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jueves, diciembre 12, 2019
Francia: la huelga de masas y el papel de la izquierda
El pasado martes tuvo lugar otra jornada de lucha en Francia, con huelgas y manifestaciones. Las centrales sindicales fijaron esta fecha poco después de la jornada del jueves 5; en realidad es la fuerza del movimiento -ante todo la masividad de la huelga reconductible ferroviaria- algo así como una huelga indefinida-, de los subtes, de los maestros y profesores y del personal de los hospitales- la que impuso una fecha tan próxima. El gobierno, asustado con el millón de personas en la calle, hará los anuncios “definitivos” sobre la reforma jubilatoria este miércoles 11, donde espera preservar las medidas fundamentales del proyecto de liquidación de las jubilaciones por reparticiones, realizando concesiones secundarias. La huelga va a continuar y ya se anuncia una nueva jornada para el jueves 12. Es posible que se extienda a nuevos sectores y se incorporen crecientemente las grandes fábricas.
La crisis capitalista
Estamos frente a un período histórico de huelga de masas y no sólo en Francia. Los historiadores nos dirán dentro de muchos años cuando comenzó exactamente. Desde el punto de vista de la lucha de clases podemos decir que fue en noviembre del 2018 con la revuelta de los chalecos amarillos: una reacción popular, de movilización y lucha, contra las consecuencias de la crisis capitalista y contra el poder político. Ningún partido de izquierda, ni ningún sindicato, estuvieron en el origen de esta reacción popular. Por el contrario, la izquierda y las direcciones sindicales eran portadores de la derrota, de la adaptación a las necesidades, bien que reaccionarias, del régimen político y social. Como ya sucedió muchas veces, y volverá a suceder, un acontecimiento que puede considerarse como menor -un aumento de impuestos-provocó la furia de los sectores más pobres de la población, que salió a las calles. El movimiento impresiona sobre todo por su constancia, su capacidad de resistencia a una represión feroz sin antecedentes, su tozudez con manifestaciones todos los sábados, su organización en miles de grupos locales y su difusión nacional.
Estamos ante una crisis histórica que necesariamente afecta a las condiciones elementales de vida de la clase obrera y de la población. El capitalismo se ve obligado a agudizar los términos de su explotación: aparecen y reaparecen los rasgos más bárbaros, y cada burguesía, en competencia con las otras en el mercado mundial, no se fija ningún límite.
A la manera bonapartista de la V República, el gobierno de Emmanuel Macron representa esta política, a la que quiere darle una cobertura liberal. Es la destrucción de las conquistas obreras, de la salud, de la educación, de los mecanismos de protección social. Se trata de un cambio de escala en relación a los gobiernos burgueses anteriores. Por esto, sus rasgos son también la represión brutal, la “sociedad de vigilancia”, las patrullas permanentes en los barrios populares, la xenofobia. Finalmente, es el militarismo y la intervención imperialista en África. Se trata, sin embargo, de un imperialismo en retroceso. Su lugar en el mercado mundial es cada vez menor, con la descomposición de la Unión Europea de trasfondo.
Lo que resalta ante todo, en el movimiento de los chalecos amarillos, es que cualquier movilización popular contra tal o cual medida choca con el régimen político en su conjunto y pone a la orden del día un escenario de crisis. El intento de liquidar el sistema actual de jubilaciones provocó un salto cualitativo en este enfrentamiento. La huelga de masas con la intervención directa de la clase obrera quedó a la orden del día y el “detalle” que la desencadenó fue la enorme huelga de los subtes del 13 de septiembre.
Las reacciones de la izquierda
A causa de su rutina política, las organizaciones de izquierda (salvo excepciones) jugaron un rol menor en el movimiento de los chalecos amarillos. La intervención de los sindicatos ha modificado en parte esta marginalidad, pero sólo en parte.
Dejando de lado a La France Insoumise, que reúne todos los defectos de Podemos -llegar al poder como sea a través de las instituciones, ahora proponiendo una alianza con los ecologistas y negando una y otra vez la lucha de clases- sin tener ninguna raíz en los “movimientos sociales”; la cual fracasó también con los chalecos amarillos, tratando de utilizarlos como palanca de su demagogia; lo que nos interesa es la izquierda anticapitalista.
Esta izquierda entra en esta etapa de la huelga general con un hándicap histórico: no existe un agrupamiento sindical clasista, de lucha de clases, que pueda proponer y desarrollar políticas alternativas y opuestas a las de las de las burocracias sindicales.
Lutte Ouvrière, que es la organización con más militantes e intervención en los sindicatos, saca un volante nacional, el lunes 9, que se reproduce en los boletines de fábrica, en la que invita a los obreros a que “seamos lo más numerosos posibles en huelga y en la calle”, sin fijar ninguna política, ninguna orientación, ni ninguna proposición. Si se les pregunta que tiene que hacer un obrero consciente contestarán diciendo: hay que incorporarlo a LO, para que reparta más boletines llamando a ser numerosos. Por lo mismo, no hay ninguna caracterización política, ninguna referencia a la crisis capitalista. Se acompaña simplemente el movimiento de los sindicatos. Es una incomprensión de la naturaleza del período, del lugar de las direcciones, y de la necesidad de construir una dirección revolucionaria. La constancia militante de LO no tapa estos agujeros negros.
