Antecedentes y Regularidades de la Estrategia Imperialista de Recolonización
Las relaciones entre los continentes europeo y africano se remontan a la primera mitad del siglo XV, promovidas entre otras razones, por las necesidades lucrativas y de crecimiento del modo de producción que, aunque todavía en formación tendía a imponerse, el capitalismo. Fueron iniciadas por Portugal cuando en búsqueda de una nueva ruta para llegar al Extremo Oriente y navegando por el Atlántico Meridional, en 1419 ocupó las Islas Madeiras y en 1527 a las Azores.
Comenzó así un tortuoso periodo de penetración/ocupación de la rica región por parte de las principales potencias europeas de la época que tendría su momento de mayor inflexión en enero de 1885, cuando al término de la llamada “Conferencia de Berlín”, quedara sancionado de manera “legal” lo que en la praxis devenía hecho consumado: salvo tres países, Namibia, que fue dominio sudafricano; Etiopía, que nunca llegó a ser colonizada y Liberia, fundada por negros libertos procedentes de EEUU, el continente africano en su conjunto, sería la gran colonia de la vecina Europa.
Acto con el cual fue también institucionalizado, de manera vergonzosa, el brutal saqueo que convirtiera a una de las regiones de mayor y diversificada riqueza del planeta, en la más empobrecida y desesperanzadora, hoy prácticamente condenada a la muerte total.
Una conferencia además a la que, para mayor afrenta, asistieron 14 Estados, pero ninguno africano1. En consecuencia, el ilegítimo reparto se decidió entre Alemania, Austro-Hungría, Bélgica, Dinamarca, el Imperio Otomano, España, Francia, Reino Unido, Países Bajos, Portugal, Rusia y Suecia; contando con la presencia de EEUU.
Fue así como, en un hecho sin precedentes en la Historia Universal -y no repetido-, en el transcurso de poco más de dos meses, las potencias imperialistas asistentes, no solo “legalizaron” la ocupación de facto, sino que además dejaron establecidas las bases para que cualquier otra acción colonizadora en lo adelante fuese de jure.
En su Artículo 34, el “Acta de Berlín” estableció la llamada “doctrina de las esferas de influencia”, dígase la obligatoriedad de que, en lo adelante, toda nueva adjudicación territorial en la zona, fuese notificada a “los firmantes” para su validación; a lo que se le sumó el absurdo y oportunista concepto de “hinterland”, que significaba: la “propiedad” de una zona costera incluye también el territorio circundante y el del interior del continente, sin límites preestablecidos.
En el 35, se refrendaba la “doctrina de la ocupación efectiva”, que impuso otra inusitada regla: el “propietario” de cada uno de los territorios, establecía el compromiso -de jure- de demostrar sus capacidades para “…proteger los derechos allí establecidos y, llegado el caso, la libertad de comercio y de tránsito, según las condiciones previamente convenidas”.
El Tratado de Roma olvidaba las relaciones coloniales, pero…
Así, desde el momento en que la Europa de entonces “descubrió” a África, su interés por ésta constituye parte inalienable y sustancial de toda estrategia de relaciones exteriores que allí se construya. Relaciones exteriores concebidas en la más amplia definición del concepto, aunque privilegiando a las comerciales y económicas.
En consecuencia, África también estuvo presente en el inspirador discurso pronunciado el 9 de mayo de 1950 por Robert Schuman, cuando, en nombre de Francia, colocó la “primera piedra” del proyecto de unidad europea:
“La agrupación de las naciones europeas exige que la oposición secular entre Francia y Alemania quede superada, por lo que la acción emprendida debe afectar en primer lugar a Francia y Alemania.
Con este fin, el Gobierno francés propone actuar de inmediato sobre un punto limitado, pero decisivo:
"El Gobierno francés propone que se someta el conjunto de la producción franco-alemana de carbón y de acero a una Alta Autoridad común, en una organización abierta a los demás países de Europa”.
La puesta en común de las producciones de carbón y de acero deberá garantizar inmediatamente la creación de bases comunes de desarrollo económico, prima etapa de la federación europea, y cambiará el destino de esas regiones (…)
Dicha producción se ofrecerá a todo el mundo sin distinción ni exclusión, para contribuir al aumento del nivel y al progreso de las obras de paz. Europa podrá, con mayores medios, proseguir la realización de una de sus tareas esenciales: el desarrollo del continente africano” 2. (Schuman, R.:1950)
Sin embargo, la historia recoge que en las primeras ideas acerca del “Tratado de Roma” -1957-, no se encontraban contempladas las relaciones que los países europeos fundadores del proyecto –Alemania, Francia, Bélgica, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos- mantenían con sus colonias o con los Estados creados a partir del mencionado proceso de descolonización.
