Entrevista con Fernando Alarcón, ex militante del MIR
Fernando Alarcón, ahora en Nueva York, cuenta su escape “En algún momento de la madrugada sentí que pararon los golpes de electricidad. Mi cuerpo ya casi no respondía. Fue cuando me desamarraron y me bajaron de la parrilla. Después me mojaron para revivirme y me vistieron. Apretaron la venda en los ojos y me llevaron entre dos a un auto que esperaba en la calle”.
Así cuenta Fernando Alarcón Ovando los momentos previos al escape de manos de sus captores, después de ser detenido en septiembre de 1974 y vivir un año en la clandestinidad evitando el cerco de la Dina, la policía secreta del dictador Augusto Pinochet, responsable de más de 3.000 muertes durante el régimen militar (1973-1990). El chileno, quien reside hace más de 20 años en Nueva York, ha logrado recuperarse de los traumas del pasado: “Algunos pocos pudimos incorporar el trauma en nuestras vidas que empezaban de nuevo. A mí me ayudó la familia que compartía a mi lado, los sueños jóvenes que aún tenía en mí y las hermosas estrellas de ese firmamento infinito que cubría las playas del Caribe donde dormí tantas noches, sobre la arena y mirando el cielo”.
Sin embargo, recuerda cada detalle de ese día. Pese a los años transcurridos, no olvida. “Sentí como me sentaron en el asiento de atrás y partieron. Volví a estar más consciente, empecé a tiritar de miedo y frío. Hacía mucho frío o sentía mucho frío? El auto paró y al rato me sacaron la venda de los ojos. Estabamos estacionados en Grecia con Salvador (dos importantes avenidas de Santiago de Chile), al lado de la panadería de la esquina y frente a mi departamento”.
Del Luis Campino al MIR
Había llegado hasta ahí, hasta ese momento crítico de su vida, tras experimentar, como muchos chilenos, el intenso y efervescente ambiente político de los años sesenta y setenta. Con estudios secundarios en el tradicional y laico Instituto de Humanidades Luis Campino (los terminó en 1969), Alarcón empezaba a “descubrir las ideas políticas de los sectores más desposeídos de nuestra sociedad”. Ideas que se discutían en el ámbito familiar y que pronto lo motivaron a militar en el MIR. “Chile se polarizaba a una velocidad abismante y yo me sentía lleno de ideas”, recuerda el ahora director asociado del Departamento de Preservación Cooperativo de la Urban Homesteaders Assistance Board (UHAB).
“Qué vorágine de acontecimientos se producían para una generación tan joven como la mía. Todo era secundario a los acontecimientos políticos. Así, en este contexto, empezó mi militancia con el MIR, que fue completa. Dejé de lado todos mis otros proyectos, como mi postulación a la Escuela de Filosofía en el Pedagógico. Para fines de 1972 gran parte de mi tiempo estaba dedicado a tareas internas de organización en el MIR. Incluso, viajé a Cuba a varios encuentros. El último fue sólo unos meses antes del golpe de Estado”, revela. Pero estando en el vehículo de sus captores, no podía pensar ni en su preparación para enfrentar una situación como la que estaba viviendo. “Al lado mío se acomodó Basclay Zapata, “El Troglo” (agentes de la Dina), y adelante, al volante, el tipo que me había interrogado en el cuartel de José Domingo Cañas, al que se referían como ‘mi teniente’. Éste me empezó a amenazar, diciéndome que iban a comprobar si estaba diciendo la verdad. Dijo que iban a esperar a que llegara José Bordaz, miembro del Comité Central (CC) del MIR y que tenía que identificarlo al entrar al edificio. De vez en cuando se comunicaban por una radio, al parecer con un grupo que estaría esperando arriba, en el departamento”.
Alarcón continúa: “El militar me aseguró que si eran mentiras las que había dicho (efectivamente lo eran), lo que me habían hecho la noche anterior (horas de torturas) no sería nada comparado con lo que me harían no sólo a mí, sino a Mary (mi esposa, que estaba embarazada) y a mi madre (ambas estaban detenidas)”.
La única manera de salvarme
Ésa era una preocupación para el mirista, quien tras ser apresado en septiembre de 1974 había sido conducido al cuartel de José Domingo Cañas. Allí, antes de ser brutalmente torturado, lo dejaron con una vieja conocida: la “Flaca Alejandra” o Marcia Merino, a quien Alarcón conocía desde su trabajo político en las poblaciones y que ahora colaboraba con la Dina. “Con mis ojos vendados escuché cuando me habló. Me dijo: ‘Perdón chico, yo tuve que entregar a tu mamá y a ti, sino me mataban. Por favor, entrega todos los contactos que tengas, hacelo por tu mamá, Mary y por ti, es la única manera de salvarse”. “Yo me sentía muy mal. Pero incluso en ese estado nebuloso de mi realidad, algo me decía: “Mantén tu historia”, ésa que hablaba de que sólo estaba cuidando para Bordaz el departamento en el que fue detenido. Y ahora estaba ahí, precisamente frente al departamento en el que había vivido junto a su esposa y en el que concibió a su hijo Marcelo.