Una organización política está para proponer una orientación y y contribuir a la organización, que puede ser decisiva, para una intervención independiente. Por ahora, la organización de estas jornadas nacionales a caído en manos de las direcciones sindicales, las cuales a su vez tratan de controlar el proceso en curso. Esta crisis de dirección tiene que ser planteada, lo que no impide que se hagan avances efectivos en la intervención, partiendo de dtar a la huelga de una perspectiva política, a través de asambleas generales en los lugares de trabajo para decidir día a día sobre la continuidad de las medidas, el retiro del proyecto de reforma jubilatoria, que la crisis la paguen los capitalistas y el fuera Macron y su gobierno.
En otro casillero del tablero tenemos al NPA (Nuevo Partido Anticapitalista), el que se encuentra en una crisis, probablemente, terminal, que podría arrastrarse durante mucho tiempo. Actualmente se trata de una federación de tendencias, con estructuras independientes, que no respetan un atisbo de disciplina partidaria, con excepción de las reuniones de su Comité Nacional. La mayoría, o más bien la ex mayoría, ligada al Secretariado Unificado, repite ahora su política habitual: formar un frente de la “izquierda de la izquierda” que se adapte a las políticas de las burocracias, y donde su contribución al movimiento consiste en la hazaña de firmar una solicitada común con toda suerte de militantes y corrientes, incluso con las fracciones interiores al NPA que caracterizan a esta mayoría como obsoleta, reformista e inútil. La dificultad de este sector del NPA es que en Francia no puede repetir la experiencia española de Anticapitalistas y contribuir a la construcción de Podemos. Carece de una política propia.
Por su parte, la CCR (Corriente Comunista Revolucionaria)- estructura francesa de la Fracción Trotskista, corriente internacional del PTS argentino- es una fracción del NPA y tiene una autonomía total como las otras fracciones. Su teórico, Juan Chingo, publica el 8 de diciembre en Révolution Permanante un artículo de conjunto sobre la huelga general. Hay muchas afirmaciones generales correctas. En cambio, la idealización de la situación actual de la huelga compromete el análisis, con dos o tres errores graves.
El más serio se refiere a la construcción del partido revolucionario en Francia y el NPA. Chingo afirma que hay que organizar un partido obrero revolucionario y que es “tiempo para que las direcciones de las principales organizaciones de extrema izquierda tomen sus responsabilidades y dediquen toda su energía a este objetivo”. Ahora bien, con la dirección del NPA (y de LO) se pueden hacer muchas cosas pero no construir un partido revolucionario. Está claro que a convocatoria en estos términos plantea ampliar a gran escala la experiencia fallida del NPA, para construir una organización centrista con un barniz de izquierda. La CCR tiene un objetivo estratégico erróneo de construcción revolucionaria.
La política y la naturaleza de las burocracias sindicales están mal caracterizadas, con el mismo barniz centrista. Para Chingo, las direcciones sindicales “tratan de limitar las potencialidades del movimiento en lugar de desarrollarlas”. Son conservadoras. Claro que lo son, si se dice claramente que tienen una política contrarrevolucionaria que trata de ahogar el movimiento y no de limitarlo. No ponemos un signo igual, por supuesto, entre la dirección de la CGT, que llama con otras confederaciones a las jornadas de acción, y la dirección de la CFDT, que llama a colaborar con el gobierno. Pero decimos claramente que una intervención independiente de la clase obrera y de sus militantes revolucionarios pasa por avanzar con una política contraria a la de la burocracia para construir canales de lucha independientes. Por ejemplo, llamamos a Asambleas Generales para que las bases tomen la huelga en sus manos y no para que la burocracia se despache con sus discursos.
Por estas razones, la CCR tampoco llama a desarrollar un agrupamiento clasista. Embellece las reuniones interprofesionales, como si fueran asambleas soviéticas. Son reuniones con muchos activistas de las organizaciones anticapitalistas y poco efectivas como elementos de coordinación e intervención de la clase obrera. Mientras la actividad debe concentrarse en las Asambleas Generales y en la formación de Coordinadoras, agrupando genuinamente a los activistas. Con las huelgas y las jornadas de movilización callejera, los activistas sindicales son el terreno fértil para avanzar en la construcción de una alternativa revolucionaria, sindical y política.
Y ahora qué
Las próximas horas y días son decisivas. A pesar de los obstáculos, el movimiento obrero ha ganado la iniciativa. El gobierno está retrocediendo: está enredado y por ahora no ha sabido definir siquiera una línea coherente, más allá de la represión. Muy difícilmente podrá escapar a una crisis política que modifique de manera radical las relaciones entre las clases. Los militantes clasistas y revolucionarios y sus agrupamientos están frente a enormes desafíos.
Roberto Gramar
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