China entrará el 25 de enero en el Año de la Rata, sinónimo de agilidad, inteligencia, conocimiento y cambio, pero los desafíos se iniciarán semanas antes y de nuevo con el problema territorial como principal señuelo. Estos son los ejes de su agenda para un año en el que cabe suponer seguirá pisando el acelerador para ultimar su transformación interna y también su significación y relevancia en la gobernanza global.
En primer lugar, Taiwán. Los comicios legislativos y presidenciales que tendrán lugar en la “isla rebelde” el 11 de enero marcarán no solo el rumbo político inmediato de la vieja Formosa sino también podría poner contra las cuerdas la ambición de Xi Jinping de acelerar el proceso de reunificación y, en consecuencia, acentuar el acercamiento de Taipéi a Washington y realzar su papel en la estrategia del Indo-Pacífico, justamente ideada por EEUU para contener a China.
En segundo lugar, Hong Kong. Tras las elecciones locales de noviembre, en las que los grupos pro-China perdieron el 87 por ciento de los representantes frente a los candidatos opositores, la región administrativa especial vive un momento de impasse a la espera de la reacción política de Beijing. Su escaso margen de maniobra para encajar las demandas democratizadoras de la población podría augurar una nueva oleada de protestas.
En tercer lugar, Xinjiang. Las políticas adoptadas en los últimos años para poner coto a las acciones violentas protagonizadas por algunos grupos de la disidencia uigur en esta región autónoma del Oeste chino, tan expeditivas como exitosas en el plano interno, han afeado enormemente la imagen internacional del país y brindado argumentos para poner de nuevo en cuestión su compromiso con la observación de los derechos humanos. El asunto de Xinjiang seguirá desempeñando un papel relevante en los desencuentros entre China y los países desarrollados de Occidente.
En cuarto lugar, la conclusión del XIII Plan Quinquenal. El final de la década debe servir para hacer balance de este plan, decisivo en tantos aspectos para avanzar en el cambio en el modelo de desarrollo que debe pasar página de la “fábrica del mundo” para instituirse ahora como el gran “centro tecnológico mundial”. Aunque en 2020 seguirán moderándose los objetivos de crecimiento, tanto la duplicación del valor del PIB como del PIB per cápita con respecto a 2010 se dan por garantizados.
En quinto lugar, la erradicación de la pobreza extrema. Es este un objetivo de gran valor material y simbólico que incide en una de las principales sombras de la reforma china: la justicia social. En 2020, la pobreza extrema debe desaparecer de la segunda potencia económica del mundo, la China comunista. En 2019, más del 95 por ciento de la población en esta situación salió de la pobreza. El ejercicio entrante debe asegurar el impulso definitivo afianzado con la intensificación en las políticas relacionadas con la mejora general del desarrollo humano (posición 80 en el índice global).
En sexto lugar, las tensiones con EEUU. El escepticismo rodea la tregua pactada recientemente entre Beijing y Washington para evitar un agravamiento de la guerra comercial. El armisticio es frágil dado el carácter estructural de las diferencias que les enfrentan y el potencial de desestabilizador de casos como la extradición de Meng Wanzhou, directiva de Huawei (a sentenciarse en enero), que podrían dinamitar los endebles consensos. Por otra parte, las tensiones suman cada vez mayores niveles, desde el estratégico al ideológico.
En séptimo lugar, la culminación de la Asociación Económica Regional Global (RCEP, siglas en inglés) que China ha promovido con tenacidad como alternativa al viejo TPP o Acuerdo Transpacífico de Cooperación, que Donald Trump desechó. Mientras los países de ASEAN, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y Japón han ultimado prácticamente las negociaciones, India les ha dado carpetazo, debilitando así la trascendencia del acuerdo. Bien es verdad que aun sin ella sigue siendo muy importante y que el valor de su retirada, de confirmarse plenamente en los próximos meses, ni de lejos es comparable con el efecto de la retirada de EEUU del TPP.
En octavo lugar, el desafío ambiental demandará de China constantes y mayores esfuerzos para controlar las emisiones de dióxido de carbono con revoluciones en curso como la inversión en energías renovables (mayor que en cualquier otro país) o en vehículos eléctricos, entre otros. Aunque en algunos índices se advierte una clara mejoría (como la contaminación del aire) son muchos los frentes abiertos y muy alto el nivel de exigencia de las inversiones por ejecutar en este orden.
En noveno lugar, su relación con el mundo. China ha ampliado su nivel de cooperación internacional, su papel en la gobernanza global se ha visto reforzado y su compromiso con el multilateralismo se ha acentuado. Sin embargo, sigue teniendo un importante problema de comunicación con el exterior. Su imagen oscila entre la admiración y el temor y de un continente a otro, la vulnerabilidad de sus estrategias (desde la Iniciativa de la Franja y la Ruta a las políticas de seguridad) presenta agujeros negros que no pueden obviarse recurriendo únicamente a la multiplicación de la propaganda.
En décimo lugar, los preparativos del centenario del Partido Comunista. En 2021, el PCCh celebrará por todo lo alto sus primeros cien años. Y en 2022, tendrá lugar el XX Congreso. Es un calendario políticamente muy exigente que acentuará los controles de todo tipo para presentar un país en permanente estado de revista. A lo largo de 2020 se deberá clarificar en mayor medida la intención de Xi Jinping a propósito del relevo en el liderazgo de las principales instituciones del Partido y del Estado, con la duda de una ampliación intercongresual e inusual del Comité Permanente del Buró Político.
Xulio Ríos
Observatorio de la Política China
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China
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