“Mi mente empezó a dar vueltas, me estaban aterrorizando, no podía volver a la sala de torturas, nunca podría resistir ver la tortura de Mary o mi madre delante mío. Y no tenía escapatoria, nadie vendría a mi departamento, porque nadie lo conocía. Creo que en ese momento estaba tomando la decisión de morirme”.
Pese a la dramática situación que vivía, Alarcón no desmayó: “Empecé a reafirmar que sí, que Bordaz llegaría en cualquier momento al departamento, porque yo era parte de una célula de apoyo de confianza del CC. Había unos papeles en el asiento, los tomé y dije: ‘Así es como se configura el esquema de esta célula con el CC’. También le pedí un lápiz para dibujar el esquema. Le devolví los papeles, pero me quedé con el lápiz?”.
La picana y el lápiz
El militante del MIR se encontraba desfalleciente por las torturas sufridas. “Me habían pegado mucho, creo que con una goma muy dura, pero también patadas sobre todo en los genitales. También me pusieron en una cama de rejas de metal. Me amarraron los pies, las rodillas, la cintura, los brazos y la cabeza. Me amarraron tan fuerte que sentía las varillas de metal del catre incrustándose en mis tobillos. Le tuve más miedo a esos momentos que a la misma muerte.
Fue sólo el comienzo. Alarcón describe que “tiritaba tanto que el catre llegaba a sonar. Sentí cómo mi cuerpo dejaba de responderme, mi orina me mojaba las piernas y no podía controlarme. Fue cuando sentí la primera descarga de electricidad en los testículos. Luego sentí la segunda y la tercera y mi mente daba vueltas como en un remolino infernal. Aplicaron la picana de electricidad una y otra vez. Lo hacían en diferentes partes del cuerpo. No puedo describir el miedo que sentía. Fue la noche más larga de mi vida”.
Y entonces, a bordo del auto de la DINA, su debilidad era evidente. Lo mismo que la tensión, porque el tiempo transcurría. “Pasó como una hora. Era muy temprano en la mañana y la panadería estaba abriendo. Había muy poca gente en las calles, pero algunos entraron a la panadería a comprar. Ellos, mis captores, también estaban cansados. Basclay Zapata casi dormitaba a mi lado. Le veía la pistola bajo la camisa. Pensé por un minuto tratar de arrebatársela. Entré en un estado de agitación, presentía que iba a hacer algo, estaba buscando, mirando a todos lados, estaba despierto y apretaba el lápiz en mis manos?”.
Horman, el de “Missing”
Había pasado un año desde el golpe de Estado, desde ese martes 11 en que se despertó sobresaltado al sentir golpes en la puerta del garaje donde dormía. “Era una casa en Diego de Almagro, casi al llegar a Pedro de Valdivia (en el sector oriental de la capital chilena), donde yo y Mary habíamos llegado a compartir con Frank Terrugi, David Hathaway (ambos estadounidenses), su compañera Ita (chilena y militante del MIR) y una pareja de uruguayos militantes Tupamaros”. Añade: “Abandonamos la casa con lo puesto, después de quemar en el patio la mayor cantidad de documentos que pudimos. Cada uno se fue a las casas de contacto que teníamos previstas. Frank y David se fueron al último o quizás nunca se fueron. La casa fue allanada y Frank fue asesinado posteriormente en el Estadio Nacional, donde fue llevado con David, como bien lo cuenta Costa-Gavras en su pelicula ‘Missing’, en la que relata la desaparición y asesinato de otro norteamericano que visitaba nuestra casa: Charles Horman (cuyos restos descansan ahora en Nueva York)”. Pero las cosas habían cambiado. Y él lo estaba viviendo en carne propia. “’El Troglo’ se sentó más derecho en el asiento y al minuto dijo: ‘Teniente, voy a comprar pan, sólo un minuto’. Se bajó y entró a la panadería. Sentí que tenía fiebre, mi cabeza daba vueltas y me sentía sofocado, pero supe que era en ese momento que tenía que actuar”. Tal como actuaría tras su escape, en febrero de 1975, cuando ingresó a la embajada de Ecuador en Santiago. O como evitaría morir tras los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001, cuando ya había rehecho su vida lejos de Chile y evadiendo los tentáculos de la Dina. Pero antes protagonizaría su cinematográfica huida?
“¡Ahora sí que la cagaste!”
