Si bien el huracán Paloma se desintegró después de irrumpir por la costa suroriental de Cuba, sería un error minimizar los daños provocados porque antes de agonizar tenía vientos de huracán con categoría tres, de cinco posibles en la escala Saffir-Simpson, como se constata al observar las imágenes televisivas de la devastación provocada.
Las fuertes lluvias asociadas al fenómeno meteorológico y los vientos de 200 kilómetros por hora asolaron a las regiones sureñas de las provincias de Camagüey y Las Tunas, con especial impacto en las viviendas.
El soporte habitacional de los poblados de Santa Cruz del Sur y Guayabal fue prácticamente convertido en un amasijo de tablas y hierros, amontonados en un lodazal.
Para dolor de sus dueños, en el fango también emergían restos de sus eficientes utensilios electrodomésticos, adquiridos a precios subsidiados por disposición gubernamental, a fin de ahorrar energía.
El hecho de que las viviendas fueran nuevamente la esfera más dañada por el paso de los ciclones resulta preocupante en Cuba, castigada con anterioridad a Paloma por los huracanes Gustav y Ike y una tormenta tropical.
En un país con un déficit marcado en este tipo de inmuebles, resulta comprometedor que los huracanes hayan dañado más de 500 mil, cifra a la que debe sumarse ahora el balance negativo dejado por el huracán de engañoso nombre, Paloma.
Si bien los daños agrícolas son menores esta vez, nadie puede olvidar que entre finales de agosto y principios de septiembre fue destruida la tercera parte de los cultivos, bajo la acción de los vientos y lluvias de los huracanes Gustav y Ike.
Al balance de ocho mil 600 millones de dólares en pérdidas generales por los precedentes meteoros deberá agregarse el determinado por los expertos a causa del impacto de Paloma.
Nadie debe pasar por alto que si bien este último afortunadamente se desintegró en tierra cubana, antes fue necesario proteger a un millón 200 mil personas, trasladadas en cuatro mil ómnibus y camiones, junto con 13 trenes.
Hasta un inexperto en asuntos económicos puede colegir que el Estado debió hacer una fuerte erogación para resguardar a tantas personas, ante el previsible cruce de un huracán de fuerza mayor.
De manera que la huella del huracán Paloma sobre la economía y la sociedad cubanas debe valorarse de forma mancomunada con la anteriormente registrada al paso de los fenómenos meteorológicos precedentes.
Por supuesto, sin soslayar el efecto acumulado del bloqueo estadounidense, a estas alturas con pérdidas de 93 mil millones de dólares.
Sin embargo, NO hay lugar para el abatimiento, como tampoco lo hubo para el pánico ante la anunciada proximidad de Paloma, fortalecido con una rapidez vertiginosa.
El golpe causado por el tercero de los huracanes que castiga a la isla en lo que va de año exige mayor entrega al trabajo, soporte fundamental de la recuperación, tanto en el fondo habitacional como en la agricultura, transformados en los dos eslabones más sensibles de la vida de los cubanos.
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