“Olvido” causado entre otros aspectos, porque durante esos primeros años de la post-guerra, las mayores preocupaciones de estas potencias, así como las de las aún extremadamente jóvenes instituciones internacionales, giraban sobre todo alrededor de la reconstrucción de la devastada Europa, y no de la ayuda o cooperación hacia los “menos favorecidos”, dígase el mundo empobrecido y subdesarrollado; práctica que por razones obvias, tampoco era muy común en la época.
Así, relata Frances Granell3, fue Francia con su “tozudez (…), quien planteó, tardíamente en el curso de las negociaciones para la elaboración del “Tratado de Roma”, la idea de asociar a los territorios coloniales de ultramar a la futura Comunidad. Alemania, que en principio se oponía a tal iniciativa -pues no en vano había perdido sus colonias tras la Primera Guerra Mundial- debió inclinarse ante la postura francesa, que estaba apoyada por Bélgica, Italia y Holanda que tenían, a su vez, Territorios de Ultramar”. En esencia la propuesta gala consistía en la idea de “…comunitarizar parcialmente las ayudas financieras y técnicas que venía otorgando a sus colonias africanas desde antes de iniciarse el proceso integrador europeo”. (Ibidem)
Una mirada un poco incisiva hacia este marcado interés, lleva a la pregunta, ¿y por qué la “tozudez” francesa?, ¿qué razones asistían a otras potencias para secundarla? La respuesta apunta hacia dos direcciones principales:
La África post colonial de la década de los 50, con todas sus riquezas y nuevos aires, resultaba extraordinariamente atractiva a las necesidades expansionistas del imperialismo europeo, entonces en fase de recomposición luego del embate bélico. La necesidad histórica había llevado por sí misma al quiebre y posterior desaparición del núcleo duro del sistema colonial, pero… ¿significaba esto la pérdida total de las respectivas zonas de influencia por parte de las ex metrópolis?, ¿existía algún modo de preservar los antiguos vínculos?
El contexto histórico en que se producen los acontecimientos descubre también parte de las claves: es el momento en que en medio de la Guerra Fría tiene lugar un contagiante proceso de descolonización, que, se está haciendo acompañar además por una cierta unidad entre esos “pueblos de color, los pobres del mundo”, como los llamara el líder senegalés Leopold Sedar Senghor. Y es que ya se había producido la Conferencia Afro-Asiática de Bandung. Indonesia –abril de 1955- , “…que reunió a 29 Jefes de Estado de la primera generación postcolonial de líderes de los dos continentes para identificar y evaluar los problemas mundiales del momento, a fin de desarrollar políticas conjuntas en las relaciones internacionales”4.
Conferencia en la que además fueron aprobados “…los principios que deberían gobernar las relaciones entre las naciones grandes y pequeñas, conocidos como los “Diez Principios de Bandung”, posteriormente convertidos en los “principales fines y objetivos de la política de no alineamiento y los criterios centrales para la membresía” (Ibidem). En este contexto tendía a potenciarse mucho más un “peligro” que el mundo occidental trató de neutralizar durante largas décadas, lográndolo finalmente al término de los 80 e inicios de los 90: la -en su opinión- “desestabilizadora” influencia que podía ejercer la URSS y el bloque socialista en estos nuevos Estados.
En consecuencia, había que actuar, y rápido. Es así como, sobre la base de la Política Comercial Común que facilitaría el proceso, el “Tratado de Roma” -poco antes de que fuese concluido- recibió la adición de una “Cuarta Parte” dedicada a normar la “Asociación de los Países y Territorios de Ultramar”5 (APTU) –un total de 31 en 1957-fin para el cual fue creado el Fondo Europeo de Desarrollo (FED), contando con contribuciones especiales de cada uno de los Estados miembros. Acto de envergadura histórica, pues con él la Comunidad Económica Europea (CEE) creaba también el dispositivo de recolonización, que nacía así, totalmente institucionalizado.
Establecido el marco legal, la entonces CEE comenzó a (re)crear el sistema de relaciones con el continente africano, a través de una muy bien concebida “Estrategia Imperialista de Recolonización”, entendiendo por ésta la pretensión de alcanzar un dominio prácticamente absoluto sobre dichas sociedades, tal y como lo hiciera más de cinco siglos atrás a través de la bochornosa práctica del colonialismo.
