Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
jueves, noviembre 13, 2008
Escritores y artistas de la “Commune”
El primer “Estado obrero” de la historia contó con el apoyo de una militancia de hombres y mujeres excepcionales, y entre ellos, algunos escritores y artistas…Como:
Jean-Baptiste Clement, (1837-1903), poeta y comunero francés. Hijo de un molinero acomodado, abandonó su familia para seguir su vida. Llegó a pasar «por treinta y seis oficios y muchas más miserias». En sus canciones --Las canciones del pedazo de pan, Las canciones del porvenir--, denuncia la esclavitud de los trabajadores, se manifiestan las reivindicaciones proletarias y hace un llamamiento por un 1789 de los trabajadores: «¡En nombre de la justicia / / Ya va siendo hora / De que los siervos de las fábricas / De la tierra y de las minas / Tengan su Ochenta y nueve". Tiene que exiliarse a Bélgica en 1867, y publica su obra maestra, El tiempo de las cerezas, que luego será convertida en una de las canciones más emblemáticas de la Resistencia en voces como la de Ives Montand. De vuelta a Francia funda La Casse-té'te y colabora con Delescluze en Le reforme. Es detenido en 1870 por «ofensas al Emperador» e «incitaciones a cometer diversos crímenes».
Durante el Sitio de París forma parte de la Guardia Nacional. y es elegido miembro de] Comité de vigilancia de Montmatre. Tras la insurrección del 18 de marzo fue elegido dirigente de la Comuna representando al distrito XVIII. Su actividad es desbordante, es miembro de la Comisión de servicios públicos y de la de enseñanza, delegado en los talleres de fabricación de munición y del municipio... Es de los que resisten en Belleville. Escapa al ocultarse en casa de un leñador y escribe La semana sangrienta, una denuncia de la represión. Escapa a Londres y en 1874 es condenado a muerte en rebeldía. Vuelve a Francia en 1880 y milita en varios grupos socialistas hasta pasar al partido de Guesde y Lafargue. Durante casi diez años trabaja intensamente como sindicalista y socialista en el departamento de las Ardenas. Es condenado a dos años de cárcel en 1891, pero la presión popular logra reducir la pena. Su última obra fue El desquite de los Comuneros (1886). Evolucionó del mutualismo hacia el marxismo en el exilio.
Clovis Hugues, (1851-1907), poeta y comunero francés, hijo de un molinero republicano, estudió para cura, pero a los 18 años colgó los hábitos y comenzó a trabajar como meritorio en Le Peuple, donde comenzó a publicar poesías. Participó activamente en la Comuna en Marsella, pasando tres años de cárcel después. En 1881, sale elegido diputado de la extrema izquierda por Bouches-du-Rhóne, y publica un volumen de poesías, Los días del combate donde proclama su socialismo. Dos años más tarde será de nuevo diputado socialista por Montmartre.
Muy especialmente con Eugene Pottier (París, 1816-Id.1887), dibujante, obrero y poeta francés, autor inmortal de La Internacional, la canción más universal y popular del movimiento obrero. Nacido en París, trabajó sucesivamente de aprendiz de embalaje, jornalero, dependiente de una pastelería, oficinista y diseñador de imprenta. Su primera canción data de la revolución de 1830 y se llamaba iViva la Libertad! Compañero de Mürger, escribe obras teatrales en verso, vodeviles y libretos de revistas. Durante la revolución de 1848 participa como líder obrero, traduce a Fourier en coplas y canta Los árboles de la libertad en la que dice: «Pueblo ya se renuevan las hojas / Eres como un inmenso árbol/Alto y erguido».
