En la imagen construida desde los discursos internos y externos a la isla, en ocasiones aparece una Cuba monolítica, uniforme, despojada de toda confrontación de ideas. Unos porque presentan la unidad en el proyecto revolucionario como unanimidad, y la justeza del ideario revolucionario como una realidad ya lograda, acabada, perfecta, libre de otras contradicciones que no sean las antagónicas que nos enfrentan al imperialismo. Los otros porque, en su afán de denigrar al socialismo, dan como una verdad incuestionable la falta de espacios y posibilidades para un pensamiento crítico, cuestionador de la realidad, so pena de ser reprimidos. Sin embargo, quienes vivimos aquí, sabemos que el debate nunca ha cesado, que entre nosotros tiene lugar un continuo intercambio de críticas e ideas sobre posibles soluciones a nuestros problemas. Ello es un rasgo del cubano y la cubana, muy enriquecido por el alto nivel de instrucción alcanzado desde el triunfo revolucionario en 1959. Como toda forma de organización humana, más allá de sus intenciones, la sociedad socialista es portadora de contradicciones internas e imperfecciones que motivan una opinión pública activa e integrada al sistema social, aunque muchas veces, en nombre de la defensa de la Revolución, los espacios de debate hayan quedado aprisionados a la esfera de lo privado y de lo informal, o a momentos muy puntuales.
En los últimos meses, sobre todo a raíz del discurso de Raúl el pasado 26 de julio, se han creado y estimulado los espacios para el intercambio de ideas y el pensamiento crítico en la sociedad cubana. Ha sido un proceso rico no sólo en críticas y propuestas sino también generador de esperanzas y confianza en la dirección histórica de la Revolución, en esta ocasión muy concentrada en la figura de Raúl Castro. Estos espacios de intercambio debieron existir siempre y es importante que se mantengan como parte del funcionamiento de las instituciones porque la participación real de las personas en los asuntos públicos es una condición de existencia del socialismo, un derecho ciudadano que el capitalismo escamotea con subterfugios y parodias de participación, pero que el socialismo tiene que garantizar para no desnaturalizarse.
Pero, ¿qué es lo que se discute hoy en Cuba? ¿Acaso la pertinencia de regresar al capitalismo o de aceptar el plan Bush o por el contrario las maneras de hacer funcionar y avanzar mejor la sociedad que tenemos, las formas de superar las contradicciones que atraviesan al entramado social cubano, las vías, estructuras y métodos que permitan aprovechar mejor el potencial humano creado en la propia revolución?
Por supuesto que en un intercambio de ideas a escala social hay diversas manifestaciones, pero creo apreciar que la tendencia fundamental es a apostar por el perfeccionamiento de la sociedad que hemos erigido, con el esfuerzo, sacrificio, renuncias y estoicismo de varias generaciones de cubanos y cubanas. No olvidemos que en enero próximo comenzaremos a vivir el año 50 de la Revolución. Esta sociedad, aún con muchas imperfecciones y errores, se identifica por la mayoría como la “nuestra”, como el espacio en el que se puede aspirar a un mundo mejor, en el que se pueden solucionar muchas de las necesidades sentidas por la población. Justamente por ello hay posibilidades y necesidad de renovar, en el ejercicio democrático del intercambio de ideas, el consenso y el compromiso alrededor de las metas, las políticas concretas, las instituciones, y sus modos y estilos de funcionamiento.
Por supuesto que ningún análisis sobre la realidad cubana puede soslayar el impacto de las políticas del gobierno de los Estados Unidos y las difíciles condiciones del entorno mundial, sin embargo ello no debe impedir que se construya una visión crítica y realista de la sociedad cubana actual, ni debe lastrar la capacidad para imaginar, ensayar y aplicar otras formas de organización y de funcionamiento que ayuden a enfrentar mejor esas realidades. Es necesario y posible encontrar las vías para desplegar en toda su potencialidad las capacidades y valores de nuestras mujeres y hombres, y hacer un uso más eficiente y eficaz de los recursos materiales y financieros con que se cuenta. Hoy día el país no aprovecha en toda su plenitud el aporte de ideas, de esfuerzos y de realizaciones que pueden emerger de nuestro pueblo, ni se hace un uso que pudiera catalogarse de eficiente de los demás recursos.
El camino para lograr ese mejoramiento, según mi manera de apreciar la situación, es el de desplegar en toda la magnitud posible, la formas y vías que existen en nuestra sociedad para la participación de las personas en la determinación de los asuntos que atañen a sus vidas. Me refiero a una participación conciente, organizada y crítica, como sujetos y no como objetos de la “movilización social”.