“Apreté el lápiz con toda la fuerza que me quedaba. El teniente estaba de lado, al volante, con el brazo sobre el asiento. Levanté mi brazo sobre el asiento y le di un golpe con el lápiz a la altura del ojo derecho. Sentí el impacto del lápiz y mi puño en su cara. El lápiz se partió, o porque entró al ojo o porque se estrelló en el hueso que lo rodea. Sentí un grito y una amenaza: ‘¡Ahora sí que la cagaste!’. Tenía la pistola en la mano, no sé si siempre la tuvo allí o no me había dado cuenta. La agarré del cañón con una de mis manos. El no podía disparar, estaba en shock nervioso, pero no pude quitársela. Así es que con la otra mano abrí la puerta y empecé a tratar de bajarme. No podía moverme. También estaba en shock. Me tuve que tirar fuera del auto y caí al pavimento. Se escuchaban gritos y quejidos del tipo en el auto. Un camión había parado en frente de la panadería. El chofer miró al auto, levantó las manos y se quedó petrificado. Yo me levanté y empecé a caminar como podía. Crucé la avenida Salvador y empecé a caminar por avenida Grecia hacia el centro de la capital. No miré para atrás ni una vez, no podía. Entré por la primera entrada al edificio de la esquina, pero no ingresé, pasé sobre la reja de los jardines y seguí caminando hasta el próximo edificio. El corazón me saltaba en el pecho?”.
Una venganza personal
Alarcón estuvo muchas horas inconsciente en el entretecho de un edificio. “Cuando desperté y oscureció decidí salir. Fue cuando comenzó a evadir a la Dina nuevamente, que consideró la recaptura de Alarcón como algo “personal”. Según el ex militante del MIR, en el libro Bomba en una calle de Palermo, de la periodista chilena Mónica Gonzáles, “se relata que cuando detuvieron a Enrique Arancibia Clavel en Argentina, entre las cosas incautadas se encontraron las fotos de Dagoberto Pérez, Humberto Sotomayor, María Isabel Andreoli, Carmen Castillo, Nelson Gutiérrez, Edgardo Enríquez, Andrés Pascal Allende y Fernando Alarcón Ovando. En ese momento estaba en plena vigencia la ‘Operación Cóndor’ (sistema de colaboración de los servicios de inteligencia de los países del cono sur). Se afirma en el libro que las fotografías encontradas eran parte de una orden de aniquilamiento entregada a la Dina en el exterior. El caso mío fue particularmente molesto para la Dina, no sólo porque la Dina se vanagloriaba de que nadie se escapaba de sus manos, sino también por la forma en que me escapé”. “Por lo tanto ?agrega-, para la Dina y los Dinos envueltos se transformó en un caso muy personal. Yo no era más que un militante, no pertenecía al CC del MIR, mis contactos eran muy limitados. Encontrar mi foto para ser asesinado al lado de la foto de los dirigentes del MIR sólo podía entenderlo como una venganza personal”.
Por lo tanto, el camino continuaba siendo tortuoso. Estuvo en la casa de un ayudista, que lo envió a otro contacto: un zapatero. Después se quedó en una casa de seguridad, donde estuvo al menos un mes. “Estaba la mayor parte del tiempo solo. La vivienda era de una familia de izquierda un poco mayor. Había una abuela que sufría de Alzheimer y nunca sabía si me iba a reconocer o no. Algunos días me esperaba en la planta baja con desayuno y era muy cariñosa, otros días no me reconocía y me pregunta quién era yo, qué hacía en su casa y que si estaba arreglando algo debía terminar e irme. Había una empleada que la traquilizaba y le decía que yo era el sobrino que venía de fuera de Santiago (eso creía la empleada), pero la anciana reclamaba que no tenía ningún sobrino?”. En esos días le informaron que Mary y su madre estaban a salvo, lo mismo que su hijo. Tras permanecer sin moverse un tiempo, fue trasladado a una casa de seguridad en La Reina (sector precordillerano de Santiago), que también sería allanada cuando Alarcón ya había cambiado de lugar para ser protegido. “Allí supe que me había salvado una vez más, porque la Sifa (organismo represivo de la Fuerza Aérea) tenía como objetivo principal a la Comisión Política del MIR. No estaban interesados en mí. Era la Dina la que me buscaba y por razones personales. Incluso, cuando nació mi hijo me avisaron que habían sacado a Mary de Tres Alamos (nombre que se le daba a este centro de detención y torturas) a dar a luz a Marcelo en una clínica privada. Pero sabía que era una trampa, sabía que me estarían esperando”.