Eugene pronto se alinea con las tendencias más socialistas, con los insurgentes aunque dice: «¡No entiendo nada de política / Pero necesito movimiento! / La calle estalla en disparos / El pueblo sigue adelante / ¡Vamos a hacer barricadas!». Consigue salvarse de la ejecución casi milagrosamente, pero la represión le afectará permanentemente en la salud: hasta el final de sus días. Pottier padecerá una neurosis aquejada de congestiones cerebrales. Con ocasión del golpe de Estado de diciembre de 1851 se libra de ser deportado a Cayena por estar en cama muy enfermo. En la clandestinidad sus poemas no dejan pies con cabeza: escribe contra el golpe, contra el Emperador, a los peces gordos del ejército, de la burguesía, de la Iglesia. También lo hará contra la política imperial, contra la guerra y llama al pueblo, llegando a sugerir una «huelga de mujeres» en el momento de la invasión de México. En 1867 abre el taller de dibujo más importante de París, es ya un patrón pero su línea de actuación no cambiará. Anima a sus trabajadores a crear una Cámara Sindical ya que se adhieran a la Internacional.
Durante la guerra franco-prusiana forma parte del Comité de Vigilancia del distrito IIº y participa en la tentativa insurreccional de finales de Octubre de 1870, llama a la proclamación de la Comuna: «Nombremos una Comuna roja / ¡Roja como un sol naciente!». Miembro del Comité central republicano vota a favor de la unión de este organismo al Comité central de la Guardia Nacional. Destaca por su labor dentro de la Federación de Artistas, su intervención es fundamental para que 400 de ellos se pronuncien por «el principio de la república comunal", que exige entre otras cosas «la libre expansión del arte, ajeno a toda tutela gubernamental ya todo privilegio» (Choury). Es elegido para la Comuna, ejerciendo como alcalde en la alcaldía de la Bolsa. Es de los que resisten hasta el final y sobrevive escondido. Será entonces cuando escribe el poema El terror blanco y La Internacional, donde resume líricamente los ideales antiburgueses y autoemancipatorios de la vanguardia obrera de su época. Más de un siglo después algunas de sus estrofas permanecen silenciadas, tales como estas: «Con humos nos emborrachan / Los reyes y los déspotas / ¡Fraternidad entre soldados / Para las guerras acabar! / Si estos caníbales se empeñan / En tener soldados leales / Sabrán que nuestras balas matan / A nuestros propios generales».
Después pasa dos años de exilio en Londres y luego otros dos en Boston viviendo en la más absoluta miseria. En Norteamérica compone un poema a la Comuna que dice: «¿Comuna, dónde estás pues, tú que te habías alzado / Para derribar al monstruo? / ¿Dónde están tus defensores? / ¿Dónde tu bandera roja y la llama de los corazones? / ¿Reanudarás pronto tu trabajo inacabado? / Su programa era el vuestro, obreros / Restituir este globo a las manos laboriosas / y rogar a los ociosos que cambien sus paraderos / y reunir después de siglos sin fortuna / A los pueblos en uno solo para que cuando el ventenal / La libre humanidad siguiendo su ideal/Exponga al universo esta inmensa Comuna». En 1880 vuelve a Francia y apoya a Guesde y a Lafargue en sus esfuerzos por crear un partido obrero marxista. Sigue escribiendo canciones y poesías revolucionarias hasta su muerte.
Su entierro reúne la flor y nata del movimiento obrero francés. En 1888 a instancia de un dirigente socialista, el músico también socialista Pierre Degeyter pone música a la Internacional. La canción será adoptada por el Partido Obrero Francés y en 1900 pasa a ser también de la II Internacional. Cf. Dommaguet (Maurice), Eugene Pottier, membre de la Commune et chanteur de l'Internationale (Espartacus, París, 1971).
Y claro está Jules Vallés (Puy-en-Velay, 1832-1885), periodista, escritor y miembro de la Comuna de París. Hijo de un modesto celador de colegio, padece en su infancia la opresión de una madre espartana, «colmada de grasas y enfermedades, quien, según Frantz Jourdain, tiene tanto instinto maternal como mostachos una tortuga y le niega las caricias por la misma razón que le niega los puerros ¡porque le gustan!» (Choury). Esta experiencia familiar «dejó un profundo surco en su alma y contribuyó poderosamente a formar el futuro rebelde e insurrecto» (Andreu Nin). El 2 de diciembre de 1851, hace de animador de un Comité de jóvenes que intenta levantar al pueblo contra el golpe de Estado de Bonaparte, construye barricadas en varias calles.
