Hace muy pocos días, el Rey, en una de sus celebraciones militares, hizo referencia de forma positiva a la "solución" del conflicto irlandés. Sus palabras levantaron revuelo, pero lo que más nos interesa para este artículo no son sus declaraciones, sino las de los partidos al día siguiente: para el PP "las palabras del Jefe de Estado no se comentan", los dirigentes del PSOE recordaron que "el Rey está por encima de los partidos" y según Llamazares "sus palabras reflejan un claro sentido de Estado". "Jefe del Estado", "estar por encima", "sentido de Estado"... ¿Realmente el Rey y con él el Estado están por encima de la sociedad, de los partidos, de las clases, o esa independencia es una apariencia que se cuida, se mima y se protege constantemente para en realidad defender más eficazmente los intereses de la clase dominante, de una sola parte, minoritaria, de la sociedad? La respuesta es que no son dos características excluyentes. El Estado, para hacerse más eficaz como instrumento de dominación de la clase dominante, ha evolucionado históricamente en el sentido de especializar a determinadas personas en tareas exclusivas de represión, control, representación (ejército, jueces, monarquía…), es decir, separándolas de la sociedad.
En la medida que el Estado se separa de la sociedad la burguesía tiene que echar cada vez más mano de su dominio ideológico para legitimarlo socialmente. Nosotros hemos vivido en sociedades donde siempre ha existido el Estado burgués, por ello se nos inculca, y así se asume mayoritariamente en periodos de relativa calma en la lucha de clases, que el Estado siempre ha existido, que está para solucionar problemas que la gente común no seríamos capaces de solventar. Pero justamente en las épocas revolucionarias como los años 30 en el Estado español, en la Comuna de París en 1871 o en octubre de 1917, los obreros y campesinos demostraron que ese brutal Estado y su ingente burocracia, con sus ejércitos, cárceles, jueces y policías que absorben una inmensa plusvalía, no es en absoluto necesario para hacer funcionar la sociedad. En París, cuando los trabajadores en 1871 tomaron durante unos meses el poder, a pesar de estar asediados por las tropas burguesas de Versalles "ya no había cadáveres en el depósito, ni asaltos nocturnos, ni apenas hurtos; por primera vez desde los días de febrero de 1848 se podía transitar seguro por las calles de París, y eso que no había policía de ninguna clase" (Marx, La guerra civil en Francia). La Comuna fue capaz de tomar medidas legales que la burguesía se había demostrado incapaz: abolición del trabajo nocturno para los panaderos, prohibición de las multas a los obreros en las fábricas, no pago de las deudas (tanto para los obreros como para artesanos y pequeños propietarios), entrega a las asociaciones obreras de las fábricas cerradas, etc.; pero, como un verdadero gobierno del pueblo que era, la primera medida que tomó fue acabar con el ejército permanente para sustituirlo por el pueblo en armas. Fue la primera vez que se demostró que el Estado opresor de una minoría no era necesario. Por supuesto que el gobierno de la Comuna seguía siendo un Estado, pero lo era de la mayoría, un Estado obrero que, si la revolución hubiera tenido la oportunidad de extenderse en Francia e internacionalmente se podría haber ido disolviendo hasta su desaparición.
La verdad es que el Estado no nació con las primeras sociedades humanas y además se ha comprobado que no es necesario, más bien es necesaria su desaparición, para una sociedad mucho más justa y avanzada. El origen y el futuro del Estado están ligados a la división de la sociedad en clases, algo que no siempre ha existido ni debe seguir existiendo.
El nacimiento del Estado
Antes de la existencia del Estado las mujeres y los hombres se organizaban en gens, núcleos de población cuya relación era consanguínea (parientes) y no territorial como es actualmente. El desarrollo de estas sociedades comunistas primitivas, en las que no existían las desigualdades ni la opresión de unos sobre otros llevó al nacimiento de la agricultura, la ganadería y los oficios manuales. A su vez el propio perfeccionamiento de estas artes hizo posible el aumento de la producción, hasta el punto de que los productos que antes se producían y consumían en la misma tribu empezaron a sobrar. Ese excedente empieza a ser apropiado de forma individual, privada, por algunos individuos de la tribu, generalmente se cree que por los jefes tribales. Pero mientras la producción agraria y ganadera se multiplicaba, no lo hacían por igual las manos que se necesitaban para trabajarla. Así que la guerra vino a suministrar esa mano de obra, convirtiendo a los prisioneros en esclavos. Esta fue la primera gran división del trabajo (después de la del hombre y la mujer) la cual acarreó un aumento de la productividad sin precedentes y también de la riqueza. Esta división del trabajo creó la primera división de clases entre esclavistas y esclavos, entre explotadores y explotados.
La separación entre el campo y la ciudad marca otro salto cualitativo, otra etapa en el desarrollo de las sociedades antiguas. La escisión en las dos ramas principales de la economía, la agricultura y los oficios manuales, hizo necesaria la producción mercantil y con ella el comercio tanto dentro como fuera de la tribu, incluso por mar. Los metales preciosos empezaron a convertirse en mercancía moneda, sobre todo cuando es acuñada, es decir, cuando se pone en circulación como dinero metálico. Con la llegada del dinero los comerciantes se enriquecen, se vuelven más poderosos y aparecen los préstamos, el interés, la usura y también la hipoteca (esta última surge nada más introducirse la propiedad privada de la tierra; hay ejemplos de hipotecas en la antigua Atenas). La organización de la sociedad deja de ser consanguínea para dar paso a la territorial, donde los derechos y deberes de los habitantes se ejercerán según el lugar en el que estuvieran establecidos (algo normal para nosotros pero que necesitó una larga lucha).
