sábado, septiembre 21, 2019

Zina Voljkow o la tragedia de la familia de Trotsky

Alrededor de cada 20 de agosto se hace obligatorio evocar toda la trama del asesinato de León Totsky, cada vez con mayor fuerza desde el momento en el que curso de la historia está poniendo en evidencia el desastre que significó el estalinismo, una variante oscura de la tradición zarista y clerical que encontró en el agotamiento de la revolución (la guerra llamada civil destrozó aún más precarias condiciones de la una revolución que se había quedado sin industria y sin una clase obrera en movimiento…
En ese crimen que mucha gente considera como el más importante del siglo pasado, converge la aniquilación casi al pleno de toda una familia, de todos los amigos y amigos y amigas de Trotsky, incluyendo aquellos que en tal momento estuvieron a su lado, por ejemplo, la oficialidad del Ejército Rojo, brutalmente diezmada en víspera de la ocupación nazi de Rusia…Nadie mejor que Stalin valoró el significado latente de este personaje sobre el que, por citar un ejemplo, un ya anciano, el político e historiador conservador sevillano, Jesús Pabón (1902-1975), escribió un laborioso prólogo del Lenin de Trotsky, si no recuerdo mal, la primera edición en la España franquista de obra trotskiana íntegra (editorial Ariel, Barcelona, 1972, traducida por el militante del PCE exiliado en la URSS, José Laín). Pabón daba entender que en política había gente que iba de la izquierda a la derecha y viceversa, lo cual era al parecer su caso tanto en un sentido como en el otro. Me explico, ahora el viejo miraba con entusiasmo a Trotsky, pero de joven se había aproximado al trotskismo pero acabar siendo diputado de la CEDA…Pabón decía que Trotsky era una figura de suma importante por tres factores, primero por la extrema variedad de sus actividades políticos, segundo por la calidad y alcance de sus escritos, y tercer por la enorme tragedia que le significó su oposición a Stalin que acabó literalmente con toda su familia. En este apartado se inserta la historia de…
…Zinaida Volkow, de soltera Zinaida Bronstein, fue la hija mayor del matrimonio de Trotsky con Alexandra Lvona, sin duda una de las mujeres más singulares de su tiempo. Alexandra conoció a Trotsky cuando éste tenía 15 años, o sea en 1896, formaba parte del círculo de estudiantes y obreros que formaron la Unión de Obreros c Rusia. Un poco mayor que él, Alexandra fue la inductora de su «conversión» al marxismo. Trotsky entonces consideraba esta concepción como fría, dogmática y despectiva con la tradición populista revolucionaria. Cuando el joven Bronstein fue deportado a la Siberia Alexandra se fue con él y ambos contrajeron matrimonio en el año cero del siglo.
Los testigos oculares de la unión hablan de un romance pero el propio Trotsky es mucho más circunspecto cuando escribe en Mi vida: «El trabajo común por la causa nos había unido instintivamente, y para que no nos desterrasen a lugares distintos habíamos hecho que nos desposasen en la cárcel, de depósitos de Moscú». El caso es que, después de cuatro años de deportación en Verkholenski, en las montañas que rodean el lago Bakal, tuvieron a Zina y Nina. Cuando estas contaban con tres y un año, respectivamente, Trotsky pudo fugarse con la ayuda de Alexandra, dejando un muñeco en su cama.
Poco tiempo después, en París, Trotsky conoció a Natalia Sedova con la que vivió el resto de sus días. Alexandra nunca pidió o reprochó nada a Trotsky. Siguió siendo una militante integral bajo el zarismo, al tiempo que crió y educó a sus hijas en el fervor a las ideas revolucionarias. Estas mantendrían una relación apasionada y distanciada con Trotsky hasta que, en 1931, Zina llega a Prinkipo para curarse de sus problemas nerviosos.
Entonces, ya la gran tragedia del estalinismo había hecho sus primeras víctimas. El marido de Nina, Nevelson, fue deportado cuando lo fue Trotsky a Alma-Ata. Nina, excluida del partido y privada de su trabajó, cayó gravemente enferma por las privaciones, murió de tuberculosis a los 26 años. Zina la cuidó hasta su expiración, y comienza sufrir los primeros síntomas de una enfermedad psíquica. Su propio marido, Platón Volkow fue deportado en 1928. En 1935 será condenada de nuevo por cinco años y en su última carta clandestina habla de seguir Ia ruta de los Lafargue (Paul Lafargue y Laura Marx), o sea la de un suicidio que conmovió a los socialistas de su tiempo. La propia Zina fue detenida en dos ocasiones. A pesar de su situación, Alexandra siguió ejerciendo de maestra hasta la mitad de los años treinta, siendo posiblemente una de las últimas (sino la última) personas que se atrevió en público a criticar la burocracia públicamente y a defender las ideas de la Oposición por las cuales caería toda su familia.