La derrota le inspira el poema Ras les coeurs en el que dice: «Por los campos en donde germinaba nuestra fe plebeya. Los soldados sembraron las entrañas de los fuertes. El valor y el derecho largan vela rumbo a Cayena…Nacieron los esclavos y el hombre ha muerto». Temeroso por sus actividades «descarriadas» su padre lo interna en un centro psiquiátrico donde es golpeado por un enfermo que le abre la cabeza. Pasa toda clase de dificultades hasta que empieza a trabajar en la prensa. Escribe en varios periódicos pero las dificultades le asedian y tendrá que trabajar como su padre de celador de un colegio. Comienza de nuevo su lucha contra el régimen bonapartista, tiene "Sed de oposición".
Igualmente escribe contra la invasión de México donde, dice, «habrá más cadáveres en las llanuras que amapolas en los trigales>}. Denuncia a los cortesanos como «cerdos vendidos}} y exalta la actitud de Proudhom. Funda Le cri de peuple, y escribe en La marselleise desde donde preconiza una negativa a pagar impuestos, al servicio militar y al alquiler: «No le debo nada al poder que se ha puesto fuera de la ley... Es preciso que la burguesía que ha sido reina, negocie con el pueblo que se está convirtiendo en rey". Luchador infatigable carece de un programa, de una doctrina, aunque durante la Comuna se alineará con los federalistas. Está a favor de «lo que quiera el pueblo» y la Comuna se convertirá en su referencia política hasta su muerte.
Jules participa en la agitación que precede a esta. En una ocasión, por gritar iViva la paz! fue maltratado por las blusas blancas del Emperador--, siendo condenado a muerte tras la tentativa blanquista de agosto de 1870. Es uno de los redactores del famoso cartel rolo que exclama: «¡Paso al pueblo! ¡Paso a la Comuna!". Durante el gobierno comunero resucita su periódico Le cri de peuple. Presidirá la última sesión de la Comuna y, cuando ya está todo perdido, huye disfrazado de enfermero. En Londres se entera de que está condenado a muerte. Será en el exilio donde reanudará su carrera como novelista al tiempo que sigue su actividad como periodista revolucionario. De él se ha dicho que era «un insurrecto mucho más que un revolucionario. No esperaba de su rebeldía ni cargos, ni dinero, ni siquiera la posibilidad de moldear según sus planes, una nueva sociedad: no tenía planes. Su orgullo tenía pendiente una venganza, y sus esperanzas, como las de la multitud, eran todas sentimentales" (Jean Prevot).
Su obra como escritor ha sido muy controvertida, ha tenido amigos y adversarios dentro de la izquierda. Sobre este aspecto escribió Andrés Nin: «Este gran escritor revolucionario, fue, por encima de todo, un gran artista. Su obra es la más clara demostración de que "hacer arte popular" no significa rebajarse al plebeyismo, sino partir de todo aquello que hay de profundamente humano y bello en la vida de los de abajo, para elevarse a las alturas de la creación artística...». sus obras son inexcusable para comprender la militancia revolucionaria de su tiempo. Entre sus obras: El dinero (1857), Los refractarios, La calle (1868), El niño, (Alianza, Madrid, 1971, prólogo de Jorge Semprún), Los hijos del pueblo (1879), El bachiller (1881), La calle de Londres, El insurrecto (Mateu, col. Maldoror, Barcelona, 1970, presentación de Manuel Serrat Crespo). Después de su muerte se editaron: Las brusas, Las palabras, Recuerdo de un estudiante pobre, El espectro de París y Un gentilhombre. Sobre su vida, ver: Choury (Maurice), Los poetas de la Comuna (Los libros de la Frontera, BCN, 1975); Párnies, Teresa, Romanticismo militante (Galbas, Barcelona, 1976).
