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sábado, enero 02, 2010
El progreso es esencial al sistema capitalista
Marx y Engels destacan, en el Manifiesto Comunista, que “la burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente”].
Es importante destacar, por un lado, que esta condición de la burguesía es consustancial al sistema capitalista, y no una derivación coyuntural del período de su ascenso histórico. Y por otro lado, que es específico de dicho sistema. Y es importante subrayarlo, porque a menudo se ha dicho que las relaciones de producción capitalistas han pasado de jugar un papel “progresivo” a jugar un papel “regresivo”, en relación con lo que plantea el mismo Marx en el Prefacio a la “Contribución a la Crítica de la Economía Política” cuando, refiriéndose al papel que han jugado históricamente las distintas relaciones de producción, señala que llega un momento en el que “De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Pero dicha afirmación genérica debe matizarse en su concreción a la especificidad del capitalismo: aunque la persistencia del capitalismo pueda ser un obstáculo para la emergencia de formas socialmente más avanzadas, ello no debe interpretarse como que el capitalismo pueda llegar a ser económicamente regresivo o “conservador”, lo que es incompatible con su naturaleza.
Ignorar esta característica ha llevado a menospreciar la capacidad del capitalismo para adaptarse a nuevas modalidades de crecimiento económico y desarrollo tecnológico.
La característica “progresiva” del capitalismo depende, como decimos, de su misma naturaleza, que Marx resume en el esquema D-M-D' como ciclo ampliado del capital: el capital es dinero que se invierte en una mercancía especial, la fuerza de trabajo, que debe ser capaz de generar más capital del invertido. La diferencia entre ambos, la plusvalía, es el fundamento del sistema económico capitalista.
Ahora bien, un principio tan básico de la Física como es el Segundo Principio de Termodinámica nos dice que un sistema sólo puede “progresar” como sistema abierto, a través de las interacciones con su entorno, de modo que expulse “degradación” (o, en términos físicos, entropía) a dicho entorno. De modo que la externalización es consustancial a todo sistema “progresivo”. Y ello se aplica también al sistema económico capitalista: su necesaria externalización de costes a las familias de los trabajadores o a la naturaleza no es un fenómeno accidental, sino que deriva de principios naturales básicos que condicionan la posibilidad de realización de la naturaleza esencial del capitalismo.
Señalemos que el carácter compulsivamente progresivo del capitalismo puede entenderse como una condena más que como una virtud. El capitalismo es como una bicicleta que si deja de rodar se cae. O como el autobús de la película “Speed”, que si bajaba de una cierta velocidad explotaba. Le resulta también adecuada la parábola del escorpión y la rana, en la que el escorpión cabalga sobre la rana para cruzar un arroyo, y en mitad de la corriente le pica, provocando la inevitable muerte de ambos, con la explicación de que “No puedo evitarlo, es mi naturaleza”. Así es, en efecto, como el capitalismo cabalga sobre la naturaleza.
Los capitalistas, claro, pueden ser políticamente conservadores, especialmente en la medida en que vean amenazados sus privilegios. Dicho conservadurismo político puede buscar reforzarse con un conservadurismo ideológico, por ejemplo de base religiosa. Pero ello entra necesariamente en contradicción con la incompatibilidad del capitalismo con el conservadurismo económico: no en vano el mercado capitalista tiende a corroer y disolver los lazos sociales tradicionales, como señalaban Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”. Por ello, las situaciones de “doble moral”, con la contradicción entre las normas morales tradicionales declaradas y la conducta práctica, son especialmente frecuentes en el seno de la clase burguesa.
La mismo contradicción se da entre la tendencia a reforzar las funciones represivas del Estado frente a quienes amenazan sus privilegios, y la reivindicación de la libertad individual necesaria para el desarrollo del mercado. Esa contradicción, que se vivió en España en las postrimerías de un franquismo que se hacía crecientemente incompatible con el desarrollismo capitalista, se está viviendo actualmente en los EE.UU., donde algunos de quienes habían venido defendiendo la minimización del Estado desde perspectivas “neoliberales” ven ahora con desagrado cómo en nombre de la “seguridad” se incrementa el control del Estado sobre los individuos. De hecho, los nuevos aires autoritarios que vienen del centro del Imperio ponen en entredicho la cobertura ideológica del “neoliberalismo”.
Pero la insostenibilidad de un conservadurismo económico capitalista genera un terreno de arenas movedizas para la ola de conservadurismo político que nos invade.
Por el contrario, un sistema colectivista, que no tenga como objetivo el beneficio privado sino la satisfacción de necesidades sociales, sí puede ser económicamente conservador. Ello no debe entenderse en un sentido negativo: precisamente uno de los reproches que se podía hacer al sistema económico de la URSS era no ser suficientemente “conservador”, por ejemplo de los recursos naturales del mar Caspio. Pero un sistema colectivista puede ser incluso compatible con una economía de subsistencia, en la cuál se consuma todo lo producido por la colectividad y se produzca únicamente para cubrir unas necesidades constantes, de acuerdo con un principio de suficiencia.
Por ello, lo que se consideraba un estancamiento económico de la URSS no era necesariamente disfuncional a la estabilidad de su sistema económico. Lo que desequilibra dicha estabilidad es la necesidad de “competir” con el sistema capitalista, primariamente para responder a su amenaza militar en el contexto de la guerra fría, pero con inevitables repercusiones en el terreno económico, dada la fuerte base tecnológica de los sistemas de armamentos a finales del siglo XX. En ese sentido, la amenaza reaganiana de “guerra de las galaxias” cumplió su objetivo profundo: empujar a la URSS a una carrera de armamentos desviando recursos de la satisfacción de las necesidades sociales y desestabilizando así su economía, que no asimilaba dicha dinámica como un estímulo para el desarrollo económico, a diferencia de la economía capitalista, para la cuál representaba la oportunidad de grandes negocios que incrementaban los beneficios privados, en el marco del complejo militar-industrial norteamericano.
Rafael Plá López*
[Fragmento de "La naturaleza del capitalismo" ]
*Departament de Matemàtica Aplicada
Universitat de Valencia
Rafael.Pla@uv.es
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