Deslumbrados por el reaccionario y retrógrado modelo económico de los regímenes latinoamericanos de centro-izquierda, la casi totalidad de los intelectuales occidentales ignoraron el hecho de que se basaban en la “primarización” de la economía y en el auge de la inversión especulativa y prefirieron centrarse en sus medidas “populistas” marginales: en el Brasil de Lula, la cesta de la compra de 30 dólares mensuales (45 reales) para 10 millones de familias pobres (que pasaron a formar parte de la maquinaria clientelista electoral del presidente en el noroeste del país); la promoción de los derechos humanos y el subsidio mensual de desempleo de 50 dólares (150 pesos) promocionado por Kirchner en Argentina; el indigenismo cultural de Evo Morales y su colaboración con las compañías internacionales de gas y petróleo (falsamente tachada de nacionalización) y las declaraciones de Rafael Correa a favor del socialismo del siglo XXI y el aumento del gasto social en Ecuador.
Lo que los ideólogos de los regímenes de centro-izquierda no supieron analizar fue que esos aumentos marginales en el gasto social tenían lugar en el interior del marco socio-económico y político, el cual conservaba todos los rasgos sociales de una economía neoliberal. Tras el colapso exterior de los precios de los productos primarios, las primeras reducciones presupuestarias gubernamentales afectan a... los programas contra la pobreza, que eran la hoja de vid destinada a tapar las vergüenzas del rapaz modelo económico basado en la especulación y la explotación agromineral.
Todo el "espectro de la izquierda" ignoró el hecho de que los excedentes presupuestarios de la balanza de pagos que financiaban las reformas sociales estaban subordinadas a la entrada de "dinero caliente" (especulativo) que, por naturaleza, entra y sale con rapidez en respuesta a cualquier adversidad en su mercado natural, por no mencionar ante un colapso financiero mundial.
Por eso, las ya exiguas medidas sociales adoptadas por los regímenes de centro-izquierda eran frágiles y no dependían de la retórica de izquierdas de los presidentes progresistas, sino del volátil comportamiento del capital especulativo y de los mercados mundiales.
La alegación de los regímenes de centro-izquierda, según la cual América Latina se estaba divorciando del mercado usamericano e incrementaba sus lazos con Asia (China, Corea, Japón e India) para convertirse en un poder global (como parte del bloque BRIC, esto es, Brasil, Rusia, India y China) ha demostrado ser falsa. Las exportaciones agrominerales de Brasil a Asia estaban condicionadas por los precios mundiales, que a su vez estaban determinados por la demanda de Usamérica, la Unión Europea y otras muchas regiones y países.
La profunda recesión mundial y el colapso del crédito han afectado profundamente las exportaciones de Asia a Usamérica y a la Unión Europea, lo que a su vez ha conducido a la disminución de las exportaciones de productos primarios latinoamericanos. Ninguno de los países asiáticos puede reemplazar los mercados de exportación con un aumento del consumo interior, porque la capacidad adquisitiva de millones de campesinos es muy baja.
América Latina no se divorció, formaba parte de la cadena global, que la vinculaba con los caprichos de la economía usamericana (una economía especulativa y de guerra, hoy en crisis). Los intentos del presidente de Lula por echarle la culpa de las crisis en Brasil al “capitalismo de casino” de Usamérica para desviar cualquier crítica de sus políticas de gran dependencia estructural de las exportaciones de productos primarios y del dinero caliente, carecen de base: fueron las políticas del gobierno brasileño lo que abrió las puertas de par en par a los efectos adversos del desplome del capital especulativo usamericano.
Ninguno de los regímenes de centro-izquierda se desvió del "modelo exportador" neoliberal ni tampoco hizo esfuerzo alguno para dinamizar la economía del mercado interno con la estructura de la renta. La industrialización estaba subordinada a las exportaciones de productos primarios y las rentas urbanas de la patronal eran siempre superiores a las de los trabajadores. Los intereses y regalías siguieron favoreciendo al capital, debilitando así el mercado interno. El énfasis absoluto que se puso en la elite de la agroexportación y el rechazo de la reforma agraria hicieron caer el poder adquisitivo interno de millones de campesinos sin tierra con lo justo para subsistir, de trabajadores rurales y de pequeños agricultores.
Los subsidios impositivos y los incentivos reemplazaron a la imposición progresiva, eliminando así la posibilidad de reconstruir servicios sociales (salud pública, educación, pensiones y programas de seguridad social), que podrían haber incrementado la producción y la inversión internas. Las inversiones para crear una parrilla de producción que vinculase regiones diversas/internas (el denominado "modelo radial") con sectores económicos pasaron a segundo lugar por detrás de las inversiones que vinculan las áreas locales con los puertos relacionados con los mercados externos.
James Petras en Rebelión | Para Kaos en la Red
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