Sin olvidar el más político Eugene Varlin, (Saine-et-Marne, Voisins, 1839-París, 1871), un internacionalista de los primeros tiempos y destacado comunero francés. Nació en una familia de obreros agrícolas. Vivió intensamente la revolución de 1848, su abuelo fue el alcalde del pueblo durante estas jornadas. Fue enviado por sus padres a París a trabajar en casa de su tío, encuadernador de oficio. Se trata de un duro aprendizaje y su tío reprime sus ansias de conocimiento. Lo abandona y entre 1855 y 1858 cambia seis veces de patrón, mientras da una minivuelta por Francia. Se ignora sí estuvo o no en el Congreso inaugural de la AIT, lo cierto es que fue elegido por sus compañeros encuadernadores, con los que poco después encabezó una dura huelga que le llevó a ser calificado por la policía como «uno de los más peligrosos.
Organizador y dirigente obrero participa activamente en la AIT, con posiciones próximas a las de Marx, aunque se encuentran en él influencias de Proudhom sobre todo en lo concerniente a la organización futura y de Bakunin en el rechazo de toda autoridad estatal: «todo Estado centralizado, dice, y autoritario, que nombrase los directores de fábricas, manufacturas o agencias de distribución, directores que a su vez nombrarían a los subdirectores, los contramaestres, etc".. Sin embargo tiene claro que la «revolución política y la revolución social van ligadas y no puede avanzar una sin la otra, y la necesidad de establecer «relaciones permanentes entre todos los grupos socialistas revolucionarios de Europa a fin de organizar el partido y preparar la revolución social universal. Federalista y sindicalista, llegó a ser desde 1867 el verdadero jefe de la AIT francesa.
Durante la Comuna de París fue el único elegido por tres distritos, ocupó diferentes cargos y sobresalió por su defensa de la democracia directa. Jules Vallés lo encuentra entre los últimos resistentes del barrio de Belleville. Fue asesinado de una manera terrible por un mando militar que le robó el reloj que le habían regalado sus compañeros. Lissagaray dice de él: «El Monte de los Mártires no tiene nada más glorioso. Que sea él también enterrado en el corazón de la clase obrera. La vida entera de Varlin es un ejemplo. Se hizo sólo a sí mismo por la lucha encarnizada de su gran voluntad, entregándose, por la tarde, al estudio en las exiguas horas que el taller deja libres, no para conseguir los honores como los Corbons, los Tolain sino para enseñar y liberar al pueblo. Fue el nervio de las asociaciones obreras del fin del imperio. Infatigable, modesto, hablando muy poco, siempre en el momento preciso, y entonces aclarando con una palabra la discusión confusa, conservó el sentido revolucionario que se embota con frecuencia en los obreros instruidos. Uno de los primeros en el 18 de marzo, trabajando constantemente durante toda la Comuna, permaneció en las barricadas hasta el final. Su muerte pertenece a todos los obreros". Su biografía, escrita por Jean Bruhat, publicada por EFR, París, 1975. Su evocación de su vida así como una antología de sus escritos se encuentran en el libro, Eugene Varlin. Práctica militante y escritos de un obrero comunero (Zero-ZYX, Madrid, 1977), que no menciona el autor.
Inolvidable sin duda fue Honoré Daumier, (Marsella, 1808-Valmondos, 1879), uno de los modelos más avanzado de artista comprometido con las inquietudes sociales y políticas del pueblo. Nació en una familia donde había un clima artístico, su padre, Jean-Baptiste-Louis era poeta y dramaturgo, aunque se ganaba la vida como tallista y restaurador de cuadros. Honoré vivió en París desde niño. Comenzó a trabajar como mandadero, luego como caricaturista en La Silhoutte. Comienza a dedicarse a la pintura en 1822, gracias a la ayuda de Alexandre Lenoir, pintor y escultor romántico. Con el apoyo de éste y los estudios que realizó en la Academia Suiza de París, Honoré fue haciendo su forja hasta encontrar su profesión definitiva como grabador de actualidades. Iniciado por las tradiciones revolucionarias del siglo XVIII y por la Gran Revolución, Honoré no tuvo nunca una militancia concreta ni siquiera una preferencia política dentro de las diferentes escuelas políticas, pero tomó partido por los trabajadores y el socialismo.