Estrategia de recolonización que siendo expresión de la propia lógica del desarrollo del imperialismo europeo, en ésta, su fase globalizadora y neoliberal, cumple con lo que pudiera ser identificado como regularidades. Una especie de patrón a través del cual se diseña y
desarrolla el proceso de expansión de este actor hacia el “Sur geopolítico”, en este caso hacia las naciones y pueblos africanos,
pero también hacia el resto de dicho “Sur”: América Latina y el Caribe, el Medio Oriente, Asia, y las naciones del otrora bloque socialista,
mayoritariamente ubicadas en Asia Central.
Una “Estrategia Imperialista de Recolonización” que:
Se ha ido complejizando de manera reactiva, en repuesta tanto a factores internos relacionados con la propia lógica de desarrollo de los actores interventores, en especial, la parte europea que siempre “sirve la mesa”; como a factores exógenos, externos a éstos, pero también de mucho peso, entiéndase la dinámica de relaciones económicas –y sobre todo comerciales, financieras-, políticas, etc.
en que ella se desarrolla.
Dentro de los factores exógenos que más impulsan la relación, son destacables en la actualidad: el creciente activismo de otros actores
en la región, esencialmente EEUU y China, en menor medida Rusia; las exigencias de la Organización Mundial de Comercio, el
eventual fracaso de la “Ronda de Doha”; y la crítica situación que presentan los recursos energéticos a nivel internacional.
En consecuencia, se caracteriza por alto grado de adaptabilidad, entiéndase flexibilidad y capacidad de adecuación.
Potencia las relaciones económicas, y dentro de ellas las financieras y comerciales, en representación de los intereses del gran
capital privado trasnacionalizado, con el fin de fortalecer sus capacidades competitivas.
Objetivo considerado hoy de importancia estratégica para lograr el cumplimiento de la “Estrategia de Lisboa”, en esencial el crecimiento económico y el empleo, según establece la proyección de competitividad “Una Europa Global: Competir en el mundo. Una contribución a la Estrategia de Crecimiento y Empleo de la UE”, aprobada en el presente 2007. Para ello utiliza estrategias de corte neoliberal, tendientes a la firma de “Acuerdos de Libre Comercio” tanto bilaterales; como con los bloques de integración, a los que privilegia.
Estrategias que estimulan el desarrollo del sector privado, identificado como “el motor de crecimiento”; la inversión privada, esencialmente
la extranjera provenientes de los Estados miembros europeos, hoy muy focalizada en la esfera de los servicios; requiriendo además y sin alternativas, el más riguroso cumplimiento de los ajustes estructurales exigidos por las instituciones financieras, básicamente el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Utiliza los condicionamientos políticos como instrumento de coerción y chantaje desde una perspectiva colonialista y discriminatoria, al exigir como condición previa para el diseño y puesta en práctica de las relaciones –vistas en su concepción integral: políticas, económicas, culturales, etc.-; así como para el otorgamiento de la presunta “cooperación” –o falaz “Ayuda Oficial al Desarrollo”-, la existencia y ejercicio de los supuestos valores democráticos de las sociedades capitalistas, absolutizados y devenidos sagrados e inviolables fetiches.
Entre éstos, conceptos manipulados de “democracia representativa y participativa”, “respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales”, “Estado de Derecho”, “buen gobierno”, “pluralismo”, etc. Fetiches, que de ser quebrantados, conducen a condenas y recriminaciones públicas, así como a sanciones que se complejizan en la misma medida en que las contrapartes se nieguen a aceptar las exigencias. En África, resulta Zimbabwe el caso paradigmático para demostrar lo anterior.
A fin de lograr dichos propósitos, acompañan la estrategia de relaciones con maniobras para erosionar los sistemas políticos de aquellos Estados cuyos líderes no acepten las exigencias del bloque; mayoritariamente, a través del reconocimiento, estímulo, y financiación de las fuerzas opositoras, estimulando la subversión interna.
Todo esto en función de lograr el objetivo cardinal de la “Estrategia”: la institucionalización de gobiernos débiles, manipulables e incluso abyectos, dispuestos a aceptar cualesquiera sean las condiciones que exija el liderazgo de la UE para viabilizar la penetración o afianzamiento del capital imperialista comunitario en estos Estados.
