A horas de efectuarse el golpe de Estado, la Conferencia Episcopal de Bolivia declaró que lo que “sucede en Bolivia no es un golpe de Estado”, a la vez que llamaban “a la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas de la Nación a cumplir con urgencia con su rol de defensa de la propiedad y de las personas”. Con estas palabras, la Iglesia Católica mostró nuevamente la hilacha de su nefasto rol histórico. No condena al golpe de Estado porque es parte del mismo y llama a actuar a las fuerzas de seguridad avalando el accionar ferozmente represivo de éstas sobre quienes salen a la calle a resistir contra el golpe.
Las referencias a devolver a Dios al palacio de gobierno, la Biblia y el lugar protagonista de Cristo juegan un rol protagónico en el discurso fascista de Luis “macho” Camacho que aparece acompañado por la quema de whipalas (la bandera de las nacionalidades indígenas de Bolivia) por parte de sus seguidores. La Iglesia se coloca como pata espiritual de este golpe.
Detrás de este golpe asoma también la mano de Bolsonaro, quien llegó al poder en Brasil con el apoyo de las iglesias evangélicas y ha lanzado una agenda oscurantista que incluye la persecución contra la comunidad LGTBI y el ataque a los derechos de las mujeres.
La declaración de los Obispos que llama cínicamente “a la paz” y encubre el golpe de Estado está acompañada por un silencio de radio de parte del Papa Francisco, quien mantenía una relación amena con Evo Morales y solo se limitó a mandar a “rezar” a los creyentes por Bolivia hace dos días.
A caballo del golpe en Bolivia está asegurada una ofensiva contra los derechos de las mujeres y las diversidades. Por todos estos hechos, el aplastamiento del golpe fascista es de vital importancia también para la “ola verde”.
La Iglesia católica siempre fue la cara espiritual de los golpes de Estado contra los pueblos trabajadores.
María Chuli
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