Honoré tomó parte en las revoluciones de 1830, 1848 y durante la Comuna, ya viejo, y casi ciego fue uno de los componentes en la comisión para la vigilancia del patrimonio artístico. Sus actividades como artista fueron inseparables de su condición de revolucionario. Con una constancia extraordinaria dibujó en periódicos y revistas de la oposición, en las cuales se mostró como un sensible observador de la situación de los explotados y oprimidos, al tiempo que zahirió sin piedad a la burguesía ya las instituciones --en particular a la «aristocracia de la toga»--, así en uno de sus dibujos un joven insurrecto comparece encadenado ante un brutal y oscuro tribunal, pero sólo contempla una luz que proviene de una mujer que con un gorro frigio avanza hacia él. Sus caricaturas del rey Louis-Philippe fueron célebres y terribles. En una de ellas el monarca toma el pulso a un cadáver y dice: «A éste podéis soltarlo, ya no es peligroso». A pesar del valor de su obra, Daumier vivió pobre y murió pobre. Su estilo inspiró a Delacroix, Corot, Theodore Rousseau, Duprez y Manet y a los impresionistas a los que abrió nuevos caminos (cf. José M.ª Moreno Galván, Honoré Daumier, Tiempo de Historia, n." 51, febrero de 1979).
No menos importante sería Jean Désiré Gustave Courbert, (Ornans, 1819-La Tour-de-Peils, Suiza, 1877), pintor romántico, y luego realista, francés. De formación autodidacta fue uno de los adelantados del realismo. Militante socialista, gran amigo de Proudhom su famoso Retrato de Proudhom y su familia (1865), es célebre. Luchó contra el bonapartismo y formó parte, durante la Comuna, fue diputado, y creó una comisión de artistas revolucionarios a los que propuso desmontar la columna Vendôme, para transportarla a los Inválidos, un gesto antipatriotero por el que procesado y encarcelado por seis meses de prisión y a pagar 10.000 francos. Tras cumplir condena en 1873, se trasladó al exilio donde murió. El arte de Courbet, de una gran fuerza plástica y de una riqueza de materia que lo enlaza con los grandes maestros barrocos, marca la cima del realismo de su época y antecede la pintura moderna. Al mismo tiempo es el arquetipo de artista que no olvida nunca su condición social.
Quizás el más “comunero” de todos los poetas de su tiempo fue Jean-Arthur Rimbaud, (Charleville, 1854-Marsella, 1891), el más célebre todos los poetas revolucionarios franceses, cuyos méritos empezaron a ser reconocido mucho después de la I Guerra Mundial y cuyas convicciones comunistas están más que probadas en contra de las tentativas conservadoras en despolitizarlo. Nació en una aldea francesa próxima a la frontera belga. Su familia fue su madre. Le tiranizó de pequeño, ya los 13 años ya apareció como un rebelde precoz en el colegio, diciendo: «Napoleón merece las galeras».
A los quince años se revela como un antimonárquico y un crítico de las ilusiones reformistas en Napoleón el pequeño. Beberá en el venero del jacobinismo y es todavía un niño cuando escribe: «Arrasaremos las fortunas y derribaremos los orgullos individuales. Ya no habrá ocasión de que un hombre diga, u Soy más poderoso, más rico". Sustituiremos amargas envidias y admiraciones estúpidas por concordia apacible, igualdad y trabajo de todos para todos...». Su rebeldía contra el orden social establecido es también una rebeldía contra la Iglesia y el cristianismo: «...¡Oh, qué amargo el camino / Desde que el otro Dios nos ha uncido en la cruz! / ¡Carne, mármol, flor, Venus, sí creo en alguien es en ti!».
