Dos veces en pocos días, en Castelvolturno y en Milán, afroitalianos han muerto a manos de italianos. No es la primera vez. En 1989 a dos pasos de Castelvolturno, en Villa Literno, asesinaron a Jerry Esslan Masslo, el primer homicidio racista de Italia. Pero la novedad está en que dos veces en pocas horas los negros de Italia han salido a la calle, han protestado y provocado disturbios callejeros.
Poca cosa en realidad, algún contenedor quemado, algunos daños a automóviles en la zona de Caserta; menos aún en Milán. El caso es que dos veces en pocas horas han gritado que esta Italia opresiva, aún antes de ser represiva y de hacerles sentirse distintos, inferiores, huéspedes incómodos cada segundo de su vida; esta Italia que pretende explotarlos en el trabajo y en el coste del alquiler, luego los quiere invisibles, pues no deja de discriminarlos y criminalizarlos incluso cuando otros italianos los matan. Ellos sólo quieren ser ciudadanos: ya no quieren agachar la cabeza.
En Castelvolturno la rabia de los negros se debía a una matanza de la camorra, la más grave del crimen organizado italiano desde hacía años junto con la de Duisburgo en 2007. Después de la masacre, además de tener que llorar por sus muertos, tuvieron que afrontar el hecho de que los medios de comunicación italianos los habían condenado en un juicio sumarísimo: todos ellos eran delincuentes; todos traficantes. Los negros, incluido ese 99% que se deja la piel trabajando de sol a sol en los campos de tomate por cuatro perras gordas, son todos delincuentes.
Para los medios de comunicación -¿cuándo es que los procesaremos a ellos?- no cabía lugar a dudas: fue un ajuste de cuentas. Como si la camorra fuera un juez infalible, como si el hecho de que a uno le matase la camorra equivaliera a una sentencia definitiva de condena, como si las ráfagas de kalashnikov del clan camorrista de los casaleses confirmaran lo que los italianos creen desde siempre: que todos los negros son delincuentes y que se tienen que largar.
Sin embargo, todo indica que los casaleses dispararon sin mirar. Como resulta que para los italianos, un negro u otro lo mismo da, es fácil entender que los casaleses actúen según la misma lógica. ¿Sorprendente? Si es cierto que el clan camorrista de los casaleses disparó a ciegas para dar una lección a los negros, matando a justos por pecadores, entonces lo de Castelvolturno no es (solamente) una matanza de la camorra: es la primera masacre racista de Italia. Seis negros asesinados por el hecho de serlo y para que se vaya el resto, como cuando los neonazis alemanes pegan fuego a los albergues.
Lo paradójico es que esos chicos negros de Castelvolturno que queman contenedores de basura para pedir justicia, para reivindicar a gritos la inocencia de sus amigos lo hacen en lugar de los italianos, que han renunciado a exigir respeto y justicia. Los ciudadanos de Castelvolturno no quieren negros cerca, pero agachan la cabeza ante el camorrista. Igual que ocurrió con los judíos, se la toman con los negros, ese mal que consideran exógeno, porque carecen de la fuerza suficiente para hacerlo con su mal endógeno: la camorra. Es por eso que son los negros, los delincuentes, los clandestinos quienes piden más Estado. Se plantean preguntas fáciles; preguntas que los italianos ya no saben hacerse: ¿dónde está el Estado en Castelvolturno? ¿A quién le conviene que sigamos siendo clandestinos? ¿Por qué tenemos que trabajar, vivir y morir así?
En Milán ocurrió uno de los homicidios más cruentos de los últimos años. A un chaval afroitaliano de piel negra lo mataron a palos dos comerciantes. El proceso es similar. Abba, así se llamaba el chaval, era un ladronzuelo que había robado unas galletas según los asesinos, como si fuera una atenuante. Era un ladronzuelo, había robado galletas, repiten como loros los periódicos y los telediarios sin profesionalidad, ni ética, ni decoro, ni vergüenza.
Tienes que gastar tiempo en explicar que esa es sólo la versión de los asesinos, tienes que gastar tiempo en explicar que los periódicos son falsos, tendenciosos, difamadores y peligrosos a la hora de presentar la versión de los asesinos como la quintaesencia de la verdad. Tienes que gastar tiempo en explicar que mientras no hay evidencia de las galletas robadas, y que ésta es tan solo la versión de los asesinos, las cámaras confirman lo metódica que fue la barbarie: decenas de metódicos golpes de barra de hierro hasta dejar exánime a ese chaval de piel negra. Ni pelea, ni galletas, ni golpe tonto a ciegas. Eso nos hicieron creer. Lo de Abba fue un homicidio metódico perpetrado por blancos ofuscados por el odio racial.
Tiene que hervirte la sangre a los 18 años si a un amigo tuyo te lo matan a palos y luego lo van presentando por ahí como a un delincuente. Delincuente como todos los negros. Que vuelvan a su tierra. Y he ahí que se ve a esos negros milaneses, italianos de segunda generación afroitalianos, o sea, italianos de Segunda División, lo mismo que los de la banlieue francesa. “Blancos bastardos”, gritan por primera vez, pero sobre todo, gritan “italianos ignorantes”, y es un flash que nos fotografía como país. Un flash en el que salimos con los ojos rojos, de odio. Italianos ignorantes, cada vez más atontados por la propaganda del miedo y el odio, obligados a buscarnos un enemigo a quien echar la culpa de toda una vida y de un país gris, retrasado. “Italianos ignorantes”, lo gritan con acento milanés. Gritan que son italianos como nosotros pero que están más que hartos de que les miren mal cada vez que salen a la calle, cada vez que van a hacer la compra y les miran con sospecha como si fueran ladrones, cada vez que se van a divertir y les tratan como a vendedores ambulantes.
También los afroitalianos milaneses quieren que se respeten sus derechos. Como los inmigrantes de Castelvolturno quieren que se les trate como a ciudadanos. En esos contenedores quemados, en ese “italianos ignorantes”, en ese salir a la calle que, por primera vez, se ha vuelto agresivo, también hay una toma de conciencia clásica. Han entendido que nada se les concederá, que todo habrán de conquistarlo con lucha, así como nada se concedió y todo se conquistó en 180 años de historia del movimiento obrero. Los afroitalianos han entendido que han de conquistarse su lugar de ciudadanos y están dispuestos a luchar. Han entendido que es la batalla de civilización más importante, y han entendido lo que los italianos han olvidado: que tan sólo en un país que progresa y se abre, y no en uno que va para atrás y se cierra, hay futuro.
Gennaro Carotenuto
www.gennarocarotenuto.it
Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
Fuente: http://www.gennarocarotenuto.it/3565-afroitaliani-squilli-di-rivolta-per-la-dignit/
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