En sus impresionantes Memorias de un revolucionario, Víctor Serge describe a Zina diciendo: «Se parecía rasgo por rasgo a su padre, con una viva inteligencia y una gran firmeza de alma». Deutscher subraya también esta semejanza para añadir: «Tenía las mismas facciones angulosas y la misma tez morena, los mismos ojos expresivos, la misma sonrisa, la misma ironía sardónica, las mismas emociones profundas y también algo de su mente indomable y de su elocuencia. Parecía haber heredado sus pasiones políticas, su militancia y su hambre de actividad». Su madre decía que tenía un «espíritu más público que familiar..
Habían transcurrido casi treinta años de su separación, y ahora iban a aflorar muchos problemas contenidos durante mucho tiempo. Zina llegó a Prinkipo desfondada, con el corazón destrozado, pero animada por la alegría de reencontrar a su padre y con ganas de ser útil a la misma causa. Después de unos primeros tiempos de recuperación, Zina volvió a enfermar. No resistía el calor de Turquía y fue operada de los pulmones en varias ocasiones. La situación de los suyos en el interior de la URSS la carcomía, y se sentía indeseada e inútil. Su propia situación llevaba a Trotsky a no brindarle su confianza política en tareas tan difíciles y complejas como las relaciones con la Oposición que caían casi íntegramente sobre su hijo Liova. Trotsky sufría por su incapacidad para dar respuesta a unos problemas en los que su capacidad intelectual y política era impotente. Esto le llevaba en ocasiones mostrarse irascible, algo que ella no podía soportar. Entonces Zina comenzó a tener ataques de delirios. Su postración mental le impedía, empero, demostraba unos grados de fugaz lucidez que asombraban a todos.
Como es sabido, Trotsky fue seguramente el primer marxista interesado por el pensamiento freudiano, curiosidad que compartió con Abraham Joffe, dirigente y diplomático bolchevique que estuvo a su lado durante toda su vida militante 1/. Sin duda, todo esto tuvo que ver con su decisión de enviar a Zina a Berlín, lo que Stalin aceptó a regañadientes. Cuando Zina llegó a Berlín, la situación política se había convertido en algo que difícilmente se podría comprender sí el psicoanálisis. Habían pasado unas pocas semanas de plebiscito de Prusia, cuando lo comunistas pusieron un ultimátum a la socialdemocracia y terminaron votando junto con los nazis contra el «socialfascismo». La derecha se volcaba hacia el nazismo para que éste le ayudara a «limpiar el patio» di comunistas. Los socialdemócratas seguían atados al juego parlamentario y contraponían al nazismo una legalidad ya podrida por el cáncer nazi. Los comunistas afirmaban que detrás de Hitler vendría su propia oportunidad. En medio de todo esto, Zina se siente confundida por los médicos, al tiempo que trata de confundirlos. Un ucase de las autoridades soviéticas le negaba la posibilidad de regresar.
El círculo se cerraba cada vez más. Sus relaciones con Liova, a la sazón en Alemania, eran cada vez más tensas y su enorme fe en Trotsky fue dejando su lugar a una relación cada vez más conflictiva. Era cada vez más incapaz de administrarse y frecuentaba las zonas «lumpen» de la ciudad. Rechazada por el ínfimo grupo trotskista –curiosamente, mientras que los escritos de Trotsky sobre Alemania se habían convertido en una literatura de amplia divulgación popular–, Zina se sintió atraída por la idea de colaborar con el Partido Comunista, en aras de la revolución que decían preparar. Sus cartas son perturbadoras, pero al mismo tiempo parecen una ilustración llena de talento de la situación social y política. Pero cada vez que le recriminaba a su padre que sus dificultades «nunca tienen que ver con los grandes problemas, sino con los pequeños», la herida de Trotsky se abría más.
Tres detalles de importancia coincidieron con su suicidio. El primero se debió a su conflicto político (enrarecido además por “topos” estalinianos), ampliado por ser Liova su hermano e interlocutor. El segundo era que estaba embarazada. El tercero fue que Trotsky hizo llegar al psiquiatra las cartas que ella le había enviado. El 14 de diciembre escribía a Trotsky su última carta: «Querido papá sólo espero de ti siquiera unas pocas líneas». Poco después se suicidaba con el gas de la cocina. El impacto hizo envejecer al viejo, pero la tragedia personal de la familia Trotsky pronto palideció en medio de la tragedia política que se abatió sobre Europa: el 30 de enero de 1933, Hindeburg llamaba a Hitler a la cancillería del Reich.