Como corolario, dada la alta competitividad de dicho capital y las profundas asimetrías con respecto a los nacionales, contribuir a su posicionamiento económico, aún cuando ello signifique el desplazamiento o el colapso de una parte importante del empresariado autóctono, fundamentalmente de las llamadas PYMES –Pequeñas y Medianas Empresas-.
Se presenta siempre en discursos y textos edulcorados, altamente retóricos, con altisonantes –y supuestas- pretensiones de solidaridad y cooperación, en función de lograr beneficios para todas las partes actuantes; obviamente propuestas falaces de principio a fin.
Maneja en su proyección, diseño y ejercicio, las relaciones históricas, de coloniaje, con la región; convenientemente manipuladas desde varias perspectivas.
Pero no alude jamás a la enorme e impagable deuda histórica contraída con un “Sur geopolítico” al que empobreció estructuralmente a través de más de 5 siglos de expoliación y saqueo; práctica que ha continuado, y que intenta perpetuar con nuevas y reforzadas maniobras de penetración y dominación, como la propia “Estrategia Imperialista de Recolonización” objeto de análisis.
Ha atravesado por varias etapas en su devenir, precisamente en correspondencia con los procesos antes mencionados.
Tiende a perfilarse de manera diferenciada, por regiones, subregiones, y países, aunque conservando siempre coherencia en cuanto a objetivos y métodos; así como a su esencia imperialista depredadora.
En el caso de África, con dos diseños específicos principales: uno para la región subsahariana, y otro para la zona norte; ambos a partir de los mismos presupuestos y en búsqueda de iguales objetivos.
“Estrategia imperialista de recolonización” hoy potenciada por la Unión Europea de manera notoria, la que no logra ocultar tras los hipócritas discursos y proyectos con los que se muestra ante un “Sur”, al que en verdad “desprecia” -parafraseando a Martí- y utiliza pragmáticamente.
Propósitos que hoy, en la dimensión globalizadora neoliberal del imperialismo, solo conducen a la profundización de las asimetrías y del empobrecimiento estructural que por las mismas razones padece las ¾ partes de la humanidad. Para demostrarlo, baste solo revisar las propuestas que a lo largo de sus ya más de 50 años de duración el bloque europeo ha ofrecido a África; las acciones concretas y sus resultados; y entre ellos, el proyecto presentado en la “II Cumbre”. No existe nada más revelador para medir la verdadera esencia de esas propuestas que la triste y terriblemente dramática imagen de ese rico y hermoso continente agonizando lentamente.
Y es que, de lo que se trata es precisamente es de eso, de un proyecto expoliador, de depredación y muerte. Un proyecto imperialista de recolonización que puede, y tendrá que ser detenido, inexorablemente.
MCs. Gloria Teresita Almaguer G. Centro de Estudios Europeos
1 Práctica repetida alrededor de 12 años después, cuando el 10 de diciembre de 1898 fuera firmado el “Tratado de París”, mediante el cual España renunció a sus presuntos “derechos” sobre Cuba, y cedió la soberanía de Puerto Rico y la Isla de Guam -actuales Islas Marianas- a EEUU, que también adquirió Filipinas por la cantidad de 20 millones de dólares. Acción con la cual, esta potencia consolidó su carácter imperialista y su presencia en la región latinoamericana y caribeña.
2 Schuman, R. “Declaración de 9 de mayo de 1950.” Fundación Robert Schuman. Sitio WEB: ww.robert-schuman.org. De encontrarse vivo Robert Schuman, valdría la pena preguntarle si su idea acerca de que Europa prosiguiera con “la realización de una de sus tareas esenciales: el desarrollo del continente africano” concuerda con el balance de la actuación real de este actor en el área…
Subrayado en negrita de esta autora.
3 Granell, F. “Las políticas comunitarias: una visión interna”. Revista ICE no. 129, Julio-Agosto 2006. Francesc Granell fue Director de la “Dirección General de Desarrollo” de la Comisión Europea entre 1989 y 2002. Actualmente trabaja como Catedrático de Organización Económica Internacional en la Universidad de Barcelona.
4 Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba (MINREX). “XIII Conferencia Cumbre del MNOAL MALASIA 2003”. Sitio WEB: www.cubamunrex.cu
5 En la actualidad, la Unión Europea conserva 20 PTU: 11 británicos; 6 franceses; 2 neerlandeses; y 1, Groenlandia, que “mantiene relaciones especiales con el Reino de Dinamarca”. Sitio WEB: http://europa.eu/scadplus
No hay comentarios.:
Publicar un comentario