La interminable huida
A Alarcón nunca lo recapturaron. Costa Rica le ofreció refugio político y en marzo de 1975 salió de Chile. En ese país de Centroamérica se encontró con su hermano “y me saqué los fantasmas uno por uno. Ahí traté de rehacer mi vida, al reecontrarme con mi compañera, pero las cicatrices eran muy profundas y nuestras vidas juntos no tuvieron más la perspectiva del comienzo”. Trabajó como artesano, estudió sociología, colaboró para la resistencia en Chile y continuó huyendo de la Dina. “Ellos no se conformaban de mi escapada de José Domingo Cañas y posteriormente de Chile. Recuerdo que uno de sus objetivos era Andrés Pascall Allende (alto dirigente del MIR), que también estaba viviendo en Costa Rica. Supuestamente, ambos estábamos incluidos en un plan para asesinarnos”. “Pero un día de enero de 1981 me puse una mochila en la espalda y salí a la carretera principal con destino a Nicaragua. Así comenzó mi viaje de algunos meses por Honduras, Belice, México y, finalmente, Estados Unidos. Y fue en Nueva York donde encontró sosiego. “La ciudad vivía aún el resultado de una de sus más grandes crísis de vivienda de su historia. Había miles de propiedades abandonadas por sus dueños después de haber especulado con ellas no pagando impuestos, cobrando seguros fraudulentos y dejando estos edificios en el más completo abandono”, afirma Alarcón, que se unió a una asociación que rehabilitaba edificios. En eso sigue hasta hoy.
Ahora trabaja para la UHAB, una organización sin fines de lucro (ONG), “dedicada a desarrollar proyectos de cooperativa en edificios abandonados o semiabandonados con la tesis de que el factor principal está en la fuerza de sus residentes y la comunidad. Es la organización más grande de la ciudad en este campo”. Y entonces no puede dejar de recordar su labor en los campamentos (creados a partir de tomas de terreno) 26 de Enero, Magaly Honorato o La Bandera, durante el último año del gobierno de Eduardo Frei y los años de la Unidad Popular. El chileno no olvida, pese a que ya no vive esa realidad. Su vida ha cambiado, aunque sigue siendo el mismo. Tiene una nueva compañera, Sarah (“a quien le cocino platos típicos chilenos: empanadas, langostinos al pilpil, torta de mil-hojas, pan amasado, cazuelas, chacareros, porotos granados, sopaipillas, paellas, mariscadas?”) y dos nuevos hijos (Lukas, de siete años, y Eva, de cinco).
Por eso quiere dejar claro que, en lo que se refiere a los derechos humanos, y a la luz de la candidatura de Chile al Consejo de DDHH de la ONU, “el proceso de justicia impulsado por los gobiernos de la Concertación ha sido lento y plagado de conciliaciones en el plano político que han evitado traer a la justicia a tantos otros responsables. Este proceso ha demorado el real proceso de reconciliación que debería producirse en nuestro país. Reconciliación sin justicia es un proceso destinado al fracaso. Además, (Augusto) Pinochet se murió sin ser condenado”. Sobre el dictador, asegura que “fue una frustración más en este largo proceso de traer justicia, no sólo a las víctimas de la dictadura, sino a nuestra sociedad chilena”.
Salvado del otro 11
Ya hecho todo un neoyorquino, hay nuevos capítulos que contar de la vida de Alarcón en Nueva York (allí permaneció, sin volver a Chile, durante 22 años). Porque en esa ciudad también revivió viejos temores el día en que el mundo se sorprendió por el atentado del 11 de septiembre de 2001. “A las 8:30 de mañana me subí al tren subterráneo que viaja desde Brooklyn hasta Manhattan. Había dejado a mi hijo Lukas en su kinder. Era un día hermoso, uno de esos de cielos claros y azules interminables. La estación del tren estaba llena de gente. Yo, quizás el único chileno en esa estación, pensaba en el bombardeo a La Moneda sucedido hacía 28 años y lo que había sido mi vida en Chile”, relata Alarcón. Agrega: “A las 9:00 de la mañana el tren paró en Broad Street, la primera estación en Manhattan, en la esquina de Wall Street donde está la Bolsa de Valores, a algunas cuadras de donde estaba el World Trade Center. Las puertas del tren se abrieron y comenzamos a salir. Entonces se escuchó un sonido estrepitoso. Una explosión gigantesca sacudió la estación”. Inevitablemente, recordó que era un nuevo 11 de septiembre. “Corrí con la gente, sin pensar demasiado, más bien actuando por instinto, como tantas veces lo hicimos el 11 de septiembre en Chile. Al salir a la calle el cielo estaba cubierto por millones de papeles y el humo empezaba a bajar. Mas tarde ese humo negro no dejaba ver más allá del largo de tu brazo. La gente que se apretujaba por salir de la estación, el pánico y los gritos apagados por el humo te hacían perder el sentido de la realidad. Una vez más la vida se presentaba delante de mí con toda su fragilidad”. “Pero caminé. Sentía que estaba viviendo sensaciones que ya había experimentado antes en mi vida. Quizás cuando me escapé de la Dina, porque tampoco corrí, sólo caminé?”.
Leoncio Pineda Dattari
http://claridadpuertorico.com
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