El comercio, el dinero, la usura, la hipoteca, la propiedad territorial y los esclavos llevan a un aumento tremendo de la concentración de la riqueza en unas pocas manos, mientras se da un empobrecimiento enorme de la mayoría. Estos dos polos, estos dos antagonismos extremos, iban necesariamente a instalarse en la sociedad en una lucha abierta permanentemente, la cual no la dejaría desarrollarse por el continuo conflicto. Para evitar justamente esto aparece el Estado, como forma de evitar el conflicto o por lo menos de suavizarlo. El Estado aparece como un instrumento de la sociedad para calmar las divisiones y choques de la sociedad, por lo tanto situándose por encima de dicha sociedad. Para ello utiliza la fuerza pública, que ya no es el pueblo armado (como el la época de la gens), sino como nos lo enseña la época ateniense, un ejército popular que sirve para reprimir a los esclavos. Es decir, en la lucha de esos polos antagónicos, en la lucha de clases, el Estado actúa para evitar el conflicto, reprimiendo a la mayoría, a la clase explotada. Engels explicaba "como el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, el Estado lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la represión y explotación de la clase oprimida". En la Edad Antigua el Estado actúa a favor de los esclavistas contra los esclavos, en la Edad Media a favor de los señores feudales contra los siervos, en la Edad Moderna a favor de los capitalistas contra los asalariados, los trabajadores.
Complicaciones
Lo dicho anteriormente es elemental, pero la teoría marxista del Estado es más que eso. La especialización de un grupo importante de personas en tareas del Estado puede también acarrearle algunos problemas a la burguesía, generando contradicciones y situaciones que cualquier revolucionario serio debe conocer y estudiar. Excepcionalmente, la burguesía puede llegar a perder el control del aparato del Estado o de una parte significativa, y eso puede suceder en varios sentidos.
En determinadas ocasiones, el ansia represiva y de privilegios desmedidos de la cúpula del ejército puede llevar a situaciones políticamente peligrosas para la burguesía. Por eso, en general, la burguesía prefiere la "democracia" a la dictadura militar, prefiere utilizar la represión sin ceder la dirección política del Estado a militares que puedan anteponer los intereses de una casta a los intereses generales de la burguesía. En otras ocasiones es el ejército el que tiene que intervenir para disciplinar a dos fracciones de la burguesía en pugna, jugando el papel de árbitro bonapartista.
Ni la separación del Estado de la sociedad, ni el control ideológico que la burguesía ejerce sobre él tienen una eficacia absoluta. Ese es un grave problema para la burguesía, que se revela sobre todo en situaciones de crisis revolucionaria; un problema agravado por el hecho de que en la época moderna asistimos a una proletarización que afecta a las capas más bajas del ejército, de la policía y de otros sectores del Estado, sectores que ya no se sienten tan "separados" ni "por encima" de las condiciones generales de la clase obrera, pudiendo incluso, en determinadas circunstancias, llegar a compartir sus objetivos políticos de transformación social. En ese sentido el caso de la Revolución portuguesa de 1974 es un referente que debe ser profundamente estudiado. Los soldados, la inmensa mayoría de los mandos medios e incluso algunos oficiales de alta graduación se pasaron al lado de la revolución; no solo lucharon contra la dictadura de Salazar y Caetano sino que, impregnados del ambiente que se respiraba en la clase obrera llevaron la revolución a un punto crítico, de ruptura con el sistema capitalista. Por qué la revolución no llegó a completarse y el capitalismo pudo recomponer la situación escapa el objeto de este artículo. La lección en todo caso es la siguiente: unas condiciones extremadamente favorables para la revolución, incluso dentro del ejército, no son una garantía, por sí mismas, para que la revolución triunfe.
En situaciones donde ni la clase obrera llega hasta el final, expropiando todo el poder económico a la burguesía y acabando con todos los residuos de control sobre el aparato estatal, ni la burguesía es capaz de aplastar la revolución, la situación llega a un punto peligroso y volátil, en el que cualquier movimiento, por arriba o por abajo, puede inclinar la situación hacia un lado u otro. Es cuando el peligro del golpismo o de maniobras bonapartistas legales se hace mayor. Como ya explicaron Marx y Engels, hay momentos históricos donde se produce una especie de equilibrio entre las clases en pugna, una situación especial, que sólo puede ser temporal. Es entonces cuando en nombre de "la Nación", "la patria", o incluso de "la democracia" sectores del ejército, del aparato del Estado o la misma monarquía, aparecen como salvadores de la sociedad frente al "caos" y los "excesos". Pero detrás de todos estos golpes de estado y maniobras bonapartistas, detrás de este intento de presentarse como salvadores sin intereses de clase, lo que realmente se esconde es la defensa de las relaciones de producción existentes, en este caso del capitalismo.
Raquel Estevez
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