La gente normal no puede entender lo que está ocurriendo con las finanzas, con los bancos y con el constante chorro de dinero que los gobiernos ponen a su disposición. No se explican de dónde sale y se pregunta dónde está yendo y para qué sin recibir respuestas claras porque ni siquiera los grandes expertos saben a ciencia cierta lo que está ocurriendo.
Sabemos el montante del dinero dedicado a salvar a los bancos pero poco más.
Un estudio reciente de la Unión Europea indica que los gobiernos europeos han dedicado, hasta ahora, unos 3,7 billones de euros (5,3 billones de dólares) a evitar el hundimiento de los bancos.
El Reino Unido es el que ha dedicado una mayor proporción (781.300 millones de euros) seguido de Dinamarca (593.900 millones) y Alemania (554.2000 millones) y finalmente por España (130.000 millones que seguramente aumenten muy pronto).
Se trata de cantidades fabulosas, sobre todo, si se tiene en cuenta que a ellas habría que añadir los apoyos que ha dado el Banco Central en forma de concesión de facilidades financieras o la emisión directa de dinero que igualmente se ha llevado a cabo.
Cifras tan fabulosas han sido suficientes, al menos, para evitar la debacle y para lograr que las economías puedan ir tocando fondo de momento, aunque no se pueda descartar, como señalaré después, que vuelvan a producirse nuevos ramalazos de crisis.
Ahora bien, aunque son cantidades ingentes también sabemos que, seguramente, resultarán insuficientes.
Lo son, sobre todo, en Europa como se deduce simplemente comparando los 5,3 billones de dólares que se han gastado aquí con los 12,8 billones de Estados Unidos.
Es verdad que la quiebra de los bancos estadounidenses ha sido más generalizada pero eso no es lo que explica esa diferencia. La razón se encuentra en el conservadurismo europeo, en la forma deslabazada, lenta e irresponsable con que se está haciendo frente a la crisis en Europa y en la incompetencia de la Comisión y del Banco Central Europeo que nunca acertaron en sus diagnósticos y que han estado siempre por detrás de las circunstancias. Todo lo contrario de lo ocurrido en Estados Unidos en donde, incluso con Bush, se tomó conciencia desde el primero momento de que se estaba frente a una circunstancia extraordinaria que requería medidas de la misma naturaleza.
También es un gasto insuficiente porque hace frente a unos daños que, aunque no han sido evaluados en toda su extensión, hasta donde se sabe son mucho más elevados que esas cantidades. Téngase en cuenta, por ejemplo, que los países del este de Europa prácticamente no han realizado rescate bancario y que está por ver el efecto de su bancarrota sobre los bancos centroeuropeos, y, sobre todo, que los cambios aprobados en las normativas contables están disimulando el auténtico quebranto de los balances bancarios en ambos lados del Atlántico.
Además, los planes de rescate bancario se llevan a cabo sin apenas seguimiento gubernamental y con una gran opacidad por parte de los bancos que no informan del uso que hacen de los recursos que reciben, lo que no solo impide que se sepa bien cuál es su efecto y se corrijan sus inconveniencias sino que está produciendo un incremento espectacular de los fraudes y de su uso inadecuado o sencillamente inmoral.
Pero lo que en mi opinión constituye el principal problema de estos planes billonarios es que se están resolviendo en una especie de circuito cerrado: el dinero que sale del gobierno o de los bancos centrales, según el caso, llega a los bancos pero estos lo dedican a rebajar su volumen de endeudamiento o a compensar las pérdidas patrimoniales que ha ocasionado su irresponsable gestión de estos años atrás, en muchos casos, incluso simplemente volviendo a depositar en los bancos centrales el dinero que reciben de ellos mismos. Y así, solo una pequeñísima cantidad de esa dinero está llegando en realidad a la economía, de modo que el crédito a empresas y consumidores sigue racionado y el efecto de los recursos públicos sobre la actividad económica es muy escaso y se produce demasiado lentamente.
Ahora bien, de momento, los bancos utilizan la mayoría de los recursos billonarios que los planes de rescate ponen a su disposición para tomar aire y recomponer sus balances (a costa, naturalmente, de que los contribuyentes se hagan cargo en los próximos años de las pérdidas que han acumulado) pero ¿qué va a ocurrir cuando más o menos lentamente, empiecen a disponer de nuevo de liquidez suficiente?
La respuesta es fácil porque en cierta medida ya la estamos observando en los primeros bancos que comienzan a salir del agujero: incrementar de nuevo el crédito, favorecer el endeudamiento y dirigir el dinero allí donde sea más rentable.
El dinero brotará de nuevo pero el peligro es el destino que va a tener ese brote de inusitada liquidez que vamos a empezar a ver dentro de podo.
Hay que tener en cuenta que en los últimos meses se ha creado una liquidez inaudita (bien en forma de créditos, de ayudas directas, o de emisión de dinero) que ahora está conteniéndose dentro de los balances bancarios pero que cuando salga pondrá en los mercados un volumen de medios de pago gigantesco, nunca antes visto.
Si no se reforman las condiciones en que vienen desenvolviéndose las finanzas internacionales, lo que sucederá, o mejor dicho, lo que ya está empezando a suceder, es que todo ese dinero irá preferentemente a los mercados financieros especulativos generando nuevas burbujas, aunque ahora de mucha mayor dimensión y peligrosidad.
Es verdad que una parte podría ir a financiar la actividad real y de esa manera favorecer la reactivación y la puesta en marcha de nuevas experiencias y modelos productivos pero ¿quién va a poder evitar que los capitales se dirijan a la inversión que ofrece rentabilidad mucho más elevada, rápida y, en los primeros momentos, incluso más segura?
Si no se modifican las condiciones en que funcionan los mercados financieros para evitar que la creación artificial y privada de deuda sea la palanca que mueve la vida económica, si no se establece una nueva regulación que penalice la especulación y la asunción irresponsable del riesgo, que acabe con los paraísos fiscales y que ponga límites a la ingeniería financiera y a la avaricia de los grandes inversores, y si, al mismo tiempo, no se incrementa la masa salarial para que puedan desarrollarse mercados más potentes y amplios de bienes y servicios, las consecuencias serán terribles. Se manifestarán sin lugar a dudas en subidas generalizadas en los precios del petróleo, de las materias primas, de los activos vinculados a la innovación energética...dando lugar a lo que podría ser la primera hiperinflación global de la historia.
El poder de los bancos y de los grandes financieros es demasiado grande y les está permitiendo conseguir que las autoridades económicas hagan lo que solo a ellos les conviene: poner en la mesa la cantidad de dinero que haga falta para poder seguir actuando cuanto antes como si aquí no hubiera pasado nada. Lo están consiguiendo porque esas inyecciones billonarias no tienen más remedio que reactivar la economía aunque sea lentamente y a duras penas pero como parece que están dispuestos a dejar todo lo demás igual, volveremos muy, muy pronto a las andadas.
Juan Torres López, Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla (España). Su web personal www.juantorreslopez.com
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