La película. Considerada como «la mayor sorpresa del Festival y tal vez el único film que perdure en el recuerdo como pleno de hallazgos e interés» por la revista Dirigido, Zina 1985) fue la segunda película de Ken McMullen que antes fue pintor, un dato importante para comprender el filme que aborda la historia. La historia trata de Zinaïda Bronstein Volkow (interpretada magistralmente por la italiana Dominiziana Giordano que había trabajado para Tarkowski y Goddard), primera hija de su primer matrimonio y madre de Esteban Wolkow, el nieto de Trotsky que vivió en directo el atentado de Siquieros y que siguió viviendo en México; el resto de su familia estaba “desaparecida” o en campos de concentración.
A Zina se le permitió trasladarse a Berlín para seguir un tratamiento psiquiátrico por una temporada, un tiempo en el que volvió a mantener una relación escrita con su padre –admirado, lejano y ausente- al tiempo que fue una angustiada y perspicaz testigo del ascenso del nazismo, y sufría en primer grado la aniquilación de sus seres más queridos con la instauración del «Gran Terror» . La suma de todo estos factores la llevaron al suicidio, dejando escrita una extensa correspondencia que serviría de base para el guión.
En el número de Fotogramas que informa sobre el Festival, se puede leer el siguiente comentario: “Ken McMullen ha estructurado este hermoso filme en tres niveles de lenguaje que se interrelacionan y complementan; el visual, el musical y el narrativo. La combinación de fotografía en blanco y negro y color –el operador es Bryan Loftus, que ya hizo En compañía de lobos– utilizada arbitrariamente no siempre en función del presente o pasado, de realidad o invención, da pie a una composición musical escrita expresamente siguiendo los ritmos de las imágenes, alternando con el texto del psicoanálisis de la hija de Trotsky, extraídos de las cartas a su padre. Todo junto provoca un resultado que desemboca en un romanticismo insospechado a partir de los temas que se barajan: la política internacional, el marxismo y el psicoanálisis”.
El premio fue compartido con otra película digamos familiar, Frida, de Paul Leduc, maravillosamente interpretada por Ofelia Medina, aunque una de las partes más insatisfactoria de la película es el tratamiento tan superficial y descuidado que le al trato de Trotsky con Frida y Diego. Lo más es irregular pero apasionante.
Por su parte Esteve Riambau en Dirigido escribe que «Zina no nos habla sólo del problema de una hija de personaje más que famoso, mítico, de la hija propiamente «de la revolución», sino que a través de esa componente subjetiva no deja de reflexionar sobre su mundo contemporáneo, sobre las contradicciones de la profesión de revolucionario, algo más que teórico, sobre el desarraigo del exilio permanente, sobre la ausencia de un padre que sin embargo siempre ha estado presente gracias a su importancia objetiva, a su condición de protagonista de la historia. Por eso, cuando Zina se suicida al no poder superar todas sus contradicciones, no será tanto una actitud individual como el símbolo de una Europa que, atenazada entre la revolución y el totalitarismo, se toma una de sus primeras víctimas en el camino hacia el desastre».
A pesar del premio y del prestigio de su director, Zina nunca llegó a ser estrenada entre nosotros, ni siquiera conoció un mísero pase televisivo, y los que se enteraron la pudieron contemplar en un ciclo que la Filmoteca de Cataluña le dedicó a McMullen al principio de los años noventa Su edición en DVD permite ahora pensar en un buen cine-forum, y en un buen debate con el tratar temas muy diversos, por ejemplo del desastre del movimiento obrero alemán ante el ascenso del nazismo, dividido entre una socialdemocracia posibilista hasta la estupidez, y un partido comunista enloquecido que subestimaba el nazismo porque Stalin decía que el enemigo principal era la socialdemocracia, o del destino de la familia Trotsky. Si además, algo así se puede hacer trayendo nuevamente de México a Esteban Volkow, el asunto adquiere caracteres apasionantes….El autor de estas líneas recuerda un encuentro con él allá por 1989, y la emoción que le causó la noticia de esta película, y el artículo que yo había publicado en el Combate, el órgano de la LCR, sobre su madre.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Notas

1/ Ver la obra de Carlos Castilla del Pino, Marxismo y psicoanálisis. Recordemos que Wilhem Reich tuvo una fase de afinidad con Trotsky, y que Breton trató de implicar a la corriente psicoanalítica de izquierda detrás del proyecto de la FIARI, la Federación Internacional de Artistas Revolucionarios en Independientes, cuyo manifiesto fue escrito por él mismo, y por Trotsky aunque también firmó Diego Rivera. Para mayor información ver mi edición en el Viejo Topo.

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