En Las primeras comuniones, lanza el siguiente anatema «¡Cristo!, Oh, Cristo, eterno ladrón de energías / Dios que durante dos mil años consagraste / a tu palidez / Hincadas en el sueño, de vergüenzas y cefalalgias / O derribadas, de dolor las frentes de las mujeres.» Adversario intransigente de Napoleón clama cuando éste empieza a caer: «Como el Emperador estaba ebrio tras veinte años de orgía / se dijo: "¡Voy a apagar la libertad / De un soplo muy delicado igual que una bujía! " / ¡La libertad revive! ¡EI Emperador jadea de debilidad! Se ha hablado mucho de su participación en la Comuna. Los historiadores reaccionarios han llegado a establecer plenamente una historia plena de falsificaciones. Según ellos Rimbaud participó pero quedó asqueado del ambiente, de los comuneros. Lo cierto es que no pudo ser un federado, pero fue un partidario ferviente de la Comuna y siguió defendiendo sus ideales incluso cuando su vida aventurera le arrastró muy lejos de los medios socialistas, de los «monos azules del proletariado» al que cantó en uno de sus versos.
La represión de la Comuna le inspiró tres de sus mejores poemas como fueron La orgía parisiense o París se vuelve a poblar, Las manos de Jean-Marie y La bateu ivre. Más tarde escribiría un proyecto de Constitución comunista que se perderá desgraciadamente y en la que propugna un Estado basado en la supresión del dinero, una civilización del trabajo que se gobernaba por delegados temporales, no remunerados y con mandato imperativo. En 1879, cuando algunos piensan que ya ha «sentado la cabeza», Rimbaud se sigue mostrando como un comunista convencido que escribe: «Mejor sería menos variedad y más potencia. Hay demasiados propietarios. El uso de las máquinas es muy restringido, por no decir imposible, a causa de la escasa extensión y de la dispersión de las parcelas. La fertilización mediante abonos o rotación de cultivos, etc... no está al alcance del cultivador aislado; sus medios no le permiten hacer las cosas en grande; aún se afana más que por un rendimiento mínimo. Esa "hermosa conquista " de 1789; la fragmentación de la propiedad es un daño». Cuando está a punto de morir consumido por la cangrena, su hermana, aprovechando el coma, impone un final de arrepentimiento cristiano. Cf. Ortiz (Lourdes), Conocer a Rimbaud y su obra, (Dopesa, BCN, 1979; Bonnefoy (Ives), Rimbaud par luí méme, (Seuil, París, 1961), y sobre todo Gascar (Pierre), Rimbaud y la Comuna (Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1975).
Y también Paul Verlaine (Metz 1844-París, 1896), que sí tomó parte en la Comuna de París. Parnasiano, y uno de los más influyentes precursores del simbolismo, tuvo una gran influencia en Rubén Darío, Nació en, su padre era capitán de ingenieros, frecuentó el Liceo y estudió Derecho por poco tiempo. En uno de sus primeros poemas glorifica a los revolucionarios de 1832 y 1834, escribe también contra Bonaparte y critica a los «burgueses ladinos", así como a los poetas conformistas. Trabaja como funcionario y colabora con la prensa radical, su mujer, Mathilde Manté, es una discípula de Louise Michel.
Tras la proclamación de la República se enrola en la guardia nacional: «La guerra me vio estremecer / y la Comuna irrumpir...". Durante la Comuna trabaja como jefe de la Oficina de prensa del Ayuntamiento y se identifica «con esa revolución a la vez pacífica y temible conforme con el tan cierto sí vis pacern belum, con ese manifiesto anónimo, a fuerza de hombres oscuros y deliberadamente modestos bajo la simple rúbrica del Comité Central, que, tal como ya caracterizaban su impulso del principio unos versos míos, de los que sólo el primero he conservado en la memoria: "sin declamación y sin logomaquía ", planteó, con aplomo, nitidez y franqueza el problema político interior e indicó perfectamente el futuro problema social que hay que resolver de inmediato, aunque sea por las armas...}}. Escapa de la represión y se refugia en Londres, donde mantiene sus famosas relaciones con Rimbaud y colaborará con los exiliados. En uno de sus últimos escritos afirma que la poesía debe de integrarse al combate revolucionario.
De casi todo ellos y de otros, se puede encontrar una buena información en la obra de Sebastiane Choury, Los poetas de la Comuna (Barcelona, Libros de la Frontera,1975).
Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red
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