Esto significa, en primer término, fortalecer el funcionamiento de los órganos del Poder Popular, acercar la práctica del ejercicio del gobierno a lo que está declarado en la Constitución y las leyes. Hoy día la diferencia entre la normatividad jurídica y la práctica es enorme. Se debe dotar a los delegados, los Consejos Populares y las Asambleas Municipales de la autoridad y de los recursos posibles para hacer real esa participación en los asuntos comunitarios y locales, y renovar al papel de los delegados a las Asambleas Provinciales y de los Diputados a la Asamblea Nacional en su vinculación frecuente con sus electores y en correspondencia con ello, en su función de representante de sus intereses específicos tanto en la labor legislativa como en el control parlamentario sobre la acción gubernamental y administrativa. Actualmente el funcionamiento de los órganos del Poder Popular se ve lastrado por un excesivo centralismo, que deviene burocrático, y que vacía de contenido real a procesos tan importantes como las rendiciones de cuenta de los delegados ante sus electores o limita en extremo la realización de proyectos comunitarios que ayuden a contrarrestar la nociva tendencia a esperar todo del Estado, lo que provoca una especie de distanciamiento y pasividad en muchas personas. El actual proceso eleccionario que conduce a la renovación de las asambleas del Poder Popular a todos los niveles es una oportunidad que no puede desperdiciarse, porque ha llegado justo en el momento en que el debate ha abierto esperanzas y expectativas que de frustrarse dañarán la credibilidad en el sistema político y en su capacidad para renovar y mejorarse.
El Partido no puede quedar fuera de este perfeccionamiento de la participación real, despojándolo de mecanismos excesivamente centralistas y formales, y fomentando la capacidad de los núcleos de actuar, siguiendo la línea política general, en correspondencia con su realidad inmediata y específica. Es decir, deben ser “órganos vivos” y no meros cumplidores de normativas superiores, y los cuadros del Partido deben tener como una de sus funciones principales, contribuir a crear esa capacidad en los núcleos. De igual forma los órganos de dirección del Partido están llamados a organizar un diálogo con toda la sociedad y en especial con los núcleos como vía para estar en permanente contacto con el pensar y sentir del pueblo, y para la creación de una visión compartida del presente y del futuro del país. En ello pudiera servir como punto de giro la realización de un congreso del Partido que presente un proyecto renovado, actual, realista, a la vez que apegado a los principios y sueños más sentidos por muchas generaciones que acogieron a la Revolución y al socialismo como parte esencial de sus proyectos de vida personales. La presentación de esa propuesta debe incluir un debate abierto y democrático, en el que puedan participar todos los cubanos y cubanas que lo deseen. Con ello se estaría no sólo aprovechando la riqueza de ideas de cientos de miles de personas instruidas y con experiencia acumulada, sino además construyendo una visión de sociedad a partir de un consenso real, con sólidas raíces en el pueblo.
El camino de la participación debe incluir la ampliación de la autonomía de las organizaciones sindicales, campesinas, comunales, profesionales, estudiantiles y otras expresiones de la sociedad civil organizada para que logren funcionar en una lógica menos centralista, en la que las bases tengan un papel mucho más protagónico en la determinación de sus políticas y acciones, representando los intereses sectoriales y regionales que deben ser tenidos en cuenta y conciliados con los intereses más generales de la sociedad. Muy a menudo se subordinan los intereses concretos de sectores y regiones en aras de unos supuestos objetivos generales, que tampoco han sido debidamente consensuados, o mejor aún, construidos participativamente.
Otra de las contradicciones principales que afronta la sociedad cubana actual, y sobre la que se versan los debates dentro y fuera de las asambleas, es el rompimiento de la relación entre el trabajo y el bienestar personal y familiar. Esto es sumamente grave en cualquier sociedad, pero particularmente peligroso en una sociedad de trabajadores.
La vinculación entre trabajo y bienestar debe ser pensado no sólo en términos de salarios, sino que hay que explorar otras formas eficaces que fortalezcan el sentido de propietarios colectivos de los medios de producción y distribución entre los trabajadores y trabajadoras, que es uno de los problemas nunca resueltos satisfactoriamente en las experiencias socialistas. Este rompimiento entre trabajo y bienestar, producido fundamentalmente por la disminución dramática del salario real en la primera mitad de los años noventa, y no totalmente remontada en el periodo posterior, es una de las causas básicas del robo y la corrupción muy generalizadas que sufrimos.
José R. Vidal
Alai-amlatina
Texto completo en: http://alainet.org/active/20405&lang=es
- José R. Vidal es Psicólogo y Doctor en Ciencias de la Información. Profesor Titular adjunto de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Actualmente coordina el Programa de Comunicación Popular del Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr.
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