clase social. Para Macri no se trata solo de afirmar que la política implementada es “la correcta”; más aún, “el único camino correcto”, y que lo opuesto o diferente es un completo “error”, sino de dejar en claro que el único ethos posible en política es aquel que se identifica con los mercados. Mientras una parte de la sociedad, a través del voto, afirmaba un ethos que busca colocar límites al mercado; defender la vida, la posibilidad de la producción y la reproducción social, el gobierno insistía en defender una y otra vez la validez –y supuesta universalidad– del ethos de la acumulación (financiera) del capital.
La corrida cambiaria que se desató el día lunes no fue solo castigo al voto “incorrecto” de la ciudadanía, fue una afirmación del fatalismo económico-financiero en coherencia/correspondencia con un determinado ethos. En esa línea, el costo fue enorme, y en una semana aprendimos más de lo que 50 lecciones sobre sociología de las élites pueden aportarnos. Creo que eso puede servir como aprendizaje para muchos votantes macristas decepcionados; que comprendieron el alcance de lo que significa votar a la élite dominante. Espero que esto pase a los libros de historia. El escenario político que se abre es el de un país en crisis hiperbólica, con un futuro gobierno peronista/kirchnerista de espíritu centrista y negociador, que buscará recomponer el diálogo con todos los sectores de poder. Muy probablemente la derecha radical autoritaria (Gómez Centurión) y la derecha ultra-neoliberal (Espert), mejoren su performance electoral en octubre, ante la debacle del macrismo. Me intriga adonde irán a parar los votos de Lavagna o si seguirán con él. Por último, la izquierda se consolidó como cuarta fuerza electoral, pero no creo que mejore electoralmente; quedó muy afectada por la polarización extrema, aunque aún tiene la posibilidad de ganar una diputación más. Y más que nunca ¡necesitamos izquierda de la buena en el Congreso Nacional!

Mariano